Columna de Rodrigo Guendelman: La arquitectura que necesitamos
Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna
El Premio Pritzker 2021 fue un homenaje al reciclaje, a reutilizar en vez de demoler. Lo ganaron los franceses Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, verdaderos hinchas de transformar sin botar, de pensar en sus clientes en vez de invertir en su ego, de agregar valor sin dañar el entorno. ¿Saben por qué esta dupla no usa maquetas? “Una miniatura por definición es un objeto pequeño, que miramos de lejos y que puede ser muy bonito, pero en el que no puedes entrar. Cuando empezamos a trabajar en la transformación de grandes bloques de viviendas, nos dimos cuenta de que habían sido construidos a partir de maquetas construidas por trocitos de madera. Pero, hasta el final del proceso, nadie se interesaba por lo que había dentro de esos trocitos de madera. Y, sin embargo, en eso consiste una vivienda. Por eso trabajamos al revés. Empezamos por el espacio real, y todo surge a partir de ahí”, explica Anne Lacaton al diario El País.
No sólo son humildes y brillantes. Lacaton y Vassal representan la arquitectura que necesitamos de aquí en adelante. Esa que es sostenible, que conserva y no destruye, que prioriza el sentido común, que entiende lo esencial como algo muy distinto de lo mínimo. ¿Un ejemplo más de esta dupla? Era 1996, trabajaban juntos hace poco y en su Burdeos natal les encargaron mejorar una plaza. Hablaron con los vecinos durante varios días, se dieron cuenta de que los árboles daban la sombra necesaria, de que todo funcionaba. La propuesta para el municipio fue simple: hay que limpiar la plaza más seguido. Nada más. Y así fue. No se toca lo que está bien hecho. Genios.
Ok, cambiemos ahora de continente y de arquitectos. Vamos a Chile. A Santiago. A la comuna de Pedro Aguirre Cerda, para ser más precisos. Allí se encuentra el que probablemente sea el mayor ejemplo de reciclaje urbano de nuestra historia. Casi 90 mil metros cuadrados de hormigón permanecieron inmóviles durante 40 años. El famoso “elefante blanco” de Pedro Aguirre Cerda iba a ser el hospital público más grande de Latinoamérica. Su construcción partió con Frei Montalva, siguió con Allende y fue suspendida en dictadura. En 1999, el Estado se la vende a una inmobiliaria llamada Mapocho S.A, pero nada sucede. Hasta que en 2013 la compra Red Megacentro, contrata los servicios del Premio Nacional de Arquitectura, Juan Sabbagh; le pide a la ONG Urbanismo Social que se haga cargo del proceso de participación ciudadana, y empieza el desafío: levantar un centro de bodegaje, oficinas y servicios sin alterar la estructura preexistente. Había varias razones para eso: desde el impacto ambiental y el stress que generaría una demolición de esa magnitud hasta la identidad de los habitantes, muy vinculada a la presencia del elefante blanco.
Es cierto que la obra abandonada era un foco de delincuencia, pero su tamaño y la cantidad de años que permaneció como ruina moderna lo transformó en una parte del paisaje, de los recuerdos, de las historias de los vecinos. Entonces, reciclar fue una opción sabia, una decisión genial. A eso se sumó el compromiso de la inmobiliaria y el municipio de mejorar el espacio público que limitaba con la obra. Donde antes había un sitio eriazo, hoy hay una plaza diseñada por el Premio Nacional de Arquitectura, Teodoro Fernández. Y podemos agregar que todo el perímetro de Núcleo Ochagavía está plantado con diferentes especies. Pero, quizás, lo más importante para los vecinos es que la nueva obra trajo servicios que no había o se encontraban muy lejos: una sucursal bancaria, un Registro Civil, una oficina de Chilexpress, un gran centro de salud en los pisos cuatro y cinco, una óptica, un café, un supermercado, cajero automático y mucho más. Razones de sobra para que Núcleo Ochagavía ganara el Premio Aporte Urbano 2015 en la categoría Mejor Proyecto Inmobiliario de Regeneración o Rehabilitación Urbana. Porque eso es justamente lo que hizo: regenerar, rehabilitar, reciclar sin destruir, además de regalar espacio público de calidad y dejar el sello de dos grandes arquitectos de Chile en la comuna. Tal como lo hacen Lacaton y Vassal, es decir, aportar sin partir de cero, reutilizar todo lo posible y dejar sin tocar lo que está bien. Esa es, ahora más que nunca, la nueva arquitectura que necesitamos.