Columna de Rodrigo Guendelman: La movida que nunca llegó a Chile
Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna
Hace 30 años, el 4 de mayo de 1991 para ser exactos, se inauguraba una serie de ocho fiestas que quedarían en el recuerdo de toda una generación: las fiestas Spandex en el Teatro Esmeralda. Ideadas y producidas por el director de teatro Andrés Pérez y el diseñador teatral Daniel Palma, su objetivo era buscar financiamiento para los nuevos proyectos de la Compañía Gran Circo Teatro y para reacondicionar el Teatro Esmeralda (San Diego a metros de Avenida Matta).
“Para la primera (fiesta) se hicieron 350 entradas, calculamos la asistencia en 200 personas y llegaron 2 mil”, contaba hace unos días Daniel Palma en el programa Santiago Adicto, en Radio Duna. Fue un éxito impresionante. E inolvidable. Tuve la suerte de estar en tres de esas fiestas, incluida la primera, y fui testigo directo de las miles de personas que llegaban cada sábado, tanto las que entraban como las que se quedaban en la calle armando una fiesta paralela. Adentro, go-go dancers, shows de transformismo, diversidad sexual, baile desenfrenado, toneladas de alegría y libertad dibujaban una escena nueva en Chile. La herencia de la clandestinidad expresada en hitos nocturnos como El Garage de Matucana o El Trolley se volcaban en una celebración transversal, masiva, épica, en la cual se sentía que algo grande estaba naciendo.
Chile se había liberado recién de una larga y oscura dictadura, había una necesidad profunda de expresarse, de festejar, de romper las inhibiciones, así como las censuras psicológicas y corporales, y Spandex aparecía como el trampolín preciso para ese nuevo Chile.
La “movida” madrileña, el movimiento contracultural que surgió en los primeros años de la transición de la España posfranquista y que se extendió de Madrid a otras zonas de la península ibérica, parecía tener su versión gemela en Santiago de Chile. Fue tal cual el presagio. Muchos sentíamos que había llegado (o estaba llegando) la movida a Chile. Había optimismo. Una ilusión de un Chile que sería festivo en vez de gris, que iría apagando fiesta a fiesta su conservadurismo, donde las minorías tendrían un espacio y el respeto bailaría apretado con la libertad. Pero la movida no llegó. Fue un volador de luces. Un espejismo. Como bien explica el paper “Pedagogías teatrales en el Chile posautoritario” de Cristián Opazo, “Andrés Pérez recibe un llamado de un funcionario de gobierno: si Spandex no cesa, Gran Circo Teatro perderá todo apoyo fiscal. Efectivamente, el gabinete de Aylwin teme la inminencia de un destape a la española y, para evitarlo, encarga el primer informe nacional sobre la juventud. De acuerdo con el informe, el Estado debe implementar un conjunto de políticas públicas que dificulte la organización espontánea de colectivos contraculturales. Dentro de este contexto, el fin de Spandex debe ser comprendido como el cierre de un paso fronterizo por donde unos polizontes abyectos trafican mercancías libidinales no-codificadas”.
Hay varios ejemplos que entrega Opazo en su trabajo de investigación. Desde que se encarga el informe hasta que se publica, es decir entre 1991 y 1994, “se multiplican las instancias privadas que cooptan la disidencia juvenil en calidad de target o nicho de consumo” explica su autor. El Mercurio comienza a publicar la revista Zona de Contacto, la Compañía Chilena de Comunicaciones funda la radio Rock & Pop en 1992 y la revista del mismo nombre en 1994 y desde el gobierno se crea la Corporación Cultural Balmaceda 1215. De hecho, para profundizar en el tema, Opazo sugiere leer “Desmemoria y perversión: privatizar lo público, mediatizar lo íntimo, administrar lo privado” de Fernando Blanco (Cuarto Propio, 2010-12). Daniel Palma, luego de las presiones que recibe Andrés Pérez, decide seguir solo y se traslada con las fiestas al Teatro Carrera (barrio Concha y Toro). Pero no dura mucho. “Arturo Barrios, presidente de la FECH, se acercó a nosotros para hacer una feria de prevención del SIDA. La idea era hacer stands estilo Spándex: bien adornados y con harta osadía... (Al final) fue un escándalo y, a la semana siguiente, llegaron los pacos a hablar con el viejo chico, el dueño del teatro: si nos volvía a arrendar la sala, le quitaban la patente”, cuenta Opazo. Y Palma complementa: “Nos clausuraron definitivamente por haber hecho una fiesta difundiendo el uso del condón. Eso al poder fáctico y estatal le pareció mal”.
No era primera vez que una fiesta Spandex era acosada por carabineros. Fue habitual en casi todas las noches del Teatro Esmeralda que el GOPE realizara allanamientos. De la noche cuyo título fue “El Caribe Nunca tan Lejos” (25 de mayo de 1991), el texto de Opazo cuenta que “un comando ordena “¡Mujeres a la derecha, hombres a la izquierda!” y un transformista empinado sobre sus tacos aguja reclama “¿Y nosotras?”. Desconcertados, los policías observan cómo se forma una tercera fila de andróginos bailarines. Minutos más tarde -según registra un VHS inédito- Andrés Pérez espeta: “Vamos a tener que desalojar. A la salida, carabineros los revisará uno por uno. Nosotros nos quedamos hasta el final. Y, tranquilos, los esperamos el próximo sábado”. No, definitivamente no llegó la movida a Chile. Fue una ilusión que duró algunos meses. Una experiencia frustrante, sin duda. Pero que, al mismo tiempo, es uno de los mejores recuerdos que guardo de mi juventud y de la noche santiaguina. Y ese recuerdo no me lo allana, no me lo castra ni me lo reprime nadie. ¡Felices 30 años, Spandex!
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