Columna de Rodrigo Guendelman: Mapocho aguas abajo, un universo por descubrir
Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna
Gracias a la reciente publicación de Mapocho Aguas Abajo, Atlas Visual para la revalorización del patrimonio y paisaje ribereño (Ediciones ARQ), uno puede aprender mucho sobre el río más importante de Santiago, un hito geográfico fundamental para que Pedro de Valdivia decidiera (re)fundar Santiago en su actual ubicación. En esta investigación realizada entre 2020 y 2022, liderada por la arquitecta y académica Sandra Iturriaga, hay datos esenciales, pero no necesariamente conocidos, como que el Mapocho es una subcuenca de 4250 km2 y 97 kilómetros de longitud, parte de una cuenca de 15.380 km2 que corresponden a la totalidad del río Maipo.
Que parte a una altura de 1.159 msnm en la confluencia de los ríos Molina y San Francisco y se une al río Maipo en la zona de El Monte e Isla de Maipo a 245 msnm. Que el tramo considerado para esta investigación como “Aguas Abajo” se inicia en la comuna de Pudahuel (en el cruce de la autopista Américo Vespucio y el estero Lampa) y llega hasta la confluencia del Maipo. En total, 55 kilómetros. Es decir, más de la mitad del río Mapocho es muy desconocido en estos tiempos. Pero no fue así en el pasado. Ya lo veremos.
Otra particularidad: la clásica direccionalidad que tiene el río en la zona urbana, es decir de oriente a poniente, cambia diametralmente y, aguas abajo configura un corredor norte-sur. Su cauce, por otra parte, es muy diferente: al no estar canalizado tiene anchos variables que van desde 70 hasta 700 metros. Y si nos ponemos más técnicos, aprendemos que este tramo es un curso efluente, es decir, en el cual las pendientes suaves y los suelos saturados generan aportes a los cursos de agua, “lo que promueve la aparición de afloraciones superficiales y el desarrollo de un conjunto de humedales y lagunas ribereñas”. Es otro río, uno que tenemos que descubrir, donde, así como hay tramos rectilíneos, los hay meándricos (de sinuosidad alta) y anastomosados (de sinuosidad baja).
Pasa por seis comunas y su potencial para ser un gran corredor geográfico, ambiental y social es tremenda. Una oportunidad para Pudahuel, Maipú, Padre Hurtado, Peñaflor, Talagante, El Monte. Y, quizás lo más sorprendente, es que tiene una gran identidad balnearia que albergó connotados y populares lugares de recreación desde el siglo XIX y que aún forman parte de una memoria viva.
“Corre esta laguna una o dos leguas a lo largo, margenada (sic), toda de hermosos sauces y maitenes, que son a manera de laureles, y se conservan lozanos y verdes todo el año”, escribía el jesuita Alonso de Ovalle en el siglo XVII, acerca de las bondades y el atractivo paisajístico que tenía la laguna de “Pudagüell”, al poniente de la ciudad. La laguna, que ya no existe, dio pie a la creación en las primeras décadas del siglo XX del Parque Sportivo Laguna Pudahuel, “el lugar más encantador de los alrededores de Santiago” y “el favorito de la alta sociedad”, según la revista Auto y Aero de 1917. Había un hotel, restorán, canchas de tenis, fútbol y bochas, áreas recreativas para niños y un gran parque de cuatro cuadras con bosques y jardines. Y en la laguna se ofrecían botes a motor, a remo, vela y canoas de carreras.
Aguas más abajo, la escritora y naturalista María Graham escribía acerca de su paso por Santiago a inicios del siglo XIX: “Atravesamos el Mapocho después de su reaparición desde los cerros de San Miguel, en su camino a unirse con el Maipo. Es realmente un hermoso río, y no me admiro de la estimación en que se le tiene por la dulzura, limpidez”. No debiera sorprender entonces, pero vaya que sucede, la cantidad de espacios que eran usados como balneario a lo largo de toda esta (hoy) desconocida zona del río.
Al Parque Sportivo de Pudahuel, hay que sumar el Balneario El Bosque, ubicado alguna vez a menos de cinco kilómetros del centro de Maipú, en el límite con la comuna de Padre Hurtado. Lamentablemente, el terremoto de 1985 hizo desaparecer la vertiente principal que le daba su condición balnearia. Y a eso se suma la extracción de áridos, que en las últimas décadas ha alterado significativamente el lugar. En Peñaflor estuvo el Parque Balneario El Trapiche, que llegó a recibir 100 mil turistas en 1958. Ya no está el balneario, pero queda el parque, y hay que reconocer los esfuerzos de la comuna por declarar el río Mapocho como humedal urbano. En la misma comuna estuvo entre 1920 y 1990 el Balneario Laguna Peñaflor, cuyo cuerpo de agua de seis hectáreas era su principal extensión. Hoy yace bajo la población Valle del Sol. En Talagante también había dos balnearios: Puente Ferroviario, que incluía clavadistas que se lanzaban desde el puente al río; y Parque Balneario Tegualda, que empezó a funcionar en 1971 y que hoy ya no cuenta con su laguna recreativa de casi tres hectáreas.
¿Algo más? Sí. El Balneario El Paraíso, en la comuna de El Monte, que le mejoró la calidad de vida a miles de personas entre 1940 y 1990, y cuyas aguas provenían directamente del Mapocho. Tenía una piscina de 200 metros de largo por 60 de ancho, zonas de picnic y áreas de juegos. Hoy en su lugar hay un espacio municipal para fiestas costumbristas, un centro educativo de agroecología y zonas de compostaje. Y gracias a la reciente revalorización del río y sus riberas, se ha ido consolidando un parque ribereño llamado Ecoparque Río Mapocho El Monte. No hay duda. Donde hubo un pasado tan esplendoroso, hay futuro. Felicitaciones Mapocho42k Lab y Ediciones ARQ por este tremendo aporte. ¡Y viva el río Mapocho!
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