Chile es un país con una inmensa cantidad de arquitectura moderna de muy buena calidad. Sin embargo, los habitantes de este país apenas sabemos reconocer un par de edificios icónicos (CEPAL, Monasterio de los Benedictinos, Villa Portales) y eso, siempre y cuando, hayamos escuchado hablar alguna vez de este tipo de arquitectura. Esta falta de conocimiento y de interés, no son gratuitos: la arquitectura moderna, salvo excepciones, no es considerada patrimonio, no tiene calidad de monumento, no se habla de ella, apenas se valora y eso implica un riesgo permanente de desgaste, olvido y demolición.
Es lo que pasa en estos momentos con la Piscina Olímpica de Arica, “un edificio único a nivel mundial y una obra maestra que tiene Chile en la ciudad de Arica”, explica el arquitecto Pablo Altikes, experto en arquitectura moderna. “El expediente para solicitar que sea declarado edificio patrimonial ya fue ingresado (al Ministerio de las Culturas). Su demolición sería una pérdida incalculable para nuestra historia y lo que fue la junta de adelanto de Arica”, agrega. Basta ver un par de fotos de esta piscina para entender. Si estuviera en una ciudad turística de nivel mundial, sería visita obligada para cualquier viajero con interés en la arquitectura. Pero está en Arica, donde parece más “lógico” destruirla para construir otra en su lugar. No puede ser. Perdonen la patudez de hablar desde Santiago, amigos ariqueños, pero no deben permitir este sacrilegio.
Sigamos en esa ciudad. El arquitecto y profesor de la PUC, Hugo Mondragón, acaba de publicar el libro “Atlas de lo ordinario, dibujos y fotografías de arquitectura moderna” (Ediciones UC), donde se dedica a desentrañar edificios y obras menos conocidas. Sólo en Arica, Mondragón identifica varios tesoros: el Hospital de Arica (de los arquitectos Fernando Devilat y Clodomiro Valdivia, año 1952), Colectivos Yungay (tres bloques de edificios del arquitecto Martín Lira, año 1955), Conjunto Habitacional El Golfito (arquitectos Isaac Eskenazi y Guido Neira, año 1958), Edificio O´Higgins 444 (arquitecto Martín Lira, año 1958), Edificio Arturo Prat (Martín Lira, año 1961), Edificio Chacabuco (arquitecto Martín Lira, año 1961) y otros tres edificios más de diferentes años y arquitectos. Todos ejemplos de arquitectura de calidad, donde el hormigón a la vista y la mínima ornamentación son protagónicos.
Otro excelente libro, “Arquitectura y ciudad moderna en el Sur de Chile” (Stoq editorial) editado por Pablo Fuentes y Verónica Esparza, permite un intenso recorrido por la arquitectura moderna de ciudades como Chillán, Concepción, Lota, Talcahuano, Osorno, Punta Arenas y hasta Nacimiento. No es casualidad que su primer texto se titule “(Des)valorización de patrimonio moderno. Después de la modernidad”, donde Gino Schiappacasse, agrega otro factor de riesgo: cómo la mantención de los edificios termina por eliminar sus virtudes. “Las mal llamadas remodelaciones efectuadas por arquitectos, sea que modifiquen su cromatismo, su materialidad, su volumetría, terminan muchas veces por ser atentados al espíritu de su diseño original”, detalla el autor. Basta ver lo que pasó con el Cap Ducal, diseñado en 1936 por el arquitecto Roberto Dávila Carson, quien acababa de volver a Chile después de realizar estudios en la Bauhaus de Dessau y trabajar en la oficina de Le Corbusier en París. En pocas palabras, fue remodelado, transformado y brutalmente afeado. Pero tuvo más suerte que el Hogar Social Hipódromo Chile, de los arquitectos Jorge Aguirre Silva y Enrique Gebhard. Primero destruyeron el maravilloso mural del mexicano Xavier Gutiérrez que había en su interior y, luego, hace pocos años, lo demolieron completamente.
En el caso del Edificio Montemar, la primera Estación de Biología Marina de Latinoamérica, joya de la arquitectura moderna diseñada por Enrique Gebhard entre 1941 y 1959, la World Monuments Fund tuvo que incluir a esta obra en su listado de 100 sitios de valor patrimonial que se encuentran en peligro, pues ya en 1990 había sufrido la pérdida de una terraza en el techo para dar lugar a un piso extra y, hace poco más de una década, se empezó a construir una nueva ampliación al lado, la que frente a presiones locales e internacionales, fue finalmente demolida.
Hay historias más esperanzadoras. Como el Conjunto Habitacional Las 7 Hermanas, en Viña del Mar, de los arquitectos Jorge Elton y Hugo Boetsch. Son 23 edificios entrelazados, de una belleza futurista que deja la boca abierta. Fueron levantados entre 1970 y 1979, están perfectamente pintados y tienen la suerte de tener una junta de vecinos excepcional, que se nota que quiere y cuida su espacio. Suerte. ¿Podemos depender de eso para preservar nuestro gran patrimonio moderno? ¿O de los esfuerzos que hace Docomomo Chile para preservar este legado? ¿Saben cómo se presenta Docomomo (organización que agrupa a aquellas personas e instituciones con un interés especial y una admiración por la arquitectura moderna) en su web? Así: “La herencia arquitectónica del Movimiento Moderno corre hoy mayor riesgo de desaparecer, más que en ningún otro período, debido a su edad, a la frecuente innovación tecnológica con la que fuera realizada, al cambio en las funciones para las cuales fuera diseñada y debido al clima cultural imperante”. Es hora de informarse, de aprender, de querer y cuidar. De lo contrario, perderemos parte de nuestra historia y de nuestra identidad.