Es muy probable que en las últimas dos semanas hayas escuchado hablar del fotógrafo chileno más importante de nuestra historia, el único que logró ser parte de la agencia Magnum, con corresponsalías en Argelia, Irán y Venecia. El mismo que con su cámara capturó a los niños que vivían en el río Mapocho como nunca alguien lo había hecho y que mostró Valparaíso al mundo gracias a sus encuadres únicos. Sergio Larraín es su nombre y el viernes de la semana pasada se estrenó un documental sobre su vida y obra llamado El instante eterno, gran trabajo del director Sebastián Moreno. Una película que, eso sí, parte hablando de otro Sergio Larraín, el padre del fotógrafo, Sergio Larraín García-Moreno. También un gigante. Y, probablemente, responsable de varias de las trancas de su hijo, quien buscó en la cámara fotográfica la manera de alejarse y renegar del poder de su progenitor para, más tarde, recluirse por décadas en una pequeña casa al interior de Ovalle. No era culpa del papá ser tan potente. Pero lo era. Y eso, aparentemente, produjo efectos complejos en las emociones de su heredero, que se entienden mucho mejor si uno ve el documental.
Entonces, ¿quién era Sergio Larraín García-Moreno? ¿quién fue el padre del famoso fotógrafo? Un crack. Premio Nacional de Arquitectura en 1972, Decano de la Facultad de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) y quien la refundó, creador del Museo Precolombino con su propia e inmensa colección, el responsable de traer la arquitectura moderna a Chile, el primer Miembro de número de la Academia Chilena de Historia, Embajador de Chile en Perú, arquitecto del famoso edificio Barco (en la calle Santa Lucía, frente al cerro del mismo nombre), del Oberpaur, el primer edificio moderno de Santiago (ambos con el arquitecto Jorge Arteaga); de la Alianza Francesa, el edificio Plaza de Armas y el colegio Verbo Divino, todos con su socio y colega Emilio Duhart; así como de la Escuela Naval de Valparaíso (en equipo con varias estrellas de la arquitectura). Eso, entre otras cosas. Muchas cosas.
“Quienes lo conocieron coinciden en que Sergio Larraín García-Moreno fue un hombre del Renacimiento en pleno siglo XX. Era un refinado conocedor de las artes, con un encanto personal que impregnaba todas sus actividades”, se lee en ese gran libro que es Chile, Premio Nacional de Arquitectura (Babieca Ediciones). El menor de 14 hermanos y miembro de una familia de la aristocracia chilena, entró a estudiar Arquitectura en la PUC, luego se transformó en un académico de gran importancia en esa facultad y “fue uno de los líderes por la renovación del plan de estudios hacia los postulados del movimiento moderno”, explican en el mismo libro.
Partió como profesor de historia del arte en 1932, fue el director desde 1948 y decano desde 1952 a 1966. “Fue prácticamente el fundador de la Escuela porque la transformó. Reformó totalmente los planes de estudio. Trajo de Alemania a Joseph Albers, para impartir el curso de Introducción al Diseño que había enseñado en la Bauhaus”, recuerda Enrique Browne, Premio Nacional de Arquitectura 2010. “Era un personaje casi mitológico para los estudiantes”, agrega. Lideraba la Sociedad de Amigos del Arte, fue director de la Asociación de Arquitectos y del Colegio de Arquitectos. Y fue también el responsable de que la Facultad de Arquitectura de la PUC esté hoy en Lo Contador: como decano, hizo que la universidad comprara parte del fundo Lo Contador y la casa, que estaban por demoler.
Muchos años antes, cuando estaba en segundo año de la carrera de Arquitectura, Sergio Larraín García-Moreno compró un vasito de la cultura nazca. Así comenzó una colección de elementos precolombinos que, en 1982, dio lugar al museo que hasta hoy está en el edificio de la Real Aduana, y que actualmente dirige Cecilia Puga, su nieta y una tremenda arquitecta. “Durante 50 años seleccionó los más variados objetos precolombinos, básicamente con un criterio: que su calidad estética provocara una emoción similar a la descrita por Durero cuando vio una joya mexicana en la corte de Flandes y maravilló su corazón. Así fue como logró reunir un selecto conjunto de piezas de excepcional calidad, cuya variedad representaba el arte propiamente americano.
No fueron los complejos conocimientos técnicos ni las heterogéneas economías aborígenes lo que atrajeron su afán de coleccionista, sino aquel mensaje mucho más profundo y hermético surgido desde el arte”. Así describe a su fundador el sitio web de ese museo santiaguino, probablemente el primero al que hay que llevar a un turista que visita nuestra capital. Y así hay que recordar a este hombre. Como un apasionado. Y, por supuesto, como un líder, un arquitecto que afectó de manera profunda a su profesión en Chile, un coleccionista que nos heredó uno de los más importantes museos de arte precolombino del mundo. Y, claro, como el padre de Sergio Larraín Echenique, ese fotógrafo que hoy es leyenda.
* Rodrigo Guendelman es conductor de Santiago Adicto de Radio Duna