Columna de Rodrigo Guendelman: Una historia santiaguina

Los Prisioneros
Columna de Rodrigo Guendelman: Una historia santiaguina. Mural de Los Prisioneros en el Museo a Cielo Abierto en San Miguel.


Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna.

Parto esta columna con una aclaración. El autor del libro del que hablo, Alejandro Tapia, es el editor de La Tercera Sábado. Es decir, mi editor. Sinceradas las cosas, ahora puedo expresar con libertad y mucha convicción que las casi 400 páginas de Ya viene la fuerza, Los Prisioneros 1980-1986 son un tremendo aporte al periodismo. Y no digo periodismo musical, porque, aunque la música sea lo más importante de este profundo reporteo de cuatro años y que incluye 160 entrevistas “al conductor del Datsun 150Y Station que arrendaron para trasladar sus primeros equipos, los asistentes, los sonidistas, los amores de la infancia, sus familiares, los productores, los amigos del liceo y del barrio”, como dice un texto de Ana María Sanhueza para El País Chile, hay más que música: hay barrio, hay ciudad, hay colegios, hay política, hay quiebres generacionales y hay una historia de amistad que, aunque luego tomaría otros rumbos, fue profunda y honesta.

Esta semana tuve la oportunidad de entrevistar a Alejandro en el programa Santiago Adicto en radio Duna y dijo algo muy potente sobre la banda que todos conocemos como esa que nació y creció en San Miguel. “Los Prisioneros son una banda muy santiaguina. Basta ver las carátulas de sus primeros dos discos y fijarse dónde están las locaciones. En “La Voz de los 80″ están en la Vega central y en “Pateando Piedras”, en el Metro. Y, además, sus primeros videos son muy urbanos: parten en San Miguel en la casa de Jorge, los tres músicos en la cocina, y terminan con imágenes del río Mapocho, de la Panamericana y con imágenes de archivo de industrias. Años más tarde, en el video de ‘Muevan las industrias’, el lugar elegido para grabar es el Persa Biobío. O sea, qué más santiaguino que el Persa Víctor Manuel. Y ahí ellos aparecen vestidos con influencia de Devo, de Kraftwerk, con trajes azules, con un cintillo en el brazo. Toda esa iconografía a la que quizás no se le había puesto atención, porque nos quedamos con esa imagen de que Los Prisioneros son de San Miguel, ojo, lo que ellos transmiten en sus videos y en sus discos es que también son una banda profundamente de Santiago”.

Claro que ser oriundos de San Miguel, esa especie de república independiente de la música tal y como grafica Tapia en varios capítulos, no los hace menos santiaguinos en el sentido metropolitano. Todo lo contrario, deja muy claro que en San Miguel (comuna que hasta la década ochenta incluía a Pedro Aguirre Cerda y San Joaquín) pasaban cosas potentes en términos culturales.

“Cada colegio en el sector de Gran Avenida, entre Carlos Valdovinos y Departamental, tenía su conjunto o estaba atento a los proyectos musicales de sus ex alumnos: Los Prisioneros (antes llamados Vinchukas) del Liceo 6; Niebla, Disturbio y los Kamikazes Rock del colegio Claretiano; y Alturas 2000 del León Prado, eran algunos nombres. También en la Villa Las Palmas estaban Los Fox, que intentaban interpretar covers de The Police y Men at Work. Varias de estas agrupaciones coincidieron en el festival del León Prado”, explica Alejandro Tapia, haciendo referencia al evento del 1 de julio de 1983 en que Los Prisioneros debutaron con su nombre definitivo.

Algunas páginas más adelante, el autor nos recuerda los lugares donde se presentaban éstas y otras bandas. “Además del auditorio del León Prado, San Miguel disponía de ciertos espacios para música en vivo en los recintos del Claretiano, el Santo Cura de Ars, el Don Bosco y el Parroquial, todos colegios administrados por congregaciones religiosas. En algunos de esos lugares solían presentarse los grupos sanmiguelinos sesenteros y setenteros, como Los Teyker´s, Los Snob y Los Hollies, varios de cuyos integrantes se repartieron más adelante en conjuntos como Arena Movediza, Banda Metro y Millantún. El sitio más emblemático era el Anfiteatro San Miguel -ubicado a media cuadra del Liceo 6- donde Los Prisioneros tocaron por primera vez el sábado 5 de mayo de 1984″.

No es casualidad que el epílogo del libro de Alejandro Tapia se titule “San Miguel”, ni que incluya varias páginas con fotos legendarias de Jorge Brantmayer (entre ellas, esas de 1986 en que la banda posa junto a un perro callejero en la población donde hoy está el Museo a Cielo Abierto en San Miguel, y cuyo primer mural fue un homenaje a la banda), o que haya imágenes de los tickets de conciertos con valores que hoy dejan boquiabierto (¡entre 150 y 200 pesos!). Todo eso huele a ciudad. A una tremenda historia santiaguina.

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