Por Sergio Molina Monasterios, doctor en Estudios Americanos y periodista boliviano-chileno. Coautor del podcast Hermanos entre fronteras.
Evo Morales ha tenido muchas vidas a lo largo de la suya. Hoy nuevamente está en el ojo de un huracán creado por él mismo y que amenaza con destruirlo. Habrá que ver si aún le quedan fondos en su cuenta vital o está es la última y la vencida.
Las denuncias de haber tenido un hijo con una adolescente de 15 años en 2017, delito calificado como estupro (según la academia de la lengua: “coito con persona mayor de 12 años y menor de 18, prevaliéndose de superioridad”) lo tienen contra las cuerdas.
No es la primera vez que enfrenta denuncias de este calibre. Durante su paso por Argentina circularon relatos similares, y en otra ocasión se le atribuyó un hijo ilegítimo, aunque esa acusación terminó siendo falsa. Sin embargo, estas polémicas han agudizado la degradación del debate político, exacerbando la rivalidad entre Morales y su antiguo aliado, hoy presidente.
El control y la candidatura a la presidencia por el Movimiento al Socialismo son el botín que ambos se disputan y para lo cual han quemado ya todos los puentes como si no hubiera un mañana.
Arce está dispuesto a encarcelarlo y Morales a paralizar el país con a un bloqueo nacional de caminos que tiene una sola demanda: el “cese de la persecución jurídica”; las organizaciones afines al líder que más tiempo condujo el país en toda su historia sostienen que el único fin de las denuncias impedir su candidatura a las elecciones generales de 2025 y lo secundan en su feudo: el Chaparé boliviano, la zona cocalera en el centro del país desde la cual construyó y aún mantiene importantes bolsones de poder.
Arce dice que no va a ceder ante los que “incendian el país para protegerse”, pero no las tiene todas consigo: la crisis económica de 2023 afectó su popularidad y el corralito de dólares y la falta de recursos e inversiones han derrumbado sus posibilidades electorales.
Mientras tanto, la escuálida oposición mira cómo se devoran ambos dirigentes para ver quién se queda con los restos. Por primera vez en más de una década hay alguna posibilidad de que gane alguno de sus apolillados líderes y esa sola posibilidad los embarca en una disputa que promete ser menos sórdida pero igual de sangrienta.
En resumen, Bolivia nuevamente enfrentada a esa inestabilidad política, social y económica que la caracterizaron a lo largo de su historia y que parecía haber conjurado en las últimas dos décadas.