Por Susana Layana, Volcanóloga e investigadora Ckelar Volcanes
El volcán Villarrica es reconocido por su forma cónica, generalmente cubierto de nieve y que alberga en forma casi permanente un lago de lava, que lo convierte en un atractivo destino turístico. Pero este macizo es de alto riesgo, y está categorizado como Tipo 1 en el ranking de riesgo de Sernageomin. El pasado 24 de septiembre, el organismo cambió la alerta Amarilla (activada en noviembre de 2022) a Naranja, y se estableció un radio de exclusión de 8 km desde el cráter. Con ello se realizó la evacuación de familias de sectores rurales.
Históricamente el Villarrica ha presentado erupciones con intensidades y duración variable, así como el daño a personas e infraestructura, transformándolo en el volcán con mayor registro eruptivo de Sudamérica. La primera erupción en tiempos históricos está documentada en 1558, mientras que entre 1948-1949 se produjo una erupción catastrófica, que generó una gran columna de piroclastos de hasta 8 km de altura y lahares (corrientes de agua y material volcánico, similares a los aluviones) que llegaron a Villarrica, Pucón y Coñaripe. Carabineros reportó el deceso de 23 personas y 31 desaparecidos, así como la pérdida de animales, daños en viviendas, caminos, entre otros.
El registro histórico indica que el volcán ha tenido al menos 61 erupciones desde 1558 que varían desde explosivas a efusivas. La erupción más reciente fue en 2015 –que inició un nuevo periodo de actividad– de corta duración, emitió una fuente de lava y gatilló lahares. El estado actual del volcán Villarrica es inestable y ha presentado pequeñas explosiones similares a fuegos artificiales.
Considerando los más de 400 años entre la primera erupción reportada y la actividad actual, el volcán presenta una tasa de 1 erupción cada 7,5 años, por lo tanto, lo que vemos hoy, no se escapa de la actividad intensa que viene presentando desde hace centenares de años, siendo el peligro más latente para la población aledaña, la generación de lahares.