Por Sylvio Costa, periodista brasileño y fundador del periódico especializado Congresso em Foco
Desde el año pasado, el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, que aspira a un tercer mandato, se mantiene en las encuestas muy por delante del actual Presidente Jair Bolsonaro. Sin embargo, la distancia entre ellos se ha ido reduciendo. Según el instituto Datafolha, Lula tiene actualmente un 47% de intención de voto, y Bolsonaro, un 32%. Una diferencia, por tanto, de 15 puntos porcentuales. En mayo, era de 21 puntos.
El acercamiento entre los dos candidatos revela la magnitud del desafío para Lula, quien gobernó el país entre 2003 y 2010, dejó el poder con más del 80% de popularidad y luego pasó 580 días en prisión, condenado por corrupción y lavado de dinero. Las demandas, marcadas por graves vicios procesales, fueron anuladas por el Supremo Tribunal Federal.
Una vez libre, Lula -un político de centroizquierda conocido por su habilidad-, está haciendo lo que mejor que sabe hacer: política. Trajo, por ejemplo, como candidato a Vicepresidente a un exopositor, el exgobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, a quien el exsindicalista derrotó en la carrera presidencial de 2006.
Sin embargo, choca con las ventajas que disfruta en el país cualquier titular que busque la reelección. Al mando de la maquinaria federal, el ultraderechista Bolsonaro recoge el impacto positivo de medidas recientes, como la reducción de los precios de los combustibles y el pago de prestaciones de emergencia a las familias más pobres, camioneros y taxistas.
Bolsonaro también avanza en el electorado evangélico, que representa más de un tercio de la población. Además del alivio económico, que es crucial sobre todo para los más pobres, esta parte de la sociedad es muy sensible a la propaganda negativa abrazada por varias iglesias, que pintan la batalla electoral como una guerra entre el bien (el actual Presidente) y el mal (el expresidente).
La elección de octubre la ganará quien mejor se comunique precisamente con estos dos segmentos sociales: los pobres, que son la gran mayoría en Brasil, y los cristianos conservadores (incluidos católicos y seguidores de otras religiones).