Columna de Verónica Pantoja: Delincuencia y humanidad

Homicidios
Columna de Verónica Pantoja: Delincuencia y humanidad.


Por Verónica Pantoja Silva, directora del Magíster en Neurociencias de la Educación de la Universidad Mayor.

En los últimos meses, los titulares han estado marcados por una seguidilla de hechos de violencia, asesinatos, asaltos y enfrentamientos. Sin embargo, más allá de lo preocupante de las cifras, es crucial analizar cómo este fenómeno afecta nuestra percepción del entorno.

Según la Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana 2024, publicada por el INE y la Subsecretaría de Prevención del Delito, la percepción de inseguridad sigue alta pese a una leve disminución en algunos delitos. Un 97% de los ciudadanos ha cambiado sus hábitos por temor a la delincuencia y un 27,4% siente un alto nivel de temor al delito.

Desde la neurociencia, el “cerebro social” permite la confianza y la cooperación, pero la exposición constante a la violencia sobreactiva la amígdala, estructura del sistema límbico encargada de detectar amenazas. Esto mantiene elevados los niveles de cortisol y adrenalina, generando estrés y ansiedad crónica. Además, reduce la producción de oxitocina, clave en la confianza y la conexión social. Con el tiempo, estos cambios refuerzan respuestas defensivas y promueven aislamiento y desconfianza.

Lo que antes era un simple paseo, hoy se convierte en una actividad cargada de temor; los desconocidos dejan de ser aliados y las interacciones sociales disminuyen. La sensación de inseguridad y el bombardeo mediático erosionan los lazos comunitarios. Perdemos confianza en nuestros vecinos y los espacios públicos se vacían.

Si este fenómeno no se aborda integralmente, sus efectos pueden ser devastadores. No se trata solo de más vigilancia, sino de comprender las raíces del problema.

Desde la educación y la neurociencia es clave desarrollar competencias socioemocionales para manejar el miedo y fortalecer la empatía, reduciendo la activación de la amígdala y favoreciendo la toma de decisiones racionales; desde el urbanismo, diseñar espacios que fomenten la convivencia, y desde la política pública, combatir la desigualdad y la exclusión.

La violencia en las calles no es solo un problema de delincuencia, sino de percepción del entorno. Si no reaccionamos en conjunto, corremos el riesgo de normalizar el miedo, perdiendo no solo espacios físicos, sino también valores esenciales como la confianza y la solidaridad.

Chile aún puede revertir esta tendencia, pero el desafío no es solo político, sino profundamente humano.

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