Por Viviana Larrea, directora de Alerce, La Otra música
Fines de los años 70, inicios de los 80, los comienzos de Alerce, La Otra Música, y el inmediato reconocimiento por parte de Ricardo García del valor cultural incalculable de la nueva trova cubana, y entre ellos de Pablo Milanés. La certeza de ese valor y un genuino interés por ofrecernos a los chilenos todas las emociones infinitas que ha significado acceder a sus canciones, dieron inicio a una extensa relación de trabajo. Una relación de trabajo, pero también una amistad, un vínculo cercano en lo artístico y en lo político. También en lo ético.
Y así, enredado entre tantas ramas, llegó a Chile la música, la voz y las canciones del querido Pablo, del gran Pablo Milanés.
El vínculo inicial fue con la casa discográfica Egrem (Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales cubana, perteneciente al Estado de Cuba), una alianza que se sostuvo por tanto tiempo y con quienes además hicimos tantas otras cosas.
En esos años, los 80, la censura y el miedo, pero también la valentía, eran experiencias cotidianas: la pregunta permanente de las consecuencias por publicar a un revolucionario cubano en Chile. Sin embargo, nada detuvo la voz clara y dulce de Pablo. Ahí estaban los amigos, las amigas, los cercanos y cercanas, que respaldaron este intento, con los que fuimos juntos a recorrer el camino de entrega de su arte sin igual: el casete pirateado, el original, por ahí , por acá, en una mochila, en un bolsillo, recorriendo Chile. Imposible olvidar.
Pablo Milanés, querido Pablo: crecimos con su música. Crecimos y no porque pasaron los años, sino porque nos enseñó desde su poesía que la vida no vale nada sino es para perecer, para que otros puedan tener lo que uno disfruta y ama (La vida no vale nada) o que es mejor llorar que traicionar (Hombre preso que mira a su hijo).
Y Pablo se fue quedando, sin estar; porque no vino a pisar estas calles mientras el dictador detentara el poder; se fue quedando en nuestras almas adoloridas de ese tiempo y por qué no, también de hoy.
No lo conocí personalmente, no tuve esa oportunidad, sin embargo, sé por las voces de tantos que fue un hombre de sonrisa y paz.
La de Pablo con Chile es una sólida y hermosa historia que pertenece ahora a nuestra memoria.