Por Ximena Risco, abogada y ex directora jurídica del Ministerio del Interior.
Las equívocas declaraciones emitidas por altas autoridades de gobierno en relación a los indultos abre un legítimo cuestionamiento sobre la coherencia que debe exigirse al Presidente, ministros y subsecretarios por las decisiones que toman, los actos que contienen esa decisión y lo que afirman respecto de estos. Nadie discute que los indultos son un resabio monárquico y hoy se exige fundarlos para morigerar la arbitrariedad que representan. Sin embargo, esa exigencia parece no haber permeado al mandatario y algunos miembros de su gabinete, quienes no mantienen una mínima línea entre lo que deciden (promesas de campaña), lo que firman (asunto formal) y lo que dicen (real motivo).
Piensan que pueden decir lo que quieran bajo el rótulo “político”, como si ese ámbito pudiera separarse de las reglas lógicas, constitucionales y legales a las que deben ajustarse, incluso al comunicar. Es una exigencia para estos beneficios mantener una explicación coherente y fundada, incluso si el acto se suscribe con firma delegada, figura que no exime de responsabilidad al delegante, equivalente al aforismo no mates al mensajero.
Se observa entonces una total incoherencia entre el “no indultaremos delincuentes” y los prontuarios de algunos indultados. Indultar a alguien en el convencimiento de su inocencia atenta contra la independencia del Poder Judicial, lo mismo que beneficiar a quien sostiene que fue condenado como resultado de un montaje, favorecer en contra de la opinión técnica, perdonar a quien atacaba a las fuerzas de orden y seguridad o las encontradas versiones sobre los antecedentes que se tuvieron a la vista a la hora de indultar. Por una errada estrategia procesal, estos vicios fueron conocidos por un Tribunal que validó una medida jurídicamente mal hecha y políticamente mal tratada.
El indulto es una poderosa herramienta, que debe ser utilizada con responsabilidad y fundamentos sólidos, sobre todo en una democracia moderna. Es hora de dejar la pretensión de un príncipe y empezar a ser un Presidente de la República.