Los estudiantes han vivido un período académico inusual. Más de cinco millones de preescolares, niños, adolescentes y jóvenes chilenos reemplazaron las salas de clase por pantallas y trabajo en casa, algo que los está marcando como generación, con sus respectivas consecuencias.
Los efectos ya se ven en los más pequeños. Gabriela García es madre de Maximiliano, un niño de dos años y medio que ha vivido la mitad de su vida encerrado, primero por el estallido social y ahora por la pandemia. “Es complicado, porque no puede ver a otros niños, no puede conocer lugares públicos como las plazas y parques”, dice.
Hasta ahora, Maximiliano no ha aprendido a hablar, lo que en su familia lo atribuyen al encierro. También es solitario, porque no ha aprendido a jugar con otros niños: solo tiene relaciones con otros adultos. “Eso le afecta, es solitario y le gusta que lo estén mirando mientras juega”, dice.
Este es un ejemplo de cómo la crisis sanitaria impacta en la vida de miles de familias, que intentan emular el jardín, el colegio o la universidad en sus casas, la mayoría de las veces en condiciones vulnerables.
Esto trae consigo consecuencias académicas, como la baja en el rendimiento esperado de los escolares. Según el Diagnóstico Integral de Aprendizajes, del Ministerio de Educación, en asignaturas como matemáticas, el logro de enseñanza llegó solo al 38% entre los jóvenes de segundo medio, siendo los últimos años de escolaridad los más dañados.
Pero los expertos coinciden en que lo más grave no son las pérdidas de aprendizajes, sino que el daño en el desarrollo personal y socioemocional. Será eso lo que marcará a esos cinco millones de chilenos. “Los contenidos son recuperables, pero aprender a compartir y a confiar en otros es más complejo”, dice María Victoria Peralta, premio nacional de Educación 2019 y académica de la Facultad de Educación de la Universidad Central. Los efectos son distintos según el tramo etario de niños y jóvenes, y las consecuencias también son variadas.
Preescolares dejaron de socializar y perdieron la confianza en sus pares
En 2020, Lucía, de cinco años, no alcanzó a asistir ningún día a su jardín infantil. Su madre, Verónica Concha, reconoce que esa ausencia la afectó. El jardín organizaba sus hábitos y horarios, pero todo eso se desordenó. “Vi un retroceso en su socialización, vivíamos solos y el jardín era la instancia donde ella era niña”, dice. Hoy nota a su hija más peleadora y “egoísta”.
Verónica intentó suplir esa falta dándole más contacto con la naturaleza. El establecimiento le envió actividades de apoyo, pero Lucía decía que quería ir al jardín y ver a las tías. Ahora tiene clases online y Verónica la acompaña por dos horas, donde le pasan dos asignaturas. “Pero ella no es capaz de estar la hora pendiente, se aburre”, dice. Es un curso de 20 niños y un día se aprendieron una poesía y todos la recitaron. Lucía se aburrió. “No quiere más, se para. El tema de la atención es muy complejo, es una lucha para que esté atentas”, comenta.
La socialización es un área muy necesaria para el desarrollo infantil, pero la pandemia, con la suspensión de clases presenciales y el aislamiento generalizado, la interrumpió. Y eso también se refleja en los diagnósticos que ha aplicado el Ministerio de Educación en los preescolares: el 60% de los niños y niñas está más irritable que antes, el 40% tiene menos tolerancia a la frustración y el 30% presenta problemas para dormir.
Valeria Cabello, académica de la Facultad de Educación del Departamento de Aprendizaje y Desarrollo UC, indica que entre el año y medio y el año y ocho meses de edad es muy necesario que los niños socialicen con sus pares. “Tener cerradas las plazas, no tener la responsabilidad de apertura de salas cuna puede traer impactos en el área socioafectiva”, sostiene.
Que los más pequeños se han visto afectados quedó claro en los meses en que se pudo salir. “Vimos niños con miedo a otros niños”, dice Cabello, pero hacer amistades temporales en una plaza, hasta atreverse a preguntar el nombre de otro niño “son aspectos importantes para construir sociedad y confiar en los demás, que ahora no tienen”.
Tener cerradas las plazas, no tener la responsabilidad de apertura de salas cuna puede traer impactos en el área socioafectiva. Hemos visto niños con miedo a otros niños.
Valeria Cabello, Facultad de Educación del Departamento de Aprendizaje y Desarrollo UC
Las clases online han sido una buena iniciativa de emergencia, pero no todos los alumnos se benefician de la misma manera. Aquellos de entornos socioeconómicos más pobres se quedan atrás, porque apenas pueden acceder a los dispositivos tecnológicos, explica Pedro Maldonado, director del Departamento de Neurociencia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile e investigador principal del BNI.
En esta etapa se desarrollan las partes más importantes del aprendizaje. “Normalmente ese proceso lo hemos tercerizado a las escuelas; no es que los padres no puedan hacerlo, pero hay inequidad en la contribución de los padres a la educación”, dice Maldonado. El jardín infantil en ese sentido es aporte en las familias más vulnerables.
Sin poder ir al colegio ni salir, pierden además las relaciones afectivas. Entre los cuatro y cinco años comienzan a hacer amigos permanentes, dice Cabello. La escolaridad permite la permanencia de las relaciones. “En clases online se ve únicamente a la profesora, escasamente hay interacciones entre pares y los niños son espectadores, pero no participantes”, detalla.
Al estar en casa también se afecta para muchos el estado nutricional, un aspecto clave para el neurodesarrollo de los niños. Maldonado explica que el cerebro necesita una buena nutrición y las escuelas en muchos ambientes son las que la proveen.
María Victoria Peralta, premio nacional de Educación 2019 y académica de la Facultad de Educación de la Universidad Central, explica que hay estudios que midieron el impacto de la pandemia en los preescolares, que revelan que tuvieron pérdidas socioemocionales y de vocabulario, lo que incide en su desarrollo cognitivo.
“Durante meses, el círculo social de los niños ha sido pequeño y eso complica su formación social. Me preocupa su estado socioemocional, que no es fácil de recuperar, sobre todo en niños que se están formando en ambientes muy pequeños, con temor, sin tener a sus amigos y primos, sin ver a su familia extendida. Posiblemente, son los que más necesitan apoyo”, afirma.
Falta de autonomía y de desarrollo afectivo en alumnos de educación básica
La enseñanza básica es la etapa en que los niños y niñas desarrollan habilidades cognitivas, al aprender a leer y a razonar, y a socializar con sus pares, lo que se vio truncado con el cierre de los colegios. Bien lo sabe María José Zepeda, madre de Martina (11 años/6° básico), que vio cómo su hija cambió con el encierro.
“Al principio sus cambios de ánimo fueron fuertes, pasaba de estar muy contenta a estar desganada. Se encerraba en la pieza, no quería comer, no quería hacer nada. Y ahora asimiló un poco el sistema de clases online y su estado de ánimo ha mejorado, comparte con nosotros, nos cuenta sus experiencias, sus frustraciones y nos plantea cosas. Pero echa de menos a sus amigos, anhela volver a clases”, dice.
Una situación similar vive Alejandra Muñoz, madre de Alicia (12 años/6° básico), quien notó cómo la falta de contacto con compañeros y profesores la afectó socioemocionalmente. “El año pasado decía que echaba de menos conversar con ellos, que le faltaba ese espacio en la sala”, dice.
Hoy ve que Alicia creció en altura, pero le falta autonomía. “En casa hay mucho control nuestro, de si hizo las tareas, si las entregó, pero la autonomía que tenía en el colegio se estancó”, explica. ¿Algo bueno del encierro? Alicia dice que le gusta almorzar en familia, no como lo hacía en el colegio. “El almuerzo es el espacio que antes no teníamos, lo que antes se hacía solo los fines de semana”, relata Alejandra.
En casa hay mucho control de parte nuestra, de si nuestra hija hizo las tareas, si las entregó..., pero la autonomía que tenía en el colegio se estancó, porque en la casa los adultos se hacen cargo de todo.
Alejandra Muñoz, madre de Alicia
María Victoria Peralta, premio nacional de Educación 2019, asegura que, en esta etapa de la vida, el encierro de la pandemia tiene un mayor impacto en la socialización y en la autonomía, y no tanto en la pérdida de aprendizajes. “Algunos contenidos los pueden aprender en cualquier momento, pero el aprender a compartir con otros, a confiar en otros, es más complejo”, dice.
Esto ocurre porque el juego es parte vital del desarrollo escolar. “Los niños a esta edad entienden que hay una pandemia, pero no comprenden cuán difícil es. Cuando los colegios volvieron a clases presenciales, los niños se juntaban con sus compañeros igual, no se podía evitar el contacto entre ellos. Enfrentan un doble problema, porque saben que no tienen que acercarse a otros (por el virus), pero las ganas de jugar son tan grandes que rompen esa regla”, explica.
Pedro Maldonado, director del Departamento de Neurociencia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, agrega que, neurobiológicamente, vivir el proceso de aprendizaje en una casa es menos rico de lo que sería en el colegio. El cerebro se mantiene bastante plástico incluso hasta la adolescencia, señala, por lo cual no habría pérdidas en la habilidad para aprender, “pero sí habría perdido tiempo y eso lo retrasa en sus habilidades cognitivas”.
Valeria Cabello, académica de la Facultad de Educación del Departamento de Aprendizaje y Desarrollo UC, explica que en el caso de los preadolescentes, aquellos que están en 7° y 8° básico, el principal conflicto es el de la falta de sociabilidad, porque en el colegio “emergen las relaciones afectivas de tipo sentimental, las primeras atracciones, de vincularse en relación uno a uno”.
Esa parte natural del desarrollo afectivo es la que permite después tener relaciones de intimidad. “En la escuela lloramos y nos ve el curso completo, se acercan los amigos y nos abrazan, se expresa el cariño entre pares, y eso ahora está trastocado por la pantalla”, señala Cabello.
Maldonado explica, por otro lado, que un niño “puede pasar más tiempo con los padres y fortalecer los lazos, lo que es un aprendizaje positivo, pero si hay un ambiente donde los padres tienen que salir obligadamente a trabajar, se pierde esa posibilidad, por eso las escuelas ayudan a enriquecer los ambientes empobrecidos”.
Y a eso se suma la pérdida académica ya constatada. Según el Diagnóstico Integral de Aprendizajes del Mineduc, aplicado a más de 350 mil niños, en 2020 los resultados bajaron, sobre todo a partir de 6° básico en adelante. Ese nivel tuvo solo 60% del logro esperado en Lectura y 56% en Matemática. En 7° básico el resultado fue similar. Los niños de 2° básico fueron los que tuvieron un mejor desempeño académico.
Habilidad social: el aprendizaje truncado en los adolescentes
Antonia Garrido (13 años) está en 1° medio y no extraña ir al colegio, pero sí a sus amistades. “Extraño a mis compañeros y las dinámicas, como las alianzas o esas cosas, más que lo académico. Mis amigas dicen lo mismo, que extrañan los recreos y los almuerzos juntas”, cuenta.
El agobio de las clases online bajó este año, admite Antonia. Su colegio ha tenido menos horas de clases y menos pruebas, y ve que se hacen esfuerzos para que la modalidad sea más normal. Le gustaría ver si sus compañeros han cambiado, pero nadie prende las cámaras en clases.
Su caso es también el de miles de adolescentes más, que están pasando por un momento clave de sus vidas, donde aprenden a conocerse y definen quiénes son en función de su entorno, lo que se ve vulnerado con el encierro obligatorio.
Pedro Maldonado, director del Departamento de Neurociencia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, explica que en esta edad las habilidades sociales son un aprendizaje, que no se adquiere a través de la pizarra, ni a través de clases online. “Las habilidades sociales no pueden ser reemplazadas y la deprivación impactará en un retraso en el momento en que se vuelva al ambiente normal”, afirma.
Extraño a mis compañeros y las dinámicas, como las alianzas. Mis amigas dicen lo mismo, extrañan los recreos.
Antonia Garrido, escolar de 13 años
Esto también deriva en problemas de rutina. Susana Silva, madre de Gabriel (15 años), dice que vio a su hijo agobiado y estresado durante el 2020. Lo presionaba para que cumpliera con el colegio, pero nada lo motivaba. “En las clases él estaba acostado con la cámara apagada y no quería hacer las actividades”, relata.
Ruth Arce, directora de Pedagogía en Educación Media de la Universidad Diego Portales, dice que la pérdida del grupo de amigos y del vínculo con sus profesores es lo que más afecta a los adolescentes. “Lo más complejo es el desarrollo de su personalidad, su identidad y características, muchas de las cuales se adquieren en contacto con sus pares”, explica.
También detecta una desorientación de los jóvenes respecto a lo que quieren para su futuro, sobre todo entre quienes están terminando la escolaridad. “Los jóvenes de 3° medio estaban en 1° medio cuando fue el estallido social y las protestas feministas; entonces, desde que se integraron a la enseñanza media que sus años han sido irregulares. Estos cursos han sido los más afectados y eso les impide tomar una buena decisión sobre qué estudiar”, advierte.
Otro aspecto que podría verse truncado es el desarrollo psicosexual. Alicia Cruzat, psicóloga infantil y académica de la Escuela de Psicología U. Mayor, explica que “en un escenario donde todas las necesidades de contacto social y emocional está interrumpidas, eso tiene un impacto en un desarrollo saludable de la exploración emocional y sexual”. Por ello, advierte que sería contraproducente, por ejemplo, limitar los contactos a través de redes sociales, porque ahora es la única vía por la cual los jóvenes pueden conectarse con sus pares.
¿Cómo abordar el problema? Cruzat dice que las familias deben aceptar que los jóvenes tengan espacios virtuales con amigos, ya que “es la única vía para desplegar todas las necesidades de encuentro con el otro y de encuentro consigo mismos”. De esta forma, por ejemplo, cree que es positivo que los niños participen en videojuegos en línea, pero con sus amigos y no de forma anónima.
Valeria Cabello, de la Facultad de Educación UC, aconseja acompañar sin presiones a los adolescentes. “En el futuro ellos no van a recordar qué aprendieron y qué no, sino que van a recordar cómo vivieron la pandemia. Démosles tiempo, contengamos su malestar, su irritabilidad. Es un contexto de emergencia que no se les puede exigir lo mismo, estamos todos afectados”, dice.
Según el Mineduc, más del 40% de los adolescentes chilenos dice haberse sentido mal genio muchas veces o todo el tiempo durante el año pasado. En 3° medio, el 60% dijo que tenía pocas ganas de hacer cosas, y el problema anímico afecta sobre todo a mujeres. En materia académica, la mitad de los jóvenes de media logró el aprendizaje esperado.
La educación superior incompleta
Sebastián Espinoza cursa primer año de Periodismo en la Universidad Finis Terrae y ha vivido la educación a distancia en sus dos versiones: el año pasado en el colegio y ahora en la educación superior. Y pese a que el mundo universitario puede resultar más desafiante, él dice que le ha sido fácil concentrarse en las clases online y adquirir conocimientos, “a pesar de no poder disfrutar de la experiencia universitaria completa”.
Sebastián afirma que esta modalidad no ha afectado su ánimo, pero extraña actividades cotidianas, como compartir con los amigos, andar en metro, ir al cine o disfrutar en compañía de su familia en el parque. “Pese a esto, mi estado de ánimo no se ha visto afectado, porque comprendo la importancia de quedarme en casa y adaptarme a la situación”, dice.
A diferencia de los adolescentes y niños, los jóvenes de la educación superior tienen una mayor capacidad reflexiva y entienden de mejor manera lo que ocurre con la crisis sanitaria. Sin embargo, también enfrentan problemas, sobre todo los que van en primer y segundo año, que aún no conocen una experiencia universitaria completa y probablemente no han hecho lazos de amistad como se hacían tradicionalmente.
Mi estado de ánimo no se ha visto afectado, porque comprendo la importancia de quedarme en casa.
Sebastián Espinoza, estudiante de Periodismo
Pierina Penna, directora de Asuntos Estudiantiles de la Universidad de Valparaíso e integrante de la Red de Fortalecimiento de la Vida Estudiantil de las universidades estatales, explica que las dos últimas generaciones que ingresaron a la educación superior “no tienen un espacio común para conversar con sus compañeros, un espacio de esparcimiento o una red de apoyo entre sus pares, y son estudiantes que ni siquiera han establecido una relación de amistad con sus compañeros”.
“Muchas veces, tampoco encienden la cámara en clases y eso disminuye la posibilidad de establecer contactos”, dice. Por ello, han trabajado en varios programas de acercamiento y diseño de plataformas que permitan reemplazar esa ausencia, al menos de forma transitoria.
Pablo Gaspar, psiquiatra de la Universidad de Chile e investigador del Instituto Milenio de Neurociencias Biomédicas (BNI) y del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICBM), explica que la privación de ciertas condiciones sociales que culturalmente tienen los adolescente y jóvenes en una vida prepandemia, como la relación directa con sus pares, el aprendizaje social, es un área carente que se transforma en un estrés psicosocial.
“Es una época de crisis, es como estar viviendo un periodo de guerra, las acciones que se toman hoy no son las que se toman en condiciones de no crisis, por eso hay que flexibilizar ciertas cosas para estar en situación de encierro más tranquila”, indica Gaspar.
Lo ideal, dice Gaspar, es que los jóvenes puedan hacer ejercicios dentro de la casa, mantener una alimentación estable, buena higiene de sueño, “no andar en pijama, que son señales que rompen con el ritual de cuál es la ropa del día, y en la noche el ritual de ponerse pijama es importante para dormir”.