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Cuando el Covid-19 está entre los tuyos

Dos enfermeros que han vivido el sacrificio del trabajo hospitalario durante la pandemia relatan lo que enfrentaron cuando familiares tuvieron que ser internados producto del coronavirus.

Jocelyn Muñoz junto a su madre.

Juan Ramírez (38) es enfermero en la UCI del Hospital Barros Luco. Se había distanciado de su padre, un trabajador de 66 años, con su mismo nombre, justamente para evitar el riesgo de contagio. Hasta que vio con preocupación algunos síntomas de decaimiento que se evidenciaban en las videollamadas que mantenían. Ese día, el 17 de noviembre del año pasado, le exigió ir al hospital a hacerse un examen PCR. “Estaba yo de turno, así que le dije que iba a ser más fácil hacerlo. Me comentó que no se sentía muy bien y yo lo noté mal, pero cuando llegó en la tarde al hospital estaba realmente mal, con ojos vidriosos, un rostro cansado y fiebre”.

Tras evaluarlo, decidieron internarlo en la UTI del recinto de San Miguel: “De inmediato comenzó a empeorar”, relata.

En una semana el estado de salud del padre solo empeoraba. Lo intubaron. “Ese fue el día más duro, porque pese a que no estaba bien, sí estaba consciente y asustado. Le expliqué en lo que consistía todo y lo que iba a pasar; él decidió intubarse, porque sabía que no estaba bien. Lloré, porque no sabía si lo iba a ver despertar”, recuerda el enfermero.

Juan Ramírez, enfermero. Foto: Mario Téllez Mario Tellez

La situación revivió antiguos fantasmas que cargaba desde hace más de una década, tras la muerte de su madre, por cáncer.

Esa vez yo llevaba muy poco tiempo en el hospital y me sentí de brazos cruzados, porque la enfermedad estaba muy avanzada y no quise involucrarme mucho. Ahora fue distinto, porque pude estar con él

Juan Ramírez, enfermero Hospital Barros Luco

El mes en que el enfermero debió lidiar con sus labores en el hospital y la estadía de su padre en el recinto, con pronóstico incierto, es algo que aún le cuesta describir. “Atendía a un paciente que estaba al lado de él. Y aprovechaba para hablarle y contarle sobre su estado de salud. Él despertó casi a las tres semanas de haberlo intubado, muy enojón. Se sacaba los implementos, el pulsómetro, para llamar la atención y forzar así que yo lo fuera a ver. Ahí se calmaba”.

Juan cuenta que el hospital no le asignó su padre como paciente y que él tampoco pidió tomarlo. “Hay un tema ético, no debes tener como paciente a un familiar”, dice.

Además de la constante observación del estado de su padre, Juan mantenía informadas a sus hermanas de lo que ocurría. No fue sencillo, admite, pues al conocer al dedillo la gravedad del diagnóstico, debía utilizar las palabras menos frontales para explicarles su evolución.

En Navidad, a un mes y una semana de internado, su padre recibió el alta. “Tratamos de que fuera antes, pero no se pudo. Su recuperación tras la intubación fue difícil”, dice.

Tras su estadía, Juan padre pasó a ser uno de los pacientes más queridos de la unidad. “Hasta el día de hoy me preguntan cómo está”, dice el hijo.

Una familia en la UCI

Jocelyn Muñoz (33), enfermera del Hospital de Urgencia Asistencia Pública (ex Posta Central), estaba preparada para lo peor. No era pesimismo, falta de esperanzas ni de fe. Era la experiencia: con lo que veía en los pacientes que trataba en la UCI de Covid podía comprender que el escenario para su padre, su madre y su hermano, todos contagiados e internados de gravedad en el Hospital El Carmen, no era el mejor ni el más optimista.

Todos en la familia Muñoz Jiménez trabajan en salud. El papá, Fernando (65), es un histórico paramédico del Samu de la Posta Central; la mamá, Ivonne (64), es también paramédica con más de 40 años de trayectoria, misma profesión que el hijo, Fernando (42). Por eso, desde que comenzó la crisis sanitaria estuvieron enfrentados cara a cara con el virus. Así, a finales de mayo, cuando comenzaba el colapso en las redes asistenciales, todos en el hogar se infectaron.

Y la crudeza del Covid-19 se expresó en ellos. “Primero me contagié yo, en el trabajo, pero no estuve tan grave. Luego, fue mi papá, un paciente en la ambulancia se lo pegó. Después se contagiaron también mi hija, mi mamá y mi hermano”, recuerda.

El 26 de mayo, los graves síntomas dejaron internado a su hermano en la UCI del recinto de Maipú, y el 2 de junio, a su padre y a su mamá. Algunas enfermedades de base que ambos padecían empujaron a que los intubaran a los pocos días. La madre tuvo mejor evolución y permaneció en la UTI.

Jocelyn Muñoz junto a su madre.

“Trabajé en la UCI de El Carmen y, por suerte, cuando internaron a mi hermano estaban de turno mis excompañeros, por lo que me ayudaron a conseguir la autorización para visitarlo a él y luego a mi papá”, confiesa. Estuvo tan devastada ante el escenario, que dejó de trabajar para dedicarse exclusivamente al cuidado de su familia, temiendo siempre lo peor: “Ya había incluso conversado con una funeraria. En caso de que pasara lo peor, iba a incinerar a mi familia”.

Sedados y respirando artificialmente, uno al lado del otro, padre e hijo lucharon por su recuperación. Y todos los días, aunque fuesen cinco minutos, ella iba a acompañarlos. “Fue fuerte, y ahora que lo pienso se me hace aún más. No sé cómo aguanté ni sigo aguantando. Pienso que bloqueé algo en mí para poder estar bien para ellos y darles la tranquilidad; mi hija (Valentina, de 17 años) fue lo que me ayudó a mí”, reconoce Jocelyn.

Pero todo salió bien. A mediados de julio se reencontraron todos nuevamente en casa. Y Jocelyn volvió a la UCI, a cuidar a otros.

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