El reloj marca las 19.00 de un caluroso jueves de marzo en el campamento “Nuevo Amanecer”, ubicado a metros de la Autopista del Sol, en Cerrillos.
Casi de manera sincronizada, las familias comienzan a poblar las más de 50 calles de la toma para llegar a sus hogares y descansar luego de una extensa jornada de trabajo: algunos de los vecinos pasan directo a los bazares de la comunidad a canjear monedas en juegos de máquinas; otros aprovechan la tarde para cambiar su cabello en alguna de las barberías del sector, mientras que otros se ubican en fila para asistir a una ceremonia haitiana que se celebra en una de las iglesias de la comunidad.
Todo sucede en simultáneo dentro de las 40 hectáreas que componen la toma, creada en 2019 por cientos de familias que usaron los retiros de los 10% de los fondos de AFP y que hoy sirve de barrio y hogar para cerca de 10 mil personas, de las cuales el 85% son migrantes.
Inés Fuentes (chilena, 55) forma parte de la toma. Luego de una vida arrendando un pequeño departamento por $ 200 mil en la Villa Oreste Plath, en 2019 vio en el sitio eriazo que cruzaba su calle una oportunidad para dejar de pagar arriendo y conseguir su hogar propio.
“Comencé ubicando palos y pedazos de tela sobre la tierra para marcar lo que sería mi pequeño espacio. La primera noche dormí en un palet y me conseguí una carpa para pasar la noche. Hoy, luego de dos años de ese día, pude construir mi casa con material firme; tengo un piso de cerámica y no de tierra, con un living, un baño, dormitorio y mi jardín lleno de plantas y un portón. Esta toma se ha convertido en nuestra miniciudad. No tenemos necesidad de salir de acá para ir a comprar, porque contamos con todo lo necesario para vivir”, relata.
Pero en Chile, hace 20 años, las tomas y los hogares de quienes habitaban en ellas distaban mucho de las características y comodidades que relata Inés.
Campamentos y pobreza
Los primeros asentamientos informales en Chile comenzaron a tomar notoriedad en 1950 y se regeneraron en los años 80. Con el crecimiento explosivo y producto del problema habitacional en Chile, las personas se fueron ubicando en territorios que no eran de gran interés al encontrarse a las afueras de la ciudad. Así predominó una ocupación de terrenos de carácter ilegal generado porque la oferta de compra y alquiler se vio sobrepasada por el aumento de la demanda producida por el centralismo y la llegada de migrantes que venían a vivir a la capital.
Así lo explica Sebastián Bowen, director ejecutivo de Déficit Cero: “Hace 30 años, los campamentos estaban muy asociados a un fenómeno de pobreza, y también se podía percibir que en los campamentos había un bajo nivel adquisitivo. En segundo lugar, estos estaban más asociados a una expectativa transitoria, es decir, las familias se instalaban en campamentos y se organizaban para desde ahí encontrar su solución habitacional”.
Debido a eso, no era extraño que las viviendas fuesen construidas con material ligero como nylon, madera e incluso planchas de lata ubicadas sobre terrenos eriazos sin acceso a agua potable ni luz.
Una realidad que Inés también llegó a conocer, pues pasó su infancia dentro de esos campamentos. Sus padres llegaron de Talca y también tuvieron que tomarse un paño alguna vez, a principios de los 80.
“Me crié entre cuatro paredes que se llovían en invierno. Mis papás tenían que sacar agua de un estero para beber; mi hogar de ahora no se compara al de esa época”, cuenta con cierta emoción.
Pía Palacios, directora del Centro de Estudios de Techo-Chile, sostiene que desde la organización también han evidenciado el cambio de configuración de los asentamientos.
“Ahora vemos campamentos de materialidad semiconsolidada y después con semiprecaria. Con semiconsolidada hablamos de viviendas que si bien tienen estructuras, les faltan terminaciones. Y con semiprecarias estamos haciendo alusión a una vivienda similar a la que es conocida como la mediagua (...). Y uno de los temas clave que ha ido evolucionando con los años es el tamaño de los campamentos. De acuerdo a los últimos catastros, se ha visto que tenemos en promedio 82 familias por campamento en todo Chile, cuando en el 2011 eran un poco más de 40. Además, muchos de los actuales tienen servicios (restoranes, peluquerías, negocios, etc.) al interior y eso es una configuración que tampoco se veía antes”, sostiene.
La “solución habitacional”
El catastro de Techo 2023 reveló una nueva alza de familias viviendo en campamentos, llegando a 113.887 hogares: un 39,5% más que en el periodo anterior (2020-2021). De ese total, un 45,7% se formó entre el 2010 al 2020 y un 14,6% entre el 2020 y la actualidad.
En cuanto a los motivos por los cuales las familias llegaron a los campamentos, el catastro muestra que en más del 70% de los campamentos, más de la mitad de las familias se vieron afectadas por el alto costo de los arriendos (74,8%), la necesidad de independencia (73,6%) y los bajos ingresos (72,5%).
Bowen ahonda en este último punto al recalcar que actualmente las tomas y campamentos son una de las últimas alternativas de las familias para conseguir una vivienda digna y formal. “Frente a eso es que las personas dejan de ver estas ocupaciones como transitorias y las piensan ya como un futuro de vida. Por eso no sorprende que estos espacios estén equipados, con calles y sus nombres, porque las personas ya ven este territorio como su hogar”.
No obstante, el profesional apunta a que las políticas estatales no han logrado subsanar la necesidad habitacional, provocando de cierta manera la proliferación de las tomas y de la idea de vivir en campamento.
“Chile cuenta con desafíos para evitar que las personas sigan llegando a los campamentos, generar mayores terrenos para la creación de viviendas, así como avanzar en una política habitacional como se ha pensado hoy desde el Minvu”, sostiene.