“Hablé por última vez con ella el lunes 22 o martes 23 de esa semana, y el jueves dejó de responderme. En el último mensaje que me mandó la Javi la noté un poco nerviosa, pero no me dijo nada que me alertara. Solo hablamos cosas triviales y a los tres días estaba muerta. No lo podía creer”.
Así recuerda Carla Santibáñez (19) el último contacto telefónico que tuvo con su tía, la ambientalista y guía turística Javiera Rojas Veas (42). Esta última fue hallada muerta al interior de un cité abandonado el pasado domingo 28 de noviembre, en la ciudad de Calama, Región de Antofagasta. Su deceso causó impacto no tan sólo entre familiares y amigos, también en la comunidad nortina de Cogotí, en la IV Región, donde algunos la recordaban como una conocida activista y luchadora social.
El cuerpo sin vida de la mujer fue encontrado con signos de haber sido torturada durante días. Presentaba golpes y tenía sus manos y tobillos atados. Quienes la vieron ese día no tuvieron dudas: había intervención de terceros.
De inmediato hubo quienes, sin esperar los resultados de las primeras pericias policiales -entre ellos varios políticos e incluso durante una intervención en el pleno de la Convención Constitucional-, se aventuraron a vincular su crimen con las causas medioambientales que Rojas perseguía en el norte del país. Sin embargo, la fiscalía y su propia familia descartan esta hipótesis y apuntan como el principal responsable de este femicidio a quien fuera durante los últimos meses su pareja, Jean Pierre Barrios Durán (29). Según vecinos, el “Romano”, así lo apodaban, estaba vinculado al tráfico de drogas y consumo de pasta base de cocaína. Vivía, literal, en la calle.
Este último fue formalizado el 2 de diciembre por el fiscal jefe de Calama, Cristián Aliaga, como principal inculpado de este asesinato. También se le imputó participación a un ciudadano venezolano: Miguel Lovi Sánchez (23), alias “El_Lucifer”. Fue éste quien delató a su amigo y dio las primeras pistas sobre el fatal destino de la mujer.
Días después de despedir a su tía, Santibáñez reflexiona: “Sabíamos que él no era bueno para la Javi, pero no podíamos prohibirle nada, era adulta y responsable de su vida. Nunca pensamos que esta persona no las arrebataría y de esta forma”.
Los últimos meses
Javiera Rojas Veas, o “Javi” como su familia y amigos la llamaban cariñosamente, se había ido a vivir a Calama cuando comenzó la pandemia, en marzo de 2020. Hasta ese momento, ella tenía domicilio en la localidad de Cogotí, ubicado en la Región de Coquimbo, a 19 km al norte de Combarbalá. En esa zona era reconocida por su activismo medioambiental y su amor por los animales. Sin embargo, cuando el Covid-19 llegó a Chile y comenzaron las restricciones de movimiento decidió ir a acompañar a su padre, quien se había enfermado. “Mi tía quiso ir a cuidarlo a Calama”, explica Santibáñez.
Fue en la cuna del Norte Grande y ya hacia fines del año pasado cuando la guía turística conoció a Jean Pierre Barrios. “Nunca nos comentó que tuvieran una relación amorosa, un pololeo serio, pero sí sabíamos que eran muy cercanos”, dice su sobrina. Fue en esa época, estando con esa compañía, cuando su familia notó un cambio radical en Rojas. Una de las cosas determinantes era que ella era muy preocupada por el resto y de un momento a otro dejó de comunicarse con sus parientes. También con sus amigos. “Un día de la nada me habla y yo le comento entonces esto a mis familiares y ahí me confidencian que mi tía estaba pasando por pésimos momentos”, relata Santibáñez. Pese a esta advertencia, recuerda la joven, y debido a la cercanía que tenía con su tía, una relación que muchos tildan de “madre e hija”, es que cree que el resto de sus parientes no quisieron entrar en detalles de la verdadera situación que apremiaba por esos días a Rojas.
Su último año de vida fue un calvario, relatan quienes la conocieron, y de eso quedó registro en el sistema penal del Poder Judicial. En enero de 2021 fue detenida dos veces por cometer el delito de hurto simple al interior de un supermercado Lider de Calama. Luego, en agosto fue formalizada por microtráfico de drogas. En ese momento a Javiera se le dictó la medida cautelar de prohibición de abandonar el país. Al mes siguiente volvió a enfrentar a la justicia, esta vez por tres hurtos simples, dos a tiendas comerciales y uno a un particular. A esto se sumaba un consumo problemático de drogas. Su familia le había perdido la pista, y no era extraño para ellos saber que se alojara en sitios abandonados como en el que se halló su cuerpo.
Malas juntas
Para la familia, el gran responsable de esta debacle en la vida de Javiera fue Barrios, quien, según aseguran, la obligaba a delinquir. Antes de conocerlo, Rojas nunca tuvo un lío judicial. “Javiera una vez me comentó que él le quitaba el teléfono y que les hablaba por chat a sus conocidos solicitándoles dinero. Lo que provocaba que después mi tía cambiara constantemente de número”, explicó Carla.
En junio pasado, la mujer intentó pedir un crédito de consumo. Como no contaba con los requisitos, como, por ejemplo, un trabajo estable: le solicitó ayuda a su padre, quien lo pidió. “Luego de que se llevó el préstamo las cosas se comenzaron a complicar. El dinero nunca apareció y el papá de Javiera se hizo cargo de la deuda”, explica su sobrina. Una de las hipótesis que se indaga es que el crimen haya sido motivado por este dinero. Al parecer, Javiera ya harta de Barrios no quiso entregarle la plata y este junto a “El Lucifer” la golpearon intentando que cediera y en medio de eso perdió la vida.
Tras conocerse su femicidio, el número 44 de este año, vino un segundo dolor para sus cercanos. Su deceso fue vinculado a la causa medioambiental. En efecto, hace 15 años, cuando Rojas perdió a su única hija, Florencia, se conectó más con la naturaleza y las demandas de la gente. Se involucró en la lucha contra los embalses y en Cogotí fue dirigenta, ya que en esa zona una de las principales problemáticas era la escasez de agua. Pero no hay ningún indicio o prueba que vincule su muerte a esta lucha que, además, había abandonado en el último año de su vida. “La muerte de la Javi no tiene ver con el activismo, el responsable es quien está preso y demandamos justicia”, remató la joven.
Bárbara Sepúlveda (PC), convencional que vinculó este crimen a un móvil por su rol como medioambientalista, mantuvo sus dichos. “En el mundo, las mujeres activistas son objeto de violencia de género y muchas veces asesinadas. Esto al menos se vislumbraba como ‘feminicidio’, aunque no olvidamos que lo de Macarena Valdés se investigó cómo suicidio”, apuntó