“En 2023, la conversación nacional pasó de ser ‘cuán caro es comprar una casa’ a ‘cuán difícil es encontrar siquiera un lugar para vivir’”. Con esas palabras, la BBC resumió gran parte del problema que los australianos han venido viviendo, como en muchos países en el mundo, en los últimos años.
La diferencia es que, por algún motivo, el país oceánico se había mantenido “fuera del rango” de las crisis económicas, llegando a ser una de las naciones más ricas del mundo y venderse en el mundo anglófobo como un “país con suerte” (The Lucky Country). Según los expertos, la industria inmobiliaria ha visto una mezcla de factores que han mandado por los cielos los arriendo en el país: una migración récord, el rápido aumento de las tasas de interés y los retrasos en la construcción.
Pero la crisis es el resultado de “50 años de fracaso de las políticas gubernamentales, financiarización y codicia”, escribió el periodista financiero Alan Kohler en un reciente análisis para Quarterly Essay sobre las ventajas que tenía la industria inmobiliaria, en un país que incentivó la venta y compra de casas por sobre la habitación de éstas.
Durante casi tres décadas, Australia parece haber tenido un comodín que le permitió salir indemne da la burbuja de las puntocom y de la crisis económica global de 2008, sin pasar por ninguna recesión y con ciudadanos ganando salarios altos con arriendos accesibles. Ese milagro, sin embargo, se terminó en 2020, cuando la pandemia del Covid-19 trajo una recesión en el país oceánico.
Cuatro años después, Australia no ha podido librarse de esta crisis, con un alto costo de vida (el precio del pan ha aumentado un 24% desde 2021), un mercado laboral turbulento y una creciente desigualdad. Estos problemas no son autóctonos de Australia, pero resultan particularmente dolorosos en un país que siempre se vio a sí mismo como “afortunado”.
Una nación rica, con un montón de recursos naturales y una estabilidad como pocas en el mundo, ha visto como la calidad de vida de sus residentes ha ido bajando estos últimos cuatro años. Y muchos jóvenes australianos se enfrentan a una realidad que sus antepasados nunca imaginaron: que estarán en peor situación que sus padres o abuelos.
La pandemia marcó el comienzo de una inflación vertiginosa, que desde entonces se ha suavizado, aunque relativamente alta, en un 3,4%. Los arriendos en algunos vecindarios de Melbourne han aumentado casi un 50%, y la accesibilidad del alquiler está en su nivel más bajo en al menos 17 años.
Hoy, más que nunca, la riqueza de Australia está distribuida de manera desigual, a medida que la nación se une a las filas de otras que enfrentan una creciente desigualdad y tensiones económicas y generacionales. El Índice de Bienestar de la Unidad Australiana indica que la “satisfacción con la vida” está más baja que nunca, y la investigadora principal del índice, Kate Lycett, aseguró al New York Times: “Hay un gran número de personas que luchan por llegar a fin de mes”.
Michael Fotheringham, director del Instituto Australiano de Investigación Urbana y de Vivienda, aseguró a la BBC: “Casi todo lo que podía salir mal en el mercado inmobiliario australiano salió mal. Lo único que podría hacer la situación peor es que los bancos comiencen a colapsar”.
La base de esto es que comprar una casa es astronómicamente caro: la propiedad promedio cuesta ahora alrededor de nueve veces el ingreso de un hogar común, el triple de lo que costaba hace 25 años. Esto es particularmente grave para las tres cuartas partes de australianos que viven en las grandes ciudades. Sydney, por ejemplo, es la segunda ciudad menos asequible del mundo para comprar una propiedad, solo superada por Hong Kong, según la encuesta de Asequibilidad de la Vivienda de Demographia International de 2023.
De este modo, al final, solo personas que heredan algún tipo de riqueza familiar pueden llegar a comprar casas. El año pasado, uno de los líderes del más grande banco australiano, ANZ, llegó a decir que los créditos hipotecarios se habían vuelto una forma de “preservar a los ricos”.
A pesar de esto, hay quienes se benefician de esta continua alza en los arriendos: el nivel de propiedad de vivienda en todo el país se ha mantenido en general alrededor de dos tercios, aunque disminuye drásticamente entre la gente joven.
Eso es difícil de digerir, comenta Chelsea Hickman de 28 años a la BBC, especialmente teniendo en cuenta que un tercio de los propietarios de viviendas poseen una propiedad distinta a aquella en la que viven. “Entiendo que la gente dice: ‘Bueno, trabajé duro para conseguir estos millones de casas’ y bla, bla, bla, y yo digo: ‘Está bien, bien por ti. Yo también trabajo duro y solo quiero una casa’”, comentó la entrevistada.
Por su parte, Hayley Van Ree, de Melbourne, señaló a la cadena británica: “Amigos con padres que tienen una propiedad tienen esta especie de mórbida certeza, que es que cuando sus padres mueran, ellos recién van a poder estar bien. Lo odio, pero también es mi realidad”.
A pesar de ser un país rico, la inflación ha hecho que muchos australianos dependan de los “Bancos de Alimentos, con titulares de hipotecas que luchan por mantenerse a flote. Muchas personas están consiguiendo trabajos adicionales, y muchos jubilados se han visto obligados a volver a trabajar”, apunta la BBC. La crisis está llevando a la gente a vivir sin hogar o en condiciones de hacinamiento. La demanda de apoyo a la vivienda es tan alta que algunas organizaciones benéficas dicen que han estado repartiendo tiendas de campaña.
El New York Times visitó uno de los bancos de alimentos australianos, en una iglesia en Richmond, un vecindario de Melbourne. El banco de alimentos ayuda a más de 100 hogares y la demanda ha aumentado considerablemente en los últimos seis meses, les comentó Francis Flood, el coordinador del lugar.
“Hemos visto a mucha gente que trabaja, pero no pueden llegar a fin de mes. Definitivamente estamos ayudando a personas que, si las vieras en la calle, no pensarías que estarían usando un banco de alimentos”, dijo.