¿Por qué darle viagra a un hámster? Tiene una explicación, como todo. “Una de las preguntas de laboratorio es qué le dice la luz al reloj biológico. El reloj biológico es como si tuviéramos un reloj pulsera que se atrasa un poco todos los días. Por lo tanto, dentro de un par de semanas ya no nos sirve para nada, hay que ponerlo en orden. Y quien pone en orden nuestro reloj biológico es sobre todo la luz”, comenta Diego Golombek. “Entonces la pregunta es cómo lo pone a la hora, qué hace, ¿prende algo? ¿hace que entre algo, que salga algo? ¿activa un gen? ¿modifica una proteína? En ese camino nosotros encontramos una vía que era necesaria para que la luz hablara con el reloj biológico. Parte de esa vía era la actividad de una enzima, de una herramienta dentro de las células. Nos preguntamos: si lográramos que esa herramienta funcione más rápido ¿será que el reloj se va a sincronizar más rápidamente? Y resultó que para hacer que esa herramienta anduviera más rápido, podemos utilizar un principio activo que se denomina sildenafil, que es la base del viagra. La primera pregunta fue ¿Tenemos que darle viagra a los animales?”
La respuesta del equipo de investigadores fue afirmativa. “La segunda pregunta fue quién lo iba a comprar a la farmacia”, bromea Golombek.
Diego Golombek es, como podrá deducirse de esta introducción, cronobiólogo. Estudia cómo los organismos vivos coordinan su biología con los ciclos del día y la noche. Ciclo circadiano, reloj biológico, todo eso. “Es muy reconocido internacionalmente”, explica el investigador chileno Luis Larrondo, académico de la Universidad Católica y director del Instituto Milenio de Biología Integrativa. “Ha hecho esfuerzos notables en caracterizar ritmos circadianos en modelos biológicos de relevancia experimental”, agrega. Y eso nos lleva de vuelta al hámster y al viagra.
El experimento fue un éxito: comprobaron su hipótesis, publicaron el estudio, “permitieron dilucidar el rol del óxido nítrico en la respuesta a la luz”, en palabras de Larrondo. Golombek resume el éxito de otra manera: “Salimos en Playboy, nos hicimos famosos”. Y lo más importante, Golombek y su equipo ganaron un IgNobel, premio que desde 1991 un grupo de investigadores asociados en los Annals of Improbable Research entregan año a año a los trabajos que “primero hacen reír a la gente y luego la hacen pensar”, como reza su declaración. Y eso para Golombek fue especialmente importante, porque tanto como la relación del tiempo con nuestra biología le interesa la relación de la sociedad con la ciencia. El IgNobel, entonces, era una cumbre en ambos mundos. “Es extraordinario porque es cuando la ciencia se ríe de sí misma. Hay premios Nobel, Nobel de verdad, que van allá a reírse de sí mismos. Ganarlo fue algo maravilloso”.
Libros que ladran
Nacido y criado en Buenos Aires, Golombek empezó a trabajar a los 15 años lejos de un laboratorio y muy cerca de la cancha. Después de ver un aviso de empleo, entró a trabajar como periodista en un diario cubriendo deportes (“así de insensatos fueron”, bromea). Luego cubrió temas culturales, y cuando llegó el momento de entrar a la universidad optó por la biología. De modo que siempre miró por el microscopio pensando en contar historias, y desde entonces ha vivido en ambos mundos. Golombek no sólo cuenta muy bien las historias científicas; también se ha dedicado a contagiar esa pasión y a crear espacios para que más investigadores hagan lo mismo. En 2002 lanzó una serie de libros al alero de la editorial Siglo XXI, en una colección llamada Ciencia que ladra y que hoy, con más de 80 publicaciones, es reconocida como un sello imprescindible en la divulgación de ciencia.
Su misión declarada es “asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión”. “Lo que hizo Diego por la escritura de no ficción científica tiene un valor incalculable”, comenta el físico y escritor chileno Andrés Gomberoff. “Con la creación de la serie Ciencia que ladra generó un puente virtuoso entre el mundo editorial y el científico, posibilitando un enorme flujo de libros con un estilo único y reconocible”, agrega Gomberoff. “Grandes clásicos de la no ficción científica en castellano nacieron en ese semillero”.
Golombek ha publicado una decena de libros, entre los que se cuentan títulos como El parrillero científico, La ciencia es eso que nos pasa cuando estamos ocupados haciendo otra cosa, Demoliendo papers , Sexo, drogas y biología (y un poco de rock and roll), Neurociencias para Presidentes y Las neuronas de dios, este último publicado originalmente en 2014 y reeditado este año.
Es este último título el que lo trae a Concepción el próximo fin de semana, para participar en la primera versión del Festival Puerto de Ideas Biobío. En Las neuronas de dios, Golombek se lanza a indagar en el cerebro humano y en nuestros genes para buscar las respuestas a una pregunta básica ¿Por qué creen los que creen?
Neurodios y neurotodo
Cuenta Golombek que entre la primera y la última edición de Las neuronas de dios recibió muchos mensajes de gente, sobre todo creyente, que sintió interpelada. Pero nadie se ofendió. Lejos de querer militar en la refriega entre ateístas y religiosos, Golombek buscaba simplemente entender la religión desde la ciencia. “Ciencia de la religión, no ciencia contra la religión”, resume él. “Hablamos de una neurociencia de la religión, bajo la premisa de que Dios tiene mucho que ver con el funcionamiento de nuestro cerebro. La pregunta entonces se transforma en por qué nosotros –nuestros cerebros– no podemos librarnos de las nociones de religión y de Dios”, escribe en la introducción. “Podemos adelantar dos hipótesis posibles”, sigue. “1. Porque Dios está en todos lados y así lo quiso; 2. Porque hay algo del cableado de nuestros cerebro que mantiene la idea de religión firme junto al pueblo”.
Por supuesto, Golombek da cuenta de la explicación evolutiva sobre la necesidad humana de creer en algo superior para explicarse el mundo, para rodearse de certezas y para favorecer un comportamiento social que favorece la supervivencia. Pero, explica en esta entrevista, no es suficiente. “Me parece que con cabeza de biólogo uno no puede quedarse satisfecho con la explicación puramente cultural, y tal vez deba ir a buscar alguna evidencia biológica, genética, neurológica. Y eso es lo que voy buscando como antecedente para el libro, y hablando con investigadores que se dedican a este tipo de cuestiones”, comenta. Y si bien, por supuesto no hay evidencias causales, las evidencias correlacionales son bastante fuertes. O sea cuando una persona está en un trance místico, cuando una persona está rezando, cuando una persona está cantando en grupo, o cuando está bailando como los derviches que giran sin parar para encontrarse con Dios, o cuando una persona está meditando... algo sucede en el cerebro. Se activan determinadas áreas que tienen que ver con bajar la ansiedad, con un cierto foco de atención, que tienen que ver con otras cuestiones que claramente cambian la modalidad cerebral. ¿Qué viene primero? ¿Venimos de fábrica con esa capacidad cerebral? ¿o viene primero lo de afuera, los rituales, etcétera? No tenemos respuesta porque no tenemos experimentos, casi, para ello. No tenemos muchos ejemplos de gemelos, clones, uno de los cuales haya sido separado al nacer, y podamos ver su religiosidad. Hay unos pocos, y podemos ver que el porcentaje de religiosidad heredado, con estos estudios de gemelos, es alrededor de un 40%. O sea es menos que el azar. Si fuera de más del 50% un genetista diría: hay algo genético ahí que es importante. Con menos del 50% no podemos decir demasiado”.
Todo lo que diga “neuro” se vende muy bien y por lo tanto está lleno de charlatanes vendiendo algo “neuro”. ¿Cómo se plantea frente a eso como divulgador y científico?
Das completamente en el clavo. Si hace unos 20 o 30 años para seducir personas te ibas a algún lugar bailable y hablabas de “psi”, ahora te vas a Starbucks y hablas de “neuro”. Neuro todo, neurofútbol, neurohelado, el “neuro” es un prefijo que ha crecido demasiado, posiblemente, en las últimas décadas, con un amplio espacio para la neurocharlatanería. Pero por qué es eso: porque hay una visión de que nuestra personalidad, nuestro estado de ánimo, nuestras decisiones, nuestra memoria, tienen todo que ver con el sistema nervioso; en un aspecto, nuestro sistema nervioso central, el cerebro, la corteza cerebral en particular, somos un poco nosotros. Por supuesto, también somos la relación con el ambiente, ni qué hablar del resto del cuerpo. Pero la preponderancia del cerebro en esto es indudable. De ahí que mucho del conocimiento neurocientífico, y posiblemente en las últimas décadas hemos aprendido más sobre el cerebro que en toda la historia de la humanidad, es muy posible que parte de ese conocimiento neurocientífico tan atractivo derrame hacia la comunicación más pública, popular. Y ahí uno pierde un poco el control: ahí ya no hay referato, no hay controles por pares, evaluaciones, etcétera. Es atractivo. ¿Y quién va a ir a discutir eso? Ahí quienes trabajamos en neurociencias tenemos que ir a decir con total humildad: mira, estos son los límites: hasta acá sabemos, hasta acá hay experimentos, hasta acá unos nos dan una noción de causalidad, que son los menos, y con los otros describimos fenómenos del cerebro. Y por supuesto lo que nos importa es tratar de entender al cerebro cuando anda mal, cuando hay alguna patología, cuando hay una enfermedad neurodegenerativa, un trastorno de los sentidos o motor, ahí es donde obviamente conducen las investigaciones para mejorar la calidad de vida de la gente. Así que es muy importante hablar del cerebro dentro de los límites de lo que podemos llegar a conocer.
Diego Golombek se presentará en Puerto de Ideas Biobío el sábado 27 de agosto a las 12.00 en el Auditorio de la Universidad de Concepción