En los meses posteriores al 11 de septiembre de 2001, los estadounidenses evitaron viajar en avión. El porcentaje de pasajeros en vuelos domésticos cayó cerca de un 20% -y un 45% los de vuelos internacionales. En su lugar, prefirieron desplazarse por carretera -elevando de paso en casi 400 las víctimas por accidentes en las rutas en los tres meses posteriores a los atentados, en comparación a igual periodo del año anterior. La facilidad con que los autores de los atentados se embarcaron con armas blancas en los vuelos secuestrados y tomaron control de los aviones aumentó el temor de que los hechos se repitieran. El pánico lanzó a los estadounidenses a las carreteras y gatilló la más profunda transformación en la seguridad aérea en décadas.
Como recuerda Janet Bednarek, profesora de Historia de la Universidad de Dayton, “en los 90 podía dejar mi casa a las 17.15, conducir cerca de 100 kilómetros hasta el aeropuerto de Columbus durante la hora punta, estacionar mi auto e igual llegar con tiempo para un vuelo que partía a las 19.30”. Hoy sería imposible. Las aerolíneas piden llegar con tres horas de antelación al aeropuerto en caso de vuelos internacionales y los controles de seguridad se reforzaron. Se prohíbe llevar todo tipo de instrumentos punzantes en cabina, e incluso los líquidos se restringieron. En los días posteriores a los atentados, quien viajó en avión descubrió que los viejos cuchillos y tenedores metálicos que se entregaban con la comida, habían sido reemplazados por servicios de plástico.
Pero no sólo cambió el transporte aéreo. Los analistas, aseguraban que el mundo había cambiado para siempre. “Un mundo nuevo”, tituló el diario argentino Página 12 el día después de los atentados y la revista británica The Economist no se quedó corta. “El día que el mundo cambió” se leía en su portada de la edición del 15 de septiembre, la primera tras los ataques. El filósofo británico John Gray predijo el “fin de la era de la globalización” y Francis Fukuyama aseguró que el “tecno-libertarianismo” de los 90 había acabado y resurgirían los Estados Nación. “Los tiempos de los rápidos flujos de dinero, bienes y servicios a través de las fronteras parecen haber acabado”, escribió Jessica Tuchman Matthews en un artículo en el Carnegie Endowment for Peace.
La tesis de “El fin de la historia” de Francis Fukuyama, que había primado en el debate de la política internacional de los últimos años fue bruscamente reemplazada por otro texto, que se convirtió en el referente de la nueva época: El Choque de Civilizaciones de Samuel Huntington. En un artículo publicado en 1993, que precedió la publicación de su libro, Huntington escribía que “la política mundial está entrando en una nueva fase y los intelectuales han hecho proliferar visiones de cómo será: el fin de la historia, el retorno de las tradicionales rivalidades entre Estados Nación y su declinar (…) Pero ellos fallan en un aspecto crucial. En mi hipótesis (…) la fuente dominante de conflicto será cultural (…) El choque de civilizaciones caracterizará las batallas del futuro”.
En los pasillos del Pentágono los neoconservadores que habían llegado al poder con George W. Bush reforzaron su poder y, con el vicepresidente Dick Cheney a la cabeza, impulsaron luego la invasión a Irak. Estados Unidos, según el historiador Niall Ferguson, se erigía como el nuevo poder imperial. Y el columnista del Financial Times Phillip Stephens recordó hace unos años haber escuchado entonces a un alto oficial del Estados Unidos “explicar cómo la invasión a Irak establecería las nuevas reglas del juego internacional” y cómo “con o sin aliados, EE.UU. vengaría el derribo de las torres gemelas”. “Esta es la era de una sola superpotencia”, aseguraba el oficial. La conclusión de Stephens fue categórica: “presenciamos la destrucción del orden multilateral”.
Dos décadas después del derrumbe de las Torres Gemelas, sin embargo, la pregunta que ronda en el ambiente es: ¿Cuánto realmente cambió el mundo después del 11 de septiembre? Y ¿cuánto de la nueva realidad se explica por los sucesos de ese día? Para el filósofo John Gray, “una de las cosas irónicas que surge tras la catástrofe afgana es que estamos de vuelta donde estábamos hace 20 años tras el 11/S, que fue sin duda un evento traumático que nos llevó adonde estamos hoy”. “Pero”, apunta el autor de Al Qaeda y que significa ser modernos a La Tercera, “la gran diferencia, o una de las grandes diferencias es que EE.UU. hoy es más débil de lo que era entonces y China es más fuerte”. La anunciada hegemonía de Estados Unidos estuvo lejos de concretarse.
Para Gray, además, “el mundo no ha sido capaz todavía de solucionar el problema de la radicalización religiosa que lleva al terrorismo y en parte no lo ha solucionado porque una de las características del paradigma liberal del siglo XX era que el mundo se volvería cada vez más secular”. Según él, ese fue el error de Fukuyama. “En 1989 dije que no estábamos frente al fin de la historia sino del liberalismo, porque lo que descubriríamos cuando terminara la lucha entre comunismo y liberalismo, es que viejas fuerzas, como el fundamentalismo religioso serían liberadas y se volverán la materia de los conflictos humanos y eso fue lo que pasó. Y seguimos ahí. Una de las cosas que no se han resuelto es como contener el terrorismo”, sostiene el filósofo.
La guerra contra el terrorismo
George W. Bush lo anunció el 16 de septiembre de 2001. Estados Unidos iniciaba la guerra contra el terrorismo. Los atentados crearon un nuevo tipo de conflicto. Ya no una guerra entre Estados, sino un conflicto contra organizaciones paraestatales, que podían estar infiltradas en cualquier lugar y llevar a cabo ataques imprevistos con armas inesperadas, como aviones secuestrados o zapatillas con explosivos -como sucedió en diciembre de 2001 en Estados Unidos con Richard Reid, quien fue detenido antes de actuar. Se reforzó la seguridad y los organismos de inteligencia. Nació el Departamento de Seguridad Nacional y se elevaron las exigencias en los aeropuertos. Muchos temían el inicio de “una era de ataques terroristas masivos”. Creció el miedo.
Según Chris Allen, profesor asociado de estudios de odio de la Universidad de Leicester y autor de Islamophobia, el terrorismo “instaló en las sociedades occidentales la sensación de que “Occidente” se enfrentaba a poderosas fuerzas destructivas que amenazaban su propia existencia: un temor que posteriormente se ha aprovechado y utilizado para justificar y explicar diversas iniciativas sociales, políticas, económicas y/o militares”. Además, asegura el experto británico, alimentó y normalizó la idea del “enemigo musulmán” y justificó “la necesidad de adoptar medidas antiterroristas cada vez más intrusivas que han ido securitizando las sociedades occidentales al tiempo que han ido recortando los derechos y las libertades humanas y civiles”.
Lo anterior se suma, según Allen, al hecho “que la distancia entre el mundo musulmán y Occidente aumentó en los últimos veinte años”. “Como mostró mi investigación para el Observatorio Europeo del Racismo y la Xenofobia (EUMC), los ataques del 11 de septiembre catalizaron una ola de violencia y odio contra las comunidades musulmanas en toda Europa”. Y según él, “no solo los nuevos ataques terroristas perpetrados por musulmanes en los últimos años han visto olas similares de violencia y odio, sino que también la violencia y el odio contra los musulmanes se han vuelto cada vez más incuestionables”. Para Allen, “al conceder permiso para odiar, el 11 de septiembre permitió la islamofobia”, profundizando la brecha cultural entre oriente y occidente.
Pero pese al temor al terrorismo, el hecho es que en los cinco años posteriores a los atentados del 11/9, los ataques no aumentaron. Si en 2001 se registraron 1.906 atentados, en 2005 llegaron a 2.017 -y de ellos un tercio fue en Irak y Afganistán. En ese periodo los organismos de inteligencia de Estados Unidos y los principales países europeos aseguraron haber impedido decenas de ataques. El mayor atentado de ese periodo se registró en el terminal ferroviario de Atocha en Madrid, atribuido a una célula de Al Qaeda. Sólo después de 2010 y en especial tras el ascenso del Estado Islámico, producido tras el retiro de Estados Unidos en Irak, los atentados aumentaron. En 2014, en el peak de la amenaza del EI se contabilizaron 16.903 ataques, según Our world in Data.
“El mundo cambió mucho más después de 11 de septiembre por la sobrerreacción de Estados Unidos que por los ataques mismos”
Moisés Naím, miembro senior del Carnegie Endowment for International Peace
Si bien Al Qaeda está lejos de ser hoy lo que fue en 2001, como escribió Bruce Hoffman, experto en terrorismo del Council of Foreign Relations, y su líder fue abatido en 2011 en Pakistán, “la ideología y motivación que expuso Al Qaeda está hoy más fuerte que nunca; hoy hay cuatro veces más grupos terroristas salafistas designados por el Departamento de Estado de Estados Unidos como organizaciones terroristas que las que había el 11/S”. Pero si bien el peligro del islamismo radical sigue presente, el tipo de amenaza terrorista que enfrenta hoy EE.UU., apunta Hoffman es muy distinta y pasó de una amenaza principalmente externa a una interna, como lo demostró el asalto al Capitolio en enero pasado, a causa de los grupos supremacistas blancos.
“Al Qaeda nunca más atacó territorio estadounidense, y Bin Laden, su líder, fue perseguido y asesinado en una misión secreta asombrosamente exitosa una década después de los ataques”, apunta el periodista Garret M. Graff, autor de Una historia oral del 11/S en un reciente artículo en The Atlantic. Pero, agrega, “la Guerra contra el Terrorismo debilitó a la nación, dejando a los estadounidenses más asustados, menos libres, más comprometidos moralmente y más solos en el mundo”. Según él, “un día que inicialmente creó un sentimiento de unidad sin precedentes entre los estadounidenses se convirtió en el telón de fondo de una polarización política cada vez mayor”.
Para Moisés Naím, “el mundo cambió mucho más después del 11 de septiembre de 2001 por la sobrerreacción de Estados Unidos que por los ataques mismos”. Según él, “esos atentados costaron a Al Qaeda 500 mil dólares y produjeron la muerte de 2.977 inocentes”. En cambio, “la reacción de Estados Unidos costó más de dos mil millones de millones dólares, dos décadas de guerra y centenares de miles de muertos en varios países”, sostiene a La Tercera. “No hay duda que el 11 de septiembre tuvo consecuencias importantes”, pero, agrega, “el impacto económico de la pandemia está siendo mucho más grave y global que el 11/S y las crecientes catástrofes causadas por el cambio climático tendrá mucho más impacto que el terrorismo islámico”.
Como escribió Fareed Zakaria en una reciente columna, “para Estados Unidos, hay una gran lección que sacar” de lo sucedido hace 20 años: “mantén la calma”. “En los meses posteriores al 11 de septiembre, nos entró el pánico, sacrificamos las libertades en casa y libramos la guerra en el extranjero, aterrorizados de ser derrotados por este nuevo enemigo”, escribe. Por eso, es necesario aprender “a dimensionar correctamente a nuestros adversarios”. “El 11 de septiembre, el mundo estaba en paz y Estados Unidos dominaba ese mundo como un coloso. Y tenía un amplio superávit fiscal”. Diez años después, Estados Unidos estaba “en guerra en todo el mundo; tenía un déficit de 1,5 billones de dólares y China era la segunda economía más grande del mundo”.
El autor de The Post American World compara lo sucedido con el imperio británico. “Hoy pocas personas recuerdan de qué se trató la Guerra de los Bóers. Pero lo que sí saben es que, en esa época, los albores del siglo XX, Gran Bretaña gastó gran parte de sus recursos y, lo que es más importante, su atención, en vigilar el mundo y enviar sus tropas a África y ... Afganistán e Irak. Pero Gran Bretaña olvidó que la verdadera amenaza a su poder provenía del ascenso económico de Alemania y Estados Unidos, que estaban desafiando su supremacía industrial”. Hoy, la principal amenaza para el futuro de EEUU no es Al Qaeda, sino China, advierte Zakaria. Aunque, según apunta Naím, aún “es prematuro caracterizar a Estados Unidos como una potencia en declive”.
“La decisión de invadir Afganistán e Irak aumentó la presión contra la idea de que Estados Unidos actuara como policía global y fue uno de los factores del comienzo del G Zero, un mundo con ausencia de liderazgo global.”
Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group
Una posición que comparte el presidente de Eurasia Group, Ian Bremmer, quien si bien reconoce que “Estados Unidos es hoy la más dividida políticamente e incluso disfuncional de las principales democracias avanzadas del mundo”, su poder “militar, tecnológico y económico, sigue siendo robusto y preeminente”. Ello no quita, sin embargo, que hoy enfrente un escenario mucho más complejo a nivel mundial. “La decisión de invadir Afganistán e Irak aumentó la presión contra la idea de que Estados Unidos actuara como policía global y fue uno de los varios factores que marcaron el comienzo del G Zero, un mundo con ausencia de liderazgo global”, dice a La Tercera. Además, la guerra contra el terrorismo “fue una distracción” que favoreció el ascenso de China.