Cae la noche en una propiedad rural de la localidad de Confresa, en el occidental estado brasileño de Mato Grosso. Rafael Silva de Oliveira y Benedito Cardoso dos Santos han terminado una dura jornada laboral en la empresa maderera donde ambos trabajan y se disponen a descansar, mientras la noche alivia las altas temperaturas que se registran durante el día en una región de pantanos, selvas y agronegocio.
Deciden hablar de política, y la tensión se eleva. Rafael es un ferviente seguidor del Presidente Jair Bolsonaro, mientras que Benedito defiende con pasión al exmandatario izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, de 76 años. Pronto el termómetro estalla y comienzan los golpes hasta que, en un momento dado, Rafael apuñala en el cuello a su compañero de trabajo, antes de rematarlo con un machete.
El hecho tuvo lugar el pasado 9 de septiembre, y no ha sido aislado. En julio tuvo lugar un suceso similar en Iguazú, en el que resultó asesinado un partidario de Lula, y el sábado de la pasada semana una discusión en un bar terminó en el homicidio de un seguidor de Bolsonaro por parte, según las investigaciones preliminares, de un defensor de Lula.
Las muertes por violencia política son sólo la punta del iceberg de la polarización política que se vive en Brasil en torno a las dos principales figuras políticas del país, que se enfrentarán el domingo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, habiendo dejado al resto de sus contrincantes prácticamente sin apoyo.
Lula es el favorito en los sondeos, con un 48% de intención de voto en la más reciente encuesta de la firma Ipec, y con opciones de ganar en primera vuelta. Bolsonaro (67 años) está a 17 puntos, recogiendo un 31% de apoyo, pero confía en poder meterse en el balotaje del próximo 30 de octubre y, entonces, poder dar vuelta el tablero. Los centristas Ciro Gomes y Simone Tebet aparecen a mucha más distancia, sin superar el 6% de posibles sufragios. A su vez, la encuesta de Datafolha también le da un 48% a Lula, y un 34% a Bolsonaro. Según este sondeo, el 85% del electorado ya decidió su voto.
La polarización se ve también en los índices de rechazo. El 51% de los electores afirma que nunca votaría por Bolsonaro, dificultando considerablemente su reelección, mientras el 39% jamás pondría su sufragio en la urna por Lula, de acuerdo con Datafolha.
“El miedo es un gran protagonista de esta elección”, asegura a La Tercera el analista y periodista Joao Paulo Charleaux. Él cree que Bolsonaro es el principal foco polarizador por la “demonización” que hace de sus adversarios en su discurso político y que acaba generando tensión en la calle. “Hay relatos de agresiones y amenazas a candidatos y a profesionales de empresas encuestadoras. Eso, sin contar con la acción de las milicias en lugares como Río de Janeiro, donde tanto las candidaturas como el voto tienen lugar sobre la presión de los grupos armados locales”, relata.
Los sondeos son claros. El 67,5% de los brasileños teme ser agredido por sus posiciones políticas. También, el 40% teme que haya violencia en el día de la elección e inclusive el 9% dijo que no iría a votar debido a esa causa en un país donde el sufragio es obligatorio.
La polarización en Brasil no es nueva. Ha ido en aumento desde 2013, cuando estallaron fuertes protestas contra el gobierno de la entonces Presidenta Dilma Rousseff, del ‘lulista’ Partido de los Trabajadores (PT), por el incremento de precios en sectores como el transporte y más tarde por los casos de corrupción descubiertos en el seno de la formación izquierdista.
Esas marchas generaron, según los expertos, la primera gran polarización entre ‘petistas’ y ‘antipetistas’, desembocando en la destitución por impeachment de Rousseff en 2016 y el encarcelamiento de Lula en 2018 tras ser procesado por corrupción.
Marea verdeamarela
El expresidente estuvo en prisión 580 días hasta que el Supremo Tribunal Federal revocó esas condenas, entendiendo que no se habían respetado los derechos jurídicos de Lula en el proceso dirigido por el juez Sergio Moro, que en 2019 se convirtió en ministro de Justicia de Bolsonaro.
Ahora, exponen parte de los analistas, hay dos focos polarizadores: el Presidente ultraderechista y el PT. Tres de cada 10 brasileños afirman que no merece la pena hablar con alguien de la otra ideología, un porcentaje mayor que en países también considerados polarizados, como Estados Unidos.
“Yo no tengo duda de que existe intolerancia política en Brasil, y es de todos los lados, pero no creo que eso vaya a provocar el voto en uno u otro candidato”, considera Jamil Marques, politólogo de la Universidad Federal de Panamá.
La división es palpable en los símbolos utilizados por los seguidores de uno y otro político. Las concentraciones a favor de Bolsonaro son una marea ‘verdeamarela’ con miles de personas vistiendo la camiseta de la selección brasileña y portando la bandera nacional. Algunos seguidores del excapitán del Ejército ponen sus manos en posición de pistola, uno de los gestos más repetidos por el mandatario en su campaña de 2018.
El discurso de parte de los presentes es áspero: “En Brasil va a haber una guerra civil, porque la izquierda lo quiere todo para ella y además tiene a todos los partidos a su favor. El único que está luchando contra ellos es Bolsonaro”, plantea Sergio, un empresario independiente que no quiso revelar su apellido, pero sí aceptó ser fotografiado portando una pancarta en la que pedía una intervención militar para expulsar a los jueces del Supremo, durante una concentración a favor del Presidente.
Los ataques de Bolsonaro contra el Poder Judicial, el poder electoral -ha advertido en numerosas ocasiones de que le van a robar las elecciones- y otras instituciones democráticas son otro de los focos que están polarizando al país. Esa postura antiestablishment, cree parte de los analistas, ha minado la credibilidad en las instituciones, generando más tensión.
En las concentraciones a favor de Lula, el color cambia completamente hacia el rojo del Partido de los Trabajadores, y esas banderas bermejas se cruzan con las de la comunidad LGTBI y otros movimientos sociales, mientras el símbolo de las pistolas realizado con las manos por los seguidores de Bolsonaro cambian hacia la ‘L’ de Lula que hacen quienes defienden al líder izquierdista.
Símbolos patrios
Hay alguna bandera brasileña mezclada entre la multitud. No muchas. El progresismo critica que el bolsonarismo ha “secuestrado” los símbolos patrios.
La diseñadora Carolina Soares atiende a La Tercera mientras organiza el stock de ropa en una pequeña tienda situada en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro. Extiende una camiseta con los colores de la selección brasileña de fútbol. En la parte de atrás de la prenda aparece una leyenda escrita con grandes letras: “Estoy torciendo para la selección brasileña, pero no me confunda con bolsominion”. Así se refieren los detractores del Presidente a sus seguidores.
Esas camisetas y el alejamiento de muchos brasileños de sus símbolos patrios, al aparecer en los mítines de Bolsonaro, son también reflejo de la división que vive el país. “Las creé por una cuestión de identidad. Los colores de Brasil han sido secuestrados por la extrema derecha. La estampa es para diferenciarnos e identificarnos”, comenta la diseñadora.
“A muchos brasileños les preocupa parecer seguidor de Bolsonaro y tienen vergüenza de ponerse la camiseta porque está identificada con él. Es terrible. La Copa del Mundo llega en medio de esta elección y no poder usar la camiseta y la bandera, por vergüenza y miedo de parecer bolsonarista, es triste y lamentable”, abunda Soares.
Lula ha conseguido aliarse con importantes políticos del centro y la centroderecha, como su antiguo rival en las elecciones Gerardo Alckmin, que ahora es su candidato a la vicepresidencia, planteando un escenario en el que el foco polarizador es Bolsonaro y la disyuntiva es entre democracia y autoritarismo.
“Buena parte de la militancia petista aprendió que para vencer las elecciones y gobernar es necesario ser pragmático. El contexto pluripartidario brasileño dificulta la vida de los agentes políticos que no establecen un amplio arco de alianzas. Por eso, la base ve con buenos ojos la compañía de Alckmin, candidato que hasta hace poco tiempo era un severo crítico de Lula”, afirma el analista Marques.
La polarización, creen los expertos, no es algo que desemboque exclusivamente en el uso de símbolos y el riesgo de violencia política. También afecta a la cooperación interpartidista y a la hora de afrontar problemas de gobierno, como la gestión de la pandemia en un país en el que Bolsonaro se resistió a las medidas de cuarentena mientras los gobernadores estatales las aplicaban por su cuenta en sus territorios.
“Es complicado predecir cómo va a evolucionar la polarización, porque hay diversos factores, muchos de ellos globales, que pueden impactarla”, considera Mauro Sergio Lima, analista senior para Brasil de la consultora de riesgo político Medley Global Advisors.
“El movimiento de derecha va a seguir más fuerte, algo que no teníamos antes de Bolsonaro en Brasil. Había, obviamente, candidatos más conservadores, pero no existía tanto una identidad de derecha y eso va a sobrevivir a Bolsonaro, siendo los resultados económicos de un probable gobierno de Lula los que van a espolear o a desmovilizar a esos grupos. Va a permanecer cierta polarización, y eso en sí no es malo. Lo malo es que genere violencia social e ingobernabilidad”, añade Lima, en un país que se prepara para votar en las elecciones más divisorias de su historia reciente.