“Os diré por qué no confío en los genios de Silicon Valley para solucionar un entuerto: ellos son mejores provocándolos”, escribe Juan Soto Ivars en La Casa del Ahorcado, su último libro donde advierte sobre los efectos de la política identitaria en la sociedad contemporánea. Para el escritor y ensayista español vivimos en un mundo donde “hay demasiada gente que cree de verdad que vienen por ellas” y eso está destruyendo la sociedad contemporánea. Un punto que ya había adelantado en parte en su anterior libro Arden las redes, donde alertaba sobre los efectos que están teniendo las redes sociales, como Twitter y Facebook, en las personas. Lo que parecía una gran conquista para la libertad de expresión demostró ser algo “insoportable”, dice.
“Estamos en una sociedad de la mutua vigilancia, del fingimiento recíproco -”yo voy a usar este lenguaje para que entiendas que estoy entre los tuyos, voy a hacer este tipo de bromas para que entiendas que estamos en esta tribu y no en la otra”. Todo eso tiene una ligazón muy fuerte con la tecnología, porque determina la manera de expresarse en las redes”, asegura en esta conversación con La Tercera desde Madrid. Pero responsabilizar a una cosa de la otra, agrega, es difícil, porque al final “la mayor diferencia entre las distopías escritas y el mundo real es que en las primeras siempre es necesario explicar la tecnología -en 1984 hay mucha explicación-, pero en el mundo real es indistinguible, nos acostumbramos muy rápido a la tecnología, se convierte en un órgano más”.
Pero este mundo identitario, esta sociedad de tribus como la describe en su libro, siempre estuvo ahí o fue potenciado por razones externas, como las redes.
Veníamos de una tradición que es la de la Ilustración y esto es muy bonito, porque en la mentalidad de la Ilustración está Martin Luther King, que a lo que quiere llegar para los negros es a que la raza no importe, a ser uno. Esa idea ilustrada es lo que la posmodernidad cuestiona, porque dice que es una forma de seguir imponiendo la hegemonía del hombre blanco y tal. Claro que había tribus y había diferencias antes, claro que había discriminaciones, claro que había todo eso, pero la cosa es que había una inclinación que hacía pensar a la mayor parte de la gente progresista que una sociedad mejor era una sociedad donde eso pesara menos. Con el posestructuralismo, eso se rompe, porque lo que hace el posestructuralismo es poner el énfasis en que esas diferencias no pueden ser salvadas, que un sistema que nos decía que iban a ser salvadas por ese concepto de la ciudadanía es una estafa, porque ha mantenido a las mujeres oprimidas, a los negros, etc., etc. Yo estoy en desacuerdo con esa crítica. Creo que toda esta tensión ha estallado cuando los derechos estaban más conseguidos. En los años 60 ganó Luther King frente a Malcolm X y hoy gana Malcolm X. Pongo este ejemplo porque es muy paradigmático. Hoy están infinitamente mejor los negros que en los años 60 en Estados Unidos, infinitamente mejor. Pero hoy también hay una desazón más grande. Y esto pasa con las mujeres también. En España, por ejemplo, en 2005 empezó la paridad. José Luis Rodríguez Zapatero fue el primero que puso la paridad en el Parlamento y es ahora, en los últimos años, cuando parece que estamos más lejos. Hay demasiada gente a la que les interesa que ciertos grupos se sientan frustrados, porque les pueden decir “tú te sientes así por culpa de este”. Es muy fácil encontrar causantes de los malestares. Pero en este momento creo que son malestares más psíquicos que sociales. Yo noto que es en países donde hay una igualdad formal más o menos conseguida donde las ansiedades e insatisfacciones psíquicas de los grupos se exacerban más y llevan a ese discurso identitario, que tiene enseguida una vertiente política. Una de las primeras figuras internacionales que fue a ver a Boric fue Irene Montero, nuestra ministra de Igualdad. Irene Montero es como el ejemplo perfecto de lo que digo, porque les está hablando a las mujeres del siglo XXI en España como si les hablara a mujeres que viven en los años 40 y está alimentando una insatisfacción muy grande. Pero no sólo ella, no sólo desde la izquierda. Aquí tenemos una derecha reaccionaria que lo que le está diciendo al español, al patriota, es “tú estás mal por culpa de este globalismo que quiere disolver tu esencia y esta inmigración que viene a corromper tu cultura”. Es el mismo llamado, el llamado de la identidad, de la tribu. Me parece que el problema es ese, demasiada gente está creyendo que es verdad que vienen a por ella.
¿Cree que este ambiente puede poner en riesgo la democracia o ser utilizado por quienes están en el poder para imponer sus propias visiones y un mayor control?
Creo que estamos en lo opuesto al pensamiento único. A veces desde posiciones conservadoras en general se habla de la corrección política y todo este fenómeno como un intento de imponer el pensamiento único. Estoy en desacuerdo. Creo que el pensamiento único es una quimera en estos tiempos, lo que sí se impone es el pensamiento único dentro de la tribu, es decir tú solo puedes ser conservador de esta manera o sólo puedes ser progresista de esta manera, y si no cumples con mis normas eres un hereje y te expulso. No va a haber un pensamiento único como en 1984, donde todo el mundo va al Paso de la Oca por el mismo sitio. No estamos ante el totalitarismo, estamos ante la fractura social. Estamos en una democracia donde las distintas opiniones políticas se han conformado en forma de tribus identitarias, donde hay un ensimismamiento brutal, donde una tribu no escucha nunca a la otra y donde se produce la purga siempre hacia el elemento que ponga en peligro la ortodoxia de esa tribu. Eso al final está haciendo el pensamiento mucho más ortodoxo, mucho menos flexible, porque tú acabas teniendo miedo de enfadar a los tuyos. Al final no hace falta un censor. Incluso ahora, en el momento en que estamos, los que ejercen la censura, que suelen utilizar revistas o periódicos o canales de YouTube o cuentas de Twitter para decir a los demás lo que es indignante, lo que no se puede decir, lo que es intolerable, son aplaudidos. Por primera vez en los últimos 100 años el censor se ha convertido en alguien simpático. Hoy, cuando alguien escribe un artículo en el New York Times explicando por qué JK Rowling debe ser decapitada, tienes a gente aplaudiendo. Esto es un cambio bestial en la concepción de la libertad de expresión, porque estamos aplaudiendo a los censores…
¿Por qué cree que incluso quienes dicen defender la liberad de expresión terminan celebrando cuando una figura como Donald Trump es bloqueado en Twitter, no hay una contradicción en eso?
Es que la realidad es que nunca habíamos tenido libertad de expresión completa hasta que llegaron las redes sociales. Siempre había filtros. Ninguna democracia está preparada para saber lo que piensan los demás, igual que ninguna relación de pareja está preparada para saber lo que el otro está pensando todo el rato, no aguanta, porque tú tienes la cabeza llena de mierda. Por eso, el tabú se encarga de informarnos muy bien dónde está el límite. De ahí nace la cortesía, pero internet rompe la cortesía. En España tenemos víctimas del terrorismo, y hay muchos chistes sobre las víctimas del terrorismo, de humor negro. Tú antes sabías dónde podías hacer ese chiste, pero ahora basta que lo pongas en Twitter para que llegue a la última persona que tú quieres que llegue, que es la víctima del terrorismo y te pone la denuncia. Esto pasa continuamente. El verdadero problema es que nos estamos comunicando en un medio transparente. Con la tecnología pasa eso continuamente. Por ejemplo, el correo electrónico se inventa para ahorrar tiempo, porque antes con el correo manual desde que mandabas la carta hasta que recibías la respuesta pasaban dos semanas. Entonces se entendió que algo instantáneo iba a ahorrar tiempo… ¡Nunca hemos pasado tanto tiempo contestando al correo como ahora! No se ahorra nada de tiempo, al revés. Con la libertad de expresión y las redes sociales pasa eso. Se inventa algo que va a permitir a cualquier hijo de vecino comunicar en el Ágora sus ideas y lo que descubrimos es que es insoportable. Y es la propia gente la que dice “hay que poner límites”, “no puedo soportar saber cómo piensa mi vecino”.
Eso afecta la convivencia. ¿En qué medida cree que puede alterar nuestra forma de vivir en sociedad, nuestro sistema político? ¿A qué puede llevarnos?
Esas preguntas ya no tienen sentido en 2022, porque ya nos han llevado. El Capitolio de Estados Unidos es la respuesta o Cataluña en 2017. Tenemos unas normas, un orden, unas garantías, pero de pronto la intransigencia llega a un punto tan grande que… ¡ya no creemos ni en el sistema de conteo de votos! “Es que no es posible que perdamos nosotros porque somos el pueblo, tenemos razón, ¿quiénes son estos?”… Creo que ya ha pasado y seguirá pasando. Lo que yo no sé es si llegaremos a un momento en que aprendamos a lidiar con esto. Supongo que sí, porque hemos aprendido a lidiar con cosas peores.
En su libro plantea que uno de los problemas frente a la tecnología actual es que sus efectos morales no se discutieron a tiempo. ¿Ya es demasiado tarde? ¿Somos esclavos de la tecnología?
No sé hasta qué punto la alarma de la destrucción climática acierta en los plazos, no sé hasta qué punto acierta en lo irreversible…, pero digamos que sólo con la posibilidad de que pudiera acertar ya deberíamos estar haciendo cambios muy grandes en la sociedad. Pero no los hacemos y lo que estamos esperando es que inventen algo. Estamos esperando que una catástrofe producida por la tecnología, por su uso y su consumo desaforado se solucione con más tecnología. Eso te responde hasta qué punto somos esclavos de la tecnología, somos esclavos de la tecnología hasta el punto de que la solución a los problemas que ha causado la tecnología siempre es más tecnología, no menos.
En uno de sus libros habla del Síndrome del Parque Jurásico para analizar la relación entre el hombre y la tecnología. ¿Qué es el Síndrome del Parque Jurásico?
Es esa frase tan bonita cuando empiezan a romperse las vallas en el parque. Aquello está diseñado con la más alta tecnología de seguridad, todo está preparado, está todo calculado al milímetro y de pronto empiezan a fallar las vallas y se los comen los dinosaurios. Cuando se los están comiendo, el personaje del matemático Ian Malcolm dice que eso tenía que pasar porque estaban tan preocupados por saber si podían hacerlo que no se preguntaron si debían hacerlo. Y esto es en lo que nos encontramos permanentemente. Nosotros no sabíamos que necesitábamos Twitter hasta que nos dieron Twitter. Por eso lo relaciono en el libro con el proyecto Manhattan, porque ahí se ve muy bien la diferencia entre Oppenheimer y el inventor de la bomba de hidrógeno. El primero tiene un dilema moral, quiere conseguirla antes que los nazis. Pero una vez que Hitler pierde la guerra en Europa siguen desarrollándola para Japón. Y ahí, Oppenheimer y otros dicen, “oye, quizá esto no deberíamos hacerlo”, pero ya es demasiado interesante el rompecabezas. Es el mito de Prometeo, al final la curiosidad es lo que nos hace grandes y lo que nos mata.
¿En qué medida cree que la tecnología seguirá alterando conceptos como la verdad o incluso la realidad?
La pregunta es si antes podíamos confiar, porque la literatura que ha llevado a la posverdad es la posestructuralista, los posmodernos, etc. Y ellos dicen que los hechos no existen, todas son interpretaciones. Ellos ya criticaban la televisión por lo mismo. Pero fíjate en el montaje: el montaje fue visto cuando nació el cine como algo que iba a acabar con la mente humana, porque la mente no se iba a poder adaptar a ver que era de día y era de noche. Y ya lo tenemos totalmente integrado. Por eso me gusta pensar mucho en la historia, porque si piensas, el cambio que supone para el cerebro la idea del montaje cinematográfico es tremendo. Hasta entonces la humanidad entera había visto las cosas desde su punto de vista. El único montaje era: me quedo dormido borracho y despierto en el suelo, estaba aquí y ahora estoy allá, ¿cómo he llegado hasta aquí? Pero el lenguaje cinematográfico naturaliza totalmente que ahora estamos dentro de la casa y ahora estamos fuera, es de día y es de noche, y lo entendemos perfectamente. Entonces sí, ahora se da que la tecnología permite dudar si esta cara que vemos es real o es falsa… bueno, pues, ya iremos deglutiendo todo esto.