“La situación actual es justo como la imaginé y tan mal como pensé que sería si la democracia no intervenía para moderar y contener las fuerzas económicas”, dice Shoshana Zuboff al ser consultada si previó en los inicios de su carrera el poder que llegarían a tener las empresa tecnológicas. La psicóloga social estadounidense lleva más de 40 años estudiando los efectos de los cambios tecnológicos en la sociedad. En 1988 publicó su primer libro, In the Age of the Smart Machine, y su última obra, La Era del capitalismo de la vigilancia, se ha convertido en un clásico sobre el actual poder de las Big Tech.
Después de estudiar a fines de los años 70 en la Universidad de Chicago, la actual académica de la Universidad de Harvard elaboró lo que se conoce como las tres leyes de Zuboff. Estas establecen que, asumiendo la continuidad del paradigma económico, cualquier cosa que pueda ser automatizada va a ser automatizada; todo lo que pueda ser informatizado va a ser informatizado, y ante la ausencia de normas, dictámenes y leyes para contenerla, cualquier tecnología digital que pueda ser usada para vigilancia y control será usada para vigilancia y control.
“Esas son observaciones que hice a principios de los 80 a partir de mi trabajo de campo y las estamos viendo hoy”, dice con algo de frustración. “Yo esperaba que en Occidente la democracia intervendría antes de que este paradigma de la vigilancia económica se instalara, pero desafortunadamente no sucedió”, agrega. Por eso, adelanta que está escribiendo un nuevo trabajo donde agrega una cuarta ley de Zuboff, que dice que la información es tan útil para las sociedades como las instituciones que controlan esa información.
¿Por qué cree que las democracias no actuaron a tiempo?
Dos razones. En 1997 teníamos a Bill Clinton en la Casa Blanca y Al Gore era el vicepresidente. A Al Gore le interesaba mucho no sólo el calentamiento global y la crisis climática sino también lo que entonces se llamaba la “autopista de la información”. Clinton y Gore elaboraron la primera declaración política sobre E-commerce y eso fue en 1997. Introdujeron una suerte de manifiesto político para el comercio electrónico. Creo que eran nueve principios y el primero decía: “El sector privado debe liderar”. Todo el documento esencialmente delega este nuevo sistema de internet a las nuevas compañías, al mercado, al sector privado. Este documento escrito por dos líderes demócratas decía que la democracia es muy lenta, que no debe interponerse en el camino de estas empresas tecnológicas, porque ellas saben lo que deben hacer. Fue una suerte de sumisión de la democracia, una capitulación a la doctrina de Friedman.
Usted ha dicho que se produjo una suerte de golpe de Estado de las Big Tech contra la soberanía de los ciudadanos, ¿pero, según lo que dice, fueron los gobiernos los que lo permitieron?
Dar internet a las compañías tecnológicas fue un regalo del gobierno de Estados Unidos. Eso es verdad. Eso pasó en 1997. Pero el año 2000… y debería decir que esta es una historia que empezó como una historia estadounidense -el origen del problema comenzó con legisladores, líderes y funcionarios estadounidenses-, pero se convirtió en una crisis global. Para el año 2000, la Comisión Federal de Comercio (FTC) -que es una institución orientada hacia los consumidores y la única institución del gobierno de Estados Unidos que tiene que ver con las leyes de privacidad- llegó a la conclusión de que la autorregulación de estas compañías no funcionaría. Ellos detectaron las cookies y todas esas formas de rastreo y concluyeron que les estábamos dando mucho poder. Les quedó claro que esos muchachos no iban a ser capaces de autorregularse. Por eso, enviaron al Congreso un documento con propuestas detalladas de leyes federales sobre privacidad.
¿Por qué no se hizo nada?
Aquí viene la clave. En los años 2000 y 2001, el tema en el Congreso de Estados Unidos era internet. La conversación no era si deberíamos o no tener una ley de privacidad, eso ya estaba claro, sino de cuánta privacidad hablábamos y de qué tipo. El 10 de septiembre de 2001, la conversación política era sobre la necesidad de tener una ley de privacidad. Pero el 11 de septiembre de 2001 la conversación cambió 180 grados. En ese momento la conversación pasó a ser sobre el acceso total a la información. La orientación del gobierno giró desde cómo contener a estas empresas de internet a cómo apoyarlas. En Estados Unidos es inconstitucional que el gobierno vigile a sus propios ciudadanos, entonces la única forma de que la NSA, la CIA y todos las otras agencias de inteligencia y el departamento de Defensa pudieran tener los datos era conseguirlos del sector privado. Y eso fue lo que pasó. Una visión económica radical dispuso la mesa y la guerra contra el terrorismo se preocupó de que la mesa se mantuviera exactamente como estaba. Nada cambió.
¿Cree que las Big Tech pueden terminar siendo un nuevo poder totalitario en el mundo? ¿Es muy tarde para cambiar la situación?
No y no. He estado trabajando lo que llamo el juego de sordos entre dos órdenes institucionales. Cuando me refiero a un orden institucional, básicamente estamos hablando de cinco grandes corporaciones. Instintivamente sabemos que hay algo en esas compañías que las une y las convierte en eso que llamamos Big Tech. Incluso si están en nichos muy diferentes, todas participan en algunos aspectos de lo que llamo el capitalismo de la vigilancia. Las Big Tech es un orden institucional que reúne a estos gigantes y sus ecosistemas. Es un orden institucional que partió de cero y alcanzó un nivel global en sólo dos décadas. Eso es extraordinario, es único. Nunca podría haber pasado si hubiera habido una ley para contenerlos.
¿Qué se debería hacer ahora?
No hay duda de que las compañías tecnológicas han crecido a un nivel exponencial para constituir hoy un orden institucional global que está literalmente compitiendo con la democracia, desafiando al orden democrático para ver quién va a dirigir el mundo, qué normas son las que van a dominar la sociedad. Aquí es donde estamos hoy. Ellos fueron capaces de tomar ventaja por la falta de restricciones en estos 20 años y porque entendieron mejor lo digital. En los años 2000 y 2001, sólo el 25% de la información del mundo estaba almacenada digitalmente. En el año 2000 la mayor parte de nuestras vidas eran análogas. Pero estos tipos ya eran completamente digitales, estaban kilómetros adelante y mantuvieron esa ventaja. Pero ante la pregunta si esta gran cantidad de poder y riqueza acumulada puede convertirlos en un poder totalitario, mi respuesta es un definitivo no.
¿Por qué?
Un ejemplo rápido. En la campaña presidencial de 2016 todo lo que gastó en digital Donald Trump lo gastó en Facebook. Usaron todas las herramientas del capitalismo de la vigilancia, que es tener una tonelada de datos para contar con detalles de perfiles de individuos y grupos, y a través de eso impulsar un sistema muy específico de microtargeting que une los mensajes con el formato y el contenido que calza con el interés específico y la sicología, temores y dudas de un individuo. Eso es lo que hicieron en la campaña de Trump y se enfocaron específicamente en la población negra, con la idea de persuadirlos de no ir a votar, porque sabían que era muy difícil convencerlos de votar por Trump. Entonces llevaron a cabo lo que llamaron una campaña de disuasión, totalmente digital y fueron exitosos. Este tipo de focalización se basa en la gran cantidad de datos que recolectan de nosotros cada día. Sabemos que Facebook, por la filtración de documentos en 2018, ingiere trillones de datos cada día para producir seis millones de predicciones de comportamiento por segundo. Eso supera nuestra capacidad siquiera de captarlo. Su habilidad de acumular datos de nosotros les permite usarlos de maneras muy específicas. Pueden alterar cómo pensamos, cuáles son nuestras actitudes, con quiénes nos conectamos, qué leemos, con quién hablamos y qué hacemos. Estas son capacidades sin precedentes en la historia de la humanidad, pero no es totalitario, porque el totalitarismo trabaja bajo la amenaza del terror y la violencia. Un gobierno totalitario lo que hubiera hecho habría sido ir en la mitad de la noche para sacar a los negros de sus casas y llevarlos a un gulag o a un campo de concentración. Eso no fue lo que pasó en el 2016. Los ciudadanos negros renunciaron a sus derechos democráticos sin que nadie les apuntara una pistola en su cabeza. Lo hicieron porque fueron persuadidos.
¿Cuáles cree que son los principales peligros si no se hace nada?
De esto es exactamente de lo que he estado escribiendo. He estado escribiendo de este periodo de 20 años mirándolo desde el punto de vista del desarrollo institucional. Hasta ahora he sido capaz de identificar cuatro etapas de desarrollo y cada etapa crea las condiciones para la siguiente. Es una jerarquía, una pirámide. La etapa más avanzada, que es evidente ahora, es la que llamo dominación sistémica. Es cuando estas corporaciones se vuelven tan ricas y poderosas que son capaces de integrar en sus operaciones muchas formas de autoridad y funciones de gobernanza que llevan a que consideremos a la democracia como un fracaso. Hay un momento en esta cuarta etapa donde vemos a estas corporaciones intervenir mucho más en el debate público, luchando contra gobiernos democráticos sobre qué normas van a regir la sociedad.
¿Cree que después de la pandemia estamos peor?
Primero volvamos a la pregunta anterior, ¿es muy tarde? ¿podemos detenerlos? Todo este conjunto de problemas que hemos estado discutiendo, toda la destrucción de la privacidad, el caos de información en el mundo, la idea de poder intervenir en nuestras vidas y modificarla secretamente de maneras que alteren el comportamiento y actitudes, cambiando los comportamientos, son marcas sociales profundas y hay evidencias en todo el mundo. Pero frente a todo lo que he descrito, la pregunta es cuál es el costo de actuar. Y el costo no es la tecnología. Ninguna de las causalidades pertenece a la tecnología o a lo digital, toda la causalidad se explica por un modelo económico muy específico, una forma muy específica de capitalismo que secuestró lo digital. La clave del capitalismo de la vigilancia es la idea de la comoditización de nuestro comportamiento humano para poder venderlo y hacer que otras personas se hagan ricas y poderosas, no para que mejore nuestras vidas. Esto es lo que es tan distinto de las primeras etapas del capitalismo, del capitalismo industrial, que más allá de todos sus problemas, buscaba hacer bajar los costos de las unidades, para que todos pudieran comprar un auto. Todo el daño social del que hemos estado hablando se reduce a esta específica forma de capitalismo de la vigilancia que fue capaz de volverse tan poderoso no porque quisiéramos sino por esos accidentes históricos de los que hemos hablado. Esto fue hecho por las personas y todo lo que hacen las personas, las personas lo pueden deshacer. Sabemos cómo contener un capitalismo que ha crecido excesivamente. Nuestra sociedad ya hizo eso con el capitalismo industrial. Aprendimos cómo domarlo con sindicatos, con leyes de derechos laborales e ingresos y muchas otras cosas, como la igualdad de oportunidades. Las sociedades lo han logrado en niveles distintos, pero todas las sociedades han hecho algo. Lo que digo es que todas las soluciones radican en la política. Todo lo que necesitamos ahora es que lo digital viva dentro de la casa de la democracia, porque como personas del siglo XXI necesitamos datos para mejorar nuestras vidas, necesitamos datos que nos ayuden a solucionar y mitigar la crisis climática, necesitamos datos para apoyar a nuestras familias. Pero ahora el capitalismo de la vigilancia posee y controla toda la infraestructura digital.
¿Qué medidas se necesitan?
Se necesita que las personas se unan en acciones colectivas, democráticamente, insistan en una nueva carta de derechos, un nuevo marco legal y nuevas instituciones. La solución no es tomar todos los datos de las compañías y pasárselos a los Estados, porque eso también asusta. Y ahí sí estaríamos en peligro de un régimen totalitario. Lo que necesitamos es que los derechos y las leyes y las instituciones estén en el medio, que mantengan a nuestra población segura sin importar quién es elegido para dirigir nuestros países ni de qué tipo de compañías hablamos o quiénes son sus líderes.
¿Cree que las personas estén dispuestas a dejar de entregar sus datos, al final ya están acostumbradas a recibir los beneficios de la tecnología?
El primer supuesto presente en la pregunta es que las personas piensan que si le dan a Google un conjunto de datos reciben de vuelta un servicio gratuito. Eso está equivocado. Las personas le dan a Google un conjunto de datos a cambio de un servicio gratuito, pero cuando hablamos de trillones de datos procesados cada día, sólo una pequeña fracción de esos datos son los que las personas conscientemente les dan a las compañías tecnológicas. El 90%, el 95%, el 99%, nadie lo sabe con claridad, de esos datos son los que ellos secretamente obtienen de nosotros. Usted me preguntaba ¿dónde nos puede llevar esto? Bueno, nos lleva a que un gobierno computacional, que ellos manejan, termine reemplazando a los gobiernos democráticos, que nosotros manejamos