Eric Sadin, filósofo francés: “No hay otra salida que reconectar con lo común”
En esta entrevista con La Tercera, este intelectual galo plantea que en el mundo de hoy “seguimos creyendo que una persona o un gobierno y unas cuantas instituciones podrán cambiar la vida de todos”.
Eric Sadin, filósofo y escritor francés, es un referente muy destacado en el pensamiento sobre la intersección entre sociedad y tecnología. Desde los efectos de la “siliconización del mundo”, pasando por las apps que prometen bienestar a costa de la privacidad, o los riesgos del metaverso, ha mirado lúcidamente y con ojo crítico el advenimiento de la era tecnológica, así como sus implicaciones societales y políticas.
Su obra traducida al español por la editorial Caja Negra incluye La inteligencia artificial o el desafío del siglo; La humanidad aumentada y La silicolonización del mundo. También ya está traducido y en librerías chilenas su último trabajo: La era del individuo tirano. Vía Zoom, desde París, Sadin conversa con La Tercera sobre este libro y acerca de los desafíos de recomponer el cuerpo social en la era del individualismo tecnoliberal.
“Ya no debe ser el momento de la sola denuncia de los gigantes digitales, que nos absuelve de nuestra parte de responsabilidad, sino de entender que nuestros usos han generado formas de sordera entre los diferentes componentes del cuerpo social. Principalmente por la exposición ad nauseam de nuestras opiniones en las redes sociales. Estas prácticas sólo consolidan nuestras propias creencias, suscitan tensiones interpersonales y proceden de una ilusión de implicación política, ya que por lo general se dan al margen de cualquier compromiso concreto. Tal asimetría entre el discurso y la acción representa un drama de la época”, afirma.
Usted define la era del individuo tirano como una condición sin precedentes y de ingobernabilidad permanente. ¿Qué se puede hacer para gobernar en esta era?
La era del individuo tirano es el hecho de que cada uno confía en sí mismo, la continuidad de una lógica que funciona en las sociedades, las democracias liberales y los regímenes neoliberales, que se han esparcido por el planeta desde hace cerca de 40 años. Y de los cuales Chile ha sido un referente, una especie de laboratorio, y cuyos efectos todos hemos visto. Significan, en definitiva, que la idea principal es que el individuo constituye el corazón palpitante de la sociedad, el que hará que la sociedad individual encuentre el dinamismo, la actividad económica y su mejor rumbo. Y esta lógica ha seguido desarrollándose con la ideología del autoemprendimiento, la idea de la hiperresponsabilidad del individuo y tendencialmente -lo han visto en Chile- también como un terrible laboratorio correlacionado con una decadencia del Estado y una decadencia de los servicios públicos. Ese es uno de los desafíos de la (nueva) Constitución en Chile: reafirmar el valor del Estado, su lugar. Esto indujo una especie de impresión, aún generalizada, de ser dejado a su suerte. Incluso iré más allá: de ser dejado a su suerte con la idea de que cada vez hay menos vínculos solidarios, tanto con las instituciones y menos aún con las empresas que promueven constantemente la hiperresponsabilización de cada uno, con menos redes solidarias en el ámbito local.
¿Y el efecto de lo global?
También se debe al fenómeno de la globalización, que se aceleró por completo durante la segunda parte del siglo XX. Y luego esto se correlaciona con las técnicas digitales que, en su momento, posibilitan el acceso, pero que por allá por los 90 permitieron rápidamente algo más: la idea de estar en el centro del mundo, de tener aplicaciones que continuamente nos sugieren los productos y servicios que se supone que cada uno de nosotros queremos, como dándonos la ilusión de estar en el centro de un modelo económico; (es) la hiperpersonalización de la oferta.
¿Qué efecto han tenido las redes sociales?
Es un hecho que las redes sociales también han dado a todos la sensación de donde hay ilusiones, rencor y sentimiento de poder, gracias a las plataformas siliconianas, en este caso Twitter y Facebook. (Es el) poder, sobre todo, y en esto insistíamos, hacer valer continuamente su opinión, sentir una especie de primacía de la propia palabra, y de quién se es. Casi se ha llegado a una negación de la palabra del otro y un rechazo de las creencias comunes. Entonces fue ese compuesto explosivo que analicé. Muy explosivo…
¿Qué pueden hacer las autoridades para gobernar en ese escenario explosivo?
No hay otra salida que reconectar con lo común y dar la posibilidad a cada uno -y con los demás- de ser más activos en su vida. Eso es lo que decimos de la sociedad del espectáculo: no era la sociedad de la publicidad, era la sociedad en que las personas se convierten cada vez más en espectadores pasivos de sus propias vidas: eso es lo que hemos vivido durante 40 años, y con una paradoja: que las tecnologías digitales daban la ilusión de estar más involucrado en la vida de uno, mientras muchas áreas de la tecnología digital -estoy pensando en Uber, Amazon- han contribuido a intensificar el hecho de arrebatar la vida de uno, ya que los algoritmos te supervisan y continuamente te dicen lo que debes hacer. Ya no eres un ser singular, que ejerce autonomía de juicio… Entonces, los gobiernos heredan hoy una situación que los supera, que supera a todos, que es un estado de ánimo de los tiempos que quiere que ya no creamos en un orden común. Ya no creemos en valores que se transmiten históricamente. Ya no creemos en eso, ya no hay pertenencia, ya no hay confianza.
¿Qué hacer?
Lo que se necesita es tener un proyecto común, establecer mecanismos de solidaridad, dar a todos la oportunidad de involucrarse más, en todos los niveles de la sociedad. Casi quiero decir, si Chile estuvo a la vanguardia del laboratorio del neoliberalismo, quizás desde octubre de 2019 asistimos a la vanguardia de la experimentación de la instauración de un nuevo modo de existencia y de un nuevo modo de gobierno. Esto es lo muy paradójico y muy emocionante de la situación en Chile. Frente a algo que se instauró a principios de los 70 -y que se prolongó en todo el mundo-, se reconocen las fallas del modelo hoy, más o menos desde la crisis del Covid. Y Chile fue casi precursor -antes del Covid, unos meses antes-, de decir: ahí hay algo que ya no sirve. Y la sociedad ha tratado de recomponerse, a través de movimientos de protesta, pero también de un movimiento de consulta que ha tratado de involucrar a toda la sociedad y claramente a las poblaciones indígenas (...), en fin, y todas las clases de la sociedad. Entonces vemos un momento pivote, pero uno que tiene muchos puntos de vista… Nadie tiene la solución milagrosa: sabemos que en una sociedad los individuos no pueden continuar sintiéndose solos y con instrumentos que les den la sensación de ser el rey del mundo; sociedades así ya no son sociedades. Son islas…
Chile y la desilusión
El Presidente Boric ha bajado mucho su popularidad inicial. Las encuestas muestran que la opción Rechazo a la nueva Constitución tiene más probabilidades de ganar, aun cuando no se sabe realmente qué pasará… Usted estuvo en enero en Chile, ¿cómo lee esto?
Es un fenómeno interesante que de tanta esperanza de una mayoría de la población tan rápido haya un principio de desencanto. Es parecido a lo que pasó con François Mitterrand en 1981… ¿Qué significa esto? Tal vez significa que estamos marcados por la desilusión, es decir, ya no creemos en la capacidad del poder político para transformar profundamente las cosas, porque lo hemos experimentado en el pasado… En Francia pasa en las campañas presidenciales e imagino que en Chile igual. Como dijo Jacques Lang hace 40 años, no se trata de cambiar la vida; la política institucional no es cambiar la vida, es tratar de darles vigor a las instituciones y hacer que la sociedad sea la más viable y la más armoniosa. Pero seguimos creyendo que una persona o un gobierno y unas cuantas instituciones podrán cambiar la vida de todos. Hoy somos maduros, sabemos que las cosas no suceden así. Tal vez la dimensión de promesa en los programas políticos siempre está ahí, siempre hay un desfase entre el verbo y lo real… Y luego, creo que esperamos demasiado de las instituciones.
¿En qué sentido?
Hay que presionar a las instituciones para que favorezcan la mayor equidad, el mejor servicio público, para que los ciudadanos encuentren interlocutores que satisfagan las necesidades más importantes de todos. No hace falta señalar el declive de los servicios públicos en todas las democracias liberales, ya que desde hace 30 años que ha sido nefasto. Lo hemos visto en Francia y en muchos otros países, con la crisis de los hospitales públicos durante el Covid. Aquello es una de las dimensiones fundamentales de la sociedad: garantizar el derecho a la buena salud… En fin, yo creo que sí tenemos que empujar para que la administración pública cumpla lo mejor posible la misión que le corresponde, (pero) también es en todos los niveles de la sociedad que tenemos que hacernos más activos. Pero para eso hay métodos, hay procesos, no basta con decir que “vamos a estar activos”.
¿Por qué?
Lo que noto es que nunca ha habido tanta saturación como hoy en cuanto al orden político y económico en marcha. Nadie aguanta más… ¿Te acuerdas de los “chalecos amarillos” en Francia? En todas partes hay una saturación en el mundo con respecto a un orden político y económico establecido durante unos 40 años que no ha dejado de intensificarse, que toma formas excesivas y que, entonces, toma la forma de oposición, insatisfacción, rencor… Y, al mismo tiempo, nunca ha habido tantas ansias de otra cosa, de otra modalidad de existencia y de otro modo de organización común.
¿Y cómo sería esta nueva forma de vivir?
Hay una dimensión positiva y otra negativa. En la segunda dimensión, está un fenómeno sociológico contemporáneo muy llamativo que está ocurriendo en Estados Unidos desde hace un año y en otros países, es lo que estamos llamando The Big Quit o la gran renuncia… Después de la crisis del Covid, que fue una especie de cuestionamiento más o menos generalizado, hubo personas que se dijeron: este modelo de vida ya no me conviene… Y han dejado el trabajo, a pesar de los riesgos. Eso quiere decir que no aguantamos más, era demasiado… (Como en) octubre de 2019 en Santiago, no era el boleto de Metro lo que estaba en juego; quería decir que no aguantamos más, es demasiado… ¿Recuerdas la razón de los “chalecos amarillos”? No era por subir un poco la gasolina, es que ya no aguantamos.
¿Qué pasa con los jóvenes?
Hay fenómenos muy interesantes, ligados a la juventud. Hay allí quienes se sienten totalmente abandonados, ven cada vez menos perspectivas en el futuro. Al mismo tiempo notamos -no solo en la juventud- que hay muchos jóvenes que de repente dejan sus trabajos en la comunicación, en los medios, en profesiones donde crees que se vive bien, y que abandonan todo de la noche a la mañana para ir a probar experimentos en marcos organizativos comunes más virtuosos, que establecen una relación más equitativa entre las personas, que utilizan materiales amigables con el medioambiente, y que no buscan producir o generar ganancias continuamente. Es muy interesante, y no solo en el mundo ecológico, sino en los nuevos modelos de negocios: abrir librerías, abrir centros de atención a la tercera edad, incluso médicos que quieren hacer las cosas de otra manera.
¿Piensa que en un mundo post-Covid existe una mayor posibilidad de cambiar hacia una vida como la que describe o más bien será volver a lo de siempre?
Por lo que hemos vivido, hay una crisis de confianza, sea cual sea el origen del virus. Estamos en el reinado del exceso, hemos vivido del exceso y en algún momento hay algo de saturación. Lo vimos, lo hablamos, hubo un momento durante el confinamiento, lleno de buenas intenciones, que eran muy líricas. Lo que sorprende es que al cabo de un año eso lo hemos olvidado un poco, tanto la saturación como las ganas de tanta gente de involucrarse y desarrollar otros modelos más virtuosos, en particular para el planeta, que establezca una relación más humana, más justa. Y por eso, creo, no debemos creer que todo saldrá del Estado, pero (hay) que darle a la gente los medios para construir proyectos alternativos. O sería como siempre. O más.
¿Cómo?
El confinamiento y la pandemia nos hicieron entender que ahora era posible realizar una serie de acciones a distancia, online, y algunas de ellas ni siquiera sabíamos que era susceptible introducirlas tan rápido. Obviamente estoy pensando en el trabajo, la docencia, las consultas médicas, los seminarios de trabajo. Y esto puede ser capitalizado por la industria digital, con el metaverso, que quiere intensificar esta lógica de monetización y encuadre de nuestros comportamientos con fines lucrativos o con fines de optimización e hiperracionalización de la sociedad. Con el metaverso la economía remota va a ser enorme, lo que amplifica el aislamiento colectivo hasta el punto de una posible pesadilla, de ver a todos con cascos, hacer toda la vida donde hay cascos...
Usted dijo que donde lo “remoto” pueda destronar a lo presencial lo hará, y dice que nos están vendiendo otra globalización, no de los productos, sino de los servicios. ¿Cómo es esta nueva globalización?
Desde que vimos que era posible realizar cantidades de acciones de la vida humana a distancia, nos dimos cuenta de que incluso era posible construir cosas juntos, sin estar juntos… Es muy, muy inquietante. Por ejemplo, un periódico. La gente me dijo: hicimos un periódico durante meses sin estar en las oficinas… Eso está bien, súper genial, para aquellos que pueden permitírselo. Pero aquello sobre todo significa que alguien que trabaja en una empresa en Madrid le puede pedir a alguien en Perú que cobre cinco veces menos por hacer un diseño o una asesoría legal. El Covid nos hizo darnos cuenta de que podemos hacer muchas cosas a distancia... El espacio, la localización, no es que ya no exista, es que ya no es un parámetro. Entonces ( eso) creará nuevas asimetrías que crearán nuevos problemas. Que nos harán decir, más que nunca, (cuál) es el modo de organización en común que dé a cada uno la oportunidad de dar lo mejor de sí, de crear proyectos conjuntos en lo local, de tratar de establecer nuevos modos de existencia. De lo contrario, es la industria del “link” que lo desbordará todo e impondrá su ley.
¿Cuál?
Se puede crear un orden mundial donde todo será optimizado, continuamente evaluado, cuantificado. Habrá una evaluación continua de nuestra vida para asegurar que todo supuestamente vaya mejor. Esta pesadilla, que es alentada por el contexto económico y que está incentivado por la industria digital, vamos a llamarlo en adelante “economía a distancia” o “economía del metaverso”. Vamos a tener que contraponer otros modos de existencia y va a ser muy complicado.
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