Desde la recuperación de la democracia española y las elecciones de 1977, dos fuerzas han sido las grandes protagonistas de la política de ese país: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y el Partido Popular (PP) o Alianza Popular (AP) hasta 1989, cuando se dio el cambio de marca.
Tal fue la hegemonía de los dos partidos que entre 1977 y las elecciones generales de 2011, donde Mariano Rajoy logró la mayoría absoluta en el Parlamento y pudo formar gobierno en solitario, el bipartidismo acaparó más del 80% de los votos de los ciudadanos españoles, detalló el medio 20 Minutos. Existían más fuerzas políticas, pero ninguna se acercaba remotamente a los resultados obtenidos por los dos partidos más importantes.
Entonces llegaría la fallida elección de 2015 – donde Pedro Sánchez no pudo conformar gobierno – y cambiaría por poco más de un lustro la escena española, quebrando situaciones que antes se daban por sentadas e incluyendo nuevas formas de hacer política, incluida la modalidad de gobiernos de coalición, como el que gobernó a España bajo el mando del PSOE y Pedro Sánchez junto a Unidas Podemos y Pablo Iglesias, otrora rivales acérrimos.
Sin embargo, con las elecciones del domingo pasado, conocidas como el 23-J, y ocho años después de que el bipartidismo dinamitara en mil pedazos, la mirada –y el voto– de los españoles volvió, en buena parte, a los partidos tradicionales. ¿Se encuentra España ad portas del regreso de la política que dominó el escenario por décadas?
Javier Lorenzo Rodríguez, politólogo y académico de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), defiende la tesis de que no se trata de un regreso al centrismo. “Lo llamaría una vuelta a las opciones más moderadas del espectro ideológico y a las que más garantías ofrecen de gobernabilidad y seriedad al electorado. Cada uno desde su espectro ideológico”, explicó a La Tercera.
En cambio, Fernando Jáuregui, columnista de Europa Press, desechó de plano la idea. “No lo creo”, dijo ante la pregunta de si estaba retornando el bipartidismo. “España no es un país bipartidista, sino, en todo caso, bicoalición. Ni el PP ni el PSOE tienen mayoría suficiente para gobernar por sí solos y necesitan a Vox y a Sumar –entre otros, en el caso de los socialistas– en los respectivos casos. Además, se demuestra que, para poder formar una mayoría, se necesitan las fuerzas nacionalistas como PNV o incluso de los separatistas de ERC, Bildu y Junts”.
En un híbrido de las dos posturas, el también politólogo y académico de la UC3M, Ignacio Jurado, argumentó que “la situación parece estar evolucionando hacia un bipartidismo imperfecto, donde dos grandes partidos, el PP y el PSOE, lideran bloques en la derecha y la izquierda, respectivamente”.
La diferencia con ese bipartidismo clásico, cree Jurado, donde solo dos partidos dominan el panorama político, es que actualmente en España “existe un partido relevante dentro de cada bloque que puede condicionar las decisiones y la gobernabilidad. Estos partidos más pequeños, como VOX, Sumar y los independentistas, tienen un papel influyente dentro de sus respectivos bloques y pueden forzar a los partidos más grandes a negociar y llegar a acuerdos para poder gobernar”.
Para 2019, el desempeño de los partidos tradicionales tocó fondo cuando la suma de escaños del PP y el PSOE llegó a mínimos históricos de poco más del 50% del total de los asientos parlamentarios, fecha que coincidió con el crecimiento en el Parlamento de algunos partidos independentistas y nacionalistas luego de la fallida independencia catalana liderada por el ahora clave Carles Puigdemont en 2017.
Y si bien el PSOE y el PP no regresan a los niveles de apoyo previos a la aparición de Podemos, Sumar, Ciudadanos y Vox, los cuatro partidos llamados a realizar el sorpasso que nunca ocurrió, efectivamente recuperaron su sitial indiscutido como las principales fuerzas de su sector por un amplio margen.
Repoblando el Parlamento
El domingo fue un día que, dependiendo de la perspectiva en que se mira, fue dulce y agraz para los dos principales partidos de España, aunque para uno menos que para otro. Mientras el PP se alistaba para regresar a gobernar el país basándose en los – ahora sabemos- errados augurios realizados por numerosas encuestas, en la vereda del frente, en el PSOE, celebraban un segundo lugar que no les permitió retener La Moncloa, pero los acercaba vía pactos con partidos como Junts, del eurodiputado prófugo de la justicia española Carles Puigdemont, agrupación que incluso votó junto a Vox contra las políticas oficialistas en el reciente ciclo político.
Pero, pese a esto, ambos pueden respirar aliviados. Por un lado, el Partido Popular se quedó con la mayoría nacional gracias a 8,1 millones de votos y 137 curules. Por el otro, el PSOE obtuvo 7,8 millones de respaldos y 121 escaños, lo que dio como resultado, en la suma de ambos, el 73,7% de los asientos parlamentarios.
La cifra está mucho más cercana al 85% que hasta antes de 2015 promediaban los dos partidos tradicionales en las elecciones y, al mismo tiempo, alejada del 60,8% de ese mismo año, cuando Podemos y Ciudadanos llegaron a lograr más de 100 cupos parlamentarios entre ambos.
Los analistas se toman los resultados con cautela. En opinión de Javier Lorenzo Rodríguez, el crecimiento del PSOE fue de solo unos pocos escaños, mientras que Sumar obtuvo similares asientos que su predecesor, Unidas Podemos, pero “no sabemos si por minimizar la pérdida de Unidas Podemos o porque ese es el techo electoral de las opciones a la izquierda del PSOE”.
Al frente, continuó, “el PP recoge fundamentalmente el voto de Ciudadanos como venía haciendo y eso le confiere una subida mayor, mientras que Vox, en el ámbito nacional, genera algún rechazo y va desinflándose en su carrera ascendente. Todavía es pronto, pero la tendencia es visible”.
El crecimiento de las fuerzas tradicionales llegó de la mano de la desaparición de Podemos y Ciudadanos, pero también de la reducción en la fuerza de Sumar y Vox. Mientras Sumar, la colectividad que en parte reemplazó el lugar de Unidas Podemos logró 31 curules, desempeño que dista de cuando su predecesor obtuvo 71 asientos en 2016.
En tanto, Ciudadanos vio en 2019 su mejor desempeño histórico, al adjudicarse 57 escaños en las generales de abril, pero no les duró mucho. En la repetición de noviembre, el electorado los castigó severamente por su negativa a negociar, perdiendo 47 asientos y quedándose solo con 10. Posteriormente, el partido desaparecería del escenario nacional.
Otro partido que se desinfló es Vox, el partido de derecha ultraconservadora dirigido por Santiago Abascal que alcanzó a tener 52 parlamentarios y con ello, acceso a la presentación de mociones de censura y a recurrir al Tribunal Constitucional sin apoyo de otras colectividades. Sin embargo, en la reciente elección perdió la capacidad de usar ambas herramientas políticas por llegar solo a 33 escaños.
Para Antonio Caño, exdirector del diario español El País, algo rescatable de las recientes elecciones fue que “los dos partidos centrales de nuestra arquitectura constitucional han agrandado considerablemente su espacio. La extrema derecha de Vox ha perdido notablemente posiciones, nada menos que 19 escaños. También la extrema izquierda ha retrocedido —Sumar tiene siete escaños menos que Podemos—. Y, sobre todo, han sufrido un considerable retroceso los dos partidos independentistas catalanes”, escribió en una columna para The Objective.
En esa línea, el periodista planteó que “en una interpretación desapasionada de los resultados, lejos del clima de polarización que marcan los partidos, en realidad estas elecciones refuerzan el centro político del país. Si PP y PSOE interpretan adecuadamente el mensaje de los votantes, deberían pactar entre ellos una solución que evite dejar al país en manos de los extremistas y de Puigdemont”.
Sin sorpasso, pero al acecho
Corría el año 2014 cuando un politólogo y doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid en franco ascenso en su carrera académica, fundó y dirigió a través de la secretaría general un partido con intenciones claras de modificar el tablero político de España. Se trataba de Pablo Iglesias Turrión y Podemos. Dos años más tarde, en 2016, un grupo de académicos como Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero acompañaban a Iglesias en una misión impensada a inicios de la década: dar el sorpasso a la histórico fuerza de la centroizquierda, el PSOE.
Su entonces secretario general, Pedro Sánchez, aseguraría que la mejora de los resultados de su clásico rival, el PP, se debía a “la intransigencia de Pablo Iglesias, el mirar solo por sus intereses personales”, lo que permitió que los populares retuvieran el poder de mano de Mariano Rajoy. Podemos no logró superar al PSOE, pero poco después entrarían al gobierno bajo el nombre de Unidas Podemos, en el primer gobierno de coalición desde el retorno de la democracia y, de paso, quebraría décadas de alternancia entre dos fuerzas.
Sobre el origen de la fractura en el panorama electoral, Rodríguez explicó que tiene su nacimiento en “la crisis de 2008, como en toda Europa. La mala gestión de la crisis económica durante los siguientes años pasaron factura a los partidos mayoritarios en toda Europa. Primero a los que estuvieron al frente de los gobiernos y segundo a su reemplazo con las medidas austericidas”.
De vuelta en el presente, si bien en la parte aritmética de la ecuación el bipartidismo volvió a ganar fuerza, la duda remanente es si vendrá de la mano de una gobernabilidad más llevadera para quien resulte vencedor, ya sea en las negociaciones actuales o en una eventual nueva elección.
“El mapa político español se ha complicado muchísimo”, dijo a La Tercera Fernando Jáuregui. “La situación es endiablada, de puro surrealismo político. El ganador, el Partido Popular de Núñez Feijóo, no tendrá mayoría para poder gobernar, máxime cuando sus relaciones con el único socio posible, Vox, se han deteriorado al máximo tras la campaña electoral. El segundo, el PSOE de Pedro Sánchez, actualmente en el gobierno, tendrá que pactar con fuerzas de muy distinto pelaje, algunas, como digo, partidarias de fracturar el Estado y acabar con la Monarquía, para poder gobernar”, continuó. “Nunca creí que el bipartidismo fuese bueno. Pero la verdad es que la aparición de nuevos partidos, desde 2014, ha sido nefasta”.
Consultado por si, a la luz de la última década de transformaciones en la oferta política española, ha mejorado o empeorado la gobernabilidad, Ignacio Jurado señaló que “la transformación del sistema de partidos ha ampliado el espectro político, pero su resultado final ha sido un escenario político más polarizado. Hemos acabado un sistema con dos bloques muy sólidos y enfrentados, con pocas trasferencias de votos entre ellos y que ambos tienen dificultades de generar una mayoría que le permita gobernar”.