Hace no muchos años, Greta Gerwig (Sacramento, 1983) tenía como mayor sueño convertirse en dramaturga. Tras obtener una licenciatura en inglés y filosofía, postuló a los programas de posgrado en Yale, Juilliard y la Universidad de Nueva York. Sin embargo, su nombre fue rechazado por cada una de esas instituciones académicas. El portazo le causó desencanto y abandonó esa posibilidad.

Más pequeña, cuando entraba en la pubertad, imaginó que podría transformarse en bailarina de ballet profesional. Gerwig, quien se recuerda a sí misma como una “niña intensa”, asistió a clases aplicando todo el rigor que demanda la disciplina, hasta que su madre detectó ciertas anomalías en el trato de su profesora y no le permitió que continuara participando. A cambio, la inscribió en un taller de hip-hop.

En el set de Barbie (2023). Foto: Warner Bros.

“Mi madre me conocía lo suficientemente bien como para saber que, si bien no se puede evitar que me obsesione con algo, puedes lograr que cambie de enfoque”, explicó en 2013, cuando su nombre ganó reconocimiento en el mundo del cine gracias a Frances Ha (2012), la elogiada comedia filmada en blanco y negro, protagonizada y coescrita por ella, sobre una aspirante a bailarina que atraviesa una crisis personal antes de cumplir 30.

En síntesis, a diferencia de otros colegas, Gerwig no creció guiada por el anhelo de alguna vez convertirse en directora de cine. Esa posibilidad se volvió palpable y real más tarde, cuando vio por primera vez Beau travail (1999), la película de la francesa Claire Denis, y se terminó de materializar en 2017, cuando estrenó Lady Bird, su alabada ópera prima, que la convirtió en la quinta mujer en alcanzar una nominación a Mejor director en la historia de los Oscar y en la más joven de todas.

Este 2023 su nombre se ha terminado de consolidar. El camino está casi completo. En su rol de directora, guionista y productora ejecutiva de Barbie, Gerwig se asentó en la industria gracias a su habilidad para articular un filme de aspiración masiva con un genuino interés en plantear interrogantes y desarticular nociones previas.

El reto por sí solo era intimidante (¿quién más podría haber hecho una buena cinta sobre la muñeca más popular del mundo, sobre un producto del siglo XX que a estas alturas parece obsoleto?), pero el entusiasmo se disparó debido a que construyó una película satisfactoria, tanto para ajenos como para familiarizados con su trabajo. Se trataba apenas de su tercer largometraje como directora y no sólo salió airosa, sino que completamente reforzada como una personalidad imprescindible del presente y el futuro de Hollywood.

Frances Ha (2012), de Noah Baumbach.

Una creadora que desde la órbita pop podía generar un debate acorde con los días: la muñeca símbolo de mercantilismo y de estereotipos de belleza, ahora se transformaba en un vehículo para establecer debates acerca de los roles de género y las presiones del mundo actual.

Las reglas de una cineasta

Por lo demás, Gerwig no entiende la dirección de cine como un rol asociado a la expresión de un liderazgo autoritario. Todo lo contrario: proyecto a proyecto, se ha empeñado en construir ambientes laborales en que prima la calidez y la comunicación fluida con sus actores y técnicos.

“Sé que a algunos directores les gusta liderar sets basados en el miedo, pero yo quería crear un ambiente donde la gente pudiera acercarse y hablar conmigo”, dijo para describir su enfoque mientras filmaba Lady Bird, una cinta parcialmente inspirada en sus experiencias de juventud.

En 2018, la actriz Florence Pugh aterrizó en el set de Mujercitas (2019) tras terminar las extenuantes grabaciones de Midsommar (2019), el largometraje de terror de Ari Aster en que encarna a una joven presa de un culto sueco. Recién llegada a Boston desde Budapest, la intérprete británica quedó gratamente impresionada con los métodos de la cineasta. “Le interesa mucho la música de las escenas y la forma en que suenan, y la forma en que se puede construir su textura”, detalló.

Mujercitas (2019). Foto: Sony

Meryl Streep, quien encarnó a la tía March en su adaptación de la novela de Louisa May Alcott, también describió con entusiasmo su aproximación al trabajo. “Como ella es actriz, entiende que los actores se sienten libres cuando confían en el material”, expuso. “Ella es excepcionalmente optimista, enérgica y esperanzada. Es como un regalo para el mundo, justo en el momento en que la necesitamos”.

Antes de llegar a los Premios de la Academia o dominar la taquilla mundial, Gerwig curtió su estilo trabajando en proyectos ligados al Mumblecore, el movimiento impulsado por directores como Joe Swanberg, Lynn Shelton, Mark Duplass y Jay Duplass, en que el foco de la historia son las relaciones personales y priman los diálogos y actuaciones naturalistas. Llevó esas influencias a sus películas con el director Noah Baumbach, con quien actuó por primera vez en Greenberg (2010) y luego se transformó tanto en su pareja como en su colaborador más cercano.

Tras escribir Lady Bird y Mujercitas en solitario, decidió que quería desarrollar el guión de Barbie junto al padre de su hijo. Juntos crearon el texto en las circunstancias más adversas que recuerde Hollywood: mientras el confinamiento se extendía en el mundo y no había certezas respecto a una reanudación de rodajes de series y películas. Y cuando nadie sabía en qué momento las salas podrían volver a funcionar con los flujos de espectadores habituales.

El espíritu que recorrió el planeta a partir de 2020 terminó empapando el guión de la comedia liderada por Margot Robbie y Ryan Gosling. “Existía esta sensación de querer hacer algo anárquico, salvaje y completamente loco, porque se sentía como: ‘Bueno, si alguna vez volvemos a los cines, hagamos algo totalmente desquiciado’”, contó a The Guardian.

Foto: Warner Bros.

Su propuesta consistió en crear un largometraje en que la protagonista (Robbie) se golpea con la realidad: no sólo deja de ser “perfecta” en su idílico universo (Barbieland), sino que se le revela de una manera muy hostil que la imagen que ha proyectado sobre el “mundo real” no es la que imaginaba. A partir de ese momento de decepción, la cinta propone un viaje de descubrimiento personal y un análisis de las relaciones entre hombres y mujeres que nunca se olvida de desplegar un generoso coctel de risas (no se salvan El Padrino, NSYNC, Orgullo y prejuicio, el rock alternativo, ni tampoco Mattel, el dueño de la muñeca). A punta de ingenio y conocimiento de las limitaciones del concepto de origen, monta un artefacto único en la época actual de la industria.

Gracias al descollante rendimiento de la producción (en Chile ya la han visto más de 1,6 millones de personas), la realizadora se convirtió en la directora en solitario con el filme más taquillero de la historia, desplazando a Patty Jenkins, responsable de Mujer Maravilla (2017), y la película ya es una de las 25 más millonarias de todos los tiempos. Visto el fenómeno en torno al estreno, Mattel ya planea nuevos proyectos basados en otros juguetes y la posibilidad de una secuela de Barbie se vuelve cada vez más cercana.

Sin embargo, en un acto que habla con elocuencia de su astucia como creadora, Gerwig se negó a comprometerse a filmar una segunda parte antes de que la primera se estrenara. Eso obliga a que la continuación, si obtiene luz verde, se va a tener que realizar según sus tiempos. Y según sus reglas.