Tras un año de guerra entre Israel y el grupo chiita Hezbolá, respaldado por Irán, una campaña aérea israelí y una invasión terrestre, iniciada el 1 de octubre, han obligado a más de un millón de habitantes de a Líbano a abandonar sus hogares lo que ha aumentado los temores de que se agudicen en el país las divisiones sectarias que han estado presente durante décadas.
Miles de personas han huido de los suburbios del sur de Beirut, del sur de Líbano y de partes del valle oriental de Bekaa, todas zonas de mayoría chiita en las que domina Hezbolá. Las familias chiitas que han huido se han congregado en el oeste de Beirut, donde la mayoría sunita desprecia a Hezbolá, ya que los culpan de asesinar al popular líder sunita y exprimer ministro Rafic Hariri en 2005, y recuerdan que los militantes de Hezbolá invadieron el oeste de la capital en 2008.
La mayoría de los refugios del gobierno están llenos, por lo que la gente duerme en colchones a lo largo del paseo marítimo del oeste de Beirut. Algunos viven en clubes nocturnos que han sido reconvertidos; otros se amontonan en departamentos. Sin espacio para la afluencia de vehículos, los autos estacionados en doble fila provocan una congestión interminable.
La campaña militar de Israel se intensificó durante esta semana. El Ejército israelí bombardeó la antigua localidad portuaria libanesa de Tiro, una de las ciudades habitadas más antiguas del mundo, apenas horas después de advertir a los residentes que debían evacuarla. Y durante la noche del miércoles, tras la salida de la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, de la capital, las Fuerzas de Defensa de Israel lanzaron al menos 17 ataques aéreos contra los suburbios del sur de Beirut, de mayoría chiita, y destruyeron media docena de edificios en varios ataques que comenzaron sin previo aviso.
Según el Ministerio de Salud libanés, 28 libaneses fallecieron y 139 resultaron heridos sólo el miércoles, lo que eleva el número de muertos en Líbano a 2.574 desde que estallaron los combates entre Hezbolá e Israel en octubre del año pasado.
Entre ellos se encuentran 13 soldados del Ejército libanés, tres de los cuales murieron el domingo cuando trasladaban a civiles heridos fuera de la aldea de Yater, en Bint Jbeil, en el sur de Líbano. El Ejército libanés no participa en los combates entre los israelíes y Hezbolá y se ha mantenido al margen.
Amenaza a la estabilidad
Muchos cristianos, especialmente las personas mayores, que aún tienen en la memoria la guerra civil, se encuentran preocupados por la llegada de decenas de miles de personas que han arribado recientemente desde el sur. Ellos consideran que estas poblaciones, en su mayoría chiitas, son una amenaza para su estabilidad, ya que pueden convertir los barrios “seguros” en objetivos potenciales para Israel.
Para el jeque Akl Sami Abi al-Mona, líder espiritual de la comunidad drusa de Líbano, integrada por 300.000 miembros, es muy posible que se revivan los horrores del conflicto sectario que él conoció muy de cerca, debido a que su padre fue asesinado durante la guerra civil. “Los israelíes están jugando un juego”, dijo al portal Político. “Quieren poner a los grupos sectarios a la cabeza y que luchen entre ellos”, añadió. “Israel intentará cada vez más crear conflictos entre chiitas y sunitas, entre cristianos y musulmanes, como lo hicieron después de la invasión en 1982″. “No soy político, pero desafortunadamente nuestros políticos pueden no ser lo suficientemente sabios como para saber cómo evitar que esto suceda”, afirmó.
Beirut es el ejemplo perfecto de una ciudad que se encuentra dividida, aunque también las fracturas se encuentran en todo el país. El 22 de octubre de 1988, los miembros cristianos y musulmanes del Parlamento de Líbano firmaron un pacto en Taif, Arabia Saudita, en el que se comprometían a abolir el sectarismo.
El acuerdo, conocido como el Acuerdo de Taif, buscaba una solución política a la guerra (1975-1990) que fue, en parte, alimentada por el sectarismo y que mató a más de 150.000 personas.
Pero el sectarismo se había consagrado formalmente en Líbano en 1943, cuando el país declaró su independencia de Francia. El Pacto Nacional fundador otorgó a los cristianos una mayoría en el Parlamento y dispuso que el presidente debía ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunita y el presidente del Legislativo un musulmán chiita. Los escaños en el Congreso se dividieron en una proporción de 6 a 5 entre cristianos y musulmanes.
El Acuerdo de Taif buscó justamente corregir ese desequilibrio estableciendo la paridad entre musulmanes y cristianos y trasladando el Poder Ejecutivo del presidente al primer ministro. Sin embargo, también describió la “abolición del sectarismo político” como un “objetivo nacional fundamental” y pidió un plan por etapas para alcanzar el objetivo.
El acuerdo histórico exigía que se confiara en “la capacidad y especialización en los empleos públicos, el Poder Judicial, el Ejército, la seguridad, las instituciones públicas y mixtas, y en los organismos independientes... con exclusión de los empleos de alto nivel y los empleos equivalentes que serán compartidos equitativamente por cristianos y musulmanes sin asignar ningún empleo en particular a ninguna secta”. Hay 18 sectas reconocidas en Líbano.
Esta guerra entre Israel y Hezbolá, el primer gran conflicto desde 2006, está despertando viejos prejuicios entre muchos libaneses, pero también está poniendo a prueba los ideales de una nueva generación que se unió en oposición a las élites que gobernaban el país en 2019, en las mayores protestas antigubernamentales en el Líbano moderno en octubre de ese año. Muchas personas, especialmente jóvenes, ahora han ido en ayuda de quienes se han visto obligados a huir de zonas asediadas.
“Las tensiones sectarias en Líbano coexisten con un sentimiento de ciudadanía que se fortalece en momentos en que el país es objeto de ataques. Los jóvenes desempeñan un papel crucial en este sentido, ya que tienden a experimentar las crisis a nivel nacional y rechazan los valores de los partidos y las sectas dominantes”, dijo a la revista estadounidense New Lines, Omar al-Ghazzi, un profesor libanés.
Sin embargo, hay comunidades cristianas que han manifestado su preocupación por el desplazamiento de sectores chiitas, producto de los ataques. Para ellos, indicó la publicación, Hezbolá es también el heredero de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), un enemigo importante de las facciones cristianas durante la guerra civil libanesa. “(Yasser) Arafat, líder de la OLP, condenó a nuestro país cuando llegó en 1969. Los palestinos iniciaron una guerra civil, y ahora los seguidores de (el líder de Hezbolá, Hassan) Nasrallah (que murió el 27 de septiembre pasado) están haciendo lo mismo”, dijo a New Lines, Antoine, un papelero de Achrafieh. “Duermo tranquilo, sé que los judíos no vendrán por mí”.
Estrategia obsoleta
El curso que está tomando la guerra actual sugiere que la lógica sectaria como la que mencionó Antoine puede estar obsoleta, indicó la revista. Esto debido a que en los últimos meses, Israel ha atacado pueblos de mayoría cristiana en el sur de Líbano y en el valle de Bekaa, una región a 29 kilómetros al este de Beirut. Ciudades como Qartaba, Mayrouba y Ehmej, en el distrito central predominantemente cristiano de Keserwan, también fueron atacadas por el Ejército israelí a fines de septiembre.
Para el periodista libanés Pierre Akiki, según escribió en un ensayo para Al-Araby Al-Jadeed, estos ataques “buscan avivar la tensión sectaria entre los residentes de las ciudades en un intento de evitar que acojan a las personas desplazadas”.
Sami Atallah, director del grupo de expertos The Policy Initiative, con sede en Beirut, dijo al diario británico Financial Times que “los israelíes están intentando que la población libanesa se vuelva contra la comunidad chiita. La comunidad chiita se siente realmente aislada. Golpearlos en zonas cristianas es una receta para el conflicto civil”.
Reforzando estas sospechas, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, dijo este mes al pueblo libanés que se levantara contra Hezbolá o se enfrentaría a “una larga guerra que conducirá a la destrucción y al sufrimiento como los que vemos en Gaza”. La mayoría de los libaneses se burlaron del llamado a las armas de Netanyahu. “Cree que haremos lo que él nos diga”, dijo al diario la peluquera Anne-Marie, de 36 años. A ella le desagrada el grupo militante chiita, pero “si no me gusta Hezbolá, eso no significa que me guste Israel. Eso no significa que me pondré del lado de mi enemigo en contra de mis compatriotas libaneses”.
Israel afirma que, estratégicamente, no cejará hasta que los combatientes de Hezbolá se retiren por encima del río Litani, a unos 29 kilómetros al norte de la frontera israelí. Esto permitirá que los evacuados israelíes regresen a sus hogares en el norte de Israel, sin correr el riesgo de sufrir ataques con cohetes de Hezbolá.
El problema es que, si bien Hezbolá es impopular entre muchos libaneses, su eliminación es una hazaña prácticamente imposible para una nación tan frágil con una economía paralizada, dijeron los analistas. Argumentan que Netanyahu y EE.UU. están haciendo exigencias imposibles al país como precio para detener la invasión terrestre, los ataques aéreos y las devastadoras ofensivas de Israel contra las aldeas.
“Puede que Hezbolá haya caído, pero no está fuera de combate y no se lo puede descartar así como así; es como decir que hay que deshacerse de los chiitas de Líbano, que representan aproximadamente una cuarta parte de la población del país”, dijo a Politico Taymur Jumblatt, legislador del Partido Socialista Progresista, y añadió que al principio había un sentimiento de solidaridad nacional cuando Israel lanzó su invasión terrestre el 1 de octubre . “Pero ahora las tensiones están aumentando. El desplazamiento está poniendo mucha presión sobre las comunidades”, concluyó.b