En abril de 2020, el destacado escritor e historiador mexicano Héctor Aguilar Camín recibió una llamada del expresidente Ricardo Lagos, quien le propuso que hicieran un libro sobre las crisis del siglo XXI, específicamente sobre la forma en cómo esas crisis habían desacomodado el mundo para América Latina, haciendo que la región perdiera relevancia.
La Nueva Soledad de América Latina, libro en el que también participó el excanciller mexicano Jorge Castañeda, fue presentado esta semana en el Centro de Estudios Públicos (CEP) y da cuenta de las conversaciones que sostuvieron los tres. “Le preocupaba a Lagos que América Latina no tuviera una voz propia en el nuevo mundo, el mundo posterior a la pandemia que se anunciaba ya larga y compleja en aquella primavera del año 2020. Lo inquietaban los desafíos que veía surgir para nuestras democracias en la marea del cambio digital, la rapidez con que crecen las demandas ciudadanas en las redes sociales y la lentitud de las instituciones para escucharlas y procesarlas”, escribió Aguilar Camín en el prólogo.
El intelectual mexicano -que ha recibido el Premio Nacional de Periodismo Cultural y ha sido colaborador de medios como La Jornada y Milenio- conversó con La Tercera sobre los desafíos que enfrenta la región.
“América Latina creo que tiene un problema fundamental de crecimiento económico y un problema fundamental de cobro de impuestos e inversión social, en crear estados de bienestar que después de la pandemia pongan un piso equitativo para todos los ciudadanos y en particular en las mujeres, que han sido las verdaderas heroínas silenciosas de la pandemia. No me imagino un estado de bienestar en América Latina que no tenga un sesgo clarísimamente orientado hacia dar una política social de cuidados que alivie la carga de las mujeres y que reparta esa carga en la sociedad y que pague lo que vale el trabajo en ese orden de la solidaridad”, dijo.
Usted ha mencionado que existe una visión anacrónica sobre la izquierda en América Latina, que es una falacia catalogar de izquierda lo que está ocurriendo en la región...
La prensa necesita conceptos rápidos que agrupen con claridad lo que quieren decir. No son conceptos analíticos, sino que sirven para propósitos de difusión. Creo que en ninguna tradición de la izquierda están consideradas como deseables las dictaduras. En ninguna tradición de izquierda están consideradas como deseables sociedades que no tienen un Estado capaz de cobrar impuestos y generar bienes sociales bajo la forma de Estados de bienestar. En ninguna sociedad de izquierda puede haber una vocación hacia el aislacionismo, hacia el particularismo, hacia las pequeñas identidades. Los gobiernos de izquierda en la tradición clásica son por definición internacionalistas y abiertos al concierto de la economía y de la política internacional. De manera que con estas características uno no puede pensar que hay un gobierno de izquierda en Cuba, en Nicaragua, en Venezuela y apenas podría considerar que hay algo semejante, deseable, de lo que podemos pensar es una izquierda democrática en países como Uruguay, Chile o Costa Rica. El resto del continente es un conglomerado de países que están dominados en sus crisis democráticas por gobiernos populistas, por dirigentes autoritarios que atentan contra las más elementales formas de la democracia.
¿Cuál sería entonces la gran paradoja que vive la izquierda en América Latina?
Para mí, la izquierda tiene una connotación noble, tiene la connotación de un movimiento que está ocupado en generar una sociedad equitativa. Pero para generar una sociedad equitativa hay que, primero, tener una sociedad próspera. Y para tener una sociedad próspera hay que tener una sociedad democrática. Porque la izquierda en la tradición del socialismo no está contando, aunque haya dado lugar a grandes dictaduras, con la dictadura como una forma temporal de conseguir el bienestar social y la igualdad que se va buscando. La gran paradoja de la izquierda es que los países organizados en torno al concepto de la libertad individual y de emprendimiento económico han producido mayor bienestar social que los países organizados en torno al concepto de la igualdad. Los países organizados en torno a esto último han producido dictaduras y empobrecimiento. Y eso es la gran paradoja.
En este sentido, usted ha dicho que si bien muchos gobiernos de izquierda de la región hablan de justicia social, lo único que hacen es repartir dinero en efectivo y no tienen proyectos de inversión...
El único rasgo que tienen en común los países no dictatoriales que llamamos de izquierda en América Latina es repartir dinero en efectivo a distintas comunidades con distintas carencias. Eso es como el paso más primitivo imaginable de la distribución del ingreso. La verdadera distribución del ingreso se da con economías en crecimiento, con empleos de calidad, con sistemas educativos de calidad, que mejoren el capital humano y social de la gente y con sistemas de seguridad social financiados por el Estado a la manera de la socialdemocracia alemana, que efectivamente emparejan el piso social de la sociedad. Lo que hemos tenido en América Latina como gobiernos de izquierda o son dictaduras a la cubana o dispendiosos gobiernos que regalan dinero hasta que se les acaba el presupuesto y empieza la crisis al revés. Creo que la palabra izquierda está describiendo muy mal la condición de estos países, sin contar con las enormes diferencias que hay entre cada uno de estos países.
En este contexto, ¿cómo evalúa la posible llegada al poder nuevamente de Lula en Brasil?
El gobierno de izquierda de Lula estuvo marcado en este tema del reparto de programas sociales, del financiamiento con dinero público de los programas sociales. Va a tener muchos problemas para repetir eso, ahora que probablemente sea reelecto, porque no tiene una economía próspera andando, ni se ve que vaya a tener otro boom de commodities como el que tuvo durante sus primeros gobiernos. Entonces, tiene que caminar, al igual que todos los países de América Latina que tienen que hacer el camino difícil del desarrollo y eso significa que estamos en un nuevo mundo, pero tenemos problemas muy viejos. Significa inversión, crecimiento, pago de impuestos y con el dinero que se recaude la creación de un piso social equitativo y parejo para todos los ciudadanos pertenecientes a esa comunidad. Esa es la tarea que está pendiente. Y yo no veo a ningún país latinoamericano -quizás Uruguay, Costa Rica, un poco Chile lo tuvo en algún momento- que se acerque a ese ideal de lo que sería un gobierno de izquierda democrática capaz de resolver los tres problemas fundamentales: ser una democracia, ser una economía próspera y ser un sistema de distribución del ingreso equitativo.
¿Considera al Presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador como un populista de izquierda?
Es un gobierno populista, no es un gobierno de izquierda, es un gobierno estatista, clientelar, que vive de volver estos programas sociales una forma de compra de los votos para mantener la hegemonía electoral y la continuidad de su gobierno. Por esto mismo que estoy diciendo, está lejos de ser un gobierno democrático, es un gobierno que piensa que la democracia se puede manipular y se puede comprar con los programas sociales, mientras su verdadero proyecto es concentrar el poder, capturar o diluir a los otros poderes del Estado, al Poder Legislativo, al Poder Judicial y a los órganos intermedios, a los institutos de transparencia, de administración de elecciones y su autonomía. Es un gobierno cuya dirección es fundamentalmente centralizadora y tiránica.
¿Cree que el mandatario salvadoreño Nayib Bukele es el nuevo Hugo Chávez de la región?
Es igual a muchos otros que hemos visto desde Chávez en América Latina, cuyo principal objetivo es la concentración del poder y el poder dictatorial sin contrapesos.
¿Cuál es su visión del proceso constituyente chileno? ¿Por qué, a su juicio, América Latina recurre a los cambios de Constitución para llevar a cabo las reformas?
Es una vieja tentación de que hacer la ley es cambiar la realidad. Es una vieja tentación latinoamericana. Del proceso constituyente chileno, a mí me preocupó desde el principio que la convención estuviese por fuera o hubiese sido fruto de una representación radicalmente distinta de la que estaba en el Congreso, era como la aparición de una nueva cultura, de una nueva cantidad de personajes de la política chilena, que tenía la misión trascendental de hacer una Constitución, pero esos convencionales no tenían -al contrario- ningún compromiso con la política y la representación anterior, sino que tenían la misión de transformarlo todo de arriba a abajo. Las consecuencias ya las vimos, se pasaron mucho en sus pretensiones y provocaron, finalmente, primero la duda, después el recelo, luego el rechazo de la sociedad chilena. Entonces, yo creo que tienen que volver ahora a plantearse el cambio de Constitución sobre bases más realistas y juntando menos maximalismos políticos como los que están reflejados en la Constitución que fue rechazada.