Habían pasado tres años desde el último verano festivalero, esa vez marcado por el estallido y su onda expansiva. En medio, la pandemia: una dinámica inédita en un siglo colmó el espacio público de pánico, dolor y miedo, y en cuya fase inicial, sobre todo, el humor festivalero en Youtube fue una instancia terapéutica y escapista, leve y lúdica, que miles de posteos agradecieron.
Ahora le tocaba de nuevo al popular humor que se da en el contexto de un show misceláneo al que asiste, a diferencia de bares y clubes, un público muy variado que va sobre todo a ver números musicales. Son miles, y su reacción resonará en las pantallas de millones.
Bombo Fica fue el último de los que se plantaron en el Patagual de Olmué, casi a medioanoche el domingo 22, a ver cómo lo recibía el Festival del Huaso. A ver si el público, o los públicos, estaban en otra frecuencia o en la suya.
En principio, no pareció que los 80 minutos del purenino en el escenario marcaran algún reseteo ni que los asistentes lo resintieran. La presentación de un “Bombo” ataviado como siempre de blanco, despertó carcajadas. También algún lagrimón, cuando un amigo suyo de toda la vida llegó al escenario a abrazarlo, acompañado de una muleta. Su show tributó a la amistad y a otros sentimientos nobles (como la solidaridad, al evocar las ollas comunes de 2020), e incluso le tiró sus flores a Coco Legrand en tanto humorista “clásico”, pero tuvo desde el arranque el punch jocoso, pues de lo contrario no hay rutina que prenda.
Precedido de una apertura al modo de Las Vegas, con mago y bailarinas, Daniel Haroldo Fica le entró con todo, y por largos minutos, a lo que dejó el Coronavirus, territorio que ya habían visitado las tres noches precedentes sus colegas Nathalie Nicloux, Luis Slimmimg y Álex Ortiz (y que volvería a la semana siguiente con la rutina de Chiqui Aguayo en el Festival de Las Condes ): allí donde tantos querrían olvidar o dejar atrás la desolación de la enfermedad, para el humor había material:
“Un amigo me dijo, yo solo me vacuno con el laboratorio Pfizer porque ese laboratorio inventó el viagra, y esos hueones saben parar el bicho. Ahí te das cuenta de que el chileno tiene lo suyo”. De la genitalia a la adhesión patriótica, las risotadas abundaron. También con la historia con un delivery venezolano, que frunció algunos ceños. Todo, coronado por la energía que el humorista viene mostrando en la pantalla desde su primera aparición, en 1986, y que esa noche olmueína marcó el peak absoluto de audiencia del festival 2023, con 27,4 puntos.
Fica “dio clases en Olmué”, piensa su colega puntarenense Belén Mora, quien acaba de lanzar un especial de comedia en Amazon Prime y se apresta a desafiar al “monstruo” viñamarino en febrero. “Estamos riéndonos de cosas que nos identifican como sociedad, que a veces son muy tristes, pero lo hacemos con una vuelta de tuerca”, agrega.
Por su parte, Rafael Gumucio considera que el humor “ha resucitado más veces que Lázaro, quizá porque nunca muere. En el verano, al parecer, nos relajamos y dejamos que los humoristas tengan espacio en la televisión”. Para el director de Centro de Estudios Humorísticos de la UDP, “al tener un espacio, descubrimos que siempre lo hemos gozado”.
Continuidad y cambio, entonces, siempre que se tenga presente la variedad de astros que deben alinearse para que el humor funcione en tiempo y forma. Y por qué el humor, a diferencia de la virtud, no busca lo correcto sino lo gracioso. Y lo gracioso, a su vez, no pide permiso para serlo.
Pero con respeto
“¿De que nos reimos?”, se pregunta Gumucio. Y se responde: “De la vida cotidiana, de la estupidez, la facilidad, la dificultad, la muerte, el amor, de todo lo que es serio e importante y, finalmente, no le importa a nadie”. Por su parte, Mora, conocida como “Belenaza”, pone el acento en el viejo e inesquivable fenómeno de la identificación: “Lo que hace reír es lo que logra identificación, y esa identificación puede darse desde lo cotidiano, lo político, etc.”.
No es difícil identificarse con quien nos cuenta que le pasan cosas que nos interpelan o que nos han pasado (de lo contrario no se explica la recordabilidad del “quedo atento a tus comentarios”, de Jorge Alís, en Viña 2019). Eso, dicen los que saben, facilita la disposición a la risa, la que a su vez es una experiencia deseable a la que se atribuyen, incluso, beneficios médicos.
Pero este humor es, también, el espectáculo de los muchos riendo a costa de los pocos, del bufón diciendo al rey lo que nadie más dice en público. Por eso el poder y sus representantes califican para estos fines. Por eso, también, pegarles a los políticos es cosa de siempre, aun si la época dicta el tono: si a mediados de los 90 se estilaba preguntar por qué Frei Ruiz-Tagle se fotografiaba hasta la cintura (“para que no se vean las maletas”, se respondía, dados los continuos viajes presidenciales), en 2016 Edo Caroe proponía “tirarle la cadena” a la élite política y económica.
Eso sí, otra cosa fue tras el estallido (“falta un Líder”, contaba Stefan Kramer en Viña 2020 que le dijo a un discontento del 18-O, quien le contestó, “pero si los quemaron todos”). Y otra, bien distinta de la anterior, hubo después de la pausa pandémica. Contra la costumbre, más de un humorista de Olmué 2023 se reconoció en escena votante del actual Presidente, aunque eso no le impidió al mencionado Slimming (“Don Comedia”) contarlo entre sus blancos: la noche del sábado 21, lamentó el infortuno de que su show cayera el mismo día en que se casaba su hermana. “Es como que a Boric lo asaltara el mismo hueón que indultó”.
El humor va con su época, piensa Pamela Leiva, que estará en Viña 2023 y que en Olmué 2020 se solazó comparando la salud privada con la pública, en especial la de Puente Alto, de donde es originaria: el “enganche” con el personaje popular se pierde en la noche de los tiempos festivaleros, aunque a diferencia de La 4 Dientes y “los cabros del bloque” -de los años 70 a los 2000-, Leiva expone y adereza su propia historia, no la de un personaje como el de Gloria Benavides.
“Lo que se ha visto con el humor”, observa Andrés Mendiburo, “es que te permite pensar sobre un tema de forma ligera y lúdica”. Autor de investigaciones empíricas en el área, este doctor en Psicología y académico de la UNAB constata la importancia del humor para cohesionar grupos, así como la existencia de aspectos que mutan y otros que no.
“En términos de qué hace que alguien se ría o no se ría, de un cambio en el público o en lo que el público busca, no lo hay. Es una cuestión muy transversal. Lo que sí cambia son los contenidos de los que nos estamos riendo”, plantea Mendiburo, quien destaca el “confort emocional” en la experiencia compartida de una muchedumbre festivalera.
Otra cosa es reírse a todo evento. Al humor, coinciden los consultados, no le queda otra que adaptarse a los tiempos. Por un lado, eso explica que poco y nada quede en festivales televisados de la mofa permanente a la suegra y otros roles femeninos, o bien de las rutinas que se las tomaban con personajes de rasgos homosexuales (como el “Soapisa”, de Hermógenes Conache, en Viña 84, o Tony Esbelt, en décadas posteriores). Por otro, obliga a evaluar con mucho criterio el contexto de cada presentación. No se trata de andar pisando huevos, cree Belén Mora, sino de “ir con cuidado, teniendo conciencia de que el piso está lleno de huevos y quizá no hay que pisar tan fuerte”.
Lo anterior no implica que las propuestas cómicas se digiten en Twitter, pero sí la constatación de que hay muchos dedos que apuntan severos. “Las redes sociales le dieron un ‘poder’ a todos de ofenderse por todo: porque alguien hizo un chiste, porque no lo hizo”, piensa Sergio Alvarado, manager de Felipe Avello y exmanejador de Edo Caroe, Alison Mandel y Pedro Ruminot. “El objetivo del humor es hacer reír, y siempre es bueno hablar de todos los temas desde la mirada del humor” (“Si la persona quiere decir algo, tiene talento para decirlo y tiene una forma especial para decirlo, dígalo si es tan valiente”, dijo hace poco Coco Legrand).
En este punto, eso sí, hay disensos y matices, como quedó a la vista con Bombo Fica y el señalado chiste del delivery.
“Lo peor que puede pasarles en Santiago es toparse con un delivery”, dijo el comediante en su rutina. “Se los digo porque a mí me pasó. Iba manejando mi autito, doblo en una esquina ¡y no se me cruza un delivery! Un venezolano de dos metros, maceteado, un guatón regalón de la arepa”.
La historia de este encontrón, que está lejos de terminar ahí, es de las que sacan chispas, aunque cabría anotar que, en cierto momento del chiste, el “Bombo” sacó a relucir ancestros mapuches como quien pone un comodín sobre la mesa.
En casos como este, observa Mendiburo, la ideología entra al baile: “La gente más progresista tiende a darle más importancia al bienestar del ser humano como fundamento moral, mientras la más conservadora tiende a manifestar más respeto hacia la religión, la tradición, etc. Llevado al humor, eso ha mostrado que, cuando cuentas chistes que se burlan de las personas, los progresistas tienden a encontrarlos menos graciosos y más ofensivos, y cuando los chistes se burlan de la religión, del poder o de las instituciones, los conservadores tienden a considerarlo menos gracioso y más ofensivo”. Sin embargo, agrega, “la gente más conservadora es más capaz de aceptar el chiste como un chiste, a diferencia de las personas progresistas, que son menos capaces de trivializar los temas, y eso es justamente lo que las hace aparecer socialmente como más graves”.
En este punto, considera el académico que contar un chiste sobre venezolanos es “un poco inadecuado”. Sin embargo, dice que consideró el del delivery “relativamente gracioso -no brillante, pero relativamente gracioso-, lo que no quiere decir que yo sea conservador. Pero si estoy frente a un grupo de venezolanos, veo que se sienten ofendidos y aun así me río, ahí deja de ser gracioso”. En otro sentido, una rutina como la de Nathalie Nicloux, que no completó media hora en Olmué cuando las pifias la hicieron dejar el escenario, sugieren que la defensa expresa de determinadas banderas culturales, como el lenguaje inclusivo, son de alto riesgo ante un público que a su propio juicio tenía “una agenda diferente”.
¿Hay temas vedados, entonces? No para Leiva (“uno puede hablar de los temas que quiera, siempre con el respeto que merecen”) y menos para Gumucio: “Siempre es gracioso lo que nos conecta directamente con la infancia, la crueldad, el sexo y el miedo. Por eso, todo intento de controlar de qué nos reímos termina en fracaso. No se puede decidir qué te va a hacer reír. Los que lo hacen, prueban que no se han reído nunca y que están condenados a ser los hazmerreír del mañana”.
En este y otros puntos solía separarse aguas entre vieja y nueva escuela, entre cuentachistes y standaperos. Hoy, a juzgar por las rutinas y por lo que afirman los propios involucrados, las fronteras son muy porosas. “La gente se quiere reír y la denominación no es tan importante”, piensa Alvarado: “El Club de la Comedia masificó el concepto del stand-up y lo que hizo Bombo Fica en Olmué no se podría encasillar en uno de los dos”.
Automática y malportada, la risa se sigue probando dura de domar, aun si la resonancia internacional de Felipe Avello y Fabrizio Copano (que vuelve a Viña tras contar chistes en inglés en un reputado late show de EE.UU.) habla de propuestas variadas y de riesgos que no se teme asumir. Y más dura puede serlo para ellas que para el resto, al decir de Belén Mora: “No podemos decir tantos garabatos, porque pasamos de inmediato a ser ordinarias. No podemos gritar, porque somos histéricas. No podemos hablar de los hombres, porque ‘cómo no tienen otro tema’, siendo que por décadas las rutinas se basaron en la suegra, la mina tonta, la esposa hinchapelotas, la mina puta. Si somos empoderadas, somos soberbias. Si un día andamos bajas de ánimo, andamos con la weá”.
Nadie dijo que era fácil, para todos los efectos, y menos que las muchedumbres se detendrán un día a decidir si se ríen con un chiste en vez de carcajearse sin más, de guardar un silencio incómodo o de pifiar como si no hubiera un mañana (por más que Natalia Valdebenito, en nombre del respeto, haya pedido esta semana terminar con las pifias).
Porque hay cosas que no cambian, incluso si Chile cambió.