Difícilmente podría haberlo planeado así, pero la cotidianidad del estadounidense James Williams, ha sentido en casa el pulso del mundo entero: su esposa trabaja para una organización internacional y hasta hace poco tenían su hogar familiar (completado por dos hijos pequeños) en Moscú. Tras el inicio de la invasión rusa a Ucrania, Williams y su familia se movieron a Azerbaiyán, quién sabe por cuánto tiempo, y las actividades de ambos los ha mantenido haciendo y deshaciendo maletas con cierta frecuencia. En dos semanas llegarán a Chile, donde Williams participará en el Festival Puerto de Ideas Antofagasta (18 al 24 de abril). La presentación de Williams, el sábado 23, girará en torno a su libro Clics contra la humanidad: Libertad y resistencia en la era de la distracción tecnológica, publicado originalmente en 2018, y en español en enero del año pasado. Anticipando su visita, conversa con La Tercera desde Estambul, vía Zoom.

La reseña biográfica de Williams lo sitúa dentro de un grupo que podría sonar familiar: el del experto que ha visto cosas que no le han gustado en su industria de origen y deriva en un crítico que comienza a advertir al resto del mundo sobre lo que está pasando. Pero Williams, un ex estratega de Google que migró a académico de la Universidad de Oxford (donde hizo un doctorado investigando en torno a la filosofía y ética de la tecnología), admite y reconoce matices en su análisis y argumentos.

La principal tesis es esta: las tecnologías que llamamos “de información” o “redes sociales” en realidad están en otra competencia, y lo que buscan cautivar es nuestra atención. Trabajan y perfeccionan métodos para manipular nuestra atención y por esa vía manipulan algo intrínsecamente humano: nuestra voluntad. Todo esto tiene implicancias que van mucho más allá de cómo gastamos nuestro tiempo (libre o no, eso ya es relativo): impacta directamente en nuestra capacidad de organización política, considerando el rol de la voluntad en todo esto.

Esta semana Barack Obama participó en una conferencia sobre desinformación y democracia. Dijo que las compañías tecnológicas y de redes sociales han hecho la democracia más difícil a través de un diseño de producto que se monetiza explotando las divisiones de las personas. Pero la visión que tiene usted es que el riesgo político no está sólo ahí…

Sí. Es cierto que al competir por nuestra atención apelan a nuestros impulsos más tribalistas, porque presiona muchos botones psicológicos. Pero también creo que el discurso de la desinformación ha sido transformado en arma, porque para mucha gente “desinformación” es simplemente algo en lo que no están de acuerdo. Creo que hay un riesgo para la libertad de expresión ahí. Al margen de eso, sí creo que hay un nivel más profundo que tiene que ver con cómo internalizamos todo esto, cómo vivimos el día a día, y cómo habitamos este mundo. Ese es el riesgo más profundo. De lo que hablamos es de la propia identidad, que está en riesgo o ya ni siquiera está ahí. Este individuo que la democracia supone capaz de analizar una serie de asuntos y tomar decisiones mirando el bien común. Cuando escribí mi libro usé un epígrafe de Aristóteles (“Es vergonzoso que el hombre no pueda servirse de sus propios bienes”), pero podría haber usado es el del hombre que encabezaba la Compañía de Telégrafos de Canadá en 1899 y hablando sobre la forma ideal de los medios dijo: “No hay competencia contra la instantaneidad”. Para mí eso refleja en lo que estamos, ese individuo en el que la democracia se construye está bajo un constante ataque de instantaneidad. Y ahora mi hijo de 4 años tiene acceso a toda la información del mundo con un aparato que cabe en su mano.

"Clics contra la humanidad", Gatopardo ediciones, 2021

Esa observación lleva a muchos a tener una aproximación más optimista, mirando con asombro, asumiendo que es parte de nuestra evolución y preguntándose cómo será el mundo que habiten nuestros hijos. ¿Por qué para usted es una amenaza para la humanidad?

Yo trato de mantener las dos visiones. Lo que pasa es que hasta ahora ha sido la aproximación híper optimista con las tecnologías digitales la que ha predominado, quizás últimamente moviéndose hacia la otra dirección y seguro que volverá a ella. Creo que es lo que ha sucedido con todas las nuevas tecnologías. Me parece que lo que está desapareciendo es la individualidad que nos dio la predominancia de los medios impresos, y el mundo digital está prolongando la manera en que reaccionamos socialmente, psicológicamente, emocionalmente, algunos dirán espiritualmente a los impulsos eléctricos de los nuevos medios, y los medios digitales son ese último destello. Para mí la pregunta no es si debemos tomar una decisión única y final sobre si esto es bueno o es malo, si es una utopía o una distopía. Para mí la pregunta central es sobre nuestro sentido de identidad, sobre nuestras sociedades y tantas cosas que hemos construido a partir de estos supuestos que vienen de los medios impresos. Sacamos muchas cosas buenas de ahí, ¿cuáles queremos que sigan existiendo en el mundo digital? ¿cómo mantenemos nuestro sentido de identidad, nuestro sentido de permanencia, de complejidad cognitiva? Parte del problema es que todo ha sucedido muy rápido. Einstein dijo “si fuera a salvar el mundo en 1 hora pasaría 59 minutos definiendo la pregunta y un minuto resolviéndola”. Creo que muchas de las discusiones que vemos hoy parten de la pregunta equivocada. Así lo veo: creo que se trata de encontrar las preguntas correctas.

A propósito del telégrafo, ¿hemos aprendido algo que nos sirva ahora de las discusiones que la humanidad ha tenido cada vez que aparece una tecnología o dinámica de medios disruptiva?

Definitivamente. Una es que cada vez que una nueva tecnología, un nuevo medio, siempre va a cambiar los supuestos de la pregunta. Por eso pienso que asegurarse de hacer bien la pregunta es tan importante. Creo que otra cosa que aprendimos es que mucho de lo que es enfrentado como un asunto tecnológico, cuando toca la experiencia humana se conecta con las preguntas eternas de la economía política: quién controla el poder, quién se beneficia, cómo se distribuye la riqueza y el poder en las sociedades. Y hay algo que no he desarrollado completamente, pero creo que siempre que ocurren esta clase de conversaciones habrá gente que diga “esto es terrible, está destrozando a nuestros niños”, y otros dirán “estás creando un pánico moral”. Y podemos remontarnos hasta el mismo Sócrates y su posición frente a la escritura. Y creo que ambos tienen razón, de alguna manera. Sí es verdad que la escritura hizo que los estudiantes de Sócrates olvidaran los poemas largos. Y uno puede decir que no había necesidad de hacerlo, igual que uno puede decir que hoy basta con googlear cualquier cosa en cualquier momento. Pero también hay beneficios en el acto de recordar algo y hacerlo parte de ti mismo. Entonces aquellos que están sonando las alarmas por todos estos cambios tienen razón. Cuando apareció el cierre (cremallera) la gente lo llamaba “la atracción del diablo” porque ayudaba a la gente a sacarse la ropa más rápido y asumían que tendrían más sexo. Tenían razón, probablemente (aunque no he visto datos), lo que pasa es que el supuesto moral probablemente no era el correcto. Pero creo que hay una perspectiva de orden superior en estos devenires sociales de un lado a otro, esto es bueno o malo, todo ese proceso, el tema es cómo tenemos esa conversación.

James Williams estará en Puerto de Ideas Antofagasta el sábado 23 de abril a las 10.30 am

Y en ese sentido ¿ve que su rol en toda esta conversación funciona de modo más dialéctico, en cierto sentido?

Quizás. No estoy tan seguro de cuál es mi rol en estas conversaciones. Hay un crítico literario (Richard Palmer Blackmur) que dijo una vez que la poesía agregaba al stock de realidad disponible. Por eso es que me centro tanto en el lenguaje y el asunto de las metáforas, se trata de distribuir herramientas, “esta es una manera de pensarlo, esta es otra”. Nadie puede controlar la dirección de toda la conversación. Al final se trata de mejorar nuestras capacidades lingüísticas y cognitivas.

A propósito del lenguaje, usted dice que la “industria de la atención” se ha apropiado de muchas palabras que antes significaban más para nosotros, como “engagement” (involucramiento)…

Sí. Creo que los negocios siempre lo han hecho, pero hay una manera especial en que específicamente las compañías tecnológicas han empobrecido el peso de ciertas palabras. Un “amigo” es ahora alguien con quien estás conectado en una plataforma, si “te gusta” o incluso “amas” algo es porque hiciste “click” un botón diseñado para eso. “Seguir” a alguien, ser un “seguidor”... tiene una característica religiosa incluso. En marketing se habla de “conversión” cuando compras o descargas algo. Tiene una pátina extraña todo esto. Y estar “involucrado” en algo es prestar atención, con interés, pero en este contexto es estar sentado mirando más tiempo como zombi. Hay una especie de vaciamiento de significado, una pobreza lingüística. Es una de las víctimas culturales de la manera en que estas compañías han asediado nuestra atención.

James Williams se presentará en Puerto de Ideas el sábado 23 de abril a las 10.30 am en el Teatro Municipal de Antofagasta.