Es uno de los cientistas políticos más influyentes del país. A Juan Pablo Luna lo escucha el Presidente Gabriel Boric, varios de sus ministros y es lectura obligada en el mundo académico. Nunca ha sido un optimista sobre el Chile de las últimas décadas, pero ahora está especialmente pesimista. Cree que los errores del gobierno y las ambigüedades en las que ha caído afectan profundamente las certezas que requiere la ciudadanía.
Hace varios años que Luna viene observando las desavenencias entre la élite y la ciudadanía y, fundamentalmente, los costos de esa desconexión. De ahí que sostenga que la derecha y el gobierno deben dejar de cobrarse cuentas y buscar un gran acuerdo social. De lo contrario, dice, se van a “hundir todos”.
¿Cómo ve el arranque del 2023 de un gobierno que todavía no cumple un año?
Enredado, pero no cabía esperar otra cosa, lamentablemente.
¿Por qué?
En parte, porque seguimos en la misma lógica de la confrontación política, pero agudizada. Y a esto se suman errores no forzados del gobierno. Por otro lado, vemos una derecha que luego del plebiscito está sumamente empoderada y le pone condiciones al gobierno en todos los temas. Yo pensé que si algo bueno tenía el nuevo acuerdo constitucional era el de recuperar un cierto sentido de la cooperación. Al menos un cambio de tono.
Usted mismo declaró el fin del gobierno de Gabriel Boric después del plebiscito. ¿Había espacio para un nuevo tono?
Mi frase completa era que se acabó el gobierno tal como estaba previsto. O sea, tal como lo habían visualizado desde Apruebo Dignidad. Por tanto, para mí, lo que se abría era la oportunidad de generar un gobierno diferente. Especialmente, porque Boric tiene capacidad para aprender de los errores, para adaptarse a las circunstancias y abrirse al diálogo.
La encuesta CEP muestra una fuerte alza en la desaprobación. Llama la atención que sea en el mundo rural y en sectores populares. ¿Qué explica esa caída? ¿Un desajuste de expectativas o que el gobierno no ha logrado pasar del discurso a la acción?
En toda crisis, los sectores más vulnerables son siempre los que pagan el costo mayor, y lo pagan primero. Pero más allá de eso, la situación generada con los indultos y su defensa en voz del Presidente, si bien no están medidos por la CEP, dicen mucho de un problema que me parece central.
¿Cuál?
Se ha criticado al Presidente por sus cambios de opinión. Mi impresión es que más que esos cambios, a la aprobación presidencial le pena la ambigüedad recurrente de esos cambios que se anuncian un día y se deshacen con otra acción de gobierno al día siguiente.
¿Y qué efectos puede acarrear esa ambigüedad?
El país ha dado un giro conservador, pero ese giro es mucho más emocional que ideológico o estructural. Y a nivel emocional, cuando la gente está buscando certezas mínimas, la ambigüedad y el desorden son fuertemente desestabilizadores.
El pesimismo se instaló. Eso también puede convertirse en un factor político. ¿El gobierno está en condiciones de gestionar un cambio de ánimo?
Es muy difícil, pero me parece obvio que lo primero es asumir, sin barrer la mugre bajo la alfombra, la situación estructural en la que se gobierna, los recursos propios con que se cuenta y de los que se carece. Lo segundo, es hacer ver a la oposición -que hoy tiene todos los incentivos, el poder y el resentimiento necesario para seguir complicando al gobierno- que de aquí a mediano plazo se están hundiendo todos.
¿Todos?
Sí. Gobierno y oposición. Por eso sería imprescindible trabajar un paquete de medidas urgentes capaces de traducirse en mejoras concretas en la vida cotidiana de quienes hoy están más desesperanzados. Eso tiene que ver con la salud, con la educación, con las pensiones, con la seguridad, con proyectos de desarrollo e inversión que recuperen la noción de que este país tiene futuro. Un segmento cuyo pesimismo es especialmente preocupante es el de los jóvenes. Muchos de quienes creían que Chile estaba cambiando positivamente, hoy ven el aeropuerto como la salida más viable. Como migrante sé que el efecto de ese cambio también es devastador para las familias.
De todos los datos que arrojó la encuesta del CEP, ¿qué otros frentes resultan preocupantes?
Hay dos cosas que me preocupan. Primero, que esos datos todavía sorprendan a quienes deberían tener cierta claridad respecto a dónde están parados. Segundo, que la CEP y cualquier otro dato, evento o declaración pase rápidamente a ser el centro, por un par de días, de polémicas payasescas, facilistas, frívolas y sin la profundidad necesaria para construir diálogos productivos. Mientras unos dan por enterrado al “octubrismo” y otros dan una lucha a muerte contra el “neoliberalismo”, la gente busca -y eventualmente encontrará- a quien le hable de sus penurias cotidianas y le prometa soluciones dentro o fuera del marco democrático o constitucional.
Bueno, bajó la valoración de la ciudadanía a la democracia. Otro dato preocupante, ¿no?
O sea, ese dato junto con la baja aprobación de las distintas instituciones debería ser un antídoto para los engrupidos. El pacto constitucional está atado con alambre. Sin un Estado que recupere mínimos de eficacia, sin un sistema político que produzca soluciones a los problemas serios que aquejan a quienes no tienen tiempo de divagar sobre la Constitución o tuitear sobre el escándalo o la controversia del día, sin un modelo de desarrollo viable y que entusiasme, el deterioro proseguirá.
¿El acuerdo constitucional podría instalar una nuevo clima?
Venimos de varias semanas de autofelicitación efusiva entre ellos. El acuerdo es valioso, pero es una solución por defecto. El desastre de la Convención Constitucional legitimó por contraposición a quienes se buscó destituir, es decir, a los partidos, al Senado, a los saberes técnicos. Pero esa legitimidad no es por virtud, es por defecto. El acuerdo se produjo, además, en un clima de opinión que viró radicalmente después de tres años duros y acontecidos, en que la sociedad está replegada y pensando en otra cosa.
El tiempo de Boric
Después de la derrota del plebiscito, ¿el gobierno ha logrado retomar agenda, relato?
Hay luces y sombras. Creo que el gobierno se ha empezado a hacer cargo de algunos temas. Con inexperiencia, con salidas de tono, con ambigüedades, pero se ve una actitud un poquito más ordenada de parte de La Moneda. El gran error de los primeros seis meses fue no entender que el proceso constituyente era una parte relevante, necesaria, pero muy insuficiente para los cambios que Chile necesita.
¿No es una paradoja que ese orden haya llegado cuando entraron figuras de la ex Concertación?
Sí, y por eso la frase que dije respecto al término de gobierno después del plebiscito. De alguna manera, este es un gobierno de Bachelet III.
¿De Bachelet? ¿En qué sentido?
Hay un tono parecido al de Bachelet en la figura presidencial. Y hay una actitud de abrirse a negociaciones, de escuchar voces que no son las propias. Eso me parece interesante y potencialmente constructivo.
Pero ser visto como un tercer gobierno de Bachelet, ¿no es una derrota política?
Es un baño de realidad. Así hay que entenderlo.
¿Existe el riesgo de que puedan terminar convertidos en otra élite?
Eso es inevitable. Siempre he dicho del Frente Amplio que son cabros de élite. Muchas veces se los ve como una continuidad el 2006 y el 2011. Pero no es así. En el 2006 había una preocupación por la educación, pero también por la desigualdad, por lo territorial, por las condiciones de la educación estatal. En el 2011 se pierde un poco esa demanda y entra una generación que es la que termina en el gobierno ahora y que son hijos de la élite. En cierto sentido, eso reproduce en el tiempo una falta de conexión, de empatía que no lo termina de suplir el Frente Amplio.
Un pacto social
Hace menos de un año, el gobierno llegó con un aura de esperanza, de efervescencia. ¿Se esfumó o nunca fue tan así?
La elección de Boric fue el último vuelito de un ciclo de movilización social en el país. El economista Albert Hirschman hablaba sobre ciclos de orientación a lo público y ciclos de retracción a lo privado. Bueno, parte de lo que ha vivido Chile en los últimos años fue un ciclo en que se buscaba salir a lo público. O sea, el estallido también mostró una sociedad que descubrió que sus problemas familiares eran colectivos. Antes se vivían en clave individual. Eso fue bien esperanzador para la gente, pero nunca significó que quisieran un salto al vacío.
En el fondo, ¿no querían cambios que pudieran afectar lo que habían ganado?
Exacto. Pero con la pandemia, con la crisis económica, con la inseguridad, con los primeros meses del gobierno, con la deriva de la Constituyente, ese ciclo de orientación se volvió hacia lo privado, lo individual. La gente no quiere perder lo que había ganado. Valora lo que tenía antes del 2019. Dado ese cambio de momento es que hoy tenemos una reacción conservadora que coincide con una sociedad que tiene miedo…
Ese giro conservador, ¿favorece a la derecha?
La derecha no se da cuenta que si le va mal al gobierno también les va ir mal a ellos como oposición. Y que, por lo tanto, si no se aprovecha esta oportunidad de construir una salida conjunta, se hunden todos. A la gente no le importan los líos políticos. Está agobiada con sus problemas y los partidos no están siendo capaces de darles solución.
Recogiendo esa distancia, ¿el país podría estar sentado en el mismo volcán del malestar del 2019?
Hace rato que estamos sentados en un volcán. Lo que pasa es que el trauma del estallido es tan fuerte que lo único que vemos como problemático es otro estallido. Esta sociedad viene estallando desde hace tiempo, pero en lógicas mucho más sordas, más subterráneas y que están generando distancia con quienes gobiernan. Ahí está el dilema. Aquí hace falta no sólo un pacto político, sino un pacto social. ¿Boric tiene la fuerza para proponer ese gran pacto social?
Lo mejor que tiene Boric como figura política es su capacidad de abrirse a cosas con las que en principio no está de acuerdo. Tal vez no lo puede encabezar solo, pero puede ser quien abra el juego. Tiene capital político suficiente para hacerlo.
¿Para eso tendría que traicionarse a sí mismo?
A ver… Después del plebiscito y de su primer año, están gobernando el país que tienen y no el país que se imaginaron que éramos. Entonces, si gobernar el país real y no el país imaginario significa traicionar lo que decía el Presidente, no creo que haya traición ahí. Lo que hay es una toma de conciencia y un aprendizaje respecto de cómo funciona el país, cuáles son sus problemas. Y lo que vemos es que están abiertos al diálogo. Lo que falta es que la oposición, en vez de ceder a la tentación de cobrar cuentas, debe entender que hay un bien superior.
¿Se requieren acuerdos como los que se sellaron en los tiempos de la transición a la democracia?
Hoy tenemos una crisis de Estado. El otro día hablando con alguien que participó de gobiernos anteriores y que ahora participa de este gobierno me decía: “Esta no es la misma Moneda en la que yo estuve hace años atrás. Esta Moneda no tiene poder”. Claramente, tenemos un problema serio en la capacidad de gobernar, de generar orden, de que lo que se decida en el Parlamento, en un ministerio o en la Corte Suprema aterrice de forma razonable a nivel social. Y eso es algo que a la gente también le preocupa.
¿El gobierno tiene que empoderarse?
El gobierno tiene que construir Estado y buenas políticas públicas. Sin un buen Estado, la democracia funciona mal o no funciona.
Por último, ¿diría que está en juego la proyección de esta nueva camada política?
Está por verse si aquí hay un proceso de construcción de una nueva fuerza, o si estos tres años terminan con la destrucción de lo que, hasta hace un año, era la nueva fuerza política en Chile.