Para encontrar aquello que la sociedad chilena anhela o le irrita, Kathya Araujo va a terreno. Sus investigaciones de campo le han permitido entregar cada tanto una radiografía clara del Chile actual. Lo suyo no parece ser una foto del momento, sino que un mapa de los fenómenos que se alojan en el país.
Psicóloga de profesión, doctora en Estudios Americanos, Araujo es académica del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago y directora del Núcleo Milenio, Autoridad y Asimetría del Poder de la misma universidad.
Sus investigaciones -lleva 20 años trabajando en terreno- le han permitido ver y alertar sobre los cambios de la sociedad chilena desde la base. De ahí, que en las semanas del estallido social, su nombre era un referente para tratar de entender lo que nadie vio venir.
Sus investigaciones vienen recogiendo el pulso de la sociedad chilena desde hace rato. ¿Cómo y qué observa en este momento?
Es un momento difícil, pero también creo que es un momento artificialmente difícil.
¿Artificialmente?
Sí. Porque si bien es cierto que estamos atravesando muchas complejidades, también creo que estamos aportando a que todo sea más difícil. Se están haciendo olas en la superficie. Es como que se hubiera montado por encima un clima de confrontaciones. Lo veo más que nada en la esfera público-política.
¿Es como si hubiese una crisis creada?
Sí, creo que hay actores que promueven ese debate. No digo que la situación en Chile sea buena. Hay muchos “miniestallidos” en curso, pero esta tormenta producida –más por vientos inflados que por vientos naturales- nos está restando las energías para ir a enfrentar problemas reales. Y lo que es peor: está impidiendo hacer uso de los recursos que sí tenemos.
¿Qué tipo de recursos?
Para ejemplificar: en razón del estallido, vimos un ánimo de entender, de conversar. Hoy la voluntad pareciera ser la de ganar. No la de dialogar. Y con eso no avanzas. Y así lo percibe la gente. Estoy trabajando en una investigación sobre la relación de los sectores populares con la política. Me sorprende la sensatez con que proponen fórmulas para resolver problemas. ¿Pero qué pasa? Estamos complejizándolo todo más de la cuenta. Y eso se da por este nuevo ambiente.
¿Un ambiente de polarización, de nuevas fricciones?
Es una polarización de la elite. No de los amplios sectores de la sociedad. La gente no se está peleando en las calles. Lo complicado es que los actores políticos tienen que dar el ejemplo. Hay un tema ahí. Y lo otro es que la política pública debe producir razones para que la ciudadanía se sienta dignificada de pertenecer a esta comunidad.
¿Y eso no está pasando?
No. Esas dos cosas, la dimensión de ejemplaridad, que tiene que ver con la ética, y la dimensión de dar razones de dignificación en la pertenencia de la comunidad social y política, están ausentes hoy día.
¿Y eso acarrea qué tipo de consecuencias?
Hay muchos problemas sectoriales, pero mis trabajos en terreno me están mostrando que hay un movimiento hacia el desapego, de irse restando de las cosas y participando discrecionalmente. O sea, vas entrando y saliendo del mundo social. Es una especie de desencanto, de desazón muy grande...
¿Avanzamos sin esperanza?
Hay una mezcla de desesperanza y expectativa. Eso es muy particular. Por un lado, es una buena noticia que todavía esté la expectativa de las cosas mejoren. Es un dato potente porque la gente aún espera que haya cambios. Pero también está la desesperanza…
Esa expectativa de cambio, ¿podría explicar los bandeos del último tiempo en que el péndulo político va a la izquierda y luego a la derecha?
Sí. Y aquí hay algo interesante. La dimensión del cambio no es política. No es ni de derecha ni de izquierda. Como la gente quiere cambios, va buscando al actor que se lo va a ofrecer. Esperan planteamientos muy concretos. Lo otro relevante es que la gente no quiere revoluciones.
Es decir, ¿la expectativa es por cambios graduales?
Lo esencial es que hay un sentimiento de que algo tiene que cambiar, pero sin que me perjudique ni pierda nada en el camino. Eso se ve clarísimo desde hace tiempo. En el 2016 hice una investigación y al preguntar por el significado de la felicidad, la gente respondía que era la tranquilidad. Es decir, no quiere revolución, pero sí quiere cambios. Entonces, la buena noticia es que la expectativa de cambios se mantiene, pero está conviviendo con un sentimiento de desesperanza.
La contradicción
En ese escenario, los liderazgos cumplen un rol importante. ¿Hay un debilitamiento en la figura de la autoridad? Me refiero más que nada a la política…
Efectivamente, el peso del cargo, ya no es como antes. Hoy son más importante las figuras personales. Por ejemplo, la gente vota por Gabriel Boric. No por el Frente Amplio ni por Apruebo Dignidad. Lo mismo pasa con José Antonio Kast. Votan por él, no porque es de Republicanos.
¿Tampoco votan por figuras de autoridad?
Hoy tenemos fórmulas en que son las personas individuales las que atraen. Son sus atributos personales los que generan los polos de adhesión, con lo cual las figuras de autoridad se vuelven extremadamente frágiles.
¿Por qué?
Porque estás dependiendo de ti mismo, de lo que hagas o no hagas. Ya no tienen ese escudo protector que entregaba el ser una autoridad o que antes se llamaba “la dignidad del cargo”. Hoy no hay un escudo que pueda dispensar los errores o las debilidades que necesariamente vas a cometer.
O sea, la figura presidencial está más desprovista.
Claro, como los cargos están debilitados, las personas pasan a ser más importantes. Entonces, Boric no es el mismo Presidente de la época en que Patricio Aylwin era una autoridad. Sin embargo, Boric como figura es extremadamente importante.
El hecho de que, por ejemplo, el Presidente Boric se relacione directamente con la gente, saliendo de La Moneda para hablar con un megáfono, ¿tiene que ver con eso?
Sí, y es porque estamos en una época distinta. Se transformó la forma en que considerábamos que había que ejercer la autoridad. Sin embargo, hay una contradicción en las personas. Por un lado, quieren autoridades más cercanas, cuidadoras, dialogantes, menos rígidas, pero al mismo tiempo piensan que para que realmente funcione, tienen que ser autoritarias.
Parece más una disociación…
Es una mezcla rara. Se quieren las dos cosas a la vez. En el fondo, quiero un líder cercano, horizontal, democrático, dialogante, pero también quiero que mande, que hable golpeado. Se piensa que para que las cosas ocurran, se necesita una autoridad fuerte. Es un tema con la eficacia.
¿Y qué diría que es lo que impera hoy?
Las dos, aunque sean modelos contradictorios. El problema es que por mucho tiempo se ha pensado que una figura de autoridad es más eficaz que la otra. No tenemos un buen registro para este nuevo modelo de autoridad dialogante, más democrático, horizontal.
En ese sentido, el tipo de liderazgo de Gabriel Boric, ¿gana o pierde en esa dimensión de autoridad?
Él combina esa dualidad. De repente hace afirmaciones tajantes y trata de encarnar esa otra figura de autoridad, pero es menos exitoso porque también se relaciona desde la horizontalidad. El problema lo tenemos nosotros. Seguimos en la idea de que ser firme es ser autoritario o tener mano dura. Y no es así. Uno también puede tener firmeza siendo dialogante.
A pesar de la contradicción, en el debate se escuchan peticiones de “mano dura”. ¿Eso quiere decir que aún prima el deseo de una autoridad más dura?
Porque es lo que conocemos. Históricamente, hemos tenido la creencia de que la autoridad es autoritarismo y que ese modelo era eficaz. Pero la sociedad ha cambiado. La gente dice que quiere mano dura, pero no quiere que esa mano le caiga a ella o a su familia. Eso no hay que olvidarlo. Está muy presente que parte de la dignidad en el trato pasa porque nadie te trate mal ni que sea autoritario contigo. Para la vida ordinaria, es inaceptable sentirse maltratado.
Esa contradicción tiene un correlato muy difícil en la política, ¿no?
Creo que para la cuestión política, como para cualquier otra, lo que tenemos hoy en Chile es un déficit de un nuevo modelo de autoridad. Necesitamos un nuevo modelo que pueda articular esas dos dimensiones y no lo hemos encontrado todavía.
¿Bachelet tenía un poco de eso?
Sí, la gran novedad que ella introdujo fue la cercanía. Era una cercanía más maternalista, pero que en la construcción de sí misma, también se mostraba como una figura fuerte. En su momento, se decía que ella gobernaba con falda y con pantalones. Hubo un esfuerzo por tratar de articular esas dimensiones. Ese es el gran reto que debemos asumir hoy.
¿Autoridad versus autoritarismo?
Da vueltas una preocupación. Las encuestas muestran que un porcentaje no menor de la población estaría dispuesta a renunciar a sus libertades personales a cambio de más seguridad. Eso podría abrir paso a un liderazgo enteramente autoritario. ¿Ve esa amenaza?
De todas maneras. Esa es justamente la profundidad de la contradicción en la que estamos. ¿Vamos a asumir un nuevo modelo de autoridad o vamos a seguir en esta oscilación hacia el autoritarismo porque se cree que es más eficaz? El problema es que las fórmulas tradicionales que la gente cree que van a funcionar, en realidad ya no funcionan más.
¿Por qué?
Porque la figura autoritaria no va a poder influir en la vida de las personas. No lo van a aceptar. La gente le da un gran valor a su autonomía. Además, cuando quieres poner mano dura, no puedes discriminar. Mucha gente queda expuesta en su integridad física o en su libertad. Es casi imposible que una sociedad como ésta acepte que transgredan las normas de la vida común. Es cuestión de mirar a nuestros jóvenes, a los niños. Hay una reacción muy violenta a estas fórmulas autoritarias.
¿Traería más riesgos?
Digámoslo así: el autoritarismo va a contramano de las transformaciones, de las nuevas generaciones. El autoritarismo puede ir destruyendo cada vez más las bases de la autoridad. Y eso sí que es un riesgo enorme. Por lo tanto, no creo que en Chile sea posible producir cambios sin adhesión.
Imagino que eso pasa también en los ámbitos de la enseñanza, de cómo criar a los hijos...
Así es. Es una cuestión que está atravesando a toda la sociedad. Uno de las dimensiones que más me preocupa es el rol de la autoridad en la escuela. Estamos viendo las enormes dificultades que tienen los profesores y profesoras para ejercer autoridad.
¿También aquí se da esa contradicción respecto a qué tipo de autoridad debe ejercerse?
Sí. Estamos viendo la seducción de regresar a formas autoritarias o abdicar al ejercicio de autoridad y entonces dejan que los estudiantes hagan y deshagan. Y el problema se repite: como sociedad no hemos conseguido construir nuevos modelos de autoridad. Y en tiempos de grandes transformaciones, necesitamos un acuerdo básico para ayudarnos a todos a cambiar.
¿Cuánto del problema de los profesores por imponerse tiene que ver con la figura de autoridad en la casa?
Mucho. Los padres van a reclamar a la escuela y reducen la autoridad del profesor. Hay datos. Hicimos una encuesta en que aparecía que sólo el 3% o el 4% de los consultados a nivel nacional reconocía a los profesores como figura de autoridad. O sea, ni siquiera tienen el apoyo de la sociedad.
¿Qué podría explicar ese fenómeno?
Lo que está ocurriendo es que la familia ya no desplaza autoridad hacia la escuela. Los padres, madres, tienen sus propios dramas en el ejercicio de la autoridad y están tomando rumbos distintos al de la escuela. Entonces, tenemos una especie de “encontrón” entre las lógicas de cómo están tratando de resolver sus problemas de autoridad de los padres contra lo que la escuela pueda realmente hacer.
Difícil...
Tenemos un problema serio, de difícil resolución. Pero mientras sigamos en esta tormenta artificial con una lógica de suma cero, en que yo gano y tú pierdes, es supercomplicado avanzar y construir un plan de futuro. Vienen desafíos gigantes por delante. Y no creo que ni la derecha ni la izquierda tengan un plan que considere toda la complejidad que nos trae el futuro, sobre todo para las nuevas generaciones. Ahora, también es importante decir que cualquier cambio –en el país, en los hogares, en las escuelas- requiere grados de adhesión para que se produzca, si no, es imposible.
¿Ningún cambio va a funcionar sin adhesión?
No. Y eso explica otro asunto que me gustaría mencionar. Lamentablemente, perdimos la oportunidad de dar el salto hacia un país moderno y desarrollado. Ese ha sido el error más grande de las últimas décadas. No hablo de cifras ni de un desarrollo material, sino la educación de las personas, de sus oportunidades, del refuerzo de sus capacidades. Me sorprende el abandono que hicieron las elites en esa conversación. Creyeron que podían ir solas hacia adelante. Que ellas podían dar el salto a un país moderno, pero sin incorporar al resto del país. Eso era imposible.