Mil novecientos ochenta y ocho: el año del plebiscito en Chile y también del triunfo de Carlos Salinas de Gortari en México y de Carlos Andrés Pérez en Venezuela, acontecimientos claves para América Latina. Sin embargo, en el “otro lado” del mundo, otro hito se transformaría en algo aún mayor, con repercusiones globales y un cambio definitivo en las fuerzas dominantes durante la Guerra Fría. En diciembre de 1988, Mijail Gorbachov, quien apenas un par de meses antes había asumido como el jefe supremo de la Unión Soviética, aterrizó en Manhattan, convertido en un rockstar.
“Gorbachov estaba deleitándose ante la adulación estadounidense (…). En Broadway ordenó que detuvieran la limusina, y él y Raisa, su mujer, se apearon sonrientes y se hicieron fotos. El líder soviético fue inmortalizado debajo de un gran neón de Coca-Cola levantando triunfalmente el puño al más puro estilo Rocky Balboa (…). Una manzana más al sur, en mitad de Times Square, la meca del capitalismo mundial, la cartelera electrónica mostraba una hoz y un martillo rojos con el mensaje: ‘Bienvenido, secretario general Gorbachov”, cuenta la historiadora Kristina Spohr en su más reciente libro: Después del Muro (Taurus), disponible en librerías chilenas.
Ese día, el líder soviético se reunió con famosos y multimillonarios, en vez de codearse con dirigentes sociales neoyorquinos. Durante su visita, Gorbachov tenía previsto visitar la Trump Tower. Donald Trump ansiaba un encuentro con “Gorby”, pero el itinerario se le hizo imposible al gobernante de la Unión Soviética, por lo que el encuentro nunca se concretó. Sin embargo, cuando se reportó que un hombre igual a Gorbachov paseaba por la Quinta Avenida, Trump y sus guardaespaldas salieron a toda prisa para ver si éste había cambiado de parecer. El magnate estadounidense logró acercarse y le estrechó la mano, pero no era Gorbachov, sino que uno de los tantos “dobles” que suelen pasear por la Gran Manzana.
Trump tuvo que decirles a los periodistas que él sabía que no era Gorbachov. “Miré la parte trasera de la limusina y vi a cuatro mujeres atractivas. Sabía que su sociedad no había llegado tan lejos en cuanto a decadencia capitalista”, dijo entre risas. “Sin duda, Mijail Gorbachov no compartía el ideal de decadencia de Donald Trump. No obstante, era obvio que le fascinaba la economía de mercado”, narra Spohr en su obra, que mezcla este tipo de “anécdotas” reveladoras con un análisis minucioso de las decisiones que los grandes líderes globales tomaron entre 1989 y 1992, hechos que según ella moldearon el mundo en que vivimos hoy.
Spohr cuenta en una entrevista por Zoom con La Tercera que su origen es finlandés-alemán, “por lo que traigo a la mesa una perspectiva de un país europeo pequeño y de uno más grande. Pero como he vivido y trabajado como académica en Reino Unido, Estados Unidos y Francia, uno desarrolla puntos de vista desde adentro y desde afuera”. Una de las tesis de esta autora, que lleva a debate el concepto de “fin de la historia” acuñado por Francis Fukuyama, es que no se puede comprender a la Europa posterior a la caída del Muro de Berlín sin tomar en cuenta lo ocurrido en 1989 en China.
“Bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, la República Popular China protagonizó una salida de la Guerra Fría radicalmente distinta y para siempre sinónimo de la matanza de la Plaza de Tiananmen, el 4 de junio. La entrada gradual de China en la economía capitalista global se vio contrarrestada por la determinación de Deng de mantener el dominio ejercido por el Partido Comunista. Ese ejercicio de malabarismo, muy diferente de la absoluta pérdida de control que experimentó Gorbachov, situó a su país en otra órbita”, planea Spohr.
En general, cuando se analiza el fin de la Guerra Fría, China es dejada de lado. ¿Cuál fue la principal diferencia entre Deng Xiaoping y Mijail Gorbachov en ese proceso?
Creo que Deng Xiaoping también quería reinventar el comunismo y convertir a China, que se consideraba un país en desarrollo en las décadas de 1970 y 1980, en una nación próspera. Pero quería hacerlo con esta regla de partido único. De modo que estaba dispuesto a impulsar un cambio económico, pero no en una escala tan amplia como Gorbachov. ¿Fue una liberalización política? No, se hizo muy deliberadamente solo en lugares particulares muy controlados para que el partido permaneciera a cargo y no hubiera una liberalización política mientras se introducía un cambio económico hacia el capitalismo. Deng le dice a Gorbachov en mayo de 1989 que su reinvención del comunismo está mal y que mire lo que está sucediendo en Europa del Este, que es como un virus que se estaba propagando y que podría llegar a China y que no iban a permitir que eso sucediera. Y luego usan la fuerza, aplastan la protesta para que el Partido Comunista se mantenga al mando. Esa fue una salida muy diferente en la Guerra Fría, porque el Partido Comunista chino se mantuvo en el poder.
La temida guerra a gran escala entre Este y Oeste durante la Guerra Fría no se concretó, aunque sí hubo conflictos puntuales, no menos sangrientos, como Vietnam o Afganistán. En su libro usted profundiza en dos grandes hitos poscaída del Muro: el rol de Gorbachov y la protesta popular en las ciudades del Este. ¿Por qué menciona estos dos eventos y no necesariamente la influencia de Washington?
Tenemos dos salidas distintas, tanto para China como para Europa. Siempre lo más obvio era la división simbólica, donde las dos superpotencias estaban realmente enfrentadas entre sí. El agente de cambio, como yo lo veo, es Gorbachov, porque ahora sabemos que estructuralmente el sistema económico planificado ya estaba en problemas, estaba empeorando. La Unión Soviética en general se había debilitado severamente debido al pobre desempeño económico, a los bajos niveles de vida y el gasto del Ejército. Los soviéticos también estaban atrapados en Afganistán. Y luego Gorbachov entra en escena. De repente es posible que él y Ronald Reagan lleven a cabo estas cumbres de superpotencias y entonces comienza a difuminarse el antagonismo a través de estas conversaciones sobre el desarme nuclear. Lo fascinante es que Gorbachov también quería reinventar la Unión Soviética, no quería deshacerse de la URSS. Tampoco quiso deshacerse del comunismo, quería hacerlo más competitivo, pero de forma pacífica.
Usted sitúa 1992 como el año clave, algo que no se suele tener en cuenta. ¿Por qué plantea que la Guerra Fría no necesariamente terminó con la victoria de Estados Unidos sobre la Unión Soviética?
Cuando tenemos un final en la historia, como en las guerras, normalmente está claro que hay un ganador y un perdedor. Pero lo interesante es que la Unión Soviética no murió porque los estadounidenses la mataron. El otro punto que me gustaría destacar es que en 1992, el gobierno de Boris Yeltsin en Rusia quiso aprender cómo hacer el capitalismo, obtener apoyo para la democracia, unirse a las instituciones que habían sobrevivido a la Guerra Fría, o al menos estar asociado de alguna manera. En 1992 vimos mucha interacción a escala global tratando de construir un nuevo tipo de mundo a partir de las ruinas.
En ese nuevo orden mundial, Rusia fue dejada de lado. ¿La marginación de Rusia en ese momento explica el papel que Vladimir Putin ha tenido en los últimos años?
Esa es una pregunta muy interesante, porque cuando Yeltsin entra en escena, está empujando a Rusia hacia la democratización, pero ya en 1993 se ve este caos en Rusia. Así que él apuesta por una apertura total hacia la privatización del mercado. Eso significa que toda la red social quedó desempleada. Tienes esta privatización masiva, una hiperinflación, un caos económico total. Y luego tienes una democracia que realmente no echa raíces. Rusia queda entonces como una versión pequeña de lo que era. Pero luego Putin llega al poder. Es una especie de giro hacia adentro en primera instancia. ¿Cuáles son los valores rusos? ¿Cómo conseguimos estabilidad en casa, estabilidad política y estabilidad económica? Inicialmente, no se trató de mirar hacia afuera en absoluto. Es por eso que bajo Putin, incluso la ampliación de la OTAN inicialmente no fue un problema. Solo cuando Putin llega al poder por segunda vez, Rusia piensa en su posición como gran potencia de manera tradicional. Y Putin quiere reescribir la historia, como una forma de decir que tienen que volver a esos tiempos. Rusia fue humillada por Occidente. Putin dijo que la mayor catástrofe para Rusia en el siglo XX fue el colapso de la Unión Soviética. Sí, es asombroso, porque en la Segunda Guerra Mundial más de 20 millones de soviéticos murieron a causa de los nazis. Y luego, para él, el colapso de la URSS es mucho peor que la guerra. Y eso te dice algo sobre su psicología.
Y en ese sentido, ¿cree que el poder actual de China y también de Rusia con Putin es una evidencia de que aquellos que pensaban que podían marginar a ambos países estaban equivocados en ese momento?
No creo que los estadounidenses salieran a marginar a Rusia. No creo que los europeos occidentales lo hicieran, porque todos intentaron pensar ¿cómo podemos ayudar? Pero si piensas que costó billones de euros llevar a Alemania Oriental al nivel de Alemania Occidental, y es un lugar muy pequeño, puedes imaginarlo simplemente en términos financieros -sin importar la psicología de las personas y cómo se sienten-, cuánto costaría poner a toda Rusia a la par con cualquiera de las grandes economías occidentales en funcionamiento. China, por su parte, es quizás más capitalista que cualquier otro lugar en términos de cómo su economía está en auge. Pero es un capitalismo dirigido por el Estado. Y ahora, aunque Rusia también le tiene miedo a China, definitivamente no son los mejores amigos.
¿Cuáles son las principales amenazas que usted ve en el mundo de hoy?
Creo que la pandemia es un problema. Necesitamos encontrar la manera en que todos puedan tener acceso a las vacunas. De lo contrario, seguiremos con confinamientos. En cuanto a la imprevisibilidad, pienso que los líderes, cuando comunican, deben tener un enfoque racional, pragmático, serio. Lo que digo es que cuando tenías a alguien como Trump, que cada cinco minutos transmitía una opinión diferente y actuaba por impulso, es muy difícil comenzar cualquier tipo de negociación, seas amigo o enemigo. Y no se trata de regalar tus cartas. Se trata de dejar bien claro cuáles son tus posiciones.