Pasan los años y la tendencia crece: la figura del entrenador cada vez adquiere mayor importancia en desmedro de los jugadores. Ya lo vimos en una columna anterior, toda esta nueva derivada de la filosofía clásica, que se ordena cronológicamente con la “idea detrás”, la “conceptualización”, “lo que se pretende del equipo” y, por defecto, “lo que se plasma en el campo”. Pasos ineludibles, rígidos, propios de la fenomenología o la dialéctica hegeliana donde el entrenador es más un pensador complejo que un simple orientador de un grupo de jóvenes que van a jugar un partido de fútbol.
Por lo mismo, no resulta extraño que tras la llegada de una figura al equipo, no debute después de varias fechas, meses en ocasiones, porque “todavía no se adapta a la idea de la banca”. Como si un futbolista profesional no supiera para dónde patear cuando entra a la cancha. Buen ejemplo de esto fue lo que ocurrió con Ben Brereton en el partido contra Bolivia en San Carlos de Apoquindo, cuando Chile necesitaba con urgencia embocarla. Martín Lasarte prefirió a Luis Jiménez por sobre el centrodelantero del Blackburn. El mantra, repetido por la “gente del fútbol”, era que Big Ben no “conocía a los compañeros” y “recién se estaba adaptando al sistema”. Cómo no, si venía un centro, seguro que Brereton por esta “inadaptación” hubiera cabeceado hacia el banderín del córner y no al arco. Pamplinas instaladas como verdades.
Ahora, si miramos el campeonato chileno y que varios interinos se han quedado a cargo de sus respectivos equipos luego de mejorar sustancialmente lo obrado por los entrenadores titulares, queda muy cuestionada esta condición irredargüible del director técnico “conceptual” cuya “idea” se prioriza por encima de los rendimientos individuales y sobre la cual los jugadores deben adaptarse para tener la camiseta de titular, aunque sean unos superdotados.
Cuando se entrevista a los jugadores de los equipos que se sacaron al prestigioso DT que los tenía jugando mal, perdiendo partidos y peleados en el camarín, lo primero que señalan es que la llegada del interino, generalmente un ayudante de campo con sueldo bajo o el entrenador de la Sub 20 del club, “descomprimió” al grupo y ahora juegan sueltos. Es decir, los dejan jugar como ellos saben y pueden.
No se puede negar que el fútbol, como todas las disciplinas deportivas, se ha ido perfeccionando y en los equipos profesionales se utilizan cuerpos multidisciplinarios con todo tipo de tecnologías y elementos de apoyo. Pero esto no le quita la esencia al juego ni menos la importancia de contar con jugadores capacitados. Los famosos interinos, como Esteban Valencia o Christian Paolucci, más que plasmar su “idea de juego” sobre el plantel, se han limitado a ordenar un poco el equipo y poner a los mejores en sus puestos naturales. En Universidad Católica, por ejemplo, se acordaron de darle la pelota con ventaja a Fernando Zampedri y en la U, el Huevo, se adaptó al plantel que tenía y los resultados mejoraron de forma muy clara.
Si el equipo está bien preparado físicamente, el camarín en armonía y el entrenador para el equipo, y hace los cambios, con un mínimo de lógica, las cosas por lo general funcionan. Si a eso le agregas buenos jugadores, mejor. Ejemplo, Lionel Scaloni. Los genios locos, como Marcelo Bielsa, se cuentan con los dedos de una mano. Una cosa es disfrazarse de Napoleón y otra serlo.