La increíble odisea del empresario chileno-español detenido y secuestrado en Indonesia
Un viaje de un fin de semana se transformó en la peor pesadilla de Pablo Vergara Varas, quien en diciembre de 2019 fue acusado de intentar ingresar con metanfetaminas a Indonesia. Después de cuatro meses detenido, alegando inocencia y siendo extorsionado, fue liberado, sólo para caer en manos de un grupo de secuestradores que lo torturó durante tres semanas. Hoy intenta limpiar su nombre, busca justicia e intenta reiniciar su vida.
Quedaba sólo una noche más en Indonesia. El tribunal había al fin decretado su liberación. Pero su libertad sólo se haría efectiva al día siguiente. Después de eso, pensó, la única odisea que le quedaba por delante era encontrar un avión que lo sacara de ahí en un momento en que los vuelos internacionales empezaban a cancelarse en todo el mundo por causa del Covid.
El empresario chileno-español Pablo Vergara Varas lo cuenta todavía expresando asombro y espanto. Dice que sabía que en los días que pasaran antes de poder salir del país debía moverse con sigilo. Sentía que ya no podía confiar en nadie. Dejó entonces el hotel en Seminyak, donde se quedó la primera noche, y buscó otro. Al día siguiente, lo mismo. Luego llegó al Hilton. Y tuvo que apostar. Con su visa vencida, necesitaba pedirle al consulado chileno en Yakarta ayuda para obtener un certificado de ingreso al país y así poder subirse al avión privado que había contratado para salir de ahí para llevarlo directo a la ciudad donde vivía, Bangkok, en Tailandia.
En un correo a la representación diplomática chilena en la capital de Indonesia le indicó que estaba en el Hilton de Bali y que le pedía que por favor no revelara su paradero al cónsul chileno en esa ciudad, de quien Vergara desconfiaba. Para él, eso explica lo que pasó unas horas después: una docena de policías de civil llegaron a su habitación, lo golpearon y lo subieron a un auto. Ahí, recuerda que volvió a ver a un viejo conocido: el abogado Edward Firdaus Pangkahila. Vergara asegura que éste le lanzó esta frase, triunfante: “Y tú, ¿crees que te ibas a poder escapar de aquí sin mí?”.
Luego Vergara fue conducido a un bungalow en un complejo llamado Mavila. Era 6 de mayo y comenzaba su secuestro en Indonesia; la prolongación de una pesadilla que para él había comenzado el 27 de noviembre del año anterior.
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Hoy, Pablo Vergara siente que salió del infierno, pero vive en un limbo de pesadilla. Desde que la noticia de su detención en el aeropuerto de Bali dio la vuelta al mundo y fue replicada por los medios chilenos a fines de 2019, siente que opera bajo una condena virtual por un crimen por el que ni siquiera fue investigado en el país donde todo comenzó. La información hablaba de un empresario chileno detenido por tratar de ingresar con una botella de metanfetamina líquida. Otros titulares anunciaban que arriesgaba incluso pena de muerte.
Vergara dice que las autoridades migratorias de Tailandia nunca le permitieron regresar. Que ha tenido problemas para arrendar propiedades en Barcelona, donde está radicado. Que los bancos internacionales donde antes era cliente vip de un día para otro le cerraron sus cuentas sin mayores explicaciones. Incluso, dice que en Chile no ha podido abrir una cuenta. Todo lo atribuye a que, para efectos de ese enorme papel de antecedentes que es la búsqueda en la web, es un delincuente.
Parte de su lucha ahora, explica a La Tercera, es pedir justicia e intentar recuperar al menos algo de los cerca de 400 mil dólares que perdió durante su detención y secuestro en Indonesia. En sus planes está presentar su caso ante organismos internacionales, denunciando una detención arbitraria por parte de esa nación. También anuncia que demandará al Estado de Chile por lo que considera un actuar negligente de sus funcionarios en el extranjero. Su abogado, Ariel Wolfensen, asegura que la demanda será interpuesta en las próximas semanas. La Cancillería tiene una versión distinta de los hechos.
Otra parte de su lucha es limpiar su nombre. Y por eso quiere contar su historia.
De Santiago a Bangkok
Pablo Martín Vergara Varas nació en Santiago en 1962, y un año más tarde emigró con su familia a Barcelona, debido al trabajo de su padre, un ejecutivo editorial. Después de egresar del Liceo Francés de esa ciudad entró a estudiar Economía en la Fundación Universitaria San Pablo, pero no llegó a terminar la carrera, porque comenzó a trabajar como estudiante en lo que más le gustaba: el comercio exterior. Su primer gran salto lo trajo de vuelta a este lado del Atlántico, cuando llegó a México para trabajar en el área de importaciones de la cadena de supermercados Gigante.
Tras una década en ese país, Vergara vio la oportunidad para dar un segundo gran salto. En 2006, un año después de que la compañía conservera Sea Value adquiriera la empresa tailandesa Unicord -la segunda atunera más grande de ese país-, Vergara viajó al sudeste asiático para crear una compañía para representar a la empresa en el mercado de América Latina. Aunque su centro de operaciones estaba en Singapur, Vergara se radicó en Bangkok.
Desde ahí desarrolló una actividad empresarial exitosa, en su propia estimación. Cada cierto tiempo debía tramitar una extensión de su visa, asunto del que se encargaba una empresa especializada en esas gestiones. Eso hasta 2019, cuando inexplicablemente para él, esa empresa falló en responder.
Preocupado de no atrasarse en ese trámite, a fines de noviembre Pablo Vergara decidió salir por un fin de semana del país. Unos días antes había visto en televisión una nota que recordaba que las cenizas de David Bowie, músico al que Vergara admiraba, habían sido esparcidas en Bali, Indonesia. Vergara nunca había estado ahí. Y pensó que sería bueno aprovechar las circunstancias para visitar un nuevo destino. Fue el peor error de su vida.
Sustancia no permitida
A fines de 2019 el mundo no sabía que la pandemia del Covid19 estaba a la vuelta de la esquina y de los brutales efectos que tendría. Pero muchos expertos venían advirtiendo sobre la necesidad de prepararse para un evento como ese. Vergara, cuya afición era estudiar sobre ciencia y en particular sobre biología molecular, estaba pendiente del tema. Tanto que, recuerda, se había matriculado para un curso online de la Universidad de Harvard titulado Preventing the Next Pandemic. Vergara explica que por esa afición es un convencido consumidor de diversos suplementos para potenciar el metabolismo celular. Sustancias con las que acostumbraba viajar. Fue uno de esos frascos el que provocó que en el control de ingreso del Aeropuerto Internacional Ngurah Rai de Bali fuera apartado. “Me dijeron: esto se tiene que ir a un laboratorio. Luego me llevaron a una sala, me desnudaron y me auscultaron para ver si traía algo más”, recuerda Vergara.
“Lo que me dice luego es: cambiamos tu examen de orina de negativo a positivo. Y le digo ¿por qué hiciste eso? Y me contesta: porque como te hallaron algo, hubieran pensado que eras narcotraficante, pues. De esta forma eres solamente consumidor chiquitito, y eso no tiene importancia”.
Pablo Vergara
Al poco rato, le dijeron que había sido sorprendido intentando ingresar una sustancia prohibida y que tenían que hacerle exámenes en un laboratorio cercano. Inmediatamente la sospecha de Vergara fue que todo se trataba de una operación para sacarle dinero vía coimas. Más cuando uno de los policías le dijo, según recuerda el empresario, “tiene usted mucha suerte, porque está acá un abogado que es especialista en esto y lo puede ayudar”. Ese abogado se llamaba Edward Firdaus Pangkahila, y Vergara dice que le habló muy animada y directamente: “Esto se puede solucionar, es cuestión de dinero”. Luego le dijo que debía hacer un pago de cinco mil dólares.
Vergara tiene doble nacionalidad, pero viajaba con su pasaporte chileno. Y cuando le permitieron comunicarse con alguien tomó contacto con el consulado chileno en Bali. Dice que logró comunicarse con el cónsul honorario en esa ciudad, Bernard Haymoz. Y asegura que este le dijo que confiara en el abogado. Sólo entonces accedió a pagar lo que le pedían.
Pero la pesadilla estaba recién comenzando. Tras pasar un par de noches en un calabozo policial, el abogado llegó con “buenas noticias”. “Me dijo: el fiscal ha decidido no presentar cargos, sólo tienes que pagar 25 mil dólares y te vas de acá sin problemas”. Resignado, sin ver otra opción y cruzando los dedos, Vergara pagó.
“Lo que me dice luego es: cambiamos tu examen de orina de negativo a positivo. Y le digo ¿por qué hiciste eso? Y me contesta: porque como te hallaron algo, hubieran pensado que eras narcotraficante, pues. De esta forma eres solamente consumidor chiquitito, y eso no tiene importancia”. Convencido de que tras pagar podría irse, Vergara reservó una habitación en el hotel Four Seasons de Bali, desde donde enviaron un auto a buscarlo a la estación de policía. Pero los guardias le informaron después que no iría a ninguna parte.
Lo que vendría a continuación no sólo sería un largo período de encarcelamiento en condiciones paupérrimas, sino, además, una sucesión sistemática de robos. El primero, cuenta, sucedió cuando era conducido para someterse a exámenes en un hospital y los policías a cargo cambiaron la ruta para dar una “vuelta millonaria”. Asegura que pasaron por cuatro cajeros automáticos, agotando el cupo diario de giro de cada una de sus tarjetas. Luego lo llevaron a un calabozo. Esos tours por los cajeros automáticos se repetirían varias veces a lo largo de cuatro meses. Ante la evidencia de que Fudaus no haría nada más que sacarle dinero, Vergara se rehusó a seguir trabajando con él, algo que, asegura, en el consulado interpretaron como un gesto hostil.
Incomunicado y desesperado en una celda hacinada con 200 personas, según sus cálculos, y sólo dos excusados, Vergara se resignó nuevamente a abrirse paso pagando y logró ser trasladado a un hospital cercano. Sus únicas salidas, recuerda, eran las “vueltas millonarias” y una particular salida de shopping antes de Navidad, cuando un grupo de policías de civil lo llevó a un mall para que pagara por compras que ellos hacían.
“Me dijo: ‘Pablo, vamos a poner que tienes algo; vamos a decir que tienes ADHD (desorden de déficit atencional) y que deberías salir para una rehabilitación leve. Porque libre de todo no vas a salir nunca”.
Pablo Vergara
Entretanto, el tiempo pasaba, se vencían plazos legales de los cuales él no estaba al tanto y no lograba divisar una salida. Recuerda Vergara que en un momento una doctora del hospital le explicó que haría un informe al tribunal para lograr su libertad. “Me dijo: ‘Pablo, vamos a poner que tienes algo; vamos a decir que tienes ADHD (desorden de déficit atencional) y que deberías salir para una rehabilitación leve. Porque libre de todo no vas a salir nunca”, recuerda Vergara. “Yo le dije: haga lo que sea, pero sáqueme de aquí”. Ese informe, dice el empresario, nunca llegó al tribunal.
“Fue un infierno”, dice Vergara. “Un día tuve un ataque de cálculos. El carcelero de turno se había llevado la llave y no podían entrar a atenderme, y yo estaba muerto de dolor en el suelo. Cosas así”. Además, en virtud del falso diagnóstico que supuestamente debía haberlo ayudado, a Vergara comenzaron a administrarle diariamente metilfenidato, una droga psicoestimulante que lo tenía “como moto, trepándome por las paredes”.
El inicio del fin de esa parte de la pesadilla llega de la mano de un ciudadano estadounidense con quien se cruzó en el hospital. “Había pasado por algo similar, después de que lo habían detenido con papelillos para armar porros”, recuerda. El hombre ya iba de salida, y le recomendó al abogado que lo había ayudado. La conversación con ese abogado fue directa.
“Me dice: son tres jueces; este te va a costar tanto, este tanto y este tanto; el fiscal tanto, y yo te voy a cobrar tanto. Y con eso vas a salir con una sentencia de rehabilitación. No te preocupes que a rehabilitación no vas a tener que ir a ninguna parte, de eso me encargo yo; te vas a casa”. Habiendo hecho los pagos, Vergara cruzó los dedos y esperó.
La audiencia ante el tribunal fue el 28 de abril, más de cuatro meses después de haber sido detenido. Sin entender una palabra de indonesio, Vergara sólo asintió. Fue breve, recuerda. Como le habían anunciado, fue condenado a una pena de rehabilitación cuyo cumplimiento, asegura Vergara que le explicó su abogado, “no se fiscaliza”. Su liberación se produciría al día siguiente. El mismo abogado que lo había sacado lo llevó rumbo al hotel donde pasó su primera noche en libertad, y desde donde empezó a conseguir un vuelo privado que lo sacara de ahí y lo llevara de vuelta, al fin, a Bangkok. Luego vino lo del Hilton, la paliza, y el secuestro propiamente tal.
Segunda estación
En las tres semanas que Pablo Vergara estuvo secuestrado en esa casa, “aprendió” algo que difícilmente va a olvidar: que no se puede dormir tranquilo, porque en algún momento de la noche alguien llegará a azotarlo. Comprensiblemente, aún no puede dormir en paz.
Después de tres semanas de encierro y torturas, a Vergara le llevaron un computador y le dijeron el precio de su libertad: 138.000 dólares. Luego lo subieron a un auto y lo llevaron a la siguiente estación: la oficina de migraciones de Bali. Ahí las autoridades le explicaron que debía pagar una onerosa multa por todos los meses que llevaba como ilegal en el país. Vergara no podía creerlo. Una vez más, pagó. Dos guardias de migración lo escoltaron en un vuelo a Yakarta. Ahí, en el aeropuerto de la capital indonesia, compró un pasaje de Qatar Airways que lo llevaría a Doha y luego a Madrid, y comenzó a contemplar la posibilidad de librarse al fin de todo el infierno vivido.
Ahí también experimentó el terror de que una vez más todo volviera a cero. Se encerró en un baño buscando protección, y se miró en el espejo. Tenía todo su cuerpo completamente amoratado. “Apagué la luz y me quedé ahí, acurrucado. Tenía miedo de que fueran a abrir la puerta y entraran de nuevo estos animales a pegarme”. Sólo cuando estuvo en el aire pudo respirar un poco mejor. Y llorar.
Hoy, otra de las gestiones que está estudiando Vergara en su búsqueda de justicia está en el ámbito internacional y se enfocan en la responsabilidad del Estado de Indonesia. Al respecto, pidió un informe de una firma de abogados en Washington D.C. (Alvarez Martinez Law Firm LLC), que después de requerir los antecedentes legales en Indonesia para estudiar el caso, el 6 de junio pasado le entregó un memorándum titulado “Análisis sobre eventual acción internacional contra Indonesia por violación de derechos humanos”. En éste se lee: “A la luz de los hechos que entendemos a partir de la información recibida, y en virtud de los estándares internacionales sobre la materia expuestos más arriba, se puede constatar, en principio, que sus derechos a la libertad personal, a la integridad personal y a las garantías judiciales fueron violados por parte del Estado de Indonesia. Ante esa situación, nuestra recomendación profesional sería presentar una denuncia ante el Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria (de Naciones Unidas) a los fines de que se expida sobre su detención arbitraria y solicite al Estado que adopte medidas de reparación a su favor”.
Vivir en el limbo
Una vez fuera del infierno, Pablo Vergara comenzó a darse cuenta de lo que tenía por delante. No importa cuán irregular hubiera sido su detención en Indonesia: desde que las autoridades habían informado del caso a la prensa extranjera había sido marcado como un delincuente. La primera gran evidencia que cita para ejemplificarlo es lo sucedido cuando trató de regresar a Bangkok, con su mujer, a su casa. Con todo en orden para abordar el avión, ya en la fila para abordar, un funcionario de la aerolínea le dijo que no podía subirse porque las autoridades migratorias habían prohibido su ingreso.
Luego todo caería en dominó: los bancos comenzaron a cerrarle las cuentas y las corredoras de propiedades en España declinaban arrendarle una casa. “Todo por la web”, se lamenta. Tuvo éxito en sus gestiones con la agencia que difundió su detención para eliminar la noticia. A Chile vino hace un par de semanas con el mismo propósito, y a buscar justicia: “Vine a intentar recuperar mi vida. Poder informar la verdad con las pruebas que tengo. Todo lo que digo lo tengo respaldado, y quiero poder recuperar la vida de una persona normal”.
Fueron dos las cirugías necesarias para reconstruir la nariz de Pablo Vergara, en Barcelona. El daño psicológico, claramente, tardará mucho más en ceder.
En España, Vergara comenzó otro periplo: el esfuerzo por exponer su caso ante las autoridades chilenas buscando apoyo para recuperar algo del dinero perdido. Un funcionario de la embajada chilena en Madrid lo recibió en julio de 2020, e hizo las consultas del caso a la representación en Indonesia y a Cancillería. El 14 de agosto, según confirma el ministerio de Relaciones Exteriores a La Tercera, La Dirección General de Asuntos Consulares y de Inmigración instruyó el envío de una respuesta oficial: “Que se le comunique al señor Vergara que el Estado de Chile, por medio de la Embajada en Indonesia, puede transmitir ante las autoridades locales la denuncia que a título personal desee realizar”. Para Vergara, la idea de recurrir personalmente a los tribunales indonesios resulta sencillamente absurda.
La respuesta de Cancillería
En Cancillería descartan cualquier actuar negligente de la presentación chilena en Indonesia. En un comunicado oficial enviado a La Tercera, aseguran que desde que Vergara tomó contacto con el Consulado chileno en Yakarta, el 2 de diciembre de 2019, “la gestión consular se llevó a cabo en forma conjunta con el Consulado Honorario de Chile en Bali, actuando en el marco de la Convención de Viena, a fin de otorgar contención, verificar el estado de salud y procesal del chileno, teniendo presente además que Chile no puede intervenir los procesos judiciales de terceros países”.
Vergara asegura que desde el momento en que Bernard Haymoz, el cónsul honorario en Bali le dijo que podía confiar en el abogado Firdaus y en los abogados que tomaron su caso después dejó de confiar en cualquier gestión que lo involucrara. Vergara muestra un pantallazo de una conversación por Whatsapp con Haymoz donde se lee: “Hoy me comuniqué con sus abogados que manejan el caso. Le ruego cooperar con ellos. Están tratando de evitarle una situación aún más difícil. Tiene que confiar en ellos para evitar la cárcel y beneficiar de un posible régimen de rehabilitación”. En un mensaje posterior se lee (en inglés) que el abogado que han tomado el caso después de Firdaus es “ciertamente uno de los mejores en Indonesia”. Y luego agrega: “Si quiere mi recomendación, los abogados anteriores son serios y profesionales”.
“Señor Bernard”, responde Vergara, “la única razón por la cual estoy aún acá es por causa del primer abogado”.
“La gestión consular se llevó a cabo en forma conjunta con el Consulado Honorario de Chile en Bali, actuando en el marco de la Convención de Viena, a fin de otorgar contención, verificar el estado de salud y procesal del chileno, teniendo presente además que Chile no puede intervenir los procesos judiciales de terceros países”.
Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile
Pablo Vergara asegura que ese primer abogado es la clave para entender todo su caso. Unos días antes, según averiguó después -y como consta en archivos de prensa- un ciudadano australiano, Michael Petersen, fue detenido con 87 tabletas de dextroanfetamina al llegar a Bali de vacaciones con su mujer. Petersen alegaba que las tomaba por prescripción médica, pero en Indonesia se trata de una sustancia prohibida. Su representación legal la tomó Edward Firdaus Pangkahila, quien gestionó certificados médicos para acreditar que Petersen sufría de déficit atencional. Petersen salió libre a los cinco días. Para Vergara, se trata de una suerte de “modus operandi”, una maquinaria corrupta que identificó en él a un ciudadano de alto patrimonio y le sacó todo el dinero posible, por todo el tiempo posible.
Según la declaración de Cancillería, la Cónsul de Chile en Yakarta se trasladó a Bali para otorgar contención y asistencia consular de forma personal al usuario. Junto al Cónsul Honorario de Chile en Bali se presentaron en el recinto donde se encontraba detenido, sin embargo, el sr. Vergara rechazó expresamente recibirlos, indicando que no deseaba la atención consular ofrecida”. Vergara confirma que rechazó esa visita, dado que no confiaba en el cónsul honorario. Eso también explica su intención de cortar con toda comunicación que involucrara a Haymoz. Por eso, explica, no quería dar cuenta de su paradero una vez liberado de la cárcel.
Textualmente, lo que escribió Vergara al consulado chileno, en un correo del 4 de mayo de 2020 fue esto: “Si ahora enfrento el problema de cómo regresar a mi lugar de residencia que como saben en la embajada de Chile en Bangkok, es Tailandia y mi Visa ha caducado en Febrero 2020 , con el añadido de que para regresar , las autoridades Tailandesas exigen un Entry Certificate de la Embajada de Tailandia en Jakarta ( no hay vuelos de Bali a Yakarta ) por lo que les ruego su ayuda con la embajada de Tailandia en Yakarta e Inmigración en Bangkok para que me ayuden a regresar a mi lugar de residencia y con la confidencialidad del caso”. Luego agrega: " Caso no se pueda obrar con la confidencialidad del caso por favor abstenerse ya que demasiado daño se me ha ya ocasionado para además no poder volver a mi casa , ojala esto lo puedan llegar a entender , gracias”. Y agrega una posdata: “Notar que nadie excepto mi abogado conoce este número y Hotel donde me encuentro , por favor ni una palabra y muy especialmente a su cónsul en Bali”.
En su interpretación de los hechos, fue esa comunicación la que derivó en la “visita” de los policías de civil que lo secuestraron y extorsionaron por tres semanas.
En la declaración del ministerio de Relaciones Exteriores a La Tercera se lee: “Desde el Consulado de Chile en Yakarta se solicitó en varias oportunidades al abogado defensor el texto de la sentencia y que se indique el lugar donde el sr. Vergara cumpliría con la rehabilitación. En todas las oportunidades se denegó esta información, indicando que el sr. Vergara había solicitado expresamente mantener reserva”.
Pablo Vergara ha seguido insistiendo en que Cancillería reconozca que en Indonesia se violaron sus derechos humanos y respalde sus gestiones para recuperar su dinero. A través de su abogado, Ariel Wolfenson, ha pedido sin éxito reunirse con el nuevo embajador chileno en Madrid -donde Vergara se encuentra actualmente-, Javier Velasco. La respuesta de Relaciones Exteriores a este diario insiste en que el camino de Vergara, si así lo quiere, es presentar una denuncia a título personal en Indonesia. “Aún no se ha recibido denuncia escrita del sr. Vergara para ser transmitida a la autoridad local”.
Pablo Vergara explica que su insistencia va mucho más allá del dinero perdido. Se trata de limpiar su nombre, y de recuperar algo de normalidad.
“Yo no tengo un antecedente, tengo una trayectoria impecable, no merezco esto. Esto es destruir la vida de un ser humano”, se lamenta. “Actualmente vivo de mis ahorros. Me ha sido muy difícil, no he podido volver a mi trabajo. Yo busco que puedan ayudarme a recuperar mi vida”.
Antes de despedirse, Vergara indica: “Mírame a los ojos, te lo digo así. Soy inocente, y lo que está sucediendo es una enorme injusticia”.
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