Una de las entradas más conocidas en los diarios de Kafka data del 2 de agosto de 1914: “Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”. El sábado pasado, en una piscina municipal en Saint-Étienne, dos mujeres a cargo del aseo comentaban atónitas lo que había pasado en las últimas dos noches en Francia: “¿Viste los videos que han dado vuelta? ¡Hasta niñas había! ‘Vengan, chicas’, decían, y se iban contra la vitrina de una tienda”. Un poco después, otros funcionarios suspiraban: “Lindo fin de semana que nos tocó para trabajar, weekend de revueltas”. Se preguntaban entre ellos en qué partes de la ciudad vivían y se organizaban para trasladarse en auto, ya que el transporte público se había suspendido.

Esa tarde de sábado, los habitantes de Saint-Étienne paseaban por el centro, curiosos de ver qué cosas se había llevado la émeute (revuelta). Los maniquíes de Zara, entre vidrios rotos, estaban desnudos. En casi toda la rue Gambetta, los locales intentaban protegerse con cartones, maderas y doble vidrio. Un quiosco donde hacían llaves, histórico de la Place du Peuple, amaneció absolutamente quemado. Más tarde, un joven hacía alusión a un polerón naranjo nuevo: “Lo encontramos en un arbusto, junto con casi mil euros en ropa, ¡mira la etiqueta!”. La prenda, de 120 euros, fue abandonada luego de un saqueo a Lacoste. “En realidad está feo el color”, reconoció el joven.

La muerte de Nahel, adolescente de origen argelino de 17 años, a manos de la policía, tuvo lugar el martes 27 de junio. Durante la noche siguiente comenzaron las primeras protestas y ya para el jueves el desbande era total. En Saint-Étienne, una ciudad de 170 mil habitantes, los destrozos llegaron con un ligero retraso en comparación con Nanterre, donde la cólera fue inmediata y con objetivos claros: colegios, guarderías, pero sobre todo la alcaldía y las gendarmerías.

Overturned cars burn in the street during clashes in the Parisian suburb of Nanterre. Riots broke out again in the French town of Nanterre following a march calling for justice after a 17-year-old was shot dead during a police check.

En menor escala, los desmanes stéphanoises (gentilicio de Saint-Étienne) se concentraron en el centro. Llamada la ciudad “de las siete colinas”, jóvenes e incluso niños vestidos de negro y tapándose la cara bajaron de los barrios periféricos durante cuatro noches seguidas para enfrentarse con la policía, intentando entrar en las tiendas y prendiendo fuego a los basureros, que después ponían en la línea del tranvía para que alguien tuviera que sacarlos. La Grande Rue, principal arteria de la ciudad, tuvo así una fogata cada 50 metros, haciendo una curiosa fila de luces con olor a plástico y desechos quemados, lo que obligó a sus habitantes a cerrar sus ventanas.

En La Ricamarie, comuna perteneciente al distrito de Saint-Étienne, llegaron incluso a incendiar la alcaldía. Se suspendió el transporte público y se puso en lugar un toque de queda para los menores no acompañados. El miércoles 5, cuando los desmanes ya parecían cosa del pasado, la prefectura prohibió cualquier manifestación o agrupación reivindicativa, adelantándose a un llamado que se hizo para protestar bajo el lema “Justicia por Nahel”.

A diferencia de 2005, los actuales desmanes se expandieron con particular rapidez más allá de la región parisina. El enojo de los jóvenes, particularmente dirigido a policías, gendarmerías y organismos estatales, quemó ayuntamientos en todas las puntas del “Hexágono”: grandes ciudades como París, Lyon y Marsella; medianas como Saint-Étienne, Angers y Rennes, e incluso pueblos más alejados, que The Associated Press cuantificó en 297.

Si la rabia explotó por el asesinato en particular de Nahel, los analistas coinciden en que se trata de una frustración que carga de hace años la juventud contra la policía, y en particular la perteneciente a las banlieue (periferias) de las ciudades.

Un bombero francés intenta apagar un auto quemándose. Foto: Reuters.

Rodrigo Arenas, nacido en Chile, es diputado de la Asamblea Nacional por el X Distrito de París y forma parte de la bancada Nupes, la coalición de izquierda en el Legislativo: “Lo que sucedió con Nahel son cosas que suceden de manera regular en Francia. El año pasado murieron 13 personas de esa manera: gente que no detuvo el auto cuando le pidieron que lo detuviera, y le pegan un tiro”. De esos oficiales, solo ocho vieron algún tipo de sanción o cárcel. Por eso mismo, uno de los rayados más frecuentes entre los desmanes ha sido: “¿Cuántos Nahel no fueron grabados?”.

“Lo otro es el oportunismo de una delincuencia que aprovecha el disturbio social para cometer delitos e incendiar y robar negocios. Eso sucede en todas partes, en Chile en 2019, en Estados Unidos cuando ocurrió lo de George Floyd, etc. El hecho nuevo en Francia es que hay una parte muy importante de jóvenes, muy jóvenes, de 13 y 14 años, que participaron en esta revuelta urbana”, señala Arenas.

Director de estudios de Ipsos Francia, Mathieu Gallard compara estos desmanes con los de 2005. “En ese entonces se concentraron en las periferias de las grandes metrópolis, pero esta vez tocaron la periferia de muchas ciudades medianas, e incluso pequeñas. Sin duda, hay un descontento particularmente ligado al hecho de que hace décadas que se conocen las dificultades que los habitantes de la ‘banlieue’ viven, sin que sean realmente tomadas en cuenta, sea tanto en materia social, como policial o de racismo”, detalla.

También lo asocia a la existencia de redes sociales: “El video de la muerte de Nahel, y después los videos de las destrucciones durante las revueltas, hicieron rápidamente su vuelta por Francia, lo que aceleró el desencadenamiento de la cólera y, sin duda, extendió la idea de los desmanes en zonas que, de otra forma, se habrían demorado mucho más”.

Esta explosión social ha tenido una aparente tregua en los últimos días. Si el sábado pasado hubo 1.100 detenciones, en lo que fue el peak de las revueltas, este jueves bajaron 20. En total, los arrestos suman más de 3.600. “Hay que seguir prudentes, pero la foto que conocimos las primeras noches pasó”, dijo el Presidente Emmanuel Macron en una conferencia con alcaldes, asegurando que el orden se estaba restableciendo.

Gallard no cree que se pueda decir que las revueltas terminaron: “Lo que es cierto es que aún si se detienen totalmente en los próximos días, eso no quiere decir que el país se va a calmar”.

El presidente Emmanuel Macron se encuentra con alcaldes afectados por los desmanes en París. Foto: Reuters.

La reacción del gobierno, de momento, se remite a condenar y encontrar “inaceptable” la muerte de Nahel, por un lado, y la de buscar maneras de castigar las revueltas: Macron llegó a decir que los jóvenes están imitando “la violencia de los videojuegos” y propuso hacer pagar a los padres por las primeras “estupideces” que hagan sus hijos, mientras algunas ciudades ponían en lugar “toques de queda para menores no acompañados”.

“Macron no crea las condiciones del diálogo, porque él mismo reacciona de manera violenta, poniendo una tapa encima de la olla, sin bajar la temperatura de lo que hace explotar la olla. Esta estrategia de mantención de orden que tiene, porque no está arreglando ningún problema, todo lo contrario, está aumentando el autoritarismo del Estado, pero se necesita autoridad”, critica Arenas, apuntando al silencio que ha tenido Macron sobre las condiciones que llevaron a la muerte de Nahel.

“Macron puso la tapa en la olla, pero la olla sigue hirviendo hasta el próximo evento. ¿Cuándo va a ser? No sé, pero lo que me dice la gente en la calle es que ya no se puede más. Todos se preguntan cómo van a seguir los próximos años, si es que no dimite”, asegura el diputado.

Cualquier balance de los años Macron tendrá en cuenta, no solo estas revueltas, sino una serie de manifestaciones que se vivieron desde que llegó al poder en 2017. Una trabajadora social de Saint-Étienne lo resumía con estas palabras: “En estos seis años, Macron se encargó de hacer enojar a todo el mundo: a los campesinos, a los sindicatos y ahora a los jóvenes”.

Gallard coincide en el diagnóstico: “Entre los desmanes, la manifestación contra la reforma de pensiones entre enero y mayo, el movimiento de los Chalecos Amarillos entre 2018 y 2019, vemos cómo el país está eruptivo en este momento. Esto confirma un pesimismo profundo de los franceses sobre toda una serie de temas, dígase la economía, el medioambiente, el sistema social, la demografía, pero también muestra que la población no se resigna a ese declive”.

“A pesar del pesimismo y el rechazo a las élites políticas y económicas, hay siempre en una gran parte de la opinión un deseo de ver las cosas mejorar, y si una personalidad llega a suscitar cierto entusiasmo, como hizo Macron en 2017, lo podría movilizar a su favor… y, quizás, decepcionar de nuevo”, apunta el encuestador.

Para Arenas, el conflicto social en los gobiernos de Macron es inevitable: “Lo que pasa es que esto no comenzó con Macron, porque Macron estuvo en el gobierno de Hollande. El objetivo de Macron es ponerle fin al sistema francés de seguridad social de servicio público, de interés general, que es la herencia del contrato social, del Frente Popular y del pacto que recibimos en 1945. Él está destruyendo eso, porque es su proyecto: quiere comercializar y privatizar la acción pública”.

Quiosco destruido de la Place de Peuple en Saint-Étienne, después de los desmanes. Foto: TL7.

Respecto a lo que han provocado estas últimas dos semanas en la población francesa, Gallard comenta: “Creo que la muerte de Nahel ha polarizado a la población, con una gran mayoría que sintió una cierta forma de empatía con la situación, y aquella que viven los jóvenes venidos de la migración en las ‘banlieue’. Pero inmediatamente después, estas revueltas dieron vuelta el tema: una gran mayoría de los franceses son muy hostiles a los desmanes, que juzgan contraproductivos y no comprende”.

En opinión del encuestador, es posible que a pesar del elemento desencadenador, “esta secuencia favorezca el sentimiento de que estamos en una sociedad cada vez más violenta”, lo que podría dar ventaja a la líder de extrema derecha Marine Le Pen en el futuro.

De momento, los tranvías han vuelto a pasar por Saint-Étienne. Quedan aún las marcas de los basureros derretidos en el suelo, las vitrinas en reconstrucción y algunos locales que cerraron hasta nuevo aviso. Respecto del quiosco donde hacían llaves, ya apareció una alcancía en las redes sociales, que ya lleva 8.400 euros, dinero con el que los vecinos pretenden levantar el histórico local de la Place de Peuple.