Ustedes, nosotros, todos
Por Patricio Jara, novelista y profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Autor de “Pájaros Negros” y “Quemar un pueblo”.
El domingo cuando derrotamos en el clásico a la UC, hice una apuesta con Rebeca, mi hija menor. Si la Católica nos ganaba, le dije, ella podía comer antes unos dulces que eran para después. En cambio, si el triunfo era para la U, debía esperar hasta el día siguiente. Esa tarde mi hija terminó reclamando que Larrivil (tal cual, con intención) le había “estropeado” el fin de semana con sus goles. Lo dijo con el histrionismo de una drama queen de diez años. Pero lo dijo... y desde entonces seguimos apostando: por cada gol que haga Joaquín Larrivey en este campeonato, ella me deberá un millón de pesos. Tiene toda la vida para pagármelos.
El problema es que de pronto la U dejó de ganar y, peor, dejó de hacer goles. En tres meses (ustedes, nosotros, todos) nos vinimos abajo. La tristeza de tantos 1-0 en contra nos fue quitando puntos y también la posibilidad de la épica. ¿Habrá algo más triste que perder 1-0? ¿Les bastó tan poco para ganarnos? ¿Y no pudimos siquiera hacer tan poco para evitarlo?
Puras tragedias en el sentido clásico de la fatalidad. Ninguna epopeya en el sentido clásico de la hazaña. En este tiempo el equipo ha tenido que lidiar con lesiones, torpezas y cegueras arbitrales que nos han perjudicado tanto como las torpezas y cegueras de los administradores del club. Todas juntas y alineadas.
Llegamos hasta acá, hasta el borde del precipicio, por situaciones que algún día vamos a entender. Ahora no. Mañana tampoco. Ni el lunes ni el martes. Pero que logremos entenderlas no significa que estemos frente a la verdad. Siempre les digo a mis amigos periodistas deportivos que si contaran todo lo que saben, si dijeran todo lo que piensan, el fútbol, como industria del espectáculo, se acaba. Pero hoy las cosas están así y esta pesadilla se termina mañana.
Ojalá se termine mañana.
No les miento: en estos días he pensado en River Plate 2011. También en Palmeiras 2013. En la vez cuando conocí a Carlos Campos. Pero también he pensado en Liminha y tantos jugadores extravagantes que pasaron por la U. En Pepe Castro y su gol a Palestino en el Santa Laura en 1990. He pensado en Salvador Capitano y hasta en Hugo Notario y ese modesto centro que metió en un clásico y lo llenó de gloria en 2009. He pensado en todos los goles de “Heidi” González (o más que sus goles, en sus enganches en el área). En la vez que Cerro Porteño nos hizo cuatro en el primer tiempo, la gente se fue del boliche donde veíamos el partido y con un amigo nos quedamos confiados en que íbamos a remontar (6-0 final). He pensando en el gol de palomita de Cristian Traverso en el Monumental, en la Copa Chile del 96, y por qué tan pocos lo recuerdan. En Pato Mardones y su penal en El Salvador... y su penal en Uruguay por Copa Libertadores. En la revista Don Balón y esas fotos magníficas a doble página, con titulares que no se olvidan. He pensado en la camiseta roja con hombreras que usó Johnny Herrera y todas las veces que salía del área para “hablar” a sus compañeros cuando el equipo estaba jugando mal. Imagino qué podrían decir Marcelo Salas, el mismo Herrera, David Pizarro, Diego Rivarola, Mariano Puyol, Jorge Socías, Luis Musrri, Horacio Rivas, Roberto Reynero, Martín Gálvez y los hermanos Castañeda si entraran mañana al camarín, antes del partido.
Pienso en el día cuando la U ganó el tricampeonato y yo estaba estudiando en Estados Unidos y salí a la calle con mi bandera pensando, ingenuo, ridículo, que iba a encontrar a otro chuncho ahí. He pensado en el jardinero calvo del barrio cuando Elena, mi hija mayor, pasaba y le gritaba: “Hola, Sampaoli”. He pensado en Sergio Markarian y en la astucia de Gerardo Pelusso en ese partido con Alianza Lima, cuando le habló al guardalíneas que anulaba el gol de Seymour: “Baja el banderín, la gente va a entrar y nos matarán a todos”. Gran equipo y gran campaña cortada por el Mundial (qué buen jugador era Álvaro Fernández). He pensando en Sergio Vargas, muchos años antes, pidiendo que le compongan el dedo desencajado para seguir jugando. En Mayer Candelo y su desdicha en la ronda de penales. En Guillermo Marino y su juego silencioso y tan vital. Y también en esos dirigentes cuyo único argumento para tener la razón es su dinero.
He pensado en los incompetentes del VAR y ese pensamiento me lleva siempre a la foto de Miguel Ángel Gamboa tomando del cuello a Hernán Silva. He pensado en los fierros del estadio mecano botados en el puerto de Iquique y su lento proceso de oxidación. En la Ciudad Azul (nuestra Atlántida) y el destino de su único habitante, el burro Luis Miguel. He pensado en la vez que vi en el diario mural del colegio la “Oración por la U”, pero fue hace tanto tiempo que no sé si la vi o la imaginé. Y he pensado en cómo, por supuesto, sería una temporada en el abismo. Un descenso a los infiernos. Otro más. Y si ocurre, si de verdad ocurre, quiero que sepan (los que queden, los que se atrevan a quedarse) que no estarán solos. Que seremos tantos acompañándolos allá abajo. Jugaremos con otros equipos. Conoceremos otras ciudades. He pensando tantas cosas. Y qué quieren.
Mañana, desde el otro lado de los televisores, de las radios, de los celulares, no les pediremos que hagan “otro gol” como cantan esos hinchas movidos por el éxito. Les pediremos tan solo que hagan uno, el primero, y aguanten. O que venga lo que tenga que venir.
Desahogo, terapia, agonía y paz
Por Francisco Mouat, escritor, periodista y dueño de la librería Lolita. Ex director de la revista Don Balón, es autor de “Soy de la U”.
Hola. Agradezco el convite al desahogo del año de la otra peste que nos tiene ahí, mirando por entre los alambrados cómo son los potreros del siglo 21, pero no estoy en condiciones de comprometerme. Si estuviera sereno para escribir, decía que sí y me servía como terapia para soportar la agonía del hincha azul en estos días, que, espero, sea más leve que la que llevan por dentro los que tendrán que salir a la cancha el domingo a mantener al equipo en primera, prolongar el sufrimiento en una llave de promoción o mandarnos derechito a la B.
Lo que sea que ocurra, que sea un acto de justicia deportiva que se dirima en la cancha y no por un cobro equivocado del VAR o por un alegato de última hora en el tribunal de los desesperados.
Aunque no lo crean, estoy en paz. Entregado. No juego el domingo. Ninguno de nosotros, los hinchas de la U, jugamos el domingo. Ni decorado seremos. Esperaremos el veredicto del pitazo final con resignación azul. Y nada de bravatas ni apretones ni mala leche ni actos de violencia. Si se da que nos vamos a la B, a cantar fuerte que volveremos, volveremos, como cantamos en el Nacional en enero del 89. Si permanecemos, dar vuelta la página y que esta campaña del terror se corrija con fútbol, lucidez, mística, gestión y profesionalismo.