Le dedico mi silencio: El viaje musical de Mario Vargas Llosa
El último libro de Vargas Llosa apunta al arraigo de la música criolla en Perú, vista como una herramienta utópica para unir al país en torno a una sola melodía. La obra del Nobel peruano, de lectura ágil, divertida y conmovedora, es motivo de debate en su país y sería el cierre definitivo de su larga aventura en la novela, que comenzó con "La ciudad y los perros" en 1963, cuando arrancó el boom latinoamericano.
A Toño Azpilcueta lo apasionaba la música criolla. Había dedicado su vida a reseñar a cantantes, guitarristas y cajoneadores de los más diversos puntos cardinales del Perú –sierra, costa e incluso la Amazonia–, y cada vez que un periodista necesitaba información sobre el vals peruano o el huaino, y también sobre los callejones jaraneros limeños, buscaba a este erudito de los sonidos populares del país. Con estudios en San Marcos, sus artículos los publicaba en diarios de poco tiraje y en revistas que nacían y morían en tiempo breve. Le pagaban poco, pero esos escasos soles le alcanzaban para mantener a su esposa y sus dos hijas. Era feliz –o al menos eso creía– y no ocultaba su entusiasmo por la música.
Un día el destino de Toño Azpilcueta cambió para siempre: le hablaron de un tal Lalo Molfino, un guitarrista tan excepcional como enigmático, a quien por una extraña razón no conocía. Al verlo un día en un escenario, Azpilcueta quedó maravillado por su talento. Le bastó oír un par de acordes para comenzar a pontificar sobre lo grandioso que era este músico aparecido de la nada y que vestía zapatos de charol. Averiguó que Molfino pronto partiría de gira a Chile, pero poco más. “Los chilenos van a saber lo que es el verdadero Perú”, alcanzó a decirle. Entonces se propuso escribir una reseña sobre el virtuosismo de Molfino y más tarde nada menos que un libro sobre los entresijos de su vida.
Para llevar adelante tamaña tarea, cuya dificultad inicial tuvo que ver con la súbita desaparición de Molfino, Azpilcueta viajó al lugar de origen del músico, en el departamento norteño de Chiclayo. Ahí averiguó que Lalo había nacido en Puerto Eten y que un cura italiano lo había criado después de encontrarlo abandonado en un basural, donde estuvo muy cerca de ser devorado por unas enormes ratas. La vida de Molfino –supo después Azpilcueta– había estado marcada por traumas, secretos y trabas no muy distintas a las de él mismo, como el terror a los roedores.
La utopía de Mario
“Toño Azpilcueta desdeña a la elite porque estos detestan, o menosprecian, lo que él ama: el vals criollo y la música peruana en general. Creo, como él, que en esa música se han expresado los mejores intentos del peruano por unir a distritos, provincias y departamentos a partir de las grandes diferencias que existen entre la costa, la sierra y la selva. Pero hay al menos un punto de unión que debería servir para hermanar a los peruanos como ocurre en ese baile y esa música que a todos nos toca el corazón. Este personaje debería servir como un modelo para que todos lo imitáramos en este aspecto, porque, más allá de sus defectos, es una persona generosa y optimista, que se entrega a sus pasiones sin cálculo y lo arriesga todo”.
Así explicó Mario Vargas Llosa –en una entrevista en El Comercio– lo que en parte representa el protagonista de su última novela, Le dedico mi silencio (Alfaguara), lanzada días atrás y ya disponible en librerías chilenas. En su nuevo libro, el Nobel peruano apunta a la utopía de que la música criolla puede transformarse en una idea país, una suerte de herramienta para unir a los peruanos en torno a una sola melodía, más allá de divisiones políticas y sociales.
Además de la música, Vargas Llosa aborda la huachafería, que en Perú algunos la emparentan con la cursilería, presente –sin ir más lejos– en las letras de los vals peruanos, y que no distingue estratos sociales. La huachafería de Azpilcueta, estima el autor de Conversación en La Catedral, “está bien envuelta en las cosas que dice y hace, y yo siento mucha simpatía por él y todos sus congéneres”. Según Vargas Llosa, “la huachafería es el aire que respiramos los peruanos y, sobre todo, los escritores”.
Con el transcurso de la novela, pronto el lector cae en cuenta que Azpilcueta bien podría encarnar al propio Vargas Llosa. “En los ensayos escritos por Azpilcueta que aparecen en la novela hay mucho de usted”, inquirió El Comercio en la entrevista, a lo que el Nobel respondió: “Me alegra lo que dices: que en Azpilcueta hay mucho de mí. Yo me identifico con él y me emociona imaginarlo escribiendo esos articulitos, que ninguno dura. Si no es él, ¿quién los escribiría? Sin ninguna duda, hay algo de heroico en lo que hace Azpilcueta, se entrega a su vocación sin temor al fracaso. Le tengo mucho cariño a ese personaje y creo que es uno de mis favoritos de entre todos mis libros”.
Huachafería y música criolla
Divertida, conmovedora y apasionante, en Le dedico mi silencio Vargas Llosa manifiesta su erudición sobre la música criolla, en un contexto de un país quebrado por las acciones de Sendero Luminoso. De hecho, uno de los personajes de la novela es la intérprete Cecilia Barraza, de quien Azpilcueta está enamorado, aunque nadie lo sabe. Barraza también fue mencionada por el escritor en Travesuras de la niña mala (2016) y El héroe discreto (2013).
“Mario Vargas Llosa nunca ha posado ni se ha lucido como erudito o experto en la música criolla, por tanto no es una faceta que se haya dado a conocer. Es una de las riquezas y cualidades del literato que investiga sobre el tema del que trata su obra. Sí hay antecedentes de esto en El héroe discreto, cuyo protagonista es fan de Cecilia Barraza. Ella está vigente y se le puede disfrutar aún. La nueva erudición es fruto de una investigación periodística, pero también fruto de una suerte de redescubrimiento de un aspecto de la cultura popular que podría ser una suerte de utopía de su proceso de vida”, sostiene Fernando Vivas, periodista y columnista de El Comercio y de Radio Programas del Perú (RPP).
“La música criolla aquí es una de esas utopías radicadas en el pasado, que como utopía radicada en el pasado tiende a difuminarse en la nostalgia hueca, en el decadentismo, propio de los hombres de edad muy avanzada: es como el bien esquivo de un país como el Perú, de una cultura muy rica, pero de unos problemas de identidad muy grandes. Podríamos agarrarnos de muchas cosas y la música criolla es una de ellas, como podría ser el fútbol o la gastronomía”, señala Vivas a La Tercera. “Autores como Vargas Llosa de alguna manera tienen una deuda con la huachafería, tal vez de clase moral, de identidad, porque en su momento la despreciaron y ahora la quieren reivindicar. Tal vez todo eso se mezcla en esta novela”, agrega.
“Creo que Le dedico mi silencio es una novela que está estrechamente emparentada con La tía Julia y el escribidor (1977), donde en los distintos radioteatros de Pedro Camacho y en el mismo melodrama que Varguitas vive al enamorarse y posteriormente casarse con su tía Julia, Vargas Llosa se adentra en el mundo de la huachafería peruana e, incluso, en algún tramo, de la música criolla”, indica a La Tercera Raúl Tola, escritor y director de la cátedra Vargas Llosa.
“A Patricia”
Le dedico mi silencio ha provocado un vendaval de comentarios, especulaciones y teorías varias. De partida, la novela está dedicada a Patricia Llosa, quien fue la esposa de Vargas Llosa por cinco décadas, hasta que el escritor estableció en 2015 una relación con la socialité Isabel Preysler. Tras la reciente ruptura con Preysler, se ha especulado con que el título de su última obra apuntaría a ella. En la novela, eso sí, aquello de “le dedico mi silencio” tiene una consideración distinta.
Otro ingrediente ha sido el hecho de que este libro sería el último de ficción de Vargas Llosa. Él mismo lo explicita en el texto, aunque a modo de un pensamiento en clave postdata. “Ahora me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré”, narra. En la entrevista con El Comercio el escritor dijo que “el anuncio de mi retiro ha sido casi producto de una casualidad. No porque no lo hubiera pensado. Tengo 87 años y dado que las novelas me toman tres o cuatro años escribirlas, las cuentas ya no me salen. Además me gusta la idea de que una última novela mía estuviera dedicada al Perú. Por ello escribí una nota al final, cuando acabé la novela, pero solo como un pensamiento en voz alta, para mí, sin figurar nunca que sería una postdata al libro, pero así resultó y no me quejo”.
Carlos Paucar, periodista del diario limeño La República, cuenta que “las principales librerías del país han ubicado a Le dedico mi silencio en los primeros lugares de venta. El interés ha sido, por supuesto, por ser Vargas Llosa el autor, porque su estreno en el Perú coincidió con el Día de la Cancióan Criolla (la música popular de la costa peruana) y porque además se ha difundido que vendría a ser la última novela del escritor”. Paucar agrega que “Vargas Llosa suele ser una figura controvertida en el país: despierta odios y amores decididos. Una mayoría lo rechaza por sus opiniones políticas, pero cuando de su literatura se trata concita interés, despierta comentarios, aviva el debate por sus escritos”.
“Bienvenida desmesura”
Como apunta Paucar, la última obra de Vargas Llosa ha dado mucho que hablar. Omar Aliaga, periodista y escritor peruano, consideró que si bien hay sectores “que lo detestan, Mario Vargas Llosa eligió escribir su última novela sobre el Perú, la música criolla, la utopía de unir a este país a través de la música. Una belleza”. Gustavo Faverón, novelista y doctor en literaturas hispanas, opinó que “la última novela de Mario Vargas Llosa es muy divertida, tiene pasajes de una gracia disparatada, se lee con ganas, tiene una autoironía rejuvenecedora y, al mismo tiempo, no oculta ser la novela de un hombre de 87 años ante un mundo que se le vuelve cada vez un poquito más ajeno”.
“Siempre se está tratando de comparar sus últimas producciones con sus primeras obras literarias. Ya se ha vuelto un deporte nacional saber si cada nuevo título llega a la altura de La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969). Eso está sucediendo con Le dedico mi silencio”, comenta Paucar.
A juicio de Tola, “además de las obras de ficción, esta última novela se relaciona con uno de los ensayos más conocidos de Vargas Llosa, ¿Un champancito, hermanito?, donde reflexiona con agudeza y sentido del humor sobre la huachafería, ese peruanismo al que ‘los vocabularios empobrecen describiéndolo como sinónimo de cursi’, pero que es algo más sutil y complejo, una de las contribuciones del Perú a la experiencia universal”.
“Como en La guerra del fin del mundo, en Le dedico mi silencio Vargas Llosa vuelve a hablar de las grandes utopías de la humanidad. Si en aquella novela fue la construcción de la sociedad pura de Canudos, regentada por el fundamentalismo de la religión y amalgamada por la figura del mesías Antonio Conselheiro, en esta es la consolidación de una sociedad mestiza, donde blancos e indios desaparecen para darle paso al cholo peruano, representada en el valse criollo, que, según explica el libro, tiene de europeo, de costeño, de serrano e incluso amazónico”, concluye Tola. b
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