En marzo de 2020, Emilia tenía 10 años y Pablo, 17. Ella cursaba cuarto básico y él, tercero medio, en distintos colegios. Con la pandemia las clases comenzaron de manera remota y las jornadas para los hermanos Yévenes Filgueira cambiaron por completo. De la mañana a la tarde, Emilia se sentaba junto a su madre, la profesora Johanna Filgueira, a completar guías sin parar de distintas asignaturas. Pablo tenía tiempo libre, seguía a la espera de las clases virtuales o de los comunicados de sus profesores. La sobrecarga, por un lado, y la inactividad, por el otro, sucumbieron a la madre en el estrés. Desesperada, Filgueira se preguntó: “¿Y si los saco del colegio y los educo en casa?”.

Johanna recuerda el día del colapso y la decisión. Llevaban un mes y fue una tarea en específico: Emilia tenía que leer 160 páginas de un día para otro. La madre tenía que trabajar, no podía seguir con ese ritmo y la niña no podía continuar con el estrés, dice. No conocía a nadie que educara a sus hijos con “homeschool”, pero hace un tiempo que la idea le daba vueltas y empezó a averiguar cómo funcionaba en internet.

La opción era que dejaran el colegio e hicieran exámenes libres. Para esto podía tomar ella la responsabilidad de hacerles clases o apoyarse en un colegio virtual. En Chile hay cerca de dos mil jóvenes que optan por exámenes libres y alrededor de 20 colegios virtuales. Como Filgueira trabaja de manera remota y su esposo es independiente, la opción le parecía factible. Mientras más leía, más estresada veía a Emilia y más relajado a Pablo. Terminó por convencerse. En abril lo conversaron junto a Gonzalo, su marido, y sus hijos. Ellos aceptaron encantados.

El fin de la sala de clases

A las 9.00, la casa de los Yévenes Filgueira se transforma en un colegio. Emilia y Pablo se conectan cada uno al computador para iniciar las clases junto a otros 10 compañeros. En el primer módulo ven materia teórica, luego tienen un recreo y continúan con la parte práctica. A las 11.00 se termina la jornada escolar. Así es la dinámica de lunes a viernes, con cinco asignaturas cada uno.

Llevan un año con esta modalidad de educación, ahora cursan quinto básico y cuarto medio, y la madre dice que les mejoró la calidad de vida. El resto del día es para ellos o si quieren para talleres extraprogramáticos. Emilia decidió estudiar portugués e italiano. Pablo prefirió el ajedrez y educación financiera. Algunos días se conectan para estas clases optativas o estudian lo que tienen pendiente. Las notas dejaron de existir, los evalúan con porcentaje de aprendizaje y en octubre deben dar los exámenes que exige el Mineduc.

Emilia solía enfermarse durante el año escolar y Pablo tenía trastorno de ansiedad. Ella faltaba durante semanas a clases y él se había cambiado cuatro veces de colegio. “Todo esto se terminó”, dice Filgueira.

Aunque los niños nunca han visto a sus compañeros, siguen prefiriendo esta modalidad. Se hicieron amigos, al igual que el colegio, virtuales. Viven en distintas ciudades, se mandan fotos y hablan por redes sociales. “Ha sido muy buena la experiencia, los cambios con nuestros hijos fueron positivos. Reducimos el estrés que les producían las extensas jornadas y el agobio escolar”, dice la madre.