Lo que partió como la solitaria búsqueda de respuestas por parte de un exalumno del Colegio del Salvador, un tradicional establecimiento de Buenos Aires donde el Papa Francisco hizo clases, se transformó, poco a poco, en el destape de 42 casos de abuso sexual.

Gonzalo Elizondo (32) quería entender qué pasó con el cura César Fretes, miembro de los jesuitas que llegó al colegio en 1997 y falleció en 2015 sin ser juzgado penalmente, pues su castigo fue un traslado en 2003 -sin anunciar la razón a la comunidad- y su posterior desvinculación de la Compañía de Jesús en 2007.

Elizondo tuvo conciencia desde su adolescencia de que lo ocurrido cuando tenía 11 años no era normal. Cuando por primera vez le contó su historia a Pablo Vio (32), uno de sus mejores amigos, este le respondió que había pasado por una situación similar.

Así, ambos entendieron que no eran los únicos. Llegó un tercer caso, también cercano. Luego fueron 10. El diario Clarín cubrió el relato, de ahí en más el número solo creció. A la fecha, son 42 exalumnos los que han relatado su historia, y La Tercera habló con cuatro de ellos.

Un abusador sistemático

El Colegio del Salvador es un centro educacional tradicional. Forman exclusivamente a varones desde hace más de 150 años, y se ubican en el corazón de la capital. Con una manzana entera del centro de Buenos Aires, en Avenida Callao, este colegio se encuentra a cinco cuadras del Congreso y a ocho del Teatro Colón.

Actualmente, su mensualidad ronda los 65.000 pesos argentinos (US$ 470), posicionándose como uno de los más caros del sector privado.

Fachada del Colegio del Salvador, en Buenos Aires, Argentina.

“Nos conocimos en la primaria. Yo fui toda la vida a ese colegio, desde los cuatro años, y Gonzalo también”, dijo Pablo Vio en conversación con La Tercera. Ambos fueron abusados por Fretes el mismo año, y no se enteraron hasta una década y media después.

Gonzalo Elizondo recuerda perfectamente cómo ocurrió el abuso. “Yo estaba durmiendo en un retiro espiritual, instancia donde generalmente nos íbamos un fin de semana y dormíamos afuera”, relata. Era el año 2002 y Fretes había sido asignado como tutor del sexto de primaria, por lo que, además de viajar junto a los cursos, servía como guía, pudiendo sacar a los niños de clases para hablar. Serían precisamente estas dos instancias donde se registrarían la mayor cantidad de abusos.

“Recuerdo que me desperté en la noche y estaba el tipo en la cama, tocándome los genitales. Hace como que fue un accidente y asegura que yo estaba sonámbulo, e incluso al otro día me hacía chistes. Yo no lo entendí porque nunca fui sonámbulo, pero le creía”, continuó.

Cuando sin ninguna explicación Fretes salió del colegio, empezaron a correr rumores sobre que el cercano y querido cura había abusado de un menor. Eran niños, y la reacción general fue hacer chistes, incluso entre los afectados.

En ese momento, Elizondo comprendió que lo que ocurrió no era normal. “Era una persona de confianza, todos querían ser su amigo. Pero cuando yo escuché el rumor de que lo habían sacado por un abuso, ahí me di cuenta de que no había sido un accidente”. Como en muchos casos similares, el hablarlo con el resto fue un proceso lento. Tenía 11 años cuando ocurrió, y el hecho quedó en la penumbra hasta 2018, cuando por primera vez se lo comentó a un amigo.

“Recuerdo haber pensado, ‘bueno, me pasó esto, el colegio ya está informado, así que ya se van a ocupar’, suponiendo ciegamente en que iban a hacer todo bien, porque es lo que nos dijeron siempre: que nos cuidaban. Es un colegio y una congregación en la que su fuerte es la formación humanística y con un fuerte sentido de pertenencia”, relata.

La duda sobre qué hicieron siempre estuvo ahí. Lo que no sabía aún es que solo tres familias denunciaron el caso en 2003, pero nadie más de la comunidad escolar tenía conocimiento de lo ocurrido. “Cuando me entero de los traslados y de que no hicieron nada, entendí que dejaron a un montón de pibes abandonados, tiraron al tacho los valores que supuestamente pregonan, cuidaron su imagen y taparon el tema”, se descarga Elizondo.

La primera reunión llegó en 2019, cuando se acercó al delegado para la prevención y denuncias de abusos en la Compañía de Jesús en Argentina y Uruguay, Álvaro Pacheco. “Le planteé que me parecía importante que se disculparan públicamente y que se ocuparan de dar con las víctimas, porque este es un daño que persiste en el tiempo”.

En una carta dirigida a Gonzalo Elizondo, se disculparon con él a título personal en febrero de 2020. Pero no era suficiente reparación. Hizo una nueva solicitud sobre la transparencia del caso, la que nuevamente fue denegada.

En marzo de ese año, y a la luz de la retrospección que la pandemia del Covid-19 generó , le contó su historia a Pablo Vio y cayeron en la cuenta. “No sabía que éramos más”, le dijo su amigo.

A Vio, a diferencia de Gonzalo, le tomó años asociar lo ocurrido con un abuso. “A mis veintitantos ya entendía que no era una cuestión normal”, explicó.

Una conversación en la Navidad de 2019 cambió su perspectiva. En la ocasión, su familia y otra familia amiga se juntaron a celebrar la fecha con un asado, lugar en el que una persona de una generación menor contó que sus padres fueron los que denunciaron a César Fretes en 2003. “Ahí me quedé helado. Lo que me había pasado no solo era un abuso, sino que también hubo un encubrimiento dentro del colegio”, afirmó.

Imagen de 1966 del seminarista argentino Jorge Mario Bergoglio en el Colegio del Salvador, donde enseñaba literatura y psicología en Buenos Aires. Foto: AP

A la luz de la política impulsada por el Papa Francisco, quien como Jorge Bergoglio hizo clases de literatura y psicología en el colegio en 1966, para luego volver en los 80 como director espiritual y confesor, Elizondo le envió una carta con la esperanza de que este intercediese en el asunto. Hasta la fecha, la misiva no ha tenido respuesta.

La defensa de los jesuitas

Tras las denuncias de 2003, el miembro de la Compañía de Jesús fue alejado del colegio. Utilizando una política común en la época e incluso en la actualidad, según dijo a este medio el delegado de prevención, Álvaro Pacheco, el acusado fue trasladado a la comunidad jesuita de San Luis Gonzaga en Mendoza, lugar donde, en teoría, no tendría contacto con menores. Según cuentan las víctimas, no ocurrió.

Francisco Segovia, una de las víctimas de Fretes, aseguró a este medio que en 2004, con el cura ya en Mendoza, este le hablaba insistentemente a través de Messenger. “Continuó chateando conmigo. En un momento le dejé de contestar porque entendí que había unas segundas intenciones”.

Como reconocen desde la congregación, solo sabían de los antecedentes las autoridades del colegio y las de Mendoza, mas no la comunidad escolar. “A ellos se les informó las razones y las restricciones con las que llegaba”, aseguró Pacheco. Los padres ni del alumnado supieron de los casos hasta que la noticia explotó mediáticamente en 2022.

Lo que sí comprobaron las víctimas, es que había un claro modus operandi. Sexto de primaria es el primer momento en que tenían un guía, y Facundo Bulacio recordó, en diálogo con La Tercera, que el curso estaba incluso contento con que les tocara Fretes. “Era una persona que estaba contigo, te sentabas arriba de él como si fuera una especie de tío en el que podías confiar un poquito más, te tomas unos mates con él, pese a que en su momento el mate no existía mucho en el colegio. Un ambiente de confianza, eso generaba él”.

Segovia también recordó ese trato cercano, además de un patrón. “Íbamos de las 8 am hasta las 4 pm, y el tipo a las 10 estaba sacando alumnos de clases por 40 minutos, y cuando volvía, llamaba a otro”.

A Bulacio se le insinuó en aquellas reuniones . “Yo era más desarrollado físicamente que mis compañeros. Me preguntó si me miraban en natación, si tenía pelos o si me miraban los genitales”, recordó. “Me sentí intimidado y le dije que no. Me hice el desentendido, pero él insistía”.

Si bien el presunto culpable falleció, los afectados estudian acciones legales, donde la prescripción de los casos será parte central de la discusión. Carlos Lombardi, abogado de los denunciantes, dijo a La Tercera que los dos caminos posibles son la denuncia penal a las autoridades que encubrieron al abusador o la demanda por los daños y perjuicios ocasionados.

Ante las acusaciones, la congregación se defendió asegurando a este medio que rechazan “enfáticamente el cargo de encubrimiento, porque no existió. La legislación penal argentina permitía únicamente a las familias hacer la denuncia”, agregando que “una cosa es un traslado para encubrir, y que permite que el abusador siga cometiendo sus delitos, y otra muy distinta es apartar al denunciado para que los chicos no sigan corriendo riesgos”.

El mapa de las autoridades en la época lo compone el sacerdote Rafael Velasco, rector entre 1999 y 2003, quien hoy es provincial de los jesuitas en Argentina y Uruguay; Andrés Aguerre, a cargo entre 2004 y 2009, y actual vicerrector de la Universidad Católica de Córdoba; y Ricardo Moscato, quien lo dirigió entre 2010 y 2020.

Según Elizondo, en una de las reuniones de 2020 supo que Velasco y Moscato “no querían que se hicieran públicos (los casos), de acuerdo con lo que le dijo Pacheco. Citando esta vez a Velasco, agregó que “los bancos tampoco hacían públicos a los contadores que malversaban fondos, así que por qué ellos iban a hacer públicos a los abusadores. El tipo estaba comparando a la Iglesia Católica con un banco”.

En julio, Elizondo y Vio presentaron un reclamo administrativo al Colegio del Salvador y la Compañía de Jesús reclamando una reparación integral. Pedían el esclarecimiento de los hechos, una sanción a los responsables, garantizar la no repetición, disculpas públicas e indemnizar a las víctimas. Pacheco aseguró que están “esperando que se presente alguna demanda en la justicia”.

Esa petición hace aflorar los recuerdos de Vio. “Miro las fotos del Pablo de 11 años y digo: ‘éramos nenes’. No me puedes responder hoy de esa forma. Yo no te estoy reclamando algo que me pasó hace un mes, donde hoy, desde mi adultez, podría tomar otras decisiones. Yo no tenía que tomar ninguna decisión. Yo estaba ahí y me expusieron a eso”.