Sebastián Varas se apronta para enfrentar un partido decisivo. Cobresal se mide esta tarde con Universidad de Chile en El Salvador y ambos equipos están amenazados por el mismo riesgo: el descenso. Forman parte de la intensa disputa por evitar transformarse en el acompañante de Santiago Wanderers en la Primera B, en la próxima temporada. El ariete conoce las sensaciones que se experimentan cuando se está en los últimos puestos de la tabla. Y más aún, cuando el riesgo de perder la categoría es inminente. “Me ha tocado estar peleando abajo varias veces en otros clubes y se torna súper difícil. Cuesta conciliar el sueño. Estás todo el tiempo pensando en la situación que estás viviendo, que ningún jugador la quiere vivir”, dice, en un diálogo con El Deportivo. Y, aunque está directamente involucrado en la disputa, dimensiona el efecto en los jugadores azules que, naturalmente, pretende aprovechar. “Imagino que para ellos, al estar en un equipo grande, generalmente llamado a pelear títulos, estar pasando por un momento así debe ser aún más duro”, añade.

En los laicos le dan la razón. “Estas semanas han sido duras para todos los que aman a la U. También para nosotros y para nuestras familias, las cuales siempre están con nosotros. En estos momentos se ve el amor, el cariño, y se aprende que cuando te va bien todos están. Pero ahora son las familias las que nos acompañan”, confesaba, hace unos días, el lateral azul Yonathan Andía, quien arribó al CDA con objetivos diametralmente distintos a la urgencia que hoy vive con sus compañeros.

El fantasma del descenso o el fantasma de la B, como cualquier fenómeno sobrenatural de estas características, no se ve, pero se siente. Y aterra. El sueño no es la única conducta que se ve afectada. Los efectos, de hecho, son individuales, por lo que a los cuerpos técnicos les cuesta estandarizar una estrategia para hacerle frente al temor que genera la posibilidad concreta de cambia división, con los perjuicios deportivos y económicos que involucra. Hay jugadores que sufren inapetencia, otros que experimentan ansiedad y más de alguno que se lleva los problemas a la casa y que ni siquiera en el ámbito más privado es capaz de sacudirse de ellos. “Nos íbamos a las casas y los mismos vecinos, la pareja, te decían que te veían preocupados. Y uno decía que estaba peleando el descenso. A mí me pasaba. Estar en esa circunstancia, estando en un equipo grande, era peor aún. Íbamos a quedar marcados y de hecho quedamos marcados. Uno se preocupa, anda en otra. Si te veían en el centro, te comentaban que estabas ido. Y uno mismo se pasaba rollos”, refleja, a modo de ejemplo, Roberto Reynero, integrante del plantel de la U que cayó a Segunda División en 1988, un trauma que, naturalmente, espera no repetir este año, ahora como hincha.

Los efectos son aún más personales. “La relación de pareja esa semana no fue la mejor. Había compañeros que contaban que en la casa explotaban, que no les gustaba que les hablaran. Que la pareja no sabía nada de fútbol y que si opinaban algo, era peor. En esas instancias ni nos preocupábamos del sexo. Uno pensaba en que se pasara luego la semana, para llegar al partido. Y en la noche no dormíamos ni tirábamos las manos. Las neuronas ni nos funcionaban. En esa instancia, la familia y la mujer quedan de lado. Éramos verdaderos fantasmas. A lo mejor por eso se llama así el riesgo de descender”, añade el ex futbolista.

A Eric Godoy, defensor de Universidad de Concepción, le ha tocado enfrentarlo en un par de oportunidades. La última fue el año pasado, cuando el Campanil bajó tras caer con Colo Colo en el partido disputado el 17 de febrero, en Talca. “El estrés es mayor, porque lo único que sirve es ganar. Pasas todo el día pensando en qué va a pasar después. Hay incertidumbre. Las emociones se apoderan de uno. Físicamente, también se siente. Te aprietas, lo que no te hace tomar buenas decisiones”, confiesa el zaguero central.

Universidad de Concepción descendió en febrero, tras caer ante Colo Colo (Foto: Agenciauno)

Tensión y vergüenza

Los técnicos se ven expuestos a un problema mayor. Por un lado, deben procurar mantener la lucidez para buscar las fórmulas que les permitan rescatar puntos postreros, pero vitales para zafar del peligro. Por otro, tienen que detectar los perjuicios que se generan en cada individuo y que, por añadidura, pueden perjudicar aún más al colectivo. “Desde el punto de vista del entrenador, son momentos de alta tensión. Y que muchas veces es difícil trabajar manejándola. La tensión afecta la cabeza y la cabeza afecta todo. Hay equipos preparados físicamente, que no se ven bien. O tomas de decisiones incorrectas. Es muy normal que pase. A lo que yo apelaría, que es lo que siempre hicimos, fue unir todos los estamentos del club. En Rangers y en Coquimbo involucramos hasta a los periodistas, porque el apoyo de la gente es una parte importante. No es lo mismo que la gente te apoye a que te vaya a gritar”, testimonia Juan José Ribera, quien en su carrera como técnico ha logrado salvar a Rangers y a los piratas de caer a la serie inferior, pero que el año pasado no logró rescatar al mismo equipo nortino, en una campaña en la que, paradójicamente, alcanzaron las semifinales de la Copa Sudamericana.

El estratega repara en un detalle que considera fundamental. “El estado de ánimo de Melipilla o Huachipato, que llevan rato peleando, es mejor que el de la U, que se metió ahora, o que el de Cobresal, que lleva seis partidos sin ganar. Hay que trabajar la autoestima, que es más importante que lo estratégico. El que esté más fuerte de la cabeza será el que se salvará. El envión de Wanderers, aunque no alcanzó, es un buen ejemplo. Ahí se produjo una reacción”, analiza.

El enfoque sicológico engloba todas las variables. “Las emociones tienen mala fama, pero hay que recalcar que sentir nunca es malo, pero lo que también debemos tener claro es que si transformamos un partido en ‘especial’, no se va a lograr la concentración adecuada para enfrentarlo”, teoriza Alexi Ponce, quien asesora a Ñublense y también trabaja en el CAR. “Hay que trabajar en la confianza de que se puede revertir este mal momento, porque de lo contrario el jugador se pone a pensar en que debe buscar otro contrato, otro club, en mantener la calidad de vida y eso repercute en su rendimiento”. añade su colega Fernando Azócar.

El último profesional enfatiza en que lo que está en juego trasciende al mero resultado. “Los jóvenes tendrán el dolor del descenso, pero no verán afectado el prestigio. Los mayores, sí. Sienten la vergüenza de no mantener un club a flote. Está la trascendencia del club también. Está claro que Melipilla no tiene la misma presión que la U, pero a todos les duele”, concluye el profesional.

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