La diáspora venezolana no cesa y Chile sigue siendo uno de los principales destinos para la ellos en Sudamérica. Tras Colombia y Perú, el país es la parada más cotizada de todas. Según las últimas cifras del INE, son la colonia más grande, con 455.494 personas registradas, el doble que los peruanos, que hasta un decenio dominaban en este ranking.
Y es que muchos aquí encuentran prosperidad. Aunque no es sencillo –por la documentación necesaria y las trabas que actualmente ha impuesto la nueva ley de migración- el escenario laboral para muchos es favorable, tanto que ya han conseguido emplearse en las profesiones que en su país estudiaron. Según un estudio del Centro Nacional de Estudios Migratotrios (Cenem) de la U. de Talca, el 84,7% trabaja. Cuatro de ellos cuentan aquí cómo ha sido esta aventura.
Daniela Pires Rangel (34), ingeniera comercial: “Aquí hay muchas oportunidades, solo hay que saber tomarlas”
“Llegué el 1 de diciembre de 2015, sola. Sin trabajo, ni muchos ahorros, pero con ganas de trabajar. Comencé en restoranes, siendo garzona y anfitriona. Era duro, pues por lo general tenía dos o tres trabajos. Estuve tres años en el rubro de la gastronomía.
Hubo buena gente que me ayudó a adaptarme al país y entender mejor la cultura. En Venezuela estudié Administración con mención en Mercadeo, es decir, Ingeniería Comercial con mención en Marketing. Así, comencé a postular a otras empresas y mi primer trabajo más formal fue en la constructora Imagina. También estuve en varias agencias de publicidad y como recepcionista para un hotel boutique. Todo esto, complementado con mi trabajo en restoranes. Trabajaba muchísimo.
Aproveché mi tiempo y en 2018 me certifiqué como profesora de yoga. En ese tiempo comencé a trabajar en una empresa de confirming y factoring, llamada Omni Latam. Ahí estuve tres años y hace aproximadamente nueve meses estoy trabajando en una empresa de logística de importación internacional, llamada KLog. ¡Me va muy bien!
No sé si tendrá que ver con la actitud, con que me gusta trabajar, o qué, pero de verdad que siento que he tenido muy buenas opciones. No olvido que al principio debí limpiar baños, lidiar con borrachos y todas las cosas que tocan hacer en el rubro gastronómico, pero miro donde estoy ahora y siento que he aprovechado cada una de las oportunidades que tuve.
Viví con mi mamá en un departamento en el centro de Santiago durante varios años, pero el año pasado decidí vivir sola y ha sido muy lindo también.
Siento que en Chile hay muchas oportunidades, solo hay que saber tomarlas. También creo que la colonia venezolana ha sido muy bien aceptada en el país, principalmente porque se creó ese imaginario de que somos buenos trabajadores.
No puedo decir nada malo de Chile. Me encanta, de hecho. Sus paisajes, la cordillera, el frío, la ciudad… Todo me gusta. Incluso estoy esperando por mi nacionalidad chilena, porque ya decidí que no regresaré a Venezuela. Me imagino viejita, jubilada, viviendo en alguna playa del litoral central.
Edixandra Oviedo (36), periodista y abogada: “Mi empleo inicial fue algo que en Venezuela no hubiese hecho”
“Llegué en mayo de 2019, a través de una visa de responsabilidad democrática junto a mi pareja. Un amigo ya estaba en Chile junto a su esposa y él me convenció para hacerlo. Estuve como ocho meses esperando la aprobación, hasta que lo conseguí. En 15 días ya tenía rut, lo que marca muchas diferencias para un extranjero que quiere trabajar.
Estudié Derecho y Periodismo, pero me dediqué a mi segunda profesión. En Venezuela trabajé en varios lugares, pero mi último empleo fue en el canal VTV, un canal estatal, donde me dedicaba a cubrir deportes. Siempre me quejaba por redes sociales de la escasez que vivíamos los venezolanos, hasta que un día, posteé un tuit en el que critiqué al gobierno generó mucho revuelo y me terminaron despidiendo. Fue horrible, hasta amenazas de muerte recibí.
Y a mi llegada a Chile, mi primer empleo fue algo que, sinceramente, en Venezuela no lo hubiese hecho. Fue muy duro. Era mi primer invierno aquí y encontré trabajo como mesera en el Café Haití, en el Paseo Ahumada. Debía usar el uniforme que todas usan: un vestidito, tacos, debía abrir el café a las siete de la mañana y estar 10 horas de pie. Estuve un año ahí.
Tuve la suerte de que uno de los clientes que iban al café me ofreció un empleo en una empresa de cobranzas judiciales. También fue complejo, porque en plena pandemia debía llamar para cobrar cuentas a las personas… Te imaginarás los insultos que me llevé, pero bueno, necesitaba el trabajo.
También trabajé como locutora de unos radiotaxis, algo rarísimo, porque no existe en Venezuela. Y desde marzo del año pasado estoy trabajando como asistente de una abogada y su hija. Me toca hacer de todo, desde hacer las decoraciones para sus fiestas familiares hasta realizar cotizaciones para sus empresas.
He querido trabajar como periodista, he buscado mucho, pero está difícil. Tuve la suerte de que en TNT Sport me llamaron para cubrir un torneo de tenis y ahora me llaman cuando necesitan algún reemplazo”.
Alexander Escalona (27), técnico en comercio exterior: “Se dice que el venezolano trabaja bien, pero depende”
“Soy de Caracas y llegué hace seis años a Chile, motivado por la inflación y la delincuencia que en ese momento afectaba a mi país. En ese tiempo era más fácil llegar y tramitar los papeles, yo viajé en avión. Por suerte, mi hermana ya estaba acá, facilitando mi llegada. Luego, llegó mi mamá también. Y aquí formé familia: con mi novia, que también es venezolana, tenemos dos hijas y vivimos en un departamento en San Miguel.
Mi primer trabajo, cuando aún no tenía la visa laboral, fue como vendedor de una tienda de zapatos. Después, ya con el rut, trabajé un mes en una empresa que prestaba servicios para el Hospital de La Florida y luego tuve la oportunidad de irme a una empresa de comercio exterior, que es lo que yo estudié, ahí estuve cinco años pasando por diferentes puestos.
Ahora, llevo ocho meses en CMPC, donde soy analista de transporte marítimo. Me encargo de enviar la cartulina que fabrican a diferentes mercados de toda Latinoamérica. Allí, debo relacionarme con el encargado de ventas, de la naviera, y los consolidadores, para que la carga pueda ser exportada.
Se dice que el venezolano trabaja bien, pero la verdad es que depende de cada persona y lo que quiera entregar en el trabajo, no es una cosa de nacionalidad. He trabajado con varios y la verdad es que he visto de todo; también he trabajado con muchos chilenos y creo que trabajan super bien, gracias a Dios nunca he tenido un problema con nadie. Sobre los horarios, en Chile se trabaja duro, dos horas más que en Venezuela.
Me ha gustado Chile, porque todos han sido buena gente conmigo y mi familia. Obviamente, como todo país, tiene sus cosas buenas y malas, pero lo único malo que podría decir yo es que es muy frío. Ahora, quiero cada día crecer más”.
Daniela Raaz Lara (29), contadora auditora: “Fui la primera extranjera que contrataron en mi trabajo”
“En Venezuela, vivía en la ciudad de Carabobo, pero trabajaba como parvularia, no como contadora. Podría decirse que allá pertenecía a la clase media trabajadora.
Llegué a Chile, en febrero de 2018, no tenía idea cómo se llevaban los tributos acá. Pero tuve la suerte de que a las dos semanas encontré trabajo en una firma de contadores, que fue mi escuela. Fui la primera extranjera que contrataron y lo hicieron porque, supuestamente, habían recibido buenas referencias de los trabajadores venezolanos. Llegué a hacer un reemplazo por una licencia y, finalmente, me quedé.
En ese entonces, era más fácil poder llegar al país, porque con la antigua ley de migración bastaba con conseguir un contrato para pasar de tener una visa de turista a una de trabajo. Y como yo traía mi título, pude pedir la visa profesional. Esa visa ya no existe, pero yo ya obtuve la residencia definitiva.
Al principio fue difícil adaptarme. Mi cartera de clientes era bastante compleja, demasiado para alguien que lleva poco tiempo en el país, por lo que me matriculé en un curso de capacitación para extranjeros que dictaba Johan Morales, otro venezolano que llevaba más tiempo acá, y quien actualmente es mi socio.
En marzo de 2019 fue cuando nos asociamos. Él me contó que tenía un proyecto para dejar de hacer capacitaciones e iniciar su propia firma de contadores, por lo que le dije que contara conmigo. Un día me llamó, renuncié a mi antiguo trabajo y me uní al proyecto de él.
Ahora tenemos una oficina en el centro de Santiago y contamos con una cartera de 350 clientes, en promedio, todos de distintos rubros. Gracias a Dios, he contado con la fortuna de ser bien recibida en todos los lugares a los que fui. Jamás me han hecho sentir discriminación, incluso he quedado con lazos de mi antiguo trabajo”.