Los que no dejan el aula
Hasta la fecha, son 152 las comunas que se encuentran en Fase 2 o superior, por lo que sus establecimientos educacionales pueden operar con modalidad presencial, implementando los protocolos sanitarios. El debate sobre si volver o no a clases en plena pandemia sigue abierto. Pero hay educadores, profesionales y amateurs, que impulsan la presencialidad hace tiempo, a pesar de las dificultades. Estos son sus relatos.
Un profesor le enseña música andina a sus alumnos a través de la zampoña, quena, el charango y la marimba, después de un año de intentarlo vía online. La sostenedora de un jardín infantil invierte el 10% retirado de su pensión para pagar las deudas adquiridas por el recinto educativo, pues cree que vale la pena jugársela por la educación preescolar. Una monja que dirige un colegio hace 12 años, hoy agradece no haber cerrado el recinto desde marzo.
Los tres son algunos de tantos integrantes de comunidades educativas que se la han jugado por las clases presenciales.
Con los últimos cambios en las fases del plan Paso a Paso elaborado por el gobierno para controlar los contagios de la pandemia, son 152 las comunas a nivel nacional que se encuentran en Fase 2 (Transición) o superior (Preparación o Apertura Inicial), por lo que están autorizadas para abrir las puertas de sus escuelas y jardines. Actualmente, son 1.167 las escuelas y 887 los recintos prescolares que pueden volver presencialmente, previo cumplimiento de una serie de requisitos sanitarios y de aforo. También con el compromiso, en esa línea, de su comunidad educativa.
Según datos entregados por el Ministerio de Educación (Mineduc), del total de establecimientos abiertos y con clases presenciales, 373 son de dependencia municipal (32%), los recintos educativos privados subvencionados son 467 (40%), y los privados pagados son 163 (14%). En tanto, las escuelas administradas por servicios locales de Educación Pública (SLEP) son 160 (13,7%), y son cuatro los establecimientos de administración delegada a terceros (0,3%).
En cuanto a los jardines infantiles y salas cuna, los que están con clases presenciales son 887 a nivel nacional. La mayoría son recintos prescolares de la Junta Nacional de los Jardines Infantiles (310); luego se cuentan a los establecimientos de la Fundación Integra (254); los particulare subvencionados (240); los privados que reciben prestaciones estatales (60); los recintos a cargos de SLEP (22). Un solo centro parvulario municipal está abierto.
A más de un año de la interrupción de las clases presenciales a nivel nacional, el debate sobre si es conveniente o no abrir las salas sigue abierto. Mientras diversos organismos internacionales han advertido de las graves consecuencias que tiene para los niños y adolescentes el no ir a sus colegios, en Chile tanto el Colegio de Profesores como agrupaciones de apoderados se resisten por el temor a los contagios.
En distintos lugares de Chile en los que está permitido, Macarena Alegría, Edwin Alavia y Victorina Colla son el rostro de quienes se la han jugado por mantener la presencialidad.
Combina quimioterapias y dirigir un colegio en Puerto Varas
“Cuando el colegio estaba sin niños, era muy frío, ahora está lleno de alegría y de vida. Yo gozo con los alumnos”.
Todos los días, sor Victorina Colla (78) llega a las 8 AM al Colegio Bicentenario Felmer Niklitschtek de Puerto Varas, Región de los Lagos, del que es directora hace 12 años. Las mañanas comienzan con tareas administrativas, pero cada veinte días debe ausentarse por dos horas y media para realizarse una quimioterapia. Hace cinco años que pelea contra un cáncer de mama.
Luego del tratamiento, vuelve al recinto para la jornada de la tarde. Dice que, pese a las circunstancias, “estoy feliz y tengo que luchar para que los niños puedan volver a tener sus clases”.
De nacionalidad italiana, Colla pertenece a la Congregación de Religiosas Franciscanas Misioneras del Sagrado Corazón desde los 20 años. Dice que nadie la obligó y que nunca se ha arrepentido de su decisión de dedicarse a la vocación misionera.
Llegó a Chile en la década del ’60 y hace más cincuenta años que trabaja en este recinto educativo. Con la salida de la ciudad de la cuarentena que tuvo durante el verano, desde marzo los 1423 estudiantes, de prekinder a cuarto medio, asisten al colegio ininterrumpidamente, en turnos separados y con los protocolos sanitarios requeridos.
Durante el 2020, gracias a un subsidio del Mineduc, el colegio le entregó a más de 200 alumnos computadores y modem con internet para que se conectaran. “Sobre el 80% de nuestros estudiantes son de familias vulnerables”, relata.
Hasta la fecha no han tenido brotes: los casos de contagios han sido previamente avisados al colegio y se mantienen en aislamiento en sus casas. “He visto buena asistencia de los alumnos (...) los niños y sus familias están felices”, dice.
Viajes de tres horas entre Ollagüe y Calama para enseñar música andina
A 2.964 km de altura, al límite fronterizo con Bolivia, se encuentra Ollagüe. En la única escuela rural de la comuna, llamada San Antonio de Padua, funciona una orquesta infantil que tiene una particularidad: solo usa instrumentos andinos y se dedica a rescatar la música de esa zona.
Su director es Edwin Alavia (59). Su madre fue oriunda de la zona y toda su familia es quechua. En 2014 lo invitaron a dirigir esta orquesta infantil “para que los niños de la zona pudieran aprender música y desde entonces no hemos parado... hasta el año pasado por la pandemia”, cuenta. Ahí, el esfuerzo por enseñar la música andina tuvo una pausa. Alavia intentó hacer clases online, pero la señal de internet no era buena y muchos de sus alumnos no contaban con la tecnología suficiente para conectarse. El profesor veía que el sistema no daba frutos. “No se pueden reemplazar las clases presenciales, es muy valioso que el profesor esté en el aula y los niños respondan y participen, en especial para enseñar música”, dice.
De los 40 alumnos de la escuela San Antonio, 35 participan en la orquesta, de tercero básico hasta segundo medio. Cuando volvió a hacer clases en marzo, “el primer día muchos alumnos se acercaron y me preguntaron cuándo entrarían a la orquesta (...) hemos tomado los resguardos que corresponden, veo el bien de los niños, sobre todo en temas prácticos como tocar los instrumentos”.
Una vez que retomó su rutina de lunes a viernes en Ollagüe, también volvió a viajar los fines de semana a Calama, a tres horas y media de distancia, donde también enseña música andina. Alavia dice que sus alumnos nuevos “ven a sus otros compañeros y están muy entusiasmados por aprender”. Así, hace cuatro meses que suenan las zampoñas y los charangos.
La lucha por mantener sus jardines infantiles: usó su 10% para deudas
La lucha La historia de Macarena Alegria (40) grafica lo que viven muchos dueños y dueñas de jardines infantiles y salas cuna. Aunque su trabajo como asistente social en Gendarmería le entusiasma, lo que realmente le apasiona es la educación en la primera infancia. En 2012 fundó una sala cuna en Valdivia, Región de los Ríos, con una capacidad para 30 niños. El éxito le permitió abrir otra sala cuna en 2016 en Puerto Montt, Región de los Lagos. Luego, en 2019, inauguró el jardín infantil Hansel y Gretel en Valdivia, con una capacidad para 70 menores de hasta cuatro años.
Sin embargo, el 2020 detuvo todo avance. “Tuve que cerrar momentáneamente los tres recintos (...) endeudarme con préstamos bancarios y despedir a un 20% de los empleados”, cuenta. Para que estos sobrevivieran, incluso usó el retiro del 10% de sus ahorros previsionales para pagar deudas.
Alegria se resiste a cerrar sus establecimientos definitivamente y quiere seguir con ellos: tiene motivos personales. Su hermana mayor, María José (45) tiene un daño cerebral. “Ella está súper estimulada en la casa, tiene todo el amor necesario, pero podría haber salido más adelante si hubiera recibido una mejor educación desde la primera infancia”.
Implementó un sistema de clases online en 2020, a través de la plataforma Cuaderno Rojo, “pero por la poca capacidad de concentración de los niños, fue casi imposible trabajar”. Así que apenas Valdivia salió de la cuarentena en febrero, volvió a abrir. Pero pocas semanas después debió cerrar. A fines de abril volvió a recibir a los niños cuando la ciudad pasó a Fase 2. “Esto de cerrar y abrir es un daño tremendo para los niños, porque se demoran en adaptarse”, dice Alegria, que ya recibe a sus antiguos matriculados.
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