María Alejandra Benavides, nueva rectora del Inba: “Mucho de lo que piden los estudiantes es que alguien se preocupe de ellos”
La educadora diferencial de 46 años es la nueva rectora del Internado Nacional Barros Arana (Inba), trabajo que comenzó esta semana. Desde su nueva oficina en rectoría analiza junto a La Tercera este nuevo desafío profesional. “Mi mayor sueño es que seamos un aporte a la construcción de sujetos que aporten a la sociedad”, asegura la profesional de padre inbano, madre profesora y que se define de izquierda.
María Alejandra Benavides, la nueva rectora del Internado Nacional Barros Arana (Inba), no se acuerda con exactitud de la fecha, pero sí del hecho que más la ha marcado a lo largo de su carrera profesional. “Lo más complejo que me ha tocado vivir fue una balacera cruzada y nosotros en la escuela al medio, con las balas llegando a las paredes y techos”, rememora.
Eso ocurrió en 2016, en el corazón de La Legua, en el contexto de dos velatorios paralelos que involucraban bandas enemigas entre sí y que dejaron al establecimiento que ella dirigía, la Escuela Básica Su Santidad Juan XXIII, en medio del camino de las balas. “Luego de eso fui a La Moneda a exigir el blindaje de la escuela, cosa que conseguimos”, dice.
Ese logro, por llamarlo de alguna forma, no es, sin embargo, lo que más la enorgullece de su paso por el conflictivo sector de San Joaquín, hasta donde llegó por concurso público. “Instalamos un proyecto educativo innovador que no tenía nada que envidiarle al colegio Saint George’s (particular de Vitacura). Pudimos decir que se podían hacer clases buenas, modernas y con innovación hasta en el barrio más crítico del país”, asegura.
Dirigir ese establecimiento fue una etapa intermedia de su carrera profesional, que también incluyó, entre otras, la Escuela Municipal Especial de Cerro Navia, el Centro de Diagnóstico y Estimulación de Niños Down de la Cruz Roja y el servicio de educación pública Barrancas, donde estuvo hasta que, también por concurso público, fue elegida como rectora del Inba.
“De esas experiencias aprendí que el conocimiento íntegro de la comunidad educativa y cuáles son los factores que pueden ir mermando el clima laboral, en la educación pública es lo primero que hay que cuidar para que la tarea escolar se pueda desarrollar”, dice.
La educadora diferencial estudió en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, el expedagógico de la U. de Chile. “Ahí me marcó la línea de querer aportar en la educación pública y el rol que el profesor tiene en la sociedad”.
Titulada en 2002 y tras siete años como profesora de aula, redirigió su carrera hacia labores de dirección. Todo, con cuatro hijas, de las cuales dos son universitarias -una estudia para ser profesora de Lenguaje en la U. de Chile- y las otras dos aún en el colegio, una en básica y la otra en media, ambas en la educación pública. “Si uno dirige instituciones públicas también tiene que tener a sus hijos ahí”, explica.
Benavides no sabe muy bien cuándo fue que decidió ser profesora, pero sí que siempre supo que quería serlo. Encima, su madre también es docente. “Soy bastante estructurada, estricta, pero con amor. Me gusta la cosa ordenada y los chiquillos siempre resultaron bien en ese sentido. Hasta hoy hablo con ellos”.
¿Y cuáles son sus convicciones?
Creo que el ser humano es perfectible siempre. El día que deje de creer eso, ya no podría ser profesora. Y creo que la educación pública tiene que cumplir un rol fundamental en cualquier proyecto país, en cualquier modelo de desarrollo. El éxito de una educación pública efectivamente pasa por la inversión, pero el elemento más importante es que los estudiantes vivan experiencias que marquen su vida.
¿Tiene convicciones políticas?
Por supuesto. Nunca he militado, pero soy una mujer de izquierda.
¿Cómo describiría su liderazgo y su relación con las comunidades?
Diría que es un liderazgo muy de frente, con comunicaciones claras, con alta participación de la comunidad, de salir de la lógica de los directivos de oficina, que tenemos que estar en la sala, en el patio, en la necesidad de los estudiantes, volver a recibirlos en la puerta, por su nombre. Estudiantes y profesores se sienten visibilizados.
El Inba
“Cuando los estudiantes se movilizan hay que leer lo que no dicen, pero que dicen con el actuar. Mucho de lo que piden es estructura, alguien que se preocupe de ellos”.
El padre de María Alejandra, ya fallecido, estudió en el Inba. Fue quizás una de sus primeras motivaciones para postular. Pero también hubo otras: “Uno va quemando etapas y asumiendo mayores desafíos en función de la experiencia. Y uno de los trazados era llegar a dirigir alguno de los colegios de Santiago”. Y da razones para esto: “Tienen un rol en la educación pública y en el Inba confluyen estudiantes de todo el país, quienes van repitiendo los procesos que la sociedad está viviendo”. Por eso, añade, “es un desafío tener un proyecto educativo y una propuesta metodológica acorde a las necesidades de ese grupo”. Además, cierra sobre este punto, considera que “llegó una administración que asegura intención de levantar la educación pública”.
La que se va es apenas su primera semana de trabajo en la oficina de rectoría, aún rayada tras las diversas tomas. La primera, por cierto, desde que se retoman las clases tras la toma de varios días.
“Me encontré con un mundo bastante más cálido de lo que uno podía mirar desde afuera. Hay estudiantes que tienen ganas de estar en el colegio, de tener clases, con un grupo de voceros altamente dialogantes y ese es uno de los elementos que permiten llegar a acuerdos”, se extiende. Y agrega: “Vinieron a hablar conmigo y les dije que mi primera tarea es recuperar la vida estudiantil del colegio”.
¿Y cómo abordará a esos que no quieren el diálogo, que insisten con situaciones violentas, incluso con adultos involucrados?
Centrarnos en ellos es perder un poco el foco de lo que tenemos que hacer, porque no podemos determinar quiénes son. Todas las acciones que esta institución vivió en torno a centrarse en ellos dañó a la comunidad. Todo lo que se vivió en 2018-19 quebró abruptamente las confianzas. No me ha tocado vivir esa experiencia, pero hemos conversado que nos vamos a centrar en reforzar el diálogo, pero también en no avalar las situaciones de violencia. Somos un colegio, no guardias. Estamos trabajando con los voceros en cuáles son los mejores mecanismos para evitar todo lo que pueda significar incitar a que algo así ocurra. Y si ocurre, que tengamos el menor costo. No es nuestra tarea salir y cerrar portones, eso es entrar en una lógica que lleva a más violencia.
¿Pero sabe que hay personas que son parte del Inba?
No te lo podría decir. Solo digo que una institución organizada, con mecanismos de funcionamiento claros, es una forma de ir dejando atrás los actos de violencia, porque se instalan como la fórmula cuando no hay otra. Va a ser un proceso, no va a terminar hoy. Cuando una institución escolar tiene que llamar a la policía para resolver el problema, se acabó la pedagogía y estamos instalando que eso no ocurra, que los chiquillos tengan la instancia donde problematicen sus temas.
¿Ha existido falta de preocupación en dar esos espacios?
Son tantos los problemas que las comunidades de Arica a Punta Arenas se centraron en otros temas que son legítimos e importantes, pero perdimos el foco en lo central de las instituciones educativas, que son los estudiantes.
Los ojos estarán muy encima de usted, el desafío no es menor.
El Inba cumple 120 años y pide a gritos que nos hagamos cargo de las problemáticas mayores, pero lo que más me atrae es levantar un proyecto pedagógico permanente y que permita que la razón de ser del Inba tenga sentido.
¿Y de qué diagnóstico parte?
El Inba tiene que rediscutir su proyecto educativo. Digo, discutir en la comunidad la posibilidad de ser mixto o quizás transformarnos en un internado para deportistas o artistas. El Inba sí o sí tiene que discutir el giro que tiene que dar, los estudiantes y la comunidad lo han planteado así. El segundo tema es la gran desconfianza que hay entre toda la comunidad y de eso hay que hacerse cargo, que podamos volver a confiar en el otro y darnos el espacio para dialogar.
¿Cree ciegamente en esa cultura del diálogo que ha pregonado Irací Hassler?
Absolutamente. Chile perdió las confianzas y la única forma de recuperarlas es que aquellos que nos sentemos a dialogar nos escuchemos y seamos responsables de lo que prometemos.
¿Cómo se vuelve a confiar?
Hay que ser consecuente con lo que uno dice y hace. Los estudiantes están exigiendo de los adultos esa consecuencia. Y que cada uno haga lo que le corresponde hacer.
¿Cómo abordará posibles nuevas movilizaciones?
Estamos en una mesa permanente. Nos vamos a enterar en este espacio y vamos a ser capaces de ir tomando la temperatura cuando existan problemas. Nos interesa que esa mesa se mantenga y sea el espacio donde tomemos decisiones, denunciemos lo que no se está haciendo y veamos cuáles son los problemas, porque hoy hay una fragilidad interna. Estamos todos queriendo que esto resulte, pero hay que hacer que resulte.
¿Valida las movilizaciones?
Por ejemplo, mañana (ayer) tenemos la movilización Beca Baes. Aquí hicieron una votación interna para participar, los apoderados podían expresar si daban permiso. Esos son los mecanismos y la comunidad se debe organizar.
¿Por qué terminamos viendo buses incendiados afuera del Inba?
No son situaciones propias del Inba. Estamos saliendo de un estallido social que tiene todo frágil. Los liceos son el reflejo de lo que ocurre en la sociedad y nuestros estudiantes viven los problemas de ella: alta vulnerabilidad, pobreza, crisis económica, la historia de no ser escuchados.
¿Y cómo se soluciona?
Tenemos una ley -Aula Segura- que no hizo nada y todo el mundo pide que se derogue o modifique. El camino no es a través de lo punitivo. Esa es la mayor muestra de que tenemos que avanzar hacia el diálogo. La escuela es vital para instalar esa habilidad.
¿Ve algún culpable de que se haya llegado a esos niveles?
Tenemos un modelo económico y social que está haciendo agua y que dice que tenemos que tener un giro. El proceso constituyente habla de eso. Debemos cambiar hacia una sociedad más justa, más democrática, más dialogante y con una mirada social más profunda.
¿El espíritu inbano está roto?
No. Ver estudiantes que cantan el himno con mucha energía, otros que no lo conocen porque llevan dos años online, pero lo cantan leyéndolo, son hitos importantes. Los alumnos participaron de la jornada de reflexión y pudieron haber dicho ‘qué fome, no voy’. He podido ver cómo se dialoga. Esos son los valores inbanos que hay que potenciar. Están ahí escondiditos y hay que levantarlos.
¿Qué espera de este camino?
Mi mayor sueño es que seamos un aporte a la construcción de sujetos que aportan a la sociedad. Que sean estudiantes que al salir de aquí quieran tomar la brecha de los cambios sociales que Chile necesita y para eso tienen que tener una educación de calidad, que vivan experiencias escolares que los inviten a tener esos sueños.
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