Marty Baron no descansa. Aunque recién el 28 de febrero dejó su puesto como editor ejecutivo de The Washington Post, uno de los diarios más importantes del mundo, en estas últimas semanas ha dejado espacio para dar entrevistas y reflexionar sobre lo que es su pasión, el estado de la prensa en el mundo. Es una de las figuras periodísticas más reconocidas de las últimas dos décadas: como director del Boston Globe supervisó el equipo que reveló el escándalo del encubrimiento de abusos por parte de la Iglesia Católica en Massachussetts, lo que luego además se convertiría en una película galardonada con el premio Óscar (“Spotlight”). Y en los últimos años, fue el rostro y referente del principal diario de la capital de Estados Unidos, donde, entre otros aspectos, le tocó la cobertura del gobierno de Donald Trump y la pandemia del Covid-19.
-Durante los últimos 20 años, usted fue director de diarios. Primero del Miami Herald; después, del Boston Globe, y luego, de The Washington Post. ¿Cuál fue el mayor cambio que observó en el periodismo y el sector de los medios durante ese período?
-Señalaría dos: Uno sería el cambio hacia un mundo digital. Cuando empecé en el negocio, naturalmente nos centrábamos totalmente en el medio impreso. Desde luego, con Internet, eso ha cambiado drásticamente, especialmente con la irrupción de la banda ancha de alta velocidad, lo que hizo posible los videos, los dispositivos móviles, todas las compañías de redes sociales, la creación del iPhone, lo que sea; prácticamente todo lo que conocemos hoy en día. Eso tuvo un impacto enorme en dos cosas: nuestro modelo de finanzas se vio muy alterado a raíz de ello y cambió la esencia de la narrativa. Y creo que el otro gran cambio también surgió de Internet: la gente ahora puede encontrar supuestas fuentes de información o fuentes de noticias que refuerzan sus visiones preexistentes. Eso ha generado una situación en que nosotros como sociedad, sin duda acá en Estados Unidos y también en otros países, muchas veces no podemos concordar en una serie de hechos comunes, lo que ha llevado a parte del público a descalificar a la prensa tradicional como árbitro de los hechos.
-Eli Pariser ha escrito sobre lo que llama el “filtro burbuja”, que básicamente es la idea de que los algoritmos están hechos para hacernos sentir cómodos con nuestras creencias, manteniéndonos en nuestra zona de confort. ¿Cómo puede el periodismo enfrentar este desafío?
-Es un desafío fundamental, no solo para la prensa. No es algo que podamos resolver solos. Creo que nuestras sociedades tienen que resolverlo juntas. Nosotros, como la prensa, creo que tal vez podemos hacer muchas cosas. Lo central pasa porque debemos documentar mejor nuestro trabajo. Tenemos que ser más transparentes, mostrar más de él. Si tenemos documentos originales que son la base de nuestro reportaje, tenemos que mostrar esos documentos en línea. Si tenemos videos que son la base de nuestro reportaje, tenemos que mostrarlos. Tenemos que mostrar mucho más de lo que lo hacíamos antes. Ahora bien, creo que la sociedad tiene una obligación, que es enseñar educación mediática. Tenemos una generación, quizás ya varias generaciones, que han crecido en una época en que no saben qué es una fuente de información fiable. De hecho, no están seguros de cómo evaluar qué es una fuente de información fiable.
-¿Y cuán importante es este tema para el periodismo? Porque se podría argumentar que uno de los principales elementos del periodismo radica en que a veces acaba incomodando a sus lectores por ceñirse a los hechos o a su reporteo.
- Es verdad. Nuestro trabajo no es ser populares. Nuestro trabajo es relatar los hechos a la gente, ponerlos en el contexto adecuado y luego comunicárselo al público. Muchas veces, si relatas algo que algunas personas no quieren oír, reaccionarán de forma negativa. Pero eso no es lo que debería preocuparnos. Lo que debería preocuparnos es cómo conseguir los hechos, cómo comunicamos la verdad, cómo hacemos nuestros trabajos de forma responsable, honesta y honorable. Es un desafío para el periodismo y para la sociedad en su conjunto, porque, como señalas, mucha gente no necesariamente desea informarse. No lo desean necesariamente. Cuando se habla de estar informado, significa que te enterarás de algo que no sabías.
-O que no te gustaba, quizás.
- Sí, cosas que pueden no gustarte, pero que son ciertas en realidad. Todos lo hacemos. Conforme aprendemos, nos enteramos de cosas que contradicen lo que creíamos que era cierto. Pero si existen personas y empresas que solo tratan de entregar a la gente supuesta información que refuerza su visión preexistente del mundo, algunas personas, en vez informarse, tratarán de reafirmar sus posturas, su visión preexistente de cómo funciona el mundo.
-Algunos señalan que el periodismo está detrás del muro de pago, pero las noticias falsas son gratis. ¿Cómo evalúa ese fenómeno? Porque también hay un negocio de hacer noticias falsas.
-No todo el periodismo está detrás del muro de pago, aunque creo que debería estarlo. Creo que el público debería pagar por información de calidad y eso es muy importante. Una señal del valor de nuestro trabajo radica en que la gente crea que vale la pena apoyarlo con sus fondos. No hay mucho que podamos hacer al respecto, pero creo que tenemos que hacer nuestro trabajo. Con el tiempo, se validará nuestro trabajo a largo plazo en la medida que lo hagamos. Es verdad que la gente recurrirá a otras fuentes que les dirán lo que quieren oír, pero tenemos que hacer nuestro trabajo. Tenemos que ceñirnos a nuestra misión y eso es llegar a los hechos, ponerlos en el contexto adecuado, entregar a la opinión pública la información que necesita y merece saber en una democracia.
-¿Cree que los diarios deben tender a ser políticamente correctos? Por ejemplo, en el último año, diarios como The New York Times o The Wall Street Journal fueron muy criticados en las redes sociales por publicar determinados artículos de opinión que presentan puntos de vista que algunas personas podrían tildar de extremas.
-Las personas discrepan en torno a lo que constituye ser políticamente correcto. Lo que es políticamente correcto para algunas personas es de hecho correcto para otras. Entonces, lo que vemos que ocurre es la polarización de la sociedad estadounidense, que está sucediendo en otras sociedades también. Creo que tenemos que estar abiertos a una amplia variedad de opiniones en nuestro sitio web, al igual que nuestro diario impreso, que en nuestras páginas de opinión debemos llevar una amplia variedad de posturas. Como organización de noticias, estamos comprometidos con la democracia. Parte de la democracia es tener un debate vigoroso y abierto, y una forma de hacerlo es asegurarnos de que publicamos opiniones de todos los puntos de vista. Creo que debiéramos estar abiertos a esas perspectivas también entre nuestro propio personal. Naturalmente, hay cosas que creo que están fuera de lugar. El racismo, la intolerancia, la discriminación, todo eso.
Trump: “Fue un ataque a gran escala contra la prensa”
-¿Cómo se las arreglaron para cubrir a alguien como Donald Trump? Si bien era el presidente de los Estados Unidos, solía afirmar cosas que no eran ciertas.
-Es verdad que afirmó muchas cosas que no eran ciertas. Tenemos un encargado de comprobar la veracidad de los hechos que documentó que hizo más de treinta mil afirmaciones falsas, engañosas, y muchas de ellas hasta mentiras. Así que esa es una forma de abordarlo: realmente documentamos aquellas afirmaciones que eran falsas.
- ¿Qué tan difícil fue para ustedes lidiar con el presidente que dijo en algún momento que los periodistas eran “enemigos del pueblo”?
-Fue algo totalmente nuevo para nosotros. En la prensa, nos acostumbraban las críticas de personas del gobierno, del presidente, de políticos de todo tipo. Eso es parte normal de una democracia. Esperamos que nos critiquen. Está bien. Es frecuente que haya tensiones entre los periodistas y la gente que trabaja en el gobierno y otras personas que ostentan poder. Ahora bien, que nos llamen enemigos del pueblo representa un ataque a gran escala contra la prensa, un intento de eliminar la libertad de prensa de este país, de demonizarnos, deshumanizarnos, de trastornar esencialmente la función de una prensa libre e independiente en esta democracia estadounidense. Fue un acontecimiento escandaloso.
- ¿Qué pensó cuando Twitter, Facebook y otras plataformas decidieron suspender o eliminar las cuentas de Trump?
-No tengo una opinión clara al respecto, creo que es una política que deben decidir ellos mismos. Es una situación muy delicada para ellos, porque, por un lado, están comprometidos con la idea de la libertad de expresión, que es un principio fundamental de nuestro país. A su vez, no quieren contribuir a la propagación de información errónea y de desinformación, es decir, a la difusión deliberada de falsedades. Es una posición difícil para ellos. Sí creo que deben hacerse responsables de lo que publican en sus sitios. Eso incluye a Facebook, Google, Twitter y todas esas plataformas tecnológicas. Durante muchos años, han ganado mucho dinero. Casi todo lo obtuvieron de los medios también. Tienen que asumir la responsabilidad.
El dilema de las redes sociales
-La investigación del equipo de Spotlight sobre los abusos de sacerdotes de la Iglesia Católica en Massachusetts que usted supervisaba en el Boston Globe tuvo un efecto mundial en la Iglesia, e incluso una película sobre el equipo, del mismo modo que con su trabajo en The Washington Post tuvo un alcance global. ¿Cómo esta realidad cambió el panorama del periodismo para las próximas décadas?
-La investigación de Spotlight, a mi juicio, creo que tuvo un impacto relevante en la película que se hizo sobre ella, lo que amplificó ese impacto. Creo que hizo que el público tomara conciencia de lo necesario que es el periodismo de investigación, ayudó a informar al público sobre lo difícil que es y cómo se hace correctamente. También creo que ayudó a las instituciones periodísticas a retomar el periodismo de investigación. Había propietarios, editoriales y editores que dejaron que sus aptitudes de investigación se atrofiaran durante años. Debido a esa investigación, se dieron cuenta de que se trataba de algo que el público esperaba que hiciéramos, que quiere que hagamos y que nos pagará para que lo hagamos. Por ello, aumentaron los recursos destinados al periodismo de investigación.
-Pensaba que una de las reales maravillas de este caso es como una investigación local puede recorrer el mundo. Ya no existen esas limitaciones de un país o de una ciudad. Una investigación en Santiago, si está lo bastante a tono con la realidad, puede dar la vuelta al mundo.
-Eso es absolutamente cierto. De hecho, la investigación de la Iglesia Católica fue catalogada por un profesor de la Universidad de Nueva York como la primera historia real de Internet, porque fue realmente al comienzo de la penetración masiva de Internet. Fue en 2002 que publicamos nuestras primeras historias, las que pudieron compartirse en todo el mundo. Asimismo, las personas que sobrevivieron los abusos dentro de la iglesia podían organizarse y los grupos disidentes al interior de la iglesia podrían organizarse en Internet. Por eso, el impacto de esa cobertura, de esa investigación, fue a una escala mucho mayor de lo que habría sido si se hubiera publicado 10 años antes. Realmente fue un fenómeno de Internet.
-Facebook se lanzó en 2004, Twitter en 2006. Son plataformas relativamente nuevas. ¿Cree que las redes sociales han modificado el periodismo?
-Sí, creo que efectivamente lo han cambiado en muchos aspectos. En primer lugar, nos permite difundir nuestro trabajo a un público amplio. La gente puede compartir nuestras historias con muchos otros. Esas historias pueden llegar a un público mucho más amplio de lo que habría sido por otra vía. Asimismo, nuestro personal participa en las redes sociales y lo hacen directamente sin la intervención de un editor. En consecuencia, publican en Twitter por su cuenta, muchas veces de forma inmediata y en ocasiones, impulsiva. Creo que eso les ha generado algunos problemas a los principales medios de información cuando su personal en las redes sociales no se ciñe a las normas que insistimos que cumplan cuando publican en nuestro sitio web o diario, o cuando aparecen en la radio o la televisión. No consideramos que las redes sociales estén exentas en lo que respecta a nuestras normas, nuestros principios y nuestras prácticas.
-Solo para entender. Me está diciendo que, por ejemplo, un periodista del Washington Post es un periodista del Washington Post en todo momento, no tener opiniones propias en Twitter y siempre permanecer fiel a la línea de su medio.
-Estoy de acuerdo con eso, a menos que seas un columnista de opinión o un redactor de opinión. Si eres redactor de opinión, deberías sentirte libre de expresar tus opiniones, pero si no lo eres, no eres libre de hacerlo, al menos dentro de nuestro sistema aquí en Estados Unidos y al menos dentro del sistema de The Washington Post. Así que, sí, creo que nuestros periodistas siempre son representantes de nuestras instituciones. Eso es una realidad donde quiera que vayan, si dan un discurso, si dan una entrevista en televisión. Sin importar lo que hagan, la percepción es que son representantes de nuestras instituciones y el motivo por el que muchos de ellos, la mayor parte, sino todos, tienen seguidores en Twitter es porque están asociados a nuestra institución. Por ello, tienen que asumir su responsabilidad y representar a la institución que les ha brindado esa plataforma.
-El eslogan del The Washington Post cuando Ud. era el editor ejecutivo, era “La democracia muere en la oscuridad”.
-Sí, es correcto. Es algo de cuando fuimos adquiridos por Jeff Bezos (el dueño de Amazon) en 2013. Luego de esa adquisición, sugirió que debíamos tener un eslogan que no habíamos tenido hasta entonces. Él quería un eslogan que resumiera nuestra misión esencial aquí en los Estados Unidos, que se basara en nuestra historia que se remonta a Watergate, en nuestro lugar como sede aquí en Washington, D.C., en la capital de la nación. Fue una frase que en realidad se remonta a Watergate, la investigación de Watergate, la investigación de Richard Nixon cuando era presidente, y un juez dijo que la democracia moría en la oscuridad y lo dijo en una sentencia judicial. Ha sido usada por Bob Woodward, uno de los reporteros esenciales de esa investigación de Watergate, que ha dicho que la democracia muere en la oscuridad. Es un eslogan inusual porque contiene muerte y oscuridad. No es lo que normalmente se esperaría de una agencia de publicidad y, de hecho, no procede de ninguna. Pero llega a nuestra misión esencial de hacer brillar una luz en rincones oscuros.
-Y si tuviera que darle uno o dos consejos a alguien que tiene pensado convertirse en periodista o que quiera ser periodista en este momento, ¿cuáles serían?
-Un consejo que doy con frecuencia es que la gente debería estar más impresionada con lo que no sabe que con lo que sabe o lo que cree saber, porque lo que no sabemos siempre es mucho más de lo que realmente sabemos. Por eso, tenemos que seguir haciéndonos preguntas. Tenemos que abordar nuestro trabajo con un cierto grado de humildad y reconocer que lo que sabemos tiene un límite, que tenemos que seguir investigando y seguir aprendiendo continuamente. Es muy importante que escuchemos a todas las personas, en especial a aquellas que no tienen poder, porque, aunque no tengan poder, muchas personas aún tienen cosas impactantes que decir y qué revelar. A mi juicio, el periodismo actual, y ciertamente en Estados Unidos, tiene a demasiados periodistas que hablan mucho y a periodistas que no escuchan lo suficiente. Tenemos que ser oyentes continuos y generosos. Nuestro trabajo es oír lo que la gente dice, hacer buenas preguntas y tener en cuenta lo que dicen. Eso no quiere decir que la gente vaya a estar siempre contenta con lo que escribimos. No lo estarán, pero al menos debemos entender lo que dicen, estar abiertos a la información que tienen que ofrecer, e incorporarla a nuestro periodismo.