En el último Festival de Viña, refiriéndose a las elecciones presidenciales, el humorista Fabrizio Copano comentó de esta manera el vaivén de la opinión pública chilena: “Este es el único país del mundo que vota por una persona y la odia inmediatamente. A los 15 minutos, como que ‘ya no me gustó este h…’”.
Tal fenómeno, sin embargo, no se restringe a Chile ni al gobierno de Gabriel Boric: desde hace unos años, en parte importante del mundo en democracia se viene notando que la “luna de miel” de los gobernantes recién electos es cada vez más acotada. Durante ese período, que normalmente duraba “los primeros 100 días”, el nuevo Presidente o primer ministro gozaba de alta popularidad en las encuestas, y gracias a su novedad, había poco espacio para la crítica directa.
Caracterizados por una “buena voluntad” generalizada hacia el nuevo liderazgo, este período de instalación se veía como un indicador del “estilo” a la hora de tomar decisiones, prioridades políticas y mayor tolerancia a los “errores”. “La luna de miel es, para decirlo con lenguaje menos metafórico, el período inicial en el que los gobernantes electos gozan de un mayor capital político. Es natural que esto pase: al inicio todos quieren estar al lado del ganador y este quiere extender lo más posible el efecto de arrastre que ofrece el triunfo”, señaló a El Financiero el politólogo Benjamín Hill.
Rápida caída en sondeos
Esos tiempos de “buena voluntad” se han acortado cada vez más. Un estudio citado por El Estadista muestra cómo, independiente del color político, la luna de miel de los presidentes latinoamericanos es cada vez menor. Contando “la cantidad de meses de gestión hasta que la desaprobación supera la aprobación” en las encuestas, la investigación reveló que, por ejemplo, Mauricio Macri llegó a ese punto en el mes 13, mientras que Alberto Fernández, en el siete. En Ecuador, la popularidad de Lenín Moreno resistió hasta el mes 12, mientras que la de Guillermo Lasso tomó cinco meses en caer. En Brasil, los primeros 18 meses que gozó de popularidad Dilma Rousseff se acortaron a seis con Jair Bolsonaro.
Tanto Sebastián Piñera como Michelle Bachelet tuvieron esta “popularidad relativa” durante seis meses, mientras que Boric demoró medio mes. En Perú, si Martín Vizcarra solo tuvo tres meses de ventaja, Pedro Castillo ni siquiera alcanzó a ponerse la banda presidencial cuando su desaprobación fue mayor que su aprobación.
Esto, que podría ser leído como una creciente “impaciencia ciudadana”, no se limita a América Latina: el mismo Donald Trump rompió un récord al ser el primer Presidente de Estados Unidos en bajar del 50% de aprobación en sus primeros seis meses: 41,4%, contra el 60% que mantenía Barack Obama en 2008, y el 53% y 50% de George W. Bush y Bill Clinton, respectivamente.
La presidenta y CEO del Diálogo Interamericano, Rebecca Bill Chávez, comentó a La Tercera que estos “períodos de instalación” no se resumen a las encuestas: “Son momentos con altas tasas de aprobación, que facilitan la cooperación con el Congreso y la capacidad para pasar leyes e implementar cambios. Las lunas de miel, históricamente, han permitido a los presidentes conseguir muchos de sus objetivos en los primeros meses en el cargo”. El ejemplo más claro de esto fueron los primeros 100 días de Franklin Delano Roosevelt, a comienzos de los años 30, donde se llevó a cabo lo que se conocería como el “New Deal”.
“Las lunas de miel se han vuelto cada vez más cortas en el hemisferio occidental, lo que ha contribuido al bloqueo gubernamental y a la incapacidad de que las cosas se consigan. Esto, a su vez, exacerba la creencia del público de que la democracia no funciona, y se ve en las encuestas: solo un 48% de los latinoamericanos cree que la democracia es la mejor forma de gobierno”, recuerda Bill Chávez.
En entrevista con La Tercera, Cynthia Arnson, del think tank The Wilson Center, señaló que “recientemente, la lógica electoral dominante en América Latina, y en cierto modo Estados Unidos y otros países, ha sido la ‘antiincumbencia’. En la región, a veces esto es visto como un giro a la izquierda, pero la verdadera dinámica es el deseo de castigar a los incumbentes e intentar algo nuevo”. Según la experta, el choque económico que vino con la pandemia, junto con la corrupción, desigualdad, crimen y violencia que venían de antes en la región, alimentan el “hartazgo” de los votantes.
Ambiente hostil
Para Brian Winter, editor en jefe de Americas Quarterly, parte de esta impaciencia viene con el cambio en la manera en que “se vive” la política: “Creo que las redes sociales han cambiado la política para siempre. No solo la volvieron más rápida, sino que nos volvió adictos a ese pequeño shot de adrenalina que obtenemos cuando nuestros aliados tienen éxito y nuestros rivales fracasan, y más lo segundo que lo primero”, indicó a La Tercera.
Esto cambiaría las expectativas que se tienen hacia los líderes. “En la mayoría de los casos estos días, no es suficiente que un Presidente traiga prosperidad: les pedimos que inspire, que entretenga y que les pegue a quienes están del otro lado. Pocos líderes son capaces de dar todo eso y producir resultados tangibles al mismo tiempo, así que su apoyo en general desaparece rápido”, explica Winter.
Bill Chávez cree que el factor clave detrás de estas lunas de miel más cortas es la polarización: “Uno de los impactos de la polarización tóxica que vivimos hoy es que hay menos ‘apoyo cruzado’ hacia los nuevos presidentes. La polarización alimenta la disfunción, y una consecuencia es que los seguidores de partidos o movimientos de oposición están mucho menos dispuestos a apoyar a un nuevo presidente de lo que estaban en el pasado”. Así, la división extrema que suele causar el período de campaña se estaría estirando más allá de la toma de los cargos, dando un techo de apoyo más bajo a los recién electos.
“A pesar de esto”, señala Arnson, “al preferir outsiders, como ocurrió ahora en Argentina o con la elección de Bolsonaro en Brasil, o simplemente al optar por una alternativa ideológica, lo que los votantes quieren es que sus problemas más significativos sean tratados. En otras palabras, después de decir ‘que se vayan todos’, lo que quieren es nuevos líderes para gobernar”.
Según Arnson, precisamente eso, gobernar en América Latina, se ha vuelto cada vez más difícil, sobre todo “en tiempos de altos déficits fiscales, inflación alta -aunque a la baja- y un crecimiento lento, relacionado también con la desaceleración en China y el declive resultante de la demanda de materias primas y energía sudamericanas”.
Excepciones
A pesar de este difícil panorama, algunos mandatarios han sabido mantener una popularidad alta o mediana a lo largo de sus gobiernos. Uno que pudo sortear con cierta ventaja sus primeros seis meses fue Joe Biden, en Estados Unidos. “Biden es una excepción en muchas formas a las nuevas reglas de la política norteamericana. Fue elegido principalmente porque era aburrido, ‘normal’, una vuelta a una cultura de gobierno más del siglo XX. Y eso funcionó mejor de lo esperado por casi seis meses, hasta el verano de 2021, cuando la inflación empeoró y se vivió la caótica retirada en Afganistán. Esto, junto con su avanzada edad, terminó mandando el mensaje del ‘político de siempre’, y desde ese momento hasta ahora ya no ha vuelto a tener la mayoría en la aprobación”, comenta Winter.
“Habiendo dicho esto, sus tasas de 40% de aprobación son típicas de la política norteamericana actual, con una polarización alta y una sociedad con altas y quizás hasta irracionales expectativas, que son un techo para muchos políticos”, apunta el editor de Americas Quarterly.
Otras dos excepciones vienen de México y El Salvador, eso sí, “dos países donde hemos visto retrocesos en la democracia”, según Rebecca Bill Chávez. “En el caso de El Salvador, donde hemos visto ataques de Nayib Bukele a la prensa independiente que habla sobre los abusos masivos a los derechos humanos y su candidatura inconstitucional a la reelección, junto con un fuerte uso de las redes sociales, han contribuido a que el Presidente mantenga alta su tasa de aprobación. Bukele ha invertido en una máquina de propaganda en las redes que ha terminado controlando gran parte del discurso público del país”, cuenta la presidenta de Diálogo Interamericano.
Aun cuando las circunstancias económicas son duras en la región, Arnson cree que se puede enfrentar el fenómeno con liderazgo político. “Las acciones de Lula, por ejemplo, han ido incrementando su apoyo, en tanto que la aprobación a Gustavo Petro se ha desplomado a medida que van saliendo los miembros más moderados de su gabinete y lanza propuestas radicales de reforma. Esto, sumado a los problemas por el financiamiento de campaña y otros escándalos”, comenta la politóloga.
Según Arnson, hay un ejercicio de ceguera selectiva en el caso de El Salvador. “Las altas tasas de aprobación de Bukele se basan en sus políticas draconianas de seguridad, de súper mano dura, en una población que hace vista gorda a violaciones masivas de derechos humanos y civiles, porque las maras, con su violencia, amenazas y extorsión, habían vuelto sus vidas una miseria”.
Respecto a como evitar el fin anticipado de la luna de miel, Benjamín Hill, de El Financiero, concluyó en una columna sobre el tema: “Si me obligaran a contestar diría que creo que los gobernantes tienden a mantener el apoyo y el respeto de los ciudadanos en la medida en que se aprecia que tienen una visión del país que logran articular durante la campaña electoral en un discurso o narrativa a los cuales se mantienen fieles, sin importar cualquier otra consideración. Sin embargo, cuando para los gobernantes el pragmatismo político empieza a pesar más que los ideales, cuando la visión de los gobiernos se disuelve en el oportunismo, entonces los actos de gobierno se rinden a la simple supervivencia y el capital político inevitablemente se pierde”.