Acaba de llegar a Chile Los muertos y el periodista (Anagrama), nuevo libro del elogiado cronista salvadoreño Óscar Martínez, quien también es jefe de redacción de El Faro, acaso el más interesante de los medios independientes del continente.
Martínez, “una suma perfeccionada de la rabia de Fallaci, la caza de la noticia de Seymour Hersh, el colmillo de Caparrós y la mirada de Guillermoprieto”, según lo describió una reciente reseña de El País, conversó con La Tercera sobre su última obra, la violencia de las pandillas y el crimen organizado en Centroamérica, además de la polémica “mano dura” del presidente de El Salvador, Nayib Bukele.
Los muertos
“Ya lo dijo alguien famoso, cuyo nombre no recuerdo, pero su frase sí”, parte explicando Óscar Martínez al otro lado del teléfono sobre Los muertos y el periodista, un texto híbrido donde reflexiona sobre los riesgos del oficio de periodista. Uno que lo ha tenido, literalmente, con la muerte acechando detrás.
—Intenté hacer justamente un ensayo que narra y una crónica que piensa. Esa es la definición del libro, un objeto raro producto de una escritura que iba buscando la estructura. En este caso, la estructura fue surgiendo a pesar de que ya había una idea concreta: la historia de tres hermanos asesinados.
Aunque de entrada conocemos el final del libro, lo central en Los muertos y el periodista es explicar la violencia en el istmo centroamericano. Ese puente que une a Colombia con México y que se ha convertido en el mayor corredor humano desde que Nixon criminalizó la cocaína. Allí están al menos tres de los países más peligrosos del mundo: El Salvador, Honduras y Guatemala. Según la ONU, la triada concentró hasta hace poco la tasa más alta de homicidios por cada 100 mil habitantes.
—¿Hay una explicación para esa violencia que retrata?
—Hay rasgos similares y que son generales. Primero, aunque suenen como palabrotas muy grandes, la desigualdad en concreto. El haber conminado a tanta gente a vidas tan miserables y que nos parezca normal, ese es un elemento que tiene pocas diferenciaciones desde Estados Unidos hasta Nicaragua. Y luego, en el caso del triángulo norte de Centroamérica y de México, el desconocimiento de la paz. Somos regiones completamente ignorantes de la paz. Si preguntas si hay un momento en que esos países hayan experimentado una paz sostenida, democrática, con un Estado de derecho sólido, no vas a encontrar nada. No sabemos cómo se come eso, es raro…
—¿A pesar de los acuerdos de paz en Guatemala y El Salvador?
—La lección más terrible de los acuerdos de paz, es que el fin de una guerra no es necesariamente el inicio de una paz. Una paz no se decreta, una paz se construye. En El Salvador, la firma del nuevo acuerdo de paz fue muy importante. Sí dio fin a una guerra brutal, ¿pero fue el inicio de una paz? No. Fue el inicio de una guerra nueva, que involucró pandillas, que involucró desmovilizados de la guerra.
—Dice que Estados Unidos es una de las manos que agitó el caldero para crear sociedades terribles como la salvadoreña, ¿por qué?
—Estados Unidos, o los políticos estadounidenses de aquel momento, cometieron durante muchos años un error terrible. En primer lugar, la gran mayoría de salvadoreños que emigraron en los 80, huyeron de una guerra que en gran medida EE.UU. financió. Estados Unidos invirtió millones de dólares en un Ejército asesino como era el salvadoreño. Y en tanto eso, los que huían de aquí, huían de alguna manera por las consecuencias que EE.UU. había generado y los déspotas salvadoreños habían generado.
“Una inyección tóxica”
En uno de sus libros clave, Los migrantes que no importan (2010, Icaria), Martínez cuenta que las pandillas que dominan en Centroamérica, las temidas Mara Salvatrucha 13 y Barrio 18, tienen su origen en el sur de California.
Los migrantes que llegaban precisamente hasta allá, “lejos de ser acogidos, fueron conminados a guetos violentos, sin oportunidades y también lejos del estado una vez más. Y esa gente que buscaba paz encontró violencia”.
Según Martínez, cuando a EEUU le pareció que ese grupo de exiliados se habían vuelto criminales violentos, decidió devolverlos. “Y en los años en que firmamos la paz, entre el 89 y el 94, EEUU deportó a cuatro mil miembros de pandillas expertos en organizarse”.
“Esa fue una inyección tóxica a esta región”, dice el ganador del prestigioso Premio Maria Moors Cabot de la U. de Columbia. “Esos cuatro mil que deportaron a los tres países del triángulo norte, en esos años que te mencioné, ahora mismo solo en El Salvador son más de 70 mil miembros, en un país de 6,5 millones de habitantes”.
—En el libro hay policías que están hartos de ser autoridad de día y víctimas de las pandillas de noche. ¿Cómo se explica eso?
—Las pandillas crecieron tanto en El Salvador como un reflejo terrible de los males que esta sociedad tiene. Es decir, no crecieron de forma inexplicable. Y el verbo periodístico más importante para el tema de las pandillas es explicar, no justificar. Las pandillas son el peor reflejo de lo que es esta sociedad, una sociedad violenta, desigual, una sociedad donde la clase policial de más bajo nivel vive junto con los estratos más obreros de la comunidad, y están bajo control pleno de esos grupos y no del estado. (Ellos) norman cuándo entrar, de qué forma salir, cómo moverte, quién te puede visitar y quién no.
“Para mí una de las lecciones importantes es bajar a ese pozo que es lo que este libro pretende. Contar el fondo del pozo que hemos cavado. Lo que pasa es que en ese fondo del pozo vive casi la mitad de la población de estos países. Es un fondo que está sobrepoblado y, así como en México hay grupos criminales como los Zetas, así como en Centroamérica están las pandillas y así como en EE.UU. hay otras pandillas, son indispensables para entender ese fondo que generamos. Ese fondo en el que vive la señora que te limpia la casa, ese fondo en el que vive el mesero que te sirve el café, ese fondo en el que viven decenas de personas que te encuentras todos los putos días. Pero te parece normal que vivan ahí”.
“Una sociedad enferma”
—Ante la asamblea general de la ONU, el presidente Nayib Bukele dijo que “en poquísimo tiempo El Salvador ha pasado de ser el país más peligroso del mundo, literalmente, a estar en camino a ser el más seguro de América”. ¿Cómo lo ve usted?
—Nayib Bukele, que está en camino a convertirse en un dictador, de eso no tengo ninguna duda, ya anunció su reelección que es el paso final para ser un presidente inconstitucional; ha logrado reducir los homicidios de una forma extraordinaria en El Salvador, eso hay que reconocerlo. No hay manera de negarlo. El Salvador llegó a tener una tasa de 103 homicidios por cada cien mil habitantes en 2015. Actualmente, si seguimos a este ritmo, la tasa de homicidios va a rondar los 12. Eso es extraordinario. El Salvador nunca había tenido una tasa tan baja desde que se firmaron los acuerdos de paz. Ahora, ¿cómo lo ha logrado? Tal como hemos demostrado en El Faro, Bukele negoció durante más de dos años con las pandillas para sostener la reducción de homicidios. Y cuando su pacto se quebró, y tuvimos entre el 25 y el 27 de marzo pasado, el fin de semana más violento de la historia de este siglo en El Salvador, más de 80 personas asesinadas en tres días en este minúsculo país, entonces Bukele generó el régimen de excepción.
—Que sigue hasta ahora, ¿no?
—Llevamos seis meses sin garantías ciudadanas. Cualquier soldado o policía puede detenerte porque le parecés sospechoso y recluirte 15 días en la cárcel antes de que veas a un juez. Pueden intervenir nuestras comunicaciones sin una orden de un juez. El derecho de defensa está constreñido, es decir, después de negociar con los grupos criminales como ya lo habían hecho partidos anteriores para reducir los homicidios, y fracasar en su intento, Bukele ha lidiado la inseguridad como lo suelen hacer los tiranos: con régimen de excepción, con reducción de las garantías y las libertades, que han hecho que decenas de salvadoreños terminen presos, muriendo en cárceles sin haber sido condenados por un juez. Entonces, pactos criminales y represión violatoria de derechos humanos. Así es como ha reducido los homicidios. La pregunta es, ¿les gusta eso?
—Pero el mismo Bukele mantiene niveles de aprobación altos y hay una valoración positiva de su gestión. ¿Por qué?
—Hombre, la gente de este país ama al Presidente Bukele, está entregada a su mesías, está viviendo un idilio que pronto se romperá con quien consideran su salvador. Bukele es el político más popular que ha tenido El Salvador en su historia y es el Presidente más popular de América Latina, sino del mundo. No sé qué Presidente en el mundo, tras más de dos años de gestión, tenga una aprobación de más del 80%. ¿Cómo me lo explico yo? Primero, ¿por qué este país querría a un demócrata, a un estadista? Este es un país que no sabe de democracia, nunca nos enseñaron de democracia. Este es un país donde todos los políticos que han precedido a Bukele han prometido lo mismo: planes de mano dura, represión… Desde los años 30 cuando el único Presidente que se reeligió (Maximiliano Hernández Martínez) masacró a miles de indígenas. Este país siempre ha vivido a la merced de caudillos que prometen que a balazos van a resolver la situación. Nunca hemos conocido otra cosa. Bukele es el reflejo de una sociedad enferma. Eso es Bukele.
—Hay un sector de la sociedad chilena que ha elogiado la “mano dura” de Bukele en el tema de la seguridad. Incluso, un diputado se presentó como el “Bukele chileno”. ¿Qué le diría usted?
—Si alguien quiere ser el “Bukele chileno”, tendría que saber que Bukele ha hecho una serie de medidas dispersas. Los chilenos tendrían que adoptar una moneda como el bitcoin y fracasar rotundamente en su intento, como lo ha hecho Bukele. Tendrían, por ejemplo, que intentar reducir los males de la seguridad pública de Chile pactando con criminales. O en otro caso, estableciendo regímenes de excepción que corten las libertades y garantías de todos los chilenos, no solo de un sector que te cae mal, sino de todos. Tendrían que meter presa a un montón de gente sin que un juez los condene y tendrían que permitir que decenas de esas personas murieran en prisión antes de ser condenados por ningún delito, como ha ocurrido en El Salvador con 73 personas. Si él quiere implementar ese modelo y a los chilenos les gusta… a los autócratas no hay quién los pare, ni a los populistas. Y los hombres violentos suelen tener un enorme apoyo en Latinoamérica. Piensen si quieren eso y, si quieren eso, les deseo la mejor de las suertes pero creo que no la van a tener.
—El País publicó un editorial donde dice que la candidatura de Bukele a la reelección, “acentúa su carrera autoritaria y la erosión de la democracia en el país”. Ese mismo día, el presidente de El Salvador dijo ante la ONU: “Si los países poderosos no nos ayudan, que al menos no estorben”. ¿Qué opinión le merece?
—Lo de Bukele es simplificar mensajes siempre: o es en contra de todo o a favor de todo, o es bueno o es malo. Y no hay nada más alejado a eso que lo que yo he intentado hacer con mi periodismo, sino mirá el libro. A mí las categorías bueno y malo me parecen inútiles para explicar el mundo, para entenderlo y sobre todo para solucionar sus problemas. Pongo un ejemplo, antes de responder tu pregunta: ¿Rudy [uno de los tres hermanos muertos del libro] era bueno o era malo? ¿Fue víctima o victimario? Fue ambas cosas varias veces en su vida. Ahora, Bukele es alguien cuyo problema actual es que no le gusta lo que la comunidad internacional le dice. Y para Bukele, que es muy simple de pensamiento, solo hay dos posibilidades: o le aplaudís o le estorbás. Él no está haciendo un análisis histórico o sesudo para contarnos lo de la injerencia negativa que EE.UU. tuvo en su momento, sino que está queriendo reducir ese mensaje para decirle a la comunidad internacional “déjenme hacer lo que se me dé la gana”. “Aplaudan o no estorben”, que son las dos categorías que él entiende.
El periodista
—Con las restricciones a la prensa, ¿cómo siguen El Faro y su trabajo como periodista?
—Es complicado estar en este país ahora mismo. Vivimos bajo la comprensión de que, en cualquier momento, pueden venir y sacarnos de nuestras casas porque el rey del pequeño país se enojó. Nos tienen en la mira. El acoso por parte de diputados y funcionarios públicos es a diario. En sus redes sociales nos llaman pandilleros, nos acusan de diferentes delitos, incluso de dirigir las pandillas. A pesar de que las pandillas nos han amenazado de muerte en algunas ocasiones. Nos acusan de ser criminales vinculados con la oposición. No acusan de todo impunemente porque Bukele controla el organismo judicial, controla la fiscalía, los jueces que condenan o absuelven, y evidentemente la asamblea legislativa que responde plenamente a él. Lo que quiero decirte es que es difícil. Vivimos bajo leyes mordaza que establecen que pueden meterte 30 años preso por intentar explicar, por ejemplo, lo que ya hemos publicado: cómo este gobierno negoció con las pandillas. Entonces hay mucha gente del periódico que ha tenido que salir del país a exilios preventivos. Y hay gente que va a tener que seguir haciéndolo.
—¿Tan así?
—De momento aguantamos bajo dos pilares: la convicción de que sabemos que ahora mismo el periodismo, aunque las condiciones son más difíciles que nunca, también es más necesario que nunca, en un país donde se intenta imponer una sola narrativa y no hay información pública. Y segundo, la cocción de los periodistas de este medio ha sido a fuego lento y bajo acoso durante años. Te recuerdo que ya en el 2010 alguna gente tuvo que tener seguridad particular porque nos perseguía gente de un cártel reconocido por Naciones Unidas. Te recuerdo que en los años 2014 y 2015 hubo gente que tuvo que salir del país con sus familias porque grupos policiales intentaban atentar contra nosotros y nos buscaban en nuestras casas. Este periódico ha sido acusado por diferentes gobiernos de participar en falsas actividades criminales. Nos han mandado auditorías durante años. El Faro ha sido periodismo incómodo desde hace décadas y en tanto a eso, aunque no es lo que quisiéramos, no son las condiciones que deseamos, nos hemos acostumbrado a hacer periodismo bajo fuego. Es una triste escuela para tener, pero de alguna manera nos ha forjado un carácter distinto y nos ha hecho estar preparados para un momento terrible como el actual.
—¿Cuál sería la forma de hacer frente al problema de la violencia?
—Creo que hay dos elementos indispensables, sin los cuales es imposible intentar una solución duradera. Uno es comprender realmente el problema al que te enfrentás. En El Salvador, en Guatemala y en Honduras se ha relacionado entender el fenómeno de las pandillas con respaldarlo o justificarlo, y eso ha generado enormes problemas. Lo primero es entender las razones profundas de los sistemas criminales que imperan en estos países y México, para intentar hacer soluciones consecuentes que no tengan que ver con ambiciones electorales, sino con deseos reales de solucionar el problema. Y en segundo lugar, sanear los procedimientos del estado. Es decir, estos son países donde la justicia ha sido pírrica porque los organismos judiciales son corruptos, porque la fiscalía siempre ha funcionado a merced del partido político que esté en el poder, o del autócrata como ahora mismo que está al mando. Donde la policía ha tenido que seguir instrucciones de índole política. Hemos demostrado, por ejemplo, que el organismo de inteligencia en un país como El Salvador se ocupa muchas veces de perseguir a periodistas y opositores. En lugar de estar haciendo investigaciones profundas que revelen las maneras de operar y vincularse de los ecosistemas criminales.
—¿Algo más?
—Agregaría uno más: es necesario que se empiece el viaje en esta región hacia una cultura de paz y de reconciliación. Ya hay experiencia en otros lugares, algunas fallidas o incompletas, como en Colombia, otras abandonadas como ocurrió en África, y algunas exitosas. Pero estas sociedades fraccionadas, divididas y heridas aún por la guerra civil, que se odian y tienen algunas personas intocables en el poder, que fueron perpetradores de crímenes de guerra; esta sociedad donde tan poca gente ha tenido justicia mínima, ni siquiera la judicial, ni menos simbólica y restaurativa, donde le pidan perdón por haberle matado a su hijo, como ocurre en otros lados. Estos países tienen que empezar a construir una cultura de paz, porque construir una cultura de paz me imagino tarda muchísimo tiempo. Si no empezamos ya, estamos súmamente jodidos.
—Cuando era apenas candidato, el presidente chileno Gabriel Boric dijo: “Me siento muy lejos de Nayib Bukele, él es de un autoritarismo populista que destruye instituciones”. ¿Sirve que la comunidad internacional vea así al presidente de El Salvador?
—La comunidad internacional tiene clarísimo que Bukele es un autócrata y las palabras con las que lo describió el presidente Boric me parecen adecuadas. Me parece que lo que dijo es correcto. Sí Bukele es un autócrata, sí Bukele está construyendo el camino hacia una dictadura, sí Bukele controla todos los órganos del Estado y los controla con una mezcla de voluntad popular, él fue electo por una gran mayoría en las urnas, y por decisiones inconstitucionales con las que ha violado la constitución para poder tener más poder. No es alguien muy original. Se toma una selfie en la ONU, implementa el bitcoin y luego fracasa, al parecer habla bien inglés. Parece alguien moderno. Se parece mucho a un montón de gente vieja que conocemos en América Latina. Bukele no es tan distinto a un montón de autoritarios que han existido en el continente. No ha ocupado técnicas tan diferentes. Utilizar la Sala de lo Constitucional para avalar su reelección, que ha sido su último escándalo, ha sido parte del manual de los dictadores latinoamericanos. Y ya fracasaron.