“Parecía un campo de batalla”. Esa fue la primera impresión que tuvo Angelina Bacigalupo cuando se asomó por Avenida La Luna, en el sector de Achupallas, en Viña del Mar. Era miércoles 7 de febrero y habían pasado apenas cinco días del devastador incendio. La psicóloga de 46 años recuerda que los vecinos aún estaban en shock: algunos se enfocaban en mantenerse activos y recogían los escombros, mientras otros, con la mirada perdida, aún no podían asimilar lo que había pasado. “Cada uno vivía la situación como podía”, explica Bacigalupo, que acudió a la zona a brindar Primeros Auxilios Psicológicos (PAP), herramienta de contención necesaria en este tipo de emergencias.
La especialista llegó con un pequeño grupo de colegas sin saber a qué se enfrentarían al llegar. Días antes habían visto en redes sociales los llamados de ayuda y decidieron coordinarse para viajar a la zona. Cuando llegaron encontraron que la Capilla Sagrados Corazones de Jesús y de María se había salvado del fuego y se instalaron ahí. En medio del caos, los centros de acopio, los campamentos y los trabajos de remoción de escombros, hicieron de ese espacio un lugar seguro para los afectados del sector. En primera instancia desarrollaron dos métodos básicos: escuchar y contener.
En el barrio corrió rápido la noticia de que un grupo de psicólogos se encontraba en la capilla, para atender a quien lo solicitara. En ese momento el equipo de profesionales sabía que no era necesario ahondar en lo que sucedió, por lo que procuraron evitar los “tienes que estar tranquilo/a” y “no te preocupes”. Desde la mirada psicológica entendían que, más allá de soluciones, lo que las personas necesitaban en ese momento era compañía y validación de sus emociones.
“Había personas que con solo mirarlas sentías la desesperanza, la sensación de haber estado al borde de la muerte. Poner eso en palabras tiene que ser un trabajo muy cuidadoso y no es algo para esta primera etapa”, dice Bacigalupo. En vez de eso, se aseguraron de consultarles por lo más inmediato: si habían bebido agua o si acaso habían podido dormir. Así, les enseñaron ejercicios de respiración para calmar el estado de alerta.
La semana después
Lucía Yáñez, de 43 años, también es psicóloga y acudió junto a la Fundación Liderazgo a ayudar a Villa Dulce, en Viña del Mar. Recuerda que lo que más le impactó fue el caso de una familia que encontraron al llegar. Estaban sentadas en la entrada de lo que quedaba de su hogar: eran cuatro mujeres, la abuela, la madre y sus dos hijas. Cuando llegó el fuego, una de las jóvenes estaba sola con su abuela postrada. Para salvarla, la tomó en brazos y la subió como pudo por las escaleras del cerro. A los minutos volvió y la casa ya había desaparecido. Lo perdieron todo, pero estaban a salvo.
El equipo de la Fundación Liderazgo Chile llegó al sector de Villa Dulce a la semana siguiente de los incendios, previa coordinación con las juntas de vecinos del lugar. Hasta ese momento aún no llegaba ayuda del municipio ni del gobierno. Según el SENAPRED, los incendios provocaron 134 fallecidos, 6.587 viviendas afectadas, en un área de 8.581 hectáreas.
Yáñez cuenta que las principales emociones que notó al conversar con los vecinos de ese sector fueron “dolor, temor, incertidumbre y ansiedad”. “¿Por qué a mí?”, le repitieron varias personas. “Era un periodo de internalizar lo que pasó y externalizar lo que sentían”, explica. Otras familias, sin embargo, no perdían la convicción de que saldrán adelante: “Nos decían: ya nos han pasado otras cosas, hemos vivido el terremoto, hemos vivido otros incendios, lo podemos hacer”. Yáñez explica que el bloqueo emocional funciona como un mecanismo de defensa, algo que suele aparecer en este tipo de situaciones. Ahí cuando el apoyo psicológico es fundamental.
Alrededor de 350 personas -además de los integrantes de sus respectivas familias- se han inscrito para recibir atención psicológica de los voluntarios de la Fundación Liderazgo. Hasta ahora han logrado atender a 20. Cuando llegó el fuego muchos pequeños no estaban con sus padres y, en medio del caos, pasaron horas sin saber de ellos. El impacto de esta experiencia, explica la especialista, ha dejado como consecuencia un fuerte miedo al abandono, que se ha manifestado en problemas para mantener contacto visual, controlar esfínter y pesadillas.
Pese a lo devastador del fuego, algunas casas lograron salvarse en Villa Dulce. “De diez en un mismo barrio se quemaron siete y las otras tres no”, ejemplifica Arnaldo Canales (50), director de la Fundación Liderazgo Chile, que también llegó ayudar junto a su equipo. Canales comenta que a partir de esto surgió otra problemática: Muchos niños sienten culpa porque su casa se salvó y la de sus vecinos no. “Esa sensación de culpa no solo la viven los niños, los adultos también. Muchas de estas casas eran pareadas, hay una vinculación con el vecino, hay una relación directa diaria de muchos años”, complementa Lucía Yáñez.
El vínculo con los vecinos se da especialmente en los adultos mayores, comenta el director de la ONG. El sector de Villa Dulce cuenta con gran población de tercera edad y “muchos de ellos viven solos, no tienen redes de contención y su única familia son los vecinos”, dice. Para el momento en que llegó el equipo de Fundación Liderazgo, muchos de los adultos mayores del sector aún no lograban comunicarse con sus familias. La angustia, la soledad, la tristeza y el abandono se multiplicaban, y muchos no tenían las herramientas para abordarlas.
“Visual y gestualmente se veían mucho más afectados, incluso que los niños”, aprecia la especialista respecto de los adultos mayores. “Hay un bloqueo emocional que no les permite externalizar lo que sienten. Muchos de ellos no tienen desarrollado un mundo emocional en el cual el expresar sus emociones esté validado”, explica.
Cuidar a quien cuida
El cuidado del cuerpo también se volvió una preocupación para los voluntarios de la Fundación Liderazgo. Diego Contreras, de 39 años, es kinesiólogo y llegó junto a su equipo a ofrecer masajes para -aunque fuera por unos minutos- aliviar el malestar muscular provocado por los trabajos de retiro de escombros, el levantamiento de cargas pesadas y la tensión emocional que aquejaba tanto a damnificados como a rescatistas.
Según Contreras, el instante del masaje fue el momento de pausa que muchos vecinos necesitaban para bajar la guardia y soltar todo lo que no habían podido llorar. Eran jefes de hogar, padres y madres de familia que habían tenido que mantenerse fuertes para sus hijos y nietos. “Era triste escuchar los testimonios, pero también enriquecedor el poder recibir el agradecimiento de la gente, porque les regalamos diez minutos de alivio”, dice el kinesiólogo.
Tres semanas después de los incendios, Contreras y otros kinesiólogos acudieron a realizar masoterapia a los carabineros de la Primera Comisaría de Viña del Mar. Fue ahí cuando se percataron de que muchos se encontraban con el ánimo muy bajo: habían observado durante días el sufrimiento de la gente y se sentían impotentes.
“No puedo dejar de sentir compasión con las víctimas y sus familias, y por la pérdida de Viña. He estado 15 años en esta comisaría y es la primera vez que veo un desastre tan grande”, le dijo un coronel a Arnaldo Canales en una de las visitas. Al recibir los masajes, en un espacio de desahogo, muchos expresaron su tristeza por la situación. “Lo mismo pasa con bomberos”, asegura Canales.
El escenario actual
A un mes de los incendios, muchos de los vecinos de Villa Dulce han debido retomar sus trabajos, arrendar en otros lugares e irse a vivir como allegados donde familiares o conocidos. Para atender la alta demanda de las personas que solicitaron ayuda psicológica, en las últimas semanas esto se ha realizado de forma online. En su mayoría se trata de adultos mayores y niños. “Nosotros hacemos la conexión entre el psicólogo clínico y el paciente -en este caso, la persona afectada por los incendios- y los reunimos a través de videollamada”, explica el director de la Fundación Liderazgo.
La visión de Canales sobre la ayuda del gobierno en materia de salud mental es crítica. El año pasado, en estas mismas fechas, su ONG puso a disposición del Ministerio del Interior más de 800 psicólogos voluntarios dispuestos a desplegarse en la zona afectada por los incendios en Santa Juana, sin embargo, debido a la falta de recursos para el traslado y alojamiento, la ayuda no se pudo coordinar.
Este año, pese a que desde el gobierno anunciaron el despliegue de profesionales para apoyo piscológico, desde la fundación decidieron organizarse por su cuenta. Ahora, se preparan para la vuelta a clases: “El primer vínculo en comunidad que tienen las poblaciones son las escuelas. Queremos hacer talleres para los padres, madres y profesores, darles herramientas para que los niños transiten de la mejor manera este mundo emocional tan complejo”, explica Canales.