Si hasta el inicio de la década de los 90 el foco había estado puesto en mejorar las cifras de desnutrición infantil a nivel nacional, en los últimos años la preocupación ha cambiado: de acuerdo a cifras de la Junaeb, en 2021 casi tres quintos de los alumnos presentaron sobrepeso u obesidad (58%), 15 puntos porcentuales más que en 2009.
Así lo revela el proyecto “Chile en 30 años: desde el regreso a la democracia al estallido en datos”, una iniciativa lanzada por Unholster, en alianza con La Tercera, que analizó los datos del organismo entre 2009 y 2021.
“Lo que se ve es un aumento importante de la obesidad: sube de un 15,9% en 2009 a un 31% en 2021, con un alza importante en 2020 y 2021, muy probablemente influenciado por la pandemia de Covid-19. El sobrepeso se mantuvo más o menos estable, aunque bajó un poco hacia 2021″, explica el director de Data Science de Unholster, Cristóbal Huneeus.
En concreto, en 2009 un 26,7% de los alumnos –de prekínder, kínder, primero y quinto básico, y primero medio– presentaban sobrepeso y un 15,9% obesidad, es decir, un 42,6% entre ambos. Cinco años más tarde, en 2014, el total con sobrepeso y obesidad se acercaba al 50% (49,3%) y en 2018 se superó por primera vez esa barrera (51,8%).
Hasta 2020, la proporción de estudiantes con sobrepeso seguía siendo mayor que la con obesidad (28,7% y 25,4%, respectivamente). Sin embargo, esto cambió al año siguiente, cuando la obesidad escolar alcanzó el 31%, casi cinco puntos más.
Huneeus alerta sobre la situación en cursos preescolares. “Prekínder y kínder suben muy fuertemente desde el 2017 al 2021, pasando desde niveles del 22 y 23% al 34 y 35%. En cambio, en la educación media se ha mantenido más o menos estable desde el 2013 en adelante”. En 2013, los alumnos de primero medio presentaban un porcentaje de obesidad del 12,3%, cifra que subió al 16,1% en 2017 y al 16,9% en 2021.
Las explicaciones son varias, según la profesora del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA) de la Universidad de Chile, Juliana Kain. “La obesidad está asociada, como primer factor, a la pobreza. Hay una diferencia clara -en todos los países- según nivel socioeconómico. La evidencia apunta a un excesivo consumo de alimentos no saludables, como la comida chatarra, que es más barata. Además, hay poca educación nutricional en los colegios y poca actividad física”. A esto se agrega la publicidad, que influye en el alto consumo de alimentos procesados”.
El médico y profesor titular del INTA Fernando Vio comenta que en la década del 80 y hasta casi inicios de los 90, la atención estaba focalizada en disminuir los casos severos de desnutrición, objetivo que se cumplió. Pero luego, la obesidad –que en 1987, afirma, se cifraba en 7,5% en niños de primero básico- comenzó a subir rápidamente y ya a inicios del 2000 se había duplicado.
Vio dice que al mejorar el ingreso económico durante esa época, se produce “la tormenta perfecta: el aumento de consumo de comida procesada con alto contenido de grasa, azúcar y sal –favorecido por el ingreso de cadenas de comida rápida–, y la disminución de la actividad física”, con más tiempo frente a pantallas y la masificación de compra de autos. Además, agrega que las políticas públicas siguieron enfocadas en la desnutrición y que, cuando el foco comenzó a fijarse en este nuevo problema, “ya habían pasado 10 años del aumento de la obesidad”.
Bárbara Castillo, nutricionista pediátrica de la Clínica Universidad de los Andes, explica que hay factores internos y externos. En el primer grupo “está la genética. Cuando uno de los dos padres tiene sobrepeso u obesidad, existe un 40% de probabilidad de que el niño también tenga. Esa probabilidad aumenta el doble -casi 80%- cuando ambos padres tienen sobrepeso u obesidad. En los factores externos, o ambientales, encontramos la alimentación, nivel de actividad física, calidad de sueño y también entender que los papás son el modelo a seguir de los niños”.
En ese sentido, Castillo advierte de los posibles riesgos que puede gatillar la obesidad, como enfermedades crónicas (diabetes, hipertensión, dislipidemia) y eventuales enfermedades cardiovasculares, junto con consecuencias a nivel de salud mental.
Prioridades
Respecto de las medidas que se han adoptado, Vio asegura que no ha habido consenso de la gravedad del problema, que no ha sido prioridad y que “los distintos gobiernos no se han puesto de acuerdo en tener una política continua en el tiempo”. Y afirma que debe priorizarse la educación al respecto.
Castillo, en tanto, plantea que podrían incorporarse acciones, como aumentar horas de educación física en los colegios y sumar nutricionistas para la educación alimentaria, además de facilitar el acceso a alimentos saludables, a través de subvenciones y disponibilidad de ferias libres estables. También nombra iniciativas como la CicloRecreoVía, aunque sostiene que el tema de inseguridad podría afectar las actividades al aire libre.