Público más joven, vecinos que se van y cambios de rutina por seguridad: la transformación de Lastarria y el Forestal
El tradicional barrio cambió y su público adulto y de turistas dio paso a uno juvenil, con restaurantes más exclusivos que cerraron y fueron reemplazados por otros de comida rápida. Mientras el comercio ambulante se niega a irse y los robos aumentan, la vida nocturna ahora termina a las 23 horas y las visiones de residentes y emprendedores se dividen entre quienes piensan irse y otros que confían en una reinvención. En algo concuerdan: los viernes de protestas han restringido la vida de todo el barrio.
Hace un mes, mi hermana cumplía 15 años y justo caía viernes. Para los que nos quedamos viviendo en el barrio Lastarria-Forestal, sigue siendo un día crítico. Y como cada semana que he intentado olvidar que en los alrededores de mi edificio hay un centenar de manifestantes y otro centenar de carabineros enfrentándose, salí a las 6 de la tarde -no tengo auto- y media hora después volví mojado por un carro lanza aguas.
Pedí Uber y Cabify, pero no habían autos disponibles en la zona. Al caminar a la Alameda me topé con una “guerra” de piedrazos, gases lacrimógenos y gente corriendo. Intenté entrar al Metro Universidad Católica, pero estaba cerrado. Esquivando las manifestaciones, caminé al Metro Santa Lucía y también estaba cerrado. Lo mismo Universidad de Chile. Buscando volver, me llegó el chorro de agua. Alcancé a salvar la bolsa con regalos. Frustrado, llegué a mi departamento y le mandé un mensaje a mi hermana diciéndole que no podría ir.
La mayoría de la gente que conocía del barrio se fue, cansada de las protestas. Los que quedan, piensan irse. Mis amigos se sorprenden cuando digo que no pueden venir a mi departamento un viernes o que yo no puedo salir, por las manifestaciones. “¿Todavía hay protestas?”, es la respuesta de vuelta. Me dicen que seguramente no es para tanto, me hacen “Lastarriasplaining”: no viven acá, pero me explican cómo es vivir acá.
Los canales de TV dejaron de cubrir las protestas de los viernes. En redes sociales nadie habla de ellas. Desde mi terraza, en calle Merced, sigo viendo los enfrentamientos, a algunos rayando con spray fachadas o quemando contenedores de basura, con el ruido incesante de patrullas y gritos. Es como si hubieran puesto un domo sobre este barrio: mientras en el resto de la ciudad nadie se entera y han vuelto a la “normalidad”, aquí siguen las protestas cada semana.
Papas fritas y schop
En agosto pasado, Carabineros comenzó a hacer rondas por Lastarria, buscando dar más seguridad e intentando erradicar al comercio ambulante. Como con las protestas, es un juego de ir y venir: apenas carabineros se va, ellos regresan. En una calle de restaurantes con platos por $12 mil, el segmento etario que visitaba la zona promediaba los 40 años previo al estallido. La mayoría no parece haber vuelto en las noches, solo al almuerzo. Hoy, transitan por Lastarria mayoritariamente sub 25, que hacen larga fila frente a Papachecos, un local de papas fritas desde $3.600. Ana e Ignacia, que están en la cola y tienen 17 años, me dicen que conocieron el barrio por una protestas donde participaron y, huyendo de un carro lanza aguas por la Alameda, entraron a Lastarria.
En estos tres años, han cerrado más de 20 locales. Donde estaba el bar Catedral hoy funciona Red Pub, que vende pizzas, hamburguesas, papas fritas y pitchers de cerveza. Donde estaba el francés Les Assassins, que llevaba 56 años, hoy funciona el restobar Casariego, que vende chorrillanas, hamburguesas y schops. Un empresario que se mantiene es Jérôme Reynes, dueño de Chipe Libre y Bocanáriz -ambos en calle Lastarria- y de Castillo Forestal, en Parque Forestal. Cuenta que sobrevivió gracias a que los dueños de los inmuebles no le cobraron arriendos en las cuarentenas y saca cuentas positivas: “El barrio está bastante recuperado, y no lo digo como una percepción sino en base a las ventas de mis locales en el barrio. Con Chipe Libre recuperamos hace seis meses nuestros niveles previos al estallido; con Bocanáriz ha ido más difícil, porque era enfocado en turistas”.
Bocanáriz tiene una carta de más de 400 vinos, pero en los últimos meses se readecuó ante el nuevo público: “Nos hemos adaptado con un trabajo con los precios, platos más baratos. Incluimos la cerveza schop, porque el barrio ahora pide esto, porque hay un público más joven”. Bajo la mirada del negocio, ve un plus en mantenerse en la Zona 0: “El barrio suma un historial donde se vivió la revolución, entre comillas; no califico si fue buena o mala, pero este barrio estuvo metido en el ojo del huracán y para un turista es como ir al Muro de Berlín. Personalmente, no encuentro bonitos los graffitis, me gustan las fachadas limpias, pero para un turista es como una entretención adicional venir y ver la huella que quedó de 2019″.
Frente a Bocanáriz está el cine El Biógrafo, que también ha hecho ajustes: en vez de las cuatro funciones tradicionales ahora son tres. La última función es a las 20 horas, porque Carolina González, encargada de programación y comunicaciones de la sala, dice que más tarde no hay gente: “El nuestro era un público de adultos mayores y ellos no volvieron acá. Hay más jóvenes y jóvenes adultos”.
Mientras unos cerraron, otros llegaban. Pierre Sauré, dueño de Pan Mostacho, abrió una sucursal en calle José Ramón, detrás del GAM, en agosto de 2021. “De nuestras tres sucursales es la que más flujo tiene y ha tenido un aumento sostenido en las ventas. A pesar de la inseguridad que vive el barrio, nosotros tenemos un horario de panadería”, puntualiza. Eso sí, indica que las protestas o cierre de calle de los viernes “nos hace vender menos, anda menos gente, el barrio cambia de energía. Hay mayor sensación de inseguridad. En el barrio hay harto asalto nocturno”. Y recuerda que una noche un ladrón entró a robarles, pero que gracias a cámaras recuperaron el computador y un celular que sustrajo: ya había sido detenido por otro delito en el barrio esa misma noche.
Los robos nocturnos también afectaron a Vikingos Barber. Su dueño, Alberto Vásquez, tiene el local en el tercer piso de un edificio en Lastarria: “Fue de madrugada, nos robaron las máquinas de afeitar y un parlante, pero no se llevaron los cargadores. No fue un robo muy meticuloso. Para subir al tercer piso, Carabineros me dijo que deben haber andado con escaleras”. En el caso de su barbería, dice que tiene entre un 30% y un 40% menos de clientes que hace tres años. De su edificio es el más antiguo: otros cuatro negocios cerraron. En su caso, sobrevivió gracias a que la dueña del local le bajó el arriendo. “Ella entiende que cambió la gente que visita el barrio, que su local ya no vale lo que ella cobraba”, apunta.
Claudio Contreras es administrador de la panadería Gabilondo, en calle José Miguel de la Barra. También vive por acá. Él tiene una mirada positiva a futuro: “El barrio está rearmándose y, aunque suene un poco pedante, sigue teniendo una vibra súper europea, es lo más Europa que hay en Santiago, desde mi punto de vista y el de turistas, porque rescata la vida de barrio y los que viven acá son muy jóvenes o adultos, pero que vivieron afuera, entonces hay una energía e identidad cultural importante”.
El plan para mejorar fachadas
Cualquiera que viva en el barrio conoce el minimarket Yasmín, en las esquinas de Lastarria y Merced. También a su dueño, Kari Jina. Su negocio cerraba entre la 01 y 03 de la madrugada, pero hoy es antes de medianoche. “El cambio de público afecta, hoy vivimos de recuerdos del barrio abarrotado de turistas, gente educada y negocios llenos de jóvenes adultos. Hoy, hay mucho ambulante vendiendo ropa percutida, zapatos sucios y unos olores terribles”, afirma. Dice que después de las 23:00 el barrio se complica, “y aparecen una gran cantidad de personajes, todos drogadictos, que nos dejan con la constante preocupación de que entren a asaltarnos. Yo, apenas pueda, me voy a ir y le voy a dejar el negocio al joven peruano que trabaja conmigo desde hace 12 años”.
Pamela González Porma, de la tienda Santiago Wine Club, en calle Rosal, trabaja y vive en esta zona. El local de vinos, señala, fue recuperando las ventas, “pero los viernes disminuyen mucho, que era el mejor día. Ahora son los sábados”. Para ella, “la gente más joven se atreve a venir, pero muchos adultos prefieren otros barrios para salir”, y pone en duda que el plan que hay para pintar fachadas contribuya mientras sigan las protestas.
La semana pasada, la alcaldesa Irací Hassler firmó un convenio para intervenir y mejorar, entre otras, las fachadas de esta zona. Ella cuenta que el plan, financiado por recursos de la Subsecretaría de Desarrollo Regional y el Banco Interamericano, tendrá una inversión de $1.150.201.462. Y explica: “El proyecto contempla la limpieza y retiro de pancartas adheridas sobre las fachadas (...) Luego de la limpieza, comienza la etapa de pintura”. En total serán 265 fachadas. Respecto a las protestas, señala que “los hechos de violencia y delitos de mayor connotación han disminuido en el sector y es posible ver cómo bares, restaurantes o librerías están reactivándose nuevamente. Sin duda es importante seguir trabajando con la comunidad y las instituciones responsables de la seguridad y orden público y no descansaremos en ello”.
En tanto, el gobernador de la Región Metropolitana, Claudio Orrego, plantea que “los espacios públicos son, por esencia, de la ciudadanía. Recuperarlos para uso de las personas es un acto de justicia urbana. Una ciudad viva es aquella que puede ser disfrutada con tranquilidad por todos sus habitantes, y mientras eso no ocurra en la llamada Zona Cero y sus alrededores, estaremos en deuda con los vecinos y vecinas”.
Otro aniversario que viene
El precio de los arriendos en la zona no ha bajado. Tampoco subido. Fabián García, director de Estudios Inmobiliarios de Tinsa, dice que “logramos percibir disminuciones, cuando se entendió que lo del barrio iba a ser sostenido y hubo disposición a la baja de precio, en torno al 5%”. Y agrega que, si el arriendo de un departamento en Las Condes costaba 900 mil y en Forestal costaba lo mismo, ese mismo departamento en Las Condes hoy está en 1,2 millones y en Forestal sigue exactamente igual, aunque tampoco ha bajado por las siguientes razones: “Es un lugar de buena estructura urbana y seguirá teniendo parque, conexión de Metros, con departamentos espaciosos, al ser edificios antiguos”.
Andrea San Martín, que vive en un edificio en Merced, piensa que “el barrio cambió para peor, se volvió más inseguro. El tipo de habitante que tenía ya no es el mismo. Prácticamente no salgo de noche”. Afirma que “los viernes siguen siendo un cacho. Y se ha invisibilizado de una manera tremenda. Me quiero cambiar de barrio, para recuperar los viernes. Amo mi departamento y es súper penca cambiarse de casa porque los viernes se volvieron un clásico. Uno perdió la capacidad de asombro, ya sabe que es así, y eso no puede ser”.
Jérôme Reynes, dueño del Chipe Libre, habla de esa falta de capacidad de asombro: “La gente del barrio, lamentablemente, al comienzo estaba asustada y aprendió a vivir con estos viernes de protestas. Se acostumbraron a los episodios de violencia, y es horrible, porque no debería de ser así. Pero se normalizó vivir así acá”.
El aniversario del estallido, el próximo martes 18, aparece como nueva prueba de fuego para el barrio y de paciencia para quienes decidimos seguir viviendo aquí. Algunos locatarios me cuentan que abrirán medio día. Unos pocos no abrirán. Entre vecinos que conozco, están casi armando un operativo: desde no mandar a sus hijos al colegio, no salir en todo el día o irse a casa de sus papás, en otras comunas. Todos pedirán trabajar en modo remoto.
Acá sabemos lo que implica salir con protestas. El lunes pasado, feriado, hubo manifestaciones al almuerzo y al caer la noche. Esta última me pilló paseando al perro: cuando caminaba por la Alameda hacia Lastarria, una turba de 70 personas corrían en dirección hacia mí, y otros 70 carabineros marchaban en bloque, de lado a lado de la calle. Me quedé inmóvil. No sabía si me iban a empujar, detener o qué. No pasó nada, quedarme inmóvil supongo que ayudó. Al querer entrar a Lastarria, una carabinera me retuvo. No quería dejarme pasar. Le dije que soy del barrio. Me preguntó la dirección dos veces. Un carabinero se acercó y también me preguntó la dirección. Me dijo que no debería de salir cuando hay protestas.
- Si fuera por eso, podría salir día por medio de mi departamento, ¿usted sabe lo que significa vivir así? -le respondí.
No me respondió nada. Solo me dejó pasar.
Bajo este operativo de un nuevo aniversario del estallido, mi opción será trabajo online y quedarme fuera, en el departamento de mi pareja. Para intentar que ese día no se vuelva otro recordatorio de lo peor que implica seguir viviendo en esta zona. Porque, como me decía una vecina, no es justo que sea uno quien deba dejar el barrio.
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