En octubre pasado, durante la Cumbre de la Conferencia de Interacción y Medidas de Confianza en Asia en Astaná, capital de Kazajistán, el emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, agradeció al Presidente ruso, Vladimir Putin, por lo que consideró fue el apoyo de Moscú para organizar la próxima Copa del Mundo, que comienza el 20 de noviembre en la pequeña, pero poderosa nación árabe.
“Después de que Rusia tuvo un gran éxito en la organización de la Copa del Mundo de 2018, los amigos rusos han brindado un enorme apoyo a Qatar, especialmente en términos de organización, con el comité organizador de la Copa del Mundo de 2022″, dijo el emir. “Les agradecemos por esto y estamos orgullosos de esta relación. Esto continuará hasta el final de la Copa del Mundo. Estoy muy feliz de verlo, señor Presidente. Gracias”. Ninguno de los mandatarios especificó cómo Rusia había ayudado exactamente a Qatar, el primer país árabe en albergar un Mundial, destacó entonces The Associated Press.
Independiente de las suspicacias, Qatar estará en primera fila del escenario internacional como nunca antes cuando comience la Copa Mundial. Durante los 28 días de competencia, se espera que el evento deportivo atraiga a más de 1,2 millones de visitantes, una cifra que equivale a casi la mitad de la población actual del país. Incluso, el Modelo de Demanda de Tiempo de Torneos de FIFA pronostica que más de 1,7 millones de personas podrían visitar Qatar durante el torneo, con aproximadamente 500.000 turistas en el país en los días más ocupados.
Ante esta avalancha de fanáticos del fútbol, las autoridades del emirato no han escatimado en gastos. Las estimaciones sugieren que Qatar gastó al menos US$ 200.000 millones en el período previo a la Copa del Mundo, convirtiéndose en la más cara de la historia. Hasta ahora, el Mundial de Brasil, en 2014, ostentaba esa calificación, con US$ 15.000 millones. Además de construir estadios de última generación, Qatar introdujo un moderno sistema de Metro, amplió su aeropuerto y construyó nuevos distritos dentro de la ciudad capital, Doha.
Y es que los gastos no parecen importar cuando lo que está en juego es más que un evento deportivo. “Qatar está listo para avanzar en sus objetivos de poder blando, redefinición de influencia, prestigio, estatus, infraestructura y política exterior”, comentó la revista estadounidense The National Interest sobre el interés de la nación árabe por organizar la Copa del Mundo.
Según la publicación, Qatar espera que el evento agregue US$ 17.000 millones a su economía. Otras estimaciones sugieren que el crecimiento del producto interno bruto generará una oportunidad de ingresos de US$ 4.000 millones a partir del gasto turístico en Medio Oriente. La agencia de noticias de Qatar informó recientemente que se prevé que los ingresos financieros directos de la Copa del Mundo sean de US$ 2.200 millones, mientras que los ingresos económicos a largo plazo de 2022 a 2035 se estiman en US$ 2.700 millones, y se espera que los ingresos del turismo florezcan durante la Copa del Mundo y más allá.
Monarquía absoluta
Qatar es una monarquía absoluta que ha sido gobernada por la familia Al Thani desde 1847, aunque primero bajo el Imperio Otomano y más tarde bajo el británico. Se convirtió en una nación independiente en 1971, tras la salida de los británicos de la región. Antes del descubrimiento de petróleo en su territorio, era famoso por la recolección de perlas y por su comercio marítimo.
Las exportaciones de petróleo comenzaron tras la Segunda Guerra Mundial, pero en 1997 comenzó a enviar gas natural licuado al mundo. Riquezas que se han traducido en los altos estándares de vida en Qatar. En términos de ingresos, el país tiene el cuarto PIB (PPA) per cápita más alto del mundo (US$ 93.521), según datos del Banco Mundial. Además, registra el cuarto Índice de Desarrollo Humano más alto entre los Estados árabes (0,855). Es una economía de altos ingresos, respaldada por las terceras reservas de gas natural y petróleo más grandes del mundo. Pero la nación árabe, que tiene una superficie similar a la de Jamaica, está inmersa actualmente en una gran transformación planificada que durará varias décadas y que pretende conseguir una economía avanzada, sostenible y diversificada.
“Qatar es un jugador global en el mercado de la energía como el mayor exportador mundial de GNL. En medio de la actual crisis energética, Qatar es un proveedor de energía crucial para mercados claves en Asia, como Corea del Sur, Japón y China, así como un proveedor de energía cada vez más importante para socios europeos como Reino Unido, Francia o Alemania. Una vez más, estas relaciones le dan a Qatar una ventaja e influencia descomunales medidas por el tamaño del país”, explica a La Tercera Andreas Krieg, profesor titular en la Escuela de Estudios de Seguridad del King’s College de Londres y miembro del Institute of Middle Eastern Studies.
Pero la riqueza de los hidrocarburos ha catapultado también sus ambiciones regionales: fundó la televisora por satélite Al Jazeera, que aportó una perspectiva árabe a los medios de comunicación que contribuyó a impulsar las protestas de la Primavera Árabe en 2011. Además, lanzó Qatar Airways, una importante aerolínea para el tránsito entre Oriente y Occidente, destaca The Associated Press.
Así, Qatar ha comenzado a ganar peso geoestratégico en el mundo árabe. La nación mantiene relaciones muy cercanas con diversos poderes occidentales y asiáticos, y en numerosas ocasiones ha actuado de puente entre los Estados musulmanes y el resto del mundo.
Aunque esta postura internacional del emirato no siempre fue igual. Qatar sigue una forma ultraconservadora del islam sunita llamada wahabismo, una fe que condiciona la política. El país respaldó a los islamistas en la Primavera Árabe, incluyendo a la Hermandad Musulmana de Egipto y al expresidente de ese país, Mohammed Morsi, además de a quienes se levantaron contra el mandatario sirio, Bashar Assad. Al Jazeera se hizo famosa por difundir los comunicados del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden.
En junio de 2017, Arabia Saudita, Bahréin, Egipto y Emiratos Árabes Unidos, entre otros Estados musulmanes, cortaron las relaciones diplomáticas con Qatar e impusieron un bloqueo, acusándolo supuestamente de apoyar y financiar el terrorismo, así como de manipular los asuntos internos de sus Estados vecinos, como resultado de una escalada de tensiones desde hace tiempo con Arabia Saudita.
Sin embargo, en enero de 2021 y bajo mediación de Kuwait y Estados Unidos, Qatar y Arabia Saudita acordaron poner fin al bloqueo, reabriendo sus fronteras e iniciando un proceso de reconciliación entre Riad y Doha.
Como parte de su posicionamiento regional, Qatar ha servido de intermediario para el grupo insurgente palestino Hamas, además de albergar las negociaciones entre EE.UU. y el régimen Talibán que derivaron en la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán en 2021.
“Después de casi una década de una política exterior (más intervencionista y menos neutral que antes) en la región de Medio Oriente y el norte de África que provocó un intento por parte de sus vecinos de obligarla a alinearse con su propia percepción de hacia dónde debería dirigirse la región, Qatar salió de la crisis del Golfo de 2017-2021 casi intacta, habiendo demostrado así su resiliencia”, comenta a La Tercera Emma Soubrier, directora de Prisme (Pathways to Renewed and Inclusive Security in the Middle East) e investigadora no residente de The Arab Gulf States Institute in Washington.
Para Krieg, “Qatar se ha establecido como un actor diplomático mundial que desempeña un papel importante en la mediación y el diálogo de conflictos”. “Qatar sigue desempeñando un papel fundamental en el conflicto entre Israel y Palestina, en Afganistán, donde negoció el acuerdo de paz, en Libia, donde actualmente está negociando un acuerdo entre las diversas facciones internas y externas, en Chad, donde organiza conversaciones de paz, y entre Estados Unidos e Irán. Esto convierte a Qatar en un país en el que Washington confía para mantener canales secundarios entre Washington y una variedad de actores en Medio Oriente con los que EE.UU. no tiene relaciones directas. Esto, a su vez, convierte a Qatar en un importante aliado fuera de la OTAN para Estados Unidos”, agrega. Al respecto, Soubrier recuerda: “Desde la transferencia estadounidense de la Base Aérea Prince Sultan en Arabia Saudita a al-Udeid en Qatar en 2003, el pequeño emirato del Golfo ha sido un puesto militar clave en Medio Oriente para Estados Unidos”.
Pero la organización de la Copa del Mundo también ha puesto de relieve el pobre historial de derechos humanos de Qatar, con restricciones a las libertades civiles, como las libertades de asociación, expresión y prensa, así como el trato que se da a miles de trabajadores migrantes que equivalen a trabajo forzoso para proyectos en el país, entre ellos los estadios del Mundial.
Marco Minocri, oficial de Comunicación de la Oficina de Proyectos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para Qatar, explica a La Tercera que el 95% de la mano de obra del emirato está compuesta por trabajadores extranjeros. “Uno de los principales logros del programa de reforma laboral ha sido el desmantelamiento de los elementos más problemáticos del sistema de kafala, concretamente la posibilidad de que los trabajadores puedan salir del país y cambiar de empleo sin el consentimiento previo de sus empleadores”, dice.
Con todo, Krieg reconoce que “la organización de la Copa del Mundo ha sido vista como una oportunidad para poner a Qatar en el mapa como anfitrión de un evento verdaderamente mundial”. Una opinión que coincide con la de Soubrier: “Las autoridades qataríes están ejerciendo su poder blando, colocándose una vez más en el mapa mundial y proyectando su influencia mucho más allá de sus fronteras, a pesar de ser un país tan pequeño en términos demográficos y geográficos”.